El primogénito de Carlos III apartado del trono de España por ser un «imbécil incurable»
Carlos III retratado como cazador por Goya y su hijo Felipe Antonio Pascual.
Felipe Antonio Pascual estaba destinado a ser rey, pero su salud débil y enfermiza provocó que su padre le inhabilitara en favor de Carlos IV.
A lo largo de su vida, Carlos III desarrolló una intensa actividad física manifestada en sus jornadas de caza diarias. Más allá de una pasión desorbitada, el monarca consideraba que el ejercicio, combinado con una correcta alimentación, podía evitarle los males congénitos que abordaban a su familia: su padre, Felipe V, padeció todo tipo de locuras y delirios, como también le sucedió a su hermano Fernando VI, víctima de un trastorno neurológico que se disparó en el último año de su reinado, tras la muerte de su esposa Bárbara de Braganza.
Si bien el bautizado como «mejor alcalde de Madrid» —y eso que solo pasaba una media de ocho semanas al año en la capital del reino, pues tenía predilección por los palacios de Aranjuez y La Granja, excelentes cotos de caza— logró morir cuerdo, su primogénito varón no conseguiría esquivar las demencias borbónicas, agravadas tanto en su caso que hasta se le apartó de la sucesión al trono que le hubiera correspondido por derecho natural. Según los testimonios de la época, Felipe Antonio Pascual de Borbón y Sajonia era un «imbécil incurable».
El infante nació el 13 de junio de 1747 en Portici, Nápoles, cuando su padre ya llevaba más de una década luciendo el título de soberano de las Dos Sicilias —durante su reinado condujo relevantes progresos como suprimir la servidumbre, unificar las leyes y la administración, mejorar las infraestructuras o impulsar las excavaciones arqueológicas en Pompeya y Heculano—. Fue, al fin, el primer varón del matrimonio forjado entre Carlos III y la princesa María Amalia de Sajonia después de cinco hijas. En total, tuvieron trece vástagos, de los que solo la mitad llegarían a la edad adulta.
‘Carlos III renuncia a la corona de Nápoles’, un cuadro de Michelle Foschini.Museo del Prado
De Felipe Antonio Pascual, al principio, se dijo que era un niño «robusto y bien formado». Su tío, el rey Fernando VI, le concedió el rango de infante de España, que se sumaba al título de príncipe de Nápoles y Sicilia. Pero desde muy pronto empezó a dar síntomas de una salud débil y enfermiza, sufriendo constantes episodios de crisis epilépticas. Según las fuentes de la época, tenía la cabeza excepcionalmente grande, era completamente bizco y evidenciaba un retraso mental. Incluso se dice que era incapaz de articular palabra.
Impulsos sexuales
Cuando Fernando VI expiró su último aliento en el verano de 1759, concluyendo al fin su endiablada agonía, el trono español pasó a manos de su hermanastro Carlos III, nacido del segundo enlace de Felipe V con Isabel de Farnesio. Y la primera medida que adoptó el nuevo rey fue inhabilitar a su primogénito como sucesor y heredero de la corona. Una decisión amparada en la discapacidad intelectual que le había sido diagnosticada al pobre Felipe Antonio Pascual, quien, siendo consciente o no, vio cómo ese rechazo que le brindó su progenitor le empujó a un lugar totalmente residual en la historia de España.
El beneficiado de este ardid, el segundo varón en la línea de descendencia, fue el futuro Carlos IV, al que las Cortes juraron como príncipe de Asturias. Su hermano pequeño, Fernando, heredaría el reino de Nápoles. Y de la misma forma que desechó a Felipe Pascual para que ejerciese cualquier gobierno en España o en las Dos Sicilias, Carlos III retorció las leyes para que su segundo hijo, el mismo que terminaría abdicando unas décadas más tarde en la figura de Napoleón, se asegurase la proclamación como monarca.
Carlos III de joven, por Jean Ranc.Museo del Prado
Carlos IV incumplía la cláusula impuesta por Felipe V de «nacer y ser educado en suelo español» para poder ser rey de España. También había dado su primer llanto en la localidad italiana de Portici, en noviembre de 1748. El «mejor alcalde de Madrid» vio en su hermano, el extravagante infante don Luis Antonio, exclérigo y conde de Chinchón —enredado siempre en peripecias amorosas—, y en sus hijos una amenaza a su linaje. Por eso dio luz verde a su casamiento con una mujer que no fuese de la realeza y redondeó la jugada con una ley firmada en 1776 que regulaba con dureza los matrimonios socialmente desiguales.
Mientras tanto, el rechazado Felipe Antonio Pascual, destinado a conformarse con el título de duque de Calabria, quedó internado en el palacio real de Caserta, alejado de la corte napolitana. Fue vigilado durante el resto de su vida, especialmente para controlarle los impulsos sexuales que derivaban en asaltos a las mujeres que deambulaban por los pasillos de la residencia. Falleció el 17 de septiembre de 1777, a los 30 años, a causa de los efectos de una viruela. Su muerte, describió el abad Galiani, «fue realmente considerada como un suceso afortunado dada su condición de imbécil incurable».
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