28 marzo, 2024

El submarinista que salvó la catedral de Winchester

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El rey Jorge V dijo de él que había salvado “con sus dos manos” la catedral de Winchester. El arzobispo de Canterbury le bautizó como el “submarinista trabajador”. El héroe en cuestión se llamaba William Walker (1869-1918), y fue el buzo que trabajó incansablemente durante seis años bajo el agua, a más de seis metros de profundidad y prácticamente sin visibilidad, para salvar la famosa iglesia.

Incontables toneladas de cemento, hormigón y ladrillo, colocadas por un solo hombre durante más de un lustro, evitaron que el edificio se sumergiera completamente en el barro.

De mal en peor

Miles de turistas visitan cada año la catedral de Winchester, en el condado de Hampshire, al sudeste de Inglaterra. Pero pocos saben que estaba prácticamente en ruinas a principios del siglo XX debido a sus inestables cimientos, que descansan sobre un lecho de agua. En los siglos precedentes, el peso de la construcción los había hundido y desestabilizado, con lo que se presentaron grietas cada vez más preocupantes en sus muros.

A menudo, las localizaciones más bellas para edificar –como en este caso, en un paisaje verde junto a un río– son las menos adecuadas desde un punto de vista estructural. La catedral de Winchester se había levantado sobre las ruinas de una iglesia cristiana, pero el subsuelo bajo esta era de grava y carbón natural.

Dibujo de la catedral de 1723.

Dibujo de la catedral de 1723. (Dominio público)

Esta característica no se percibió como un problema en aquel momento, aunque lo fue con el paso de los años: el suelo se comprimía y cedía bajo el peso de los muros. La primera víctima fue la torre central, que cayó en 1107 y quedó completamente destruida. Este sería el primero de los síntomas de una degeneración arquitectónica que duraría cientos de años.

Entre los siglos XIV y XV la nave principal fue remodelada, en un intento por evitar la imparable aparición de grietas y desprendimientos. Pero poco después, la capilla estuvo en tan mal estado que hubo que reconstruirla. Pasaron más de dos centurias hasta que, finalmente, un equipo de arquitectos examinó el edificio para constatar cuál era su estado.

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Pronto advirtieron que el origen de todos los problemas radicaba en los cimientos, que no dejaban de ceder. Pero en lugar de intentar solucionarlo, se dedicaron a disimular desperfectos aquí y allá. Tan solo restauraron dos de los pilares en la nave central para reforzar el conjunto, mientras el estado general de suelos y muros empeoraba cada día.

Fox y Jackson desistieron al cabo de un año: era necesaria otra táctica para salvar el edificio

Esperanza bajo el lodo

A principios del siglo XX la catedral estaba en unas condiciones lamentables, con enormes grietas en las paredes internas y desprendimientos en la cripta y el ala oeste. El trascoro añadido en el siglo XII y el muro de la cara sur estaban visiblemente inclinados. Se temía que todo se desmoronara en cualquier momento.

El nivel de alarma entre la ciudadanía y la comunidad religiosa era tan grave que los responsables de la iglesia contrataron al ingeniero Francis Fox y al arquitecto T. G. Jackson para que intentasen solucionar la cuestión.

Sus análisis no dieron un resultado muy esperanzador: la capa de grava que había servido de base al edificio original se había desplazado de forma considerable hacia el este, en dirección al canal principal del río Itchen. Los obreros que habían restaurado los desperfectos de la catedral en el siglo XIII intentaron repartir el peso, poniendo troncos de madera entrelazados en los cimientos, pero el alto nivel del agua impidió que el invento funcionara.

Fox y Jackson se encontraron con que la base de la estructura ya estaba sumergida a más de seis metros de profundidad en el lodo. La situación era extremadamente delicada.

Coro de la catedral de Winchester.

Coro de la catedral de Winchester. (Photo by DAVID ILIFF. License: CC BY-SA 3.0)

El arquitecto y el ingeniero estuvieron de acuerdo en que el edificio debía ser apuntalado, reemplazando los cimientos medievales por hormigón y ladrillo, justo por debajo de la capa de grava. Pero antes tuvieron que asegurar la iglesia para iniciar las obras. Para ello, instalaron andamios en el interior, sujetando paredes y pilares, y revistieron el exterior de madera. Se inyectó cemento líquido en los muros y se atravesaron barras de acero para reforzarlos.

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Los trabajos de apuntalamiento comenzaron en 1905. Era una labor lenta, dura y complicada. Había que perforar el suelo, extraer los troncos y la grava, y rellenar el hueco con materiales de construcción más modernos. Una y otra vez, por toda la base del conjunto. El problema era que, al estar los cimientos sumergidos en terreno húmedo, los agujeros cavados se llenaban de agua y dificultaban enormemente la tarea. A la velocidad a la que avanzaban, la obra podía durar varios decenios.

Un héroe en el barro

Fox y Jackson desistieron al cabo de un año, conscientes de que era necesaria otra táctica para salvar el edificio. A Fox se le ocurrió que un submarinista podría descender hasta los cimientos para colocar más rápidamente el hormigón y las bolsas de cemento. Cuando su plan se hizo público, los periódicos de la época lo definieron como “una tarea hercúlea”.

El ingeniero y el arquitecto acudieron a una renombrada empresa británica de buceo, la Siebe Gorman & Co. Se trataba de un grupo de élite que anteriormente ya había desarrollado equipos subacuáticos para proyectos de rescate de la Marina. Se hacían llamar “ingenieros submarinos”.

La cripta de la catedral de Winchester sufre frecuentes inundaciones.

La cripta de la catedral de Winchester sufre frecuentes inundaciones. (David Spender / CC BY 2.0)

Dos de ellos fueron contratados para trabajar en la catedral, en turnos de seis horas, cinco días a la semana. Aunque enseguida pudo comprobarse que uno trabajaba más del doble que el otro, por lo que se prescindió del segundo. El buzo que se había quedado solo para apuntalar manualmente la catedral de Winchester, sumergido en el fango y sin apenas visibilidad, era un hombre de 36 años llamado William Walker.

Del fango a la gloria

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Sus jornadas de seis horas y cinco días a la semana continuaron durante años. Y esto, en una época en que la tecnología de los equipos de buceo apenas estaba desarrollada (los trajes eran metálicos, extremadamente pesados). Pero, aun así, cada fin de semana a Walker le quedaban fuerzas para ir en bicicleta hasta la ciudad de Croydon, a 125 kilómetros de allí, donde estaba su familia.

En 1911 terminó finalmente su cometido: había rellenado por sí solo los cimientos de todo el edificio. Lo que, en cifras, se traducía en colocar 25.000 sacos de cemento, 115.000 bloques de hormigón y 900.000 ladrillos. Su gesta se publicó en todos los periódicos del país. Walker se convirtió en un héroe mediático al instante: el buceador que había salvado la catedral de Winchester.

A lo largo del año siguiente, ya finalizadas las obras de apuntalamiento por parte del submarinista más famoso de la historia de Inglaterra, varios cientos de albañiles terminaron las tareas de restauración (aunque ninguno de ellos sería particularmente recordado por ello).

Busto en homenaje a William Walker.
Busto en homenaje a William Walker. (WyrdLight.com)

El 15 de julio de 1912, el rey Jorge V y la reina María de Teck visitaron la renovada iglesia y asistieron al sermón del arzobispo de Canterbury. Este agradeció públicamente los esfuerzos del “trío de hombres formidables” (Thomas Jackson, Francis Fox y William Walker).

Pocos meses después, Jorge V –que casualmente había tenido al submarinista como instructor años antes, cuando el futuro monarca todavía era cadete en la Marina– quiso premiar oficialmente la gesta del buzo nombrándole miembro de la Real Orden Victoriana. Destacaba en su discurso que Walker había “salvado la catedral con sus dos manos”.

Walker no disfrutaría durante mucho tiempo de su éxito. La llamada gripe española acabó con su vida en 1918, tan solo siete años después de su proeza en Winchester. Pero su recuerdo perdura todavía en la catedral.

Origen: El submarinista que salvó la catedral de Winchester

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