El parón nazi que facilitó Dunkerque
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Hace 80 años, una serie de decisiones alemanas ofreció a los británicos una ventana para evacuar a miles de soldados
La noche del 26 de mayo de 1940, cerca de 400.000 soldados británicos, franceses y belgas se amontonaban en las playas de Dunkerque, al norte de Francia. Habían sido arrinconados por el ejército alemán tras su rápida ofensiva en el frente occidental, iniciada solo dos semanas antes. Con los aviones de la Luftwaffe sobrevolando sus cabezas, los combatientes permanecían a la espera de un “milagro”: ser evacuados por la Royal Navy hacia Inglaterra.
La situación era tan desesperada (el gobierno británico cifró en unos 45.000 hombres los que se podría llegar a rescatar) que en la Cámara de los Comunes se discutió sobre un posible acuerdo de paz con Hitler. Sin embargo, una inesperada decisión del mando alemán permitió que el “milagro” sucediera. Entre el 26 de mayo y el 3 de junio, la mayor parte de los soldados que esperaban en Dunkerque, unos 338.000, fueron trasladados sanos y salvos a las costas de Dover. ¿Cómo fue posible?
La guerra relámpago
La BEF, Fuerza Expedicionaria Británica (en inglés, British Expeditionary Force), desembarcó en Francia en septiembre de 1939 al mando del general John Gort para prestar ayuda a sus aliados continentales frente a un eventual ataque alemán. Tras varios meses de espera (período que se conoció como la “guerra de broma”), el 10 de mayo de 1940 comenzó la ofensiva.
El avance de la Wehrmacht fue impresionante. En solo diez días, las tropas alemanas cubrieron 250 kilómetros. Avanzaron por el norte, invadiendo los neutrales Países Bajos (15 de mayo), y por el oeste, atravesando la “impenetrable” región boscosa de las Ardenas, hasta llegar al canal de la Mancha (20 de mayo).
Como consecuencia de este ataque envolvente (Sichelschnitt, o “golpe de hoz”), las fuerzas anglofrancesas quedaron atrapadas entre Bélgica y el canal de la Mancha. Tras un intento fallido de romper el cerco por el sur (batalla de Arrás, 21 de mayo), los aliados se retiraron hasta el puerto más cercano: Dunkerque.
La suerte de Francia estaba echada (el 25 de junio se firmaría el armisticio). Pero ¿y la de Inglaterra? El gobierno británico estaba dividido. ¿Debían seguir luchando en solitario, a pesar de la demostración de fuerza germana, o había que intentar llegar a un acuerdo de paz antes de que fuera demasiado tarde?
Tras la inesperada derrota del ejército francés (hasta ese momento considerado el más poderoso del mundo) y con el grueso de la BEF a merced del enemigo en las playas de Dunkerque, una parte del gabinete de guerra pensaba que lo más sensato era negociar. El más firme defensor de esta postura era el ministro de Asuntos Exteriores, lord Halifax.
El líder conservador, que ya había apoyado la política de apaciguamiento de la Alemania nazi llevada a cabo por el ex primer ministro Neville Chamberlain, planteó la posibilidad de acercarse a Mussolini , que aún se mantenía neutral, para que actuara como intermediario en un posible acuerdo de paz con Hitler.
La opinión del premier Winston Churchill era muy distinta. El mandatario, que había sido elegido en sustitución de Chamberlain justo el día en que comenzó la ofensiva alemana contra Francia, sostenía que Hitler nunca aceptaría un acuerdo de paz con Gran Bretaña en unos términos que pudieran considerarse razonables.
Con la mente puesta en una futura ayuda por parte de Estados Unidos, Churchill confiaba en que su casi intacta fuerza aérea y naval bastaría para repeler los primeros intentos nazis de invasión. Gran Bretaña debía seguir luchando, y el primer paso para hacerlo era evacuar a las tropas de Dunkerque.
Algunos de propietarios de las embarcaciones se ofrecieron voluntarios para colaborar en el rescate
Operación Dinamo
No había tiempo que perder. Tras la derrota aliada en Arrás, las tropas alemanas avanzaban rápidamente por la costa (Boulogne, Calais) hacia Dunkerque. El plan de evacuación, conocido como Operación Dinamo, se coordinó en secreto desde el cuartel general subterráneo del castillo de Dover (iluminado por generadores dinamo, de ahí el nombre).
Se preparó una flota de unos doscientos navíos, cuarenta de ellos destructores, y se contó con el apoyo de cientos de pequeñas embarcaciones (barcos mercantes, de pesca, yates, lanchas motoras) que fueron requisadas por el gobierno. Muchas fueron tripuladas por reservistas, pero algunos de sus propietarios se ofrecieron voluntarios para colaborar en el rescate.
Aunque su intervención fue menos decisiva de lo que dice la leyenda, su ayuda fue muy valiosa. Gran parte del puerto de Dunkerque había sido destruido por la aviación alemana, por lo que se precisaban embarcaciones de poco calado para trasladar a los soldados desde la playa hasta los buques apostados en alta mar.
Mientras la operación estaba en marcha, ocurrió algo inesperado. El 23 de mayo, el general Von Rundstedt ordenó, con la autorización de Hitler, que la División Panzer que se dirigía a Dunkerque detuviera su marcha. ¿Por qué lo hizo?
La primera razón hay que buscarla en el ataque aliado en Arrás. Aunque las tropas anglofrancesas perdieron la batalla, consiguieron infligir daños a las divisiones alemanas (muchos carros de combate quedaron inutilizados). El temor a un nuevo contraataque hizo que el alto mando nazi, que no acababa de creerse su rápido éxito, decidiera actuar con prudencia. Von Rundstedt prefirió asegurar la zona y esperar a que llegara la infantería a arriesgarse a reanudar la marcha por las tierras pantanosas de Flandes.
La otra razón es que Hermann Göring, el comandante en jefe de la Luftwaffe, convenció a Hitler de que no era indispensable que los panzer llegaran hasta Dunkerque. Sus aviones frustrarían cualquier intento de evacuación por parte de los británicos.
Las tropas alemanas estuvieron tres días detenidas junto al río Aa. Los aliados aprovecharon esta imprevista tregua para descansar y reorganizarse. Franceses y belgas se prepararon para lanzar una contraofensiva, y los británicos, para ser rescatados.
Esta orden de retirada fue muy controvertida. Al no ser debidamente comunicada al general del ejército francés, Maxime Weygand, provocó muchos malentendidos y tensiones entre los dos países. El 26 de mayo, mientras las tropas francesas asumían la defensa del perímetro, miles de soldados británicos hacían cola en las playas y en lo que quedaba del puerto para subir a los buques de la Royal Navy.
La desasosegante escena la hemos visto recreada en películas como Expiación (2007), de Joe Wright, o la Dunkerque (2017) de Christopher Nolan, íntegramente dedicada a la operación, además de en la cinta homónima dirigida por Leslie Norman en 1958.
Los tres primeros días fueron caóticos. Nerviosos e impacientados por el acoso de la aviación alemana (los temibles bombarderos Stuka), las dos facciones se enzarzaron en frecuentes discusiones. Los ingleses, al ver cerca la rendición de Francia (Bélgica capituló el 28 de mayo), decidieron priorizar la evacuación de sus tropas. Los franceses, al comprobar que se les impedía embarcar y ante la poca ayuda que estaban recibiendo para contener el avance alemán (que ya había reanudado su marcha), se sintieron traicionados y amenazaron con retirarse del perímetro.
Por otro lado, los ataques de la Luftwaffe, que hundieron varios barcos, y el caos que se vivía en las playas, con soldados heridos pidiendo ayuda y otros saltándose su turno presas del pánico, hicieron que un buen número de marinos se negara a participar en la evacuación. A pesar de la imagen romántica que ha perdurado del rescate, no todo fue tan heroico. Algunas embarcaciones se dieron la vuelta antes de llegar a la costa, y otras se negaron a regresar a por más compatriotas cuando vieron lo que allí estaba ocurriendo.
Un éxito inesperado
Pasados los primeros días, la situación mejoró. El mar se mantuvo en calma, la defensa francesa continuó resistiendo y la enérgica actuación de la fuerza aérea británica consiguió contener el ataque de la Luftwaffe, bastante debilitada por operaciones anteriores y con frecuentes problemas de autonomía (los aviones partían desde bases muy lejanas).
Además, la intervención de Churchill, ordenando que la evacuación se hiciera de forma equitativa entre las distintas tropas, ayudó a calmar mucho los ánimos. El 31 de mayo, cuando el éxito del rescate estaba asegurado, la operación se hizo pública.
Dos días después, el 2 de junio, partió el último barco hacia Inglaterra. En total fueron trasladados 338.000 hombres, de los cuales 229.000 eran británicos y el resto franceses y belgas. Unos 68.000 fueron capturados o murieron durante los combates. El 4 de junio, los alemanes entraron en Dunkerque. El 22, Francia se rindió.
A pesar de la derrota, este episodio se vivió en Gran Bretaña como un triunfo. Churchill sacó un gran rédito político (neutralizó el empeño negociador de Halifax) y propagandístico de lo que, en realidad, fue un colosal desastre militar. Las pérdidas humanas y materiales fueron cuantiosas, y la posibilidad de una invasión alemana nunca estuvo tan cerca.
El 4 de junio, el primer ministro pronunció un discurso en la Cámara de los Comunes donde reconoció que “las guerras no se ganan con las evacuaciones”, pero también incluyó una patriótica proclama final que, apelando al “espíritu de Dunkerque”, caló hondo en la sociedad: “Lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas. Jamás nos rendiremos”. Gran Bretaña había perdido una batalla, pero había encontrado a un líder.