El pícaro austriaco que timó a Franco | Cultura | EL PAÍS
Ignacio Martínez de Pisón rastrea en su nuevo libro sin ficción las huellas de Albert von Filek, que hizo creer al caudillo que podía convertir el agua del río Jarama en gasolina
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Mentiroso, embaucador, timador. Albert von Filek fue un sinvergüenza, un desconocido que llamó la atención del escritor Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) por su presencia, de apenas unas líneas, en la monumental biografía del historiador Paul Preston Franco, caudillo de España. Como ya demostró en su libro Enterrar a los muertos (2005), sobre José Robles Pazos, traductor y amigo de Dos Passos, a Martínez de Pisón le atraen “los personajes secundarios a través de los cuales se puede contar la historia con mayúscula”. En su nuevo libro, El estafador que engañó a Franco (Seix Barral), el recién surgido régimen creyó “a un pícaro que aseguraba haber inventado una gasolina sintética, conseguida de una mezcla de agua del río Jarama, extractos vegetales e ingredientes secretos”. Hasta tal punto coló su pufo que “la primera ley publicada en el Boletín Oficial del Estado de protección de la industria nacional fue para favorecer el desarrollo de la de Filek, que incluía la expropiación de unos terrenos a las afueras de Madrid”, dijo por teléfono Martínez de Pisón.
Pero, ¿quién era este Filek y cómo pudo picar tan alto? Martínez de Pisón ha necesitado tres años de investigación para poder escribir “una novela sin ficción” que, con un estilo de reportaje periodístico, cuenta los delincuenciales pasos de este individuo. Albert Edward Wladimir Fülek Edler von Wittinghausen —una retahíla de nobles apellidos rimbombantes siempre viene bien para ser creíble— nació en 1889 en Austria. Bastardo en una familia aristocrática, luchó en la Gran Guerra. “Con la derrota del imperio austrohúngaro, su mundo se vino abajo. Era un superviviente que empezó a dar sus primeros golpes desde Fiume, hoy Rijeka”, aprovechando la megalómana dictadura que había implantado el poeta Gabriele D’Annunzio y que naufragó a los 15 meses.
Los fraudes que comete, solo o en compañía de otros, le hacen dar con sus huesos en varias cárceles. Cuando no, se escabulle de capital en capital europea hasta llegar a Madrid en 1931, semanas antes de proclamarse la República. “Era un tipo persuasivo, buen actor. Un estafador a la antigua, que sabe la importancia de la velocidad de actuación para que los demás no conozcan lo que hace”. Una viuda con dinero, una pareja próspera, un comerciante con ínfulas, un padre desesperado por conocer el destino de un hijo en un campo de concentración nazi… cualquiera le servía para darles el sablazo y desaparecer. Un seductor también en lo personal: “Fue un mujeriego, acusado incluso de bigamia. Cuando está en la cárcel en Madrid tiene una novia de Béjar, pero luego se casa con una granadina, Mercedes Domenech, que le acompañará hasta el final de su vida, en Hamburgo en 1952”, explica Martínez de Pisón.
Escritor de una veintena de libros, premio Nacional de Narrativa, Martínez de Pisón ha hallado en la prensa española y extranjera de la época y en archivos de media docena de países las escasas y borrosas huellas de Filek. Ha evitado componer una novela histórica con diálogos o digresiones inventados. En su libro no hay otras voces, solo su reconstrucción de una vida con lo que encontró. “No se puede dar la espalda a lo que hay que reconocer. Un escritor debe marcarse unas reglas, yo no puedo inventar, sino conjeturar, y cuando lo hago lo digo”.
Tras varios engaños de medio pelo con su gasolina mágica, Filek decide marcarse un gran farol. Lo intenta con el Gobierno de derechas de la República, en 1935, pero fracasa. Sube la apuesta, ya en la guerra, con el Ejecutivo del socialista Largo Caballero. El tiro le sale por la culata. Alguien rastrea sus antecedentes y acaba encarcelado por ser sobrino del jefe del espionaje austriaco en la I Guerra Mundial, “aunque no hay constancia de que fuera así”. Filek vive un proceso a lo Josef K. “Lo increíble de su periplo carcelario es que es absuelto, pero lo trasladan de una prisión a otra hasta que vuelve a ser absuelto, aunque sin cambios. Había una orden superior de no dejarle en libertad bajo ningún concepto”.
En sus más de dos años de reclusión, Filek se relaciona con protagonistas del nuevo régimen de 1939, entre ellos Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, y no deja ocasión de proclamar su adhesión a los golpistas. Cuando acaba la guerra, los gerifaltes de una España necesitada de petróleo y combustibles, le escucha. “La credulidad del franquismo habla también de sus miserias, que ve la gasolina de Filek como un milagro”. La prensa corrió a sumarse a la euforia con titulares como “Un gran invento nacional» o «Hacia la autarquía en materia de carburantes”. Los diarios franceses eran más escépticos: “El nuevo carburante español se fabrica con agua y zumos vegetales” o “Gasolina sintética sí… con un 75% de agua, no”.
Con todo preparado para la nueva industria, un análisis de una comisión de expertos de la Escuela de Minas descubre que la filekina, como la llamaba el propio caudillo, es un tocomocho que “carece de fundamento científico”. Filek prueba, desde marzo de 1941, las cárceles del franquismo, que prefirió echar tierra sobre el asunto “para no exponerse al ridículo”, apunta Martínez de Pisón. El estafador fue deportado a Alemania cinco años después, con la etiqueta de un posible pasado nazi para agradar a los aliados. Otra mentira de la vida de Filek.
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