El misterioso lunar de una Infanta Borbón fallecida en extrañas circunstancias: ¿cáncer mortal o un parche?
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Dado que la Borbón fallecería meses después de que se finalizara el cuadro de Goya dedicado a la familia de Carlos IV, algunos dermatólogos e historiadores han especulado con que la mancha podría ser un síntoma de algún tipo de cáncer
María Josefa Carmela, Infanta de España, es conocida por ser la anciana que aparece decaída y con una enorme mancha en la cara en el cuadro donde Francisco de Goya retrató a la familia de Carlos IV como si fueran las Meninas de Velázquez. Lo triste de esta hija de Carlos III es que, salvo en este cuadro, su protagonismo político e incluso familiar pasó inadvertido para todos sus contemporáneos.
La Infanta Borbón nació el 6 de julio de 1744, como princesa de Nápoles, en el palacio de Gaeta, cuando Carlos III aún era Carlos VII de Nápoles y no sospechaba que la prematura muerte de Fernando VI le lanzaría a él, y a su familia, hacia el Reino de España. De apariencia física poco agraciada, con facciones irregulares en el rostro y de cuerpo deforme por una joroba, se antojó difícil más difícil de lo habitual encontrarla un matrimonio satisfactorio.
En 1764, su hermana menor, la Infanta María Luisa, fue elegida antes que ella para desposarse con el Gran Duque de Toscana, que luego sería Emperador de Austria. María Josefa sería de nuevo candidata a un matrimonio de altura a la muerte en 1768 de María Leszczyńska, esposa de Luis XV de Francia. Se asume que la diferencia de edad, ella tenía 24 años y él 58 años, fue la causa de que no llegaran a buen puerto las negociaciones, pero lo cierto es que está envuelto en cierto misterio las razones por las que ningún candidato prosperó y la Infanta terminó consagrando su vida a una estricta soltería. En cierto momento su padre, Carlos III pensó en casarla con su hermano el Infante Don Luis, Conde de Chinchón, lo cual tampoco cuajó dado el mezquino temor del Rey a que los derechos dinásticos de los posibles frutos de este matrimonio pudieran prevalecer sobre los de sus propios hijos.
Tras la muerte de su padre en 1788, la Infanta María Josefa vivió con discreción en la corte de su hermano Carlos IV volcada en la religión como protectora de la orden de las Carmelitas. La corte era, por entonces, un lugar dominado por la figura de su cuñada María Luisa de Parma, nieta de Luis XV de Francia, con la que la Infanta no tenía una buena relación.
En un tiempo en el que las aristócratas conquistaron mayor protagonismo público, María Josefa ingresó el 21 de abril de 1792 en la Orden de Damas Nobles de la Reina, institución premial, estrictamente femenina, gobernada por María Luisa y creada como una manera de recompensar a las mujeres nobles que se distinguieran por sus servicios o cualidades en España. También fue condecorada con la Cruz de la Orden Estrellada (la Orden de Damas nobles del Imperio austriaco), otorgado por la dinastía austríaca.
Un vida a una pintura pegada
Más allá de estos rimbombantes reconocimientos, los principales rastros de la existencia de la Infanta son de naturaleza pictórica. El Museo del Prado cuenta con un retrato de juventud, obra de Lorenzo Tiépolo, que logra disimular la escasa belleza que los cronistas atribuyen a María Josefa, y con un expresivo retrato ya en su senectud, boceto de Goya para el cuadro general de «La familia de Carlos IV», donde fue representada poco antes de su muerte, siendo la señora de mayor edad de la parte izquierda de la pintura.
Se sabe que el artista aragonés pintó a los protagonistas del cuadro de forma separada por una cuestión logística a lo largo de la primavera de 1800. La Infanta se presenta con la banda de la orden de Damas Nobles, y sobre el pecho lleva un borrón negro que corresponde al lazo de la insignia de la Cruz Estrellada. En la cabeza luce un tocado, a modo de turbante con una pluma de ave del Paraíso, y se adorna con ricos pendientes de diamantes. Lo más llamativo, sin embargo, es el enorme lunar de color negro que lleva en la sien derecha.
Dado que la Borbón fallecería meses después de que se finalizara el cuadro, algunos dermatólogos e historiadores han especulado con que la mancha podría ser un síntoma de algún tipo de cáncer. El doctor Laurens P. White, médico de San Francisco (California), publicó en 1995 un comentario titulado «What the Artist Sees and Paints» en la revista «Western Journal of Medicine» apuntando a un melanoma:
«Entre los años 1800 y 1801, Francisco de Goya pintó un gran retrato de grupo de la familia del Rey Carlos IV de España. Incluída en este grupo está la hermana del Rey, la Infanta María Josefa, de 56 años de edad. En su sien derecha se ve un tumor grande y negro, probablemente un melanoma, seguramente del tipo léntigo maligno. Se pueden ver los bordes elevados del tumor. Y es sabido que la infanta murió por causas desconocidas seis meses después de que la pintura hubiese sido acabada. Por diversas razones podemos especular sobre la causa de su muerte pero no podemos afirmarla con certeza».
A lo que añadía el médico norteamericano:
«Una de las razones por las que Goya es uno de los más grandes pintores del mundo es porque en sus retratos lo reflejaba todo, con tanta fidelidad, que era capaz de pintar un cáncer en una princesa real».
El tamaño de la mancha negra y sus bordes regulares hacen pensar, sin embargo, en que se trataría de un artefacto, un parche de terciopelo negro que se usaba como lunar postizo y que fue muy habitual en el siglo XVIII. Si bien este tipo de lunares estaban algo pasados de moda cuando se pintó el cuadro, sí se seguían usando con fines medicinales, ya que se aplicaban sustancias para aliviar ciertos tipos de cefaleas o neuralgias, o incluso eran recomendados en la falsa creencia que podían aliviar ciertas enfermedades infecciosas como la sífilis. El doctor jerezano Francisco Doña, profesor asociado de Historia de la Medicina en la Universidad de Cádiz, sostiene esta teoría en que Goya ya había pintado antes de ese cuadro parches similares. Por ejemplo, en la sien de la Reina María Luisa, en los años 1789 y 1790, o en la ceja derecha de Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII Duquesa de Alba, en 1797.
Así lo considera igualmente la doctora Olga Marqués Serrano, cuyaos argumentos aparecen recogidos en la obra «La piel en la pintura»:
«Esta mancha ha sido muchas veces interpretada erróneamente como una queratosis seborreica, pero se sabe que era una moda, un parque realizado en terciopelo o seda negra que llevaban como adorno en la sien y parece que a veces usaban para aliviar el dolor de cabeza»
La Infanta fallecería a la edad de 57 años en el Palacio Real de Madrid, poco antes de que su hermano Carlos perdiera el trono de España y tuviera que marchar al exilio en 1808. Se desconocen las causas de la muerte. Fue inicialmente sepultada en el convento de Santa Teresa de Madrid, propiedad de las monjas Carmelitas, a las que había favorecido en vida. Tras la demolición del convento a raíz de la revolución de 1868, los restos fueron trasladados al Panteón de Infantes del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en cuya cámara octava reposan hoy.