El secreto militar de Alejandro Magno que revolucionó las legiones romanas
El grueso de los historiadores atribuye al rey Servio Tulio la adaptación de la falange como herramienta para defender la Ciudad Eterna
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La vieja Ciudad Eterna no estuvo liderada siempre por los Adriano o los Cómodo de rigor. Hubo un tiempo, entre los siglos VIII y VI a.C., en el que sus habitantes eran regidos por una monarquía, y es ahí donde muchos historiadores señalan el origen más remoto de las legiones. Aunque, como siempre, resulta complejo establecer cómo eran por entonces los contingentes. El cronista Dionisio de Halicarnaso dejó escrito en su ‘Historia antigua de Roma’ que la columna vertebral del ejército la formaba el rey junto a su guardia personal. En total, tres centenares de jinetes aportados por las diferentes ‘gens’; una agrupación social que comprendía a varias familias emparentadas.
Con todo, la tradición y la mayor parte de los expertos atribuyen a Servio Tulio, nacido en el siglo VI a.C., el honor de haber puesto los pilares de las futuras legiones. En sus múltiples ensayos históricos sobre el tema, el investigador del Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Díaz, mantiene que el sexto rey de Roma impulsó una ingente cantidad de reformas que trasformaron desde la raíz más profunda a la sociedad. En sus palabras creó nuevas tribus, instituyó un censo de ciudadanos, impulsó el perfeccionamiento de las centurias y, a nivel militar, introdujo el denominado sistema de falange.
Hoplitas romanos
Tito Livio, el cronista del siglo I a.C., corrobora en su magna ‘Ab urbe condita’ que los romanos optaron por «una formación en falange, similar a la macedónica» durante los primeros tiempos. Los contingentes, en esencia, estaban formados por infantería pesada –hoplitas– imbuida por dos máximas: el mantenimiento del frente y la protección del compañero. El sistema no era nuevo, sino que había nacido en la Grecia del siglo VIII a. C. «La evidente superioridad militar del armamento y de las tácticas hoplíticas hizo que estas fueran adaptadas por diferentes pueblos con los que los griegos mantenían frecuentes relaciones. A Roma, sin embargo, llegó a través de los etruscos», explica el historiador Jorge Martínez-Pinna en ‘La introducción del ejército hoplítico en Roma’.
Aunque la máxima del profesor Martínez-Pinna no se centra en este entramado, sino en la idea de que no fue Servio Tulio quien introdujo esta ingente cantidad de novedades, sino uno de sus predecesores, Tarquinio Prisco. El porqué queda para otro artículo. Lo que está claro es que el sistema de combate durante esta época, y hasta las reformas impuestas por Marco Furio Camilo casi dos siglos después, consistía en una línea única de infantería apoyada por tropas auxiliares encargadas de proteger los flancos a golpe de dardos y hondas. La caballería, por su parte, la formaban los ciudadanos más acaudalados.
Son muchos los expertos que se han zambullido en esta época. El historiador Crispín Atienzar Requena, por ejemplo, explica en su dossier ‘¿Hoplitas en la Roma del siglo V a.C.?’ que la principal fuente de la bebe toda la historiografía para corroborar que la Ciudad Eterna se valió de un ejército hoplítico hay que buscarla en el ‘Ineditum Vaticanum’. Esta fuente latina, anónima por cierto, reproduce una supuesta conversación entre un tal Cesón y un legado cartaginés sobre el sistema de combate de la época:
«Así es como somos los romanos, y lo que voy a decirte es tan notorio que puedes comunicárselo tal cual a tus conciudadanos: con aquellos que nos hacen la guerra estamos dispuestos a combatir según sus propias reglas, y aun cuando se trate de costumbres ajenas, superamos incluso a los que están habituados a ellas desde siempre. Los tirrenos solían luchar con nosotros con escudos de bronce y su táctica era la falange, y no el manípulo; pero nosotros, cambiando nuestro armamento y sustituyéndolo por el suyo, dispusimos nuestras tropas contra ellos, y enfrentándonos a unos hombres acostumbrados desde antiguo a combatir en falange, salimos victoriosos».
De armas y ocaso
Martínez-Pinna define de forma pormenorizada el sistema de reclutamiento de aquel primer ejército. Este giraba entorno a los tres categorías sociales que existían en la Roma de entonces: caballeros; ‘classis’ única –todos aquellos capaces de costearse el armamento para ir a la guerra– e ‘infra classem’ –exentos del servicio militar por la falta de recursos–. Al parecer, fueron solo los acomodados a nivel económico, aquellos que podían pagar la panoplia hoplítica, los que acudían al frente.
Los autores clásicos también apoyan esta teoría al describir la panoplia que portaban los soldados al acudir al frente. Dionisio de Halicarnaso, una vez más, afirmó que contaban con una suerte de ‘aspis’, el escudo por antonomasia del hoplita heleno. Tito Livio hizo otro tanto. En palabras de Atienzar, este cronista lo denominó ‘clipeum’. «Livio destaca el gran tamaño del ‘clipeum’ como una oposición al ‘párme’. […] Este escudo, que también utilizarían ciertos jinetes, era de uso individual. ‘Clipeum’, en cambio, era el escudo de la cohesión y de la armonía, redondo y grande, muy similar al ‘aspis’», explica el experto. Con todo, baraja también la posibilidad de que el ejército hoplítico no haya sido más que una exageración de las fuentes.
El ocaso de este sistema llegó durante el largo enfrentamiento contra la ciudad etrusca de Veyes, ubicada apenas a 16 kilómetros de Roma. Durante los inicios del siglo V a.C., y al calor del cónsul Marco Furio Camilo, fueron alumbrados los manípulos. Así lo escribió Tito Livio:
«La formación en falange, similar a la macedonia de los primeros días, fue abandonada en favor de la formación en manípulos […]. La línea más importante estaba compuesta por los asteros […]. Esta línea de vanguardia la formaban los jóvenes en la flor de la juventud, justo al cumplir la edad suficiente para el servicio. Tras ellos forma un número igual de manípulos, llamados ‘príncipes’, compuestos por hombres en su pleno vigor vital, todos portando ‘scutum’ y equipados con panoplia completa. […] Detrás de ellos […] formaban quince manípulos divididos en tres filas […] A las primeras se las llamaba pilum. […] El primer estandarte era seguido por los ‘triarios’, veteranos de probado valor; el segundo por los ‘rorarios’, hombres de menor habilidad por su edad y disposición; al tercero lo seguían los ‘accensi’, de los que menos se esperaba y que, por tanto, se situaban en la línea más retrasada».
Esta modificación dio mayor movilidad al ejército romano en contra de la vieja falange y, según otros tantos autores, alumbró a la legión romana tal y como hoy la conocemos.
Origen: El secreto militar de Alejandro Magno que revolucionó las legiones romanas