El misterio del preso desconocido que Franco ejecutó por garrote vil junto a Salvador Puig Antich en 1972
Mientras que al militante antifranquista intentaron salvarlo hasta el Papa y Joan Miró, nadie supo durante décadas quién era Heinz Chez, el preso con el que las autoridades intentaron asociar violencia común y anarquismo, y cuyo cadáver nadie ha reclamado desde entonces
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Mientras de Salvador Puig Antich se han escrito libros, rodado películas, escrito reportajes y realizado homenajes de todo tipo, de nuestro protagonista ni siquiera reclamaron su cadáver. Ni un familiar, ni el Gobierno de ningún país, ni un particular, ni una autoridad nacional o extranjera de ningún tipo. Absolutamente nadie en los casi cincuenta años que han transcurrido desde que, el 2 de marzo de 1974 a las a las 9.10 horas, fuera agarrotado en una dependencia de la cárcel de Tarragona. Desde entonces, sus restos permanecen olvidados en una fosa común del cementerio de la ciudad.
Su nombre, Heinz Chez, era un desconocido delincuente polaco que se convirtió, junto al famoso militante anarquista y antifascista español, en el último ejecutado por garrote vil del franquismo. De hecho, entre la muerte de uno y de otro tan solo transcurrieron 15 minutos, pero mientras el español se convirtió en un mártir de la causa contra la dictadura y se hizo un hueco en la historia, del extranjero nadie se acuerda. Ni su abogado quiso saber nada de él en su última noche. No consiguieron localizarle hasta pasadas las dos de la madrugada, ya que se había ido a cenar tranquilamente, con su esposa, a la lujosa marisquería de Barcelona.
El reo pasó la madrugada ignorado por su defensa y jugando al dominó y al parchís con un sacerdote católico y un pastor protestante, apostando vasos de vino mientras el Colegio de Abogados de Barcelona se desesperaba por localizar a su letrado. Y cuando por fin lo hicieron, este preguntó irritado, después de que le hubieran aguado la velada: «¿Pero qué queréis que haga si todo está perdido?». «Haz lo que sea, pero no te puedes quedar quieto. Despierta al decano, al forense… ¡muévete, por Dios!», respondió un miembro de la comisión de defensa. Pero fue en vano.
El robo de Chez
Chez había sido condenado a la pena de muerte dos años antes por un consejo de guerra constituido en la plaza de Tarragona. Su sentencia fue confirmada después por el Consejo Supremo de Justicia Militar. ¿Y quién era este inmigrante ilegal? ¿Qué había hecho? La prensa se refirió a él como un «terrorista polaco», pero en realidad lo desconocían todo de él, incluida su filiación política, tan importante en aquella época. El día de su ejecución, ABC le dedicó solo un par de líneas: «No se ha recibido comunicación alguna del exterior interesándose por el cuerpo». Mientras, la foto de Puig Antich fue publicada en la portada como «miembro activo de la organización subversiva Movimiento Ibérico de Liberación» y, tres días después, se informaba de que «sus restos recibieron sepultura en el cementerio de Barcelona, donde no se ha permitido el acceso al numeroso grupo de personas que habían ido a despedirle».
La historia de Chez comienza cuando pasa clandestinamente a España por la frontera de Portbou, el 12 de diciembre de 1972. Utilizó un pasaporte falso que jamás se supo de dónde lo sacó. El segundo capítulo de su periplo le sitúa en una casa de campo donde roba una escopeta de caza y, el 20 de diciembre, con el arma oculta bajo la ropa, entra en un bar de la urbanización Cala de Oca, en el término municipal de Vandellós (Tarragona), con la intención de robar.
Casualmente, justo a la misma hora, entró en el mismo establecimiento el suboficial de la Guardia Civil Antonio Torralbo Moral, quien sospechó del polaco y le pidió la documentación. A Chez, visiblemente asustado, no se le ocurrió otra cosa que dispararle a bocajarro, a tan solo tres metros del agente, que se derrumbó y murió en el acto. A las pocas horas del terrible suceso, el criminal polaco fue detenido en la estación de ferrocarril de La Ametlla de Mar. Allí mismo se le incautó una pistola que le había arrebatado al suboficial, mientras que la escopeta con la que había realizado los disparos fue descubierta en las inmediaciones de la vía del tren.
La figura olvidada
De Heinz Chez solo trascendió que había cometido algunos robos insignificantes durante la semana que duraron sus andanzas por tierras catalanas. La semana de su muerte, el semanario de sucesos «El Caso», el más famoso y vendido en la época, publicó una imagen de él y de Puig Antich en su portada, junto a un titular rojo y en letras grandes que anunciaba: «Ejecutados». Nada más. En noviembre de 1977, Els Joglars estrenó en Barbastro una obra teatral, «La torna», que recreaba sarcásticamente los últimos días de este criminal polaco. Pero cuando la compañía decidió estrenarla en el teatro Bartrina de Reus, en Tarragona, la autoridad militar la prohibió y su director, Albert Boadella, fue detenido y encarcelado.
La historia quedó entonces silenciada por el régimen franquista y enterrada también en las primeras décadas de la democracia, mientras la figura de Puig Antich comenzó a ser reivindicada antes incluso de que fuera ejecutado en su celda de la cárcel modelo de Barcelona. El mundo se movilizó para conseguir su indulto y hasta Joan Miró pintó la serie «La esperanza del condenado a muerte». Lluís Llach le dedicó la canción «I si canto trist», que dio título a su disco de 1974. Joan Isaac hizo lo propio con el tema «A Margalida» en 1976 y Loquillo, en 2005. El primero de los muchos libros sobre su caso es de 1985: «La torna de la torna. Salvador Puig Antich i el MIL» (Editorial Empúries), del colectivo Carlota Tolosa. Y el Ateneo Enciclopédico Popular de Barcelona publicó, en 1996, su «Antología Poética a la Memoria de Salvador Puig Antich».
Todo el mundo conocía a estas alturas la organización anticapitalista y anarquista clandestina a la que pertenecía el catalán. También la acción por la que este fue condenado a la pena capital, después de la emboscada que varios policías de paisano realizaron para detener, el 25 de septiembre de 1973, a Xavier Garriga, alias «el Secretario», también militante del MIL. Ambos habían atracado una de las sucursales barcelonesas del Banco Hispanoamericano, pero en la redada se encontraron a Salvador, que resultó herido en el forcejeo con los agentes y mató de un disparo a uno de ellos. La sentencia de muerte generó un enorme movimiento de repulsa a nivel nacional e internacional. Instituciones españolas, como varios colegios profesionales y colectivos de intelectuales, pugnaron por librarle de la muerte. Lo mismo la Comisión Europea, altos mandatarios gubernamentales como el canciller alemán Willy Brandt y hasta el Papa Pablo VI.
Georg Michael Welzel
De Heinz Chez solo se acordaron el sacerdote católico y el pastor protestante. Ni tan siquiera el joven e inexperto abogado que se le había asignado. No fue hasta 2005 cuando se supo toda la verdad sobre la identidad del supuesto criminal polaco, que en realidad era alemán y se llamaba Georg Michael Welzel. Lo averiguó el periodista Raúl Riebenbauer, que publicó «El silencio de Georg», una investigación en la que describió a un hombre obsesionado por la libertad, que ingresó tres veces en prisión por intentar huir de la Alemania del Este y que, tras su liberación de las prisiones comunistas, «llegó al país equivocado en el peor momento». También descubrió quien era su familia, que desconocía que había muerto y confiaba en que algún día aparecería.
La investigación no fue fácil, porque hasta 1995 los militares negaron el acceso al sumario y Riebenbauer tuvo que presentar una demanda civil para acceder a la documentación. Supo entonces que había nacido en 1944 y no en 1939, como figuraba en los informes policiales, por lo que tenía 30 años en el momento de su ejecución. Había nacido en Cottbus, cerca de Berlín, y a 30 kilómetros de la actual frontera polaca, dentro de los límites de la República Democrática Alemana. Llegó a España, por lo tanto, huyendo de la represión comunista. Por eso dio un nombre y una nacionalidad falsa cuando fue detenido. Hay teorías que defienden que la Guardia Civil española descubrió su verdadera identidad a través de Interpol antes de ser ejecutado, pero que optaron por ocultarla.
También salió a la luz que la foto publicada por «El Caso» había sido burdamente retocada para darle a Chez un falso aire siniestro y de maleante que contrastaba con el aspecto asustado que mostraba en la fotografía original de la detención. Algunos de los pocos investigadores que también se han ocupado de su caso llegaron a dudar de la teoría oficial y barajaron la posibilidad de que no fue él quien realmente asesinó al guardia civil en Vandellós y que le cargaron el muerto por intereses políticos. En concreto por asociar la ejecución de Puig Antich a la de un asesino sin motivaciones políticas. A pesar de ello, todo lo que envuelve a la figura del penúltimo ejecutado por garrote vil de España sigue estando lleno de contradicciones y preguntas sin responder.