23 noviembre, 2024

El misterio del Yamato: así consiguió Japón ocultar al mundo el mayor acorazado de la historia

El Yamato, durante sus pruebas de mar, en 1941. - ABC / Vídeo: Yamato, el mayor acorazado de la historia
El Yamato, durante sus pruebas de mar, en 1941. – ABC / Vídeo: Yamato, el mayor acorazado de la historia

La idea surgió a finales de la década de 1920. En 1935, su diseño ya estaba terminado y, dos años después, cientos de obreros a los que no se desveló las dimensiones del barco iban a construir, tuvieron que trabajar durante meses en la ampliación del dique de Kure solo para poder empezar a trabajar. Incluso se levantó una gigantesca cortina alrededor del astillero

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Cinco años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Japón ya tenía terminado el diseño del que iba a ser el acorazado más grande y pesado de la historia, el Yamato, orgullo de los mares y pensado para ser el terror de las principales armadas del mundo. La idea había nacido más de una década antes, tras la Primera Guerra Mundial y la firma del Tratado Naval de Washington, en 1922, con el que los vencedores intentaron limitar la cantidad de «fortalezas flotantes» que cada nación podía construir y frenar, así, su carrera armamentística.

Japón y Alemania no tardaron mucho en retirarse del acuerdo. El mundo se acercaba a un nuevo conflicto a gran escala y los potenciales beligerantes debían preparar sus flotas. Esto incluía a los nipones y a Estados Unidos, que pronto se reconocieron como rivales por el dominio del Pacífico. Sabían que el mar sería el escenario de esa lucha y los primeros optaron por la calidad y el tamaño, sabiendo que ya no podrían superar a la flota norteamericana en número.

Lo más curioso de la construcción del Yamato –y de su hermano gemelo, el acorazado Musashi, pensado también para acompañarle en tamaño– es que se llevó a cabo en el más absoluto secreto. Nadie supo jamás, ni tan siquiera los servicios secretos de las potencias más poderosas, de los trabajos que se estuvieron realizando durante años en las instalaciones ubicadas en el mar Interior de Seto. Y eso que estos continuaron cuando ya había comenzado la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo consiguieron ocultarlo? ¿Es posible esconder algo así rodeados de espías?

La guerra contra China

Vayamos primero con los antecedentes. La Armada Imperial japonesa estaba convencida de que Estados Unidos se acabaría entrometiendo en su guerra contra China y que la consecuencia inevitable sería un conflicto naval a gran escala. Y aunque la idea inicial de Japón era utilizar sus aviones y submarinos para debilitar a la flota americana antes del enfrentamiento definitivo en el Pacífico occidental, decidieron comenzar a construir su nueva arma secreta en 1937. En esa época, todavía se tenía la concepción de que el poderío naval de los países todavía se medía por sus acorazados, de ahí que pensaran que solo con el Yamato podrían asegurarse la victoria final.

El lugar escogido fue el mencionado mar Interior de Seto, la gran masa de agua navegable que separa tres de las cuatro principales islas de Japón: Honshu, Shikoku y Kyushu. Se trata de un gigantesco fondeadero de 450 kilómetros de largo y 50 de ancho que se encuentra protegido y es accesible, únicamente, a través de unos pocos corredores bien defendidos. Además, está salpicado por otras tres mil pequeñas islas cubiertas de bosques, en una de las cuales —la isla de Nomi— se encuentra Etajima, la Academia Naval japonesa.

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A lo largo de las orillas de este mar hay una docena de importantes puertos de mar, entre ellos Kure, que se encuentra curiosamente a solo 10 kilómetros de Hiroshima. Fue este —cuya denominación oficial era el Arsenal Naval de Kure— el elegido para la construcción del Yamato. La razón es que albergaba en su interior grandes instalaciones para la reparación de buques, sus propios altos hornos, una fábrica de armas y un astillero con el mayor dique seco de Japón. Y aún así, cientos de obreros tuvieron que trabajar durante varios meses en la ampliación de este dique, para hacerlo más ancho y más profundo.

Juramento de secreto

El 4 de noviembre, los trabajadores empezaron a colocar la quilla del nuevo acorazado. «Habitualmente, un acontecimiento así hubiera sido motivo de celebración y de ceremonia en una cultura donde los rituales formales cumplían la función de hitos del progreso nacional. Por el contrario, se levantó una gigantesca cortina de sisal alrededor del lado del astillero que daba al mar, a fin de ocultar los trabajos en curso. Se utilizó tanto sisal para erigir aquella barrera que los pescadores japoneses no podían confeccionar ni reparar sus redes de pesca. Durante un tiempo, el marisco local escaseó y aumentó de precio», cuenta Craig L. Symonds en «La Segunda Guerra Mundial en el mar» (La Esfera de Los Libros, 2019).

Imagen de la construcción del Yamato
Imagen de la construcción del Yamato – ABC

El historiador estadounidense relata en su libro que a los obreros asignados a la construcción del nuevo buque se les exigió, además, prestar juramento de secreto y se les entregó un brazalete numerado. Los guardias armados de todos los accesos al astillero comprobaban que toda persona que entraba en la zona de construcción debía estar debidamente autorizada, a pesar de que no se les había informado detalladamente sobre el tipo de barco en el que estaban trabajando ni qué tamaño tenía.

Muy pronto saltaron a la vista las dimensiones del nuevo buque, que originalmente fue designado simplemente como «Acorazado número uno». Los obreros empezaron a comprender los motivos de semejantes precauciones. Era gigantesco, como una ciudad flotante. Tenía cuarenta pies más de eslora y diez más de manga. Era mucho más pesado que el temido Bismarck que se estaba construyendo al mismo tiempo en Hamburgo, al otro lado del mundo.

Más de 70.000 toneladas

«El buque acabaría desplazando más de 70.000 toneladas, lo que suponía prácticamente duplicar el tamaño de los acorazados británicos o estadounidenses. Sin embargo, su aspecto más llamativo era su armamento», subraya Symonds. En vez de los cañones de 380 milímetros del Bismarck o los de 406 del Rodney, el Yamato iba a contar con nueve cañones de 460 milímetros dispuestos en tres torretas triples. Cada uno de ellos podía disparar un proyectil de 1.450 kilogramos a una distancia de más de 40 kilómetros. Su alcance era superior al de cualquier buque y, gracias a ello, podía tocar o hundir a cualquier enemigo antes de que este se encontrara a la distancia mínima para realizar su primer disparo.

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Menos de seis meses más tarde, el 29 de marzo de 1938, se colocó la quilla del segundo buque, el Musashi, llamado a su vez el «Acorazado número dos» para que no trascendiera igualmente ninguna información. Resulta irónico que estos dos superacorazados de Japón se construyeran en Hiroshima, el primero, y en los astilleros de Nagasaki, el segundo, los dos puntos elegidos por Estados Unidos para lanzar sus bombas atómicas al final de la guerra. Los trabajos del último también se mantuvieron en secreto, hasta el extremo de que los excursionistas que paseaban por las colinas circundantes eran detenidos e interrogados.

Tanto el Yamato como el Musashi representaban el esfuerzo de Japón por neutralizar a base de tamaño y calidad la superioridad numérica de la Armada estadounidense. El emperador confiaba en que su enemigo no construyera buques tan grandes, por la sencilla razón de que ningún barco de semejantes dimensiones podría pasar por el canal de Panamá. Ambos podrían imponerse así a cualquier buque que Estados Unidos pudiera construir, lo que garantizaba —o eso pensaban, al menos— la victoria decisiva en la guerra.

La cruda realidad

Por desgracia para los japoneses, que llevaban años enfrascados en el Yamato, cuando entró en servicio en 1941, con la Segunda Guerra Mundial ya en marcha, los acorazados ya no definían el nivel del poderío naval. «Como reconocimiento de ese hecho, el tercer buque de dicha clase, que empezó a construirse en mayo de 1940, fue transformado en un portaaviones a mitad de su construcción», asegura el historiador. En 1937, sin embargo, los expertos navales de todo el mundo todavía pensaban que este tipo de embarcación era el rey de la guerra en el mar. De ahí que los nipones siguieran convencidos de que, con el Yamato y el Musashi habían encontrado la clave para derrotar al todopoderoso enemigo yanqui. Pero nada más lejos de la realidad.

El ataque sorpresa de Pearl Harbor realizado por Japón, y que supuso su entrada en la guerra del lado de las potencias del Eje, demostraba que cualquier nave, por grande que fuera, era objetivo fácil de los ataques aéreos y de los torpedos de los submarinos. Por argumentos como este hubo voces discordantes sobre su construcción. El director del Departamento de Aeronáutica de la Armada, el almirante Yamamoto Isoroku, intentó convencer sin éxito a sus superiores para que se detuvieran los trabajos cuando aún estaban sobre plano.

El tiempo acabó por darle la razón. En 1944, el Musashi fue hundido en 1944 por el impacto de 17 bombas y 20 torpedos, sin que hubiese logrado efectuar un solo disparo sobre el enemigo. ¿Qué destino le esperaba al Yamato después de pasarse buena parte de la guerra en la retaguardia? En abril de 1945, cuando Japón ya vivía una situación desesperada, algunos responsables del Ministerio de Marina japonés argumentaban que su acorazado estrella debía reservarse para defender la patria cuando llegara el momento, mientras que a otros les parecía intolerable este estuviera ocioso mientras los jóvenes pilotos kamikazes se lanzaban a la muerte.

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«¿Dónde está la Armada?»

El debate se solventó en el momento que el mismísimo emperador Hirohito, durante la presentación del plan para la defensa de Okinawa con kamikazes, preguntó: «¿Dónde está la Armada?». Aquello fue una bofetada para los oficiales de la Armada y, desde entonces, les resultó intolerable que en Japón se burlaran del Yamato como «un hotel flotante para almirantes ociosos e ineptos». Decidieron entonces enviarlo a combatir, porque su «prestigio era objeto de críticas».

Columna de humo tras la explosión del Yamato
Columna de humo tras la explosión del Yamato – ABC

El Yamato debía navegar, sin apenas combustible, hacia el sur desde el mar Interior para agotar su munición contra los invasores y encallar en la isla para que su tripulación de 3.500 hombre pudiera sumarse al Ejército de tierra. Prácticamente todo el mundo sabía que, sin cobertura aérea, el acorazado nunca llegaría hasta Okinawa. Y aunque lo consiguiera, la idea de que los marineros saltaran desde sus cubiertas para combatir contra los soldados y los marines en tierra era una fantasía. «Nos están brindando la ocasión idónea para morir», dijo uno de los oficiales.

Cuando les llegó la información de que el Yamato había partido a la guerra, Estados Unidos mandó a sus aviones de largo alcance en su búsqueda. Lo encontraron a las 8.30 de la mañana del 7 de abril de 1945 y ordenaron un ataque a gran escala con 280 aviones. El gigante japonés nunca tuvo la más mínima posibilidad, a pesar de enormes cañones de 460 milímetros, los cuales, además, podían disparar un nuevo tipo de proyectil antiaéreo que los convertía en enormes escopetas que dispersaban trozos de metralla por todo el cielo.

La desaparición del Yamato

El ataque coordinado de los bombarderos y los aviones torpederos en oleadas de entre 15 y 20 minutos hizo que el Yamato se escorara levemente en los primeros minutos. Las bombas explotaban a lo largo de toda la cubierta, levantando por los aires los puestos de artillería antiaérea y convirtiendo su superestructura en una masa de metal retorcido. En la tercera oleada los americanos acertaron con otros cinco torpedos en el casco y su almirante ordenó inundar la sala de calderas y de máquinas para impedir que volcara. No tuvo reparos en sacrificar a los hombres que se encontraban dentro.

Después llegó el cuarto ataque… y el quinto… y el sexto ataque y se pidió a toda la tripulación que subiera a cubierta para que no quedara atrapada, esta vez sí, en el interior. Sobre las 14.30, el buque simplemente hizo explosión y una columna de humo se elevó hasta más de un kilómetro y medio de altura. Cuando esta se disipó, el Yamato había desaparecido.

Origen: El misterio del Yamato: así consiguió Japón ocultar al mundo el mayor acorazado de la historia

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