El misterio de los 1.200 huesos humanos hallados en una sala secreta de la casa de Benjamín Franklin
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!¿Qué hacían esos restos en la casa del padre fundador de Estados Unidos?
Benjamín Franklin (1706-1790) es uno de esos fascinantes personajes polifacéticos de los que nos ha privado la era de la alta especialización. Político y padre fundador de los Estados Unidos, fue también editor, conspicuo masón e ilustre científico, con importantes hallazgos en el campo de la electricidad. Es muy sonado su experimento en Filadelfia en 1752, con una cometa y una llave en su extremo en una noche de rayos, que lo llevó a inventar su versión del pararrayos. Pero a su cabeza ocurrente debemos también las gafas bifocales, las aletas de nadador y hasta una primera versión del cuentakilómetros.
Franklin, como tantos hombres inteligentes, era también fuente constante de estupendas citas. «Un camino de mil millas comienza con un solo paso», decía una de las más recordadas. Su ideología quedó clara en esta otra: «Donde mora la libertad, allí está mi patria».
Entre 1757 y 1775, Franklin vivió en Londres como embajador que defendía los intereses de las colonias norteamericanas ante la metrópoli, lo que lo llevó a intervenir con su habitual elocuencia en la Cámara de los Comunes. Durante 16 años, su residencia estuvo en una casa del número 36 de Craven Street, a un paso de la estación de Charing Cross y cerca del Támesis. El edificio georgiano es hoy un museo que lo recuerda.
Hallazgo morboso
A finales del siglo pasado, la Asociación de Amigos de la Casa de Benjamín Franklin promovió la recuperación del edificio, muy deteriorado, a fin de convertirlo en el museo que es hoy. Pero en 1998, cuando comenzaron los trabajos, se produjo un macabro descubrimiento, que por un momento empañó la buena reputación del político, científico y ensayista ilustrado. En un sótano sin ventanas, en un pozo de un metro de profundidad y otro de ancho, el capataz de la rehabilitación encontró un delgado hueso humano. Al seguir excavando, ya en presencia de la policía, aparecieron en total 1.200 huesos, de al menos quince seres humanos diferentes. ¿Qué había pasado en aquella casa 225 años atrás? Las mentes más calenturientas llegaron a especular con que si Franklin podría haber sido un asesino en serie.
Para esclarecer la desconcertante situación, se encargó una investigación al doctor Simon Hillson, del Instituto de Arqueología del University College de Londres. Sus conclusiones salvaron el prestigio de Franklin: muy probablemente los huesos habían pertenecido a otro científico, William Hewson, considerado el padre de la hematología, el estudio de la sangre.
Los cadáveres del inquilino
Hewson se había formado en la Universidad de Edimburgo, donde llegó hacia 1761. Allí su buena cabeza llamó la atención de los hermanos Hunter, dos investigadores ya prestigiados. Hewson fue prosperando hasta mostrar sus hallazgos en la Royal Society, sesión a la que asistió un admirado Franklin, que trabó relación desde ahí con el joven sabio.
En 1770, Hewson se casó con Mary Stevenson, hija de la casera de Franklin en Craven Street. Poco después, el científico rompió con los hermanos Hunter, por una discusión sobre quién era el auténtico autor de sus experimentos en común. Franklin medió en la polémica y acabó ofreciendo a Hewson que se mudase a vivir con él en su edificio georgiano de Craven. El invitado abrió allí su escuela de anatomía y su laboratorio. Los huesos están tratados de un modo que da fe de que fueron objetos de experimentos: un fémur cortado en limpio, una calavera trepanada. También había restos de animales: vacas, caballos, cerdos y hasta tortugas.
Las disecciones de este tipo eran por entonces ilegales. También se da por descontado que Hewson burlaba la ley a la hora de conseguir los cadáveres para sus experimentos. Probablemente Franklin conocía lo que allí hacía, aunque disfrutaba de una segunda vivienda y no siempre estaba en Craven. Lo cierto es que los trabajos del sótano dieron sus frutos. Hewson fue el primero en concluir que la sangre estaba integrada por glóbulos rojos, blancos y plasma. También reveló la proteína clave para la coagulación.
Su final fue prematuro, con solo 34 años, y paradójico. El anatomista murió en 1774 por una septicemia, una infección de la sangre, su campo de investigación. La causa fue una herida que se hizo accidentalmente en el transcurso de sus disecciones.
Origen: El misterio de los 1.200 huesos humanos hallados en una sala secreta de la casa de Benjamín Franklin