21 noviembre, 2024

El testimonio que comprueba que los nazis no son los únicos responsables del Holocausto – Historia – culturacolectiva.com

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Desde hacía algunos meses sabían que escapar de una muerte violenta les sería casi imposible. Por aquellos días el temor pasó a ser un componente más del aire que la mitad de la población de Jedwabne respiraba. En aquella difícil época muchos intentaron defenderse, pero la masacre ya tomaba forma propia. Las tensiones lograron que un día la mitad del pueblo matara a sangre fría a la otra mitad. En medio de la guerra, ese fue el terrible día en el que los asesinos —más allá de ser hombres anónimos con uniforme que obedecían órdenes— trabajaban, daban caminatas por las calles, iban al mercado o a la escuela todos los días junto a los que más tarde serían sus víctimas.

La Masacre de los Judíos de Jedwabne permaneció como uno más de los “secretos a voces” que Polonia guardó durante muchos años. Si se llegaba a mencionar, se hacía como si se tratara de una atrocidad más de los nazis contra los polacos durante la Segunda Guerra Mundial. No obstante, la realidad fue otra aquel 10 de julio de 1941. A tempranas horas de esa mañana, los varones de ascendencia judía recibieron la orden de presentarse en la plaza central del pueblo para realizar labores de limpieza. Como no era la primera vez que este grupo se veía obligado a realizar dichos trabajos, la orden pasó desapercibida y un número considerable de hombres acudió al llamado. Sin embargo, las cosas no fueron como de costumbre: armados con hachas, mazos erizados con clavos y cuchillos, otro grupo numeroso de hombres “completamente polacos” —como ellos mismos se denominaban— los rodeó.

El primer acto, según dicen los testigos, fue el más sencillo de todos: 75 jóvenes judíos fueron elegidos para que cargaran la escultura de Lenin que los rusos erigieron en el centro del pueblo pocos años atrás; después, fueron obligados a cavar un hoyo lo suficientemente grande para que tanto la estatua como ellos mismos una vez asesinados cupieran. Paralelamente, otro grupo de polacos sacaban a las mujeres, niños y ancianos de sus casas a golpes y hachazos. A algunos los dirigieron al río para que se ahogaran “por su propia voluntad”, y a otros los llevaron a la misma plaza. No había forma de escapar, al espectáculo acudieron polacos de todas las edades provenientes de aldeas vecinas, ellos ayudaron a vigilar desde las entrañas del bosque que ningún judío pudiera escapar del inevitable destino que les arrebataría la vida.

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Por su parte, los ritmos del acordeón y la flauta construyeron la melodía de horror que se cruzaba con el compás de los gritos y el llanto de las víctimas. Mil 500 judíos debían ser asesinados aquel día, aunque los polacos no tardaron en darse cuenta de que con medios tan rudimentarios como las hachas y los cuchillos sería casi imposible. Había pues que quemarlos vivos a todos. De esa forma, los judíos que restaban y que no murieron consumidos por el fuego, lo hicieron víctimas de asfixia.

La historia anterior se conoce gracias a los testimonios en los archivos judiciales de la Provincia de Lomza en Polonia que el historiador y sociólogo Jan T. Gross analizó en su obra Vecinos. En esta obra Gross plantea que el Holocausto no fue un sólo acto implementado por los nazis, sino que se conformó de pequeños actos locales no forzados producto de las tensiones históricas de la región. La Masacre de Jedwabne no surgió de la nada. El asesinato de esas mil 500 personas tuvo componentes más profundos, de acuerdo con el historiador Marc Ferro dichos elementos tuvieron relación con el resentimiento que las sociedades occidentales desarrollaron contra los judíos desde siglos atrás. Con la expansión del cristianismo en la época de Constantino, y su posterior popularización en el siglo XII se consolidó el odio hacia los “enemigos de Cristo” como parte de la identidad cultural de muchos. La persecución se recrudeció durante la Edad Media: en el imaginario de las personas se insertó la idea de que los judíos envenenaban pozos y participaban en asesinatos rituales de niños y mujeres vírgenes.

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Estas ideas se transmitieron generacionalmente a buena parte de la población europea cristiana. “Había llegado la hora de pasar factura a quienes crucificaron a Jesús, nos lo habían enseñado en la escuela”, explicó uno de los perpetuadores de la masacre de Jedwabne durante los juicios llevados a cabo ocho años después y resueltos en un solo día —hecho por el cual Gross deduce que se trató de un caso de poca importancia para la jefatura de seguridad. ¿Pero se trató de una venganza religiosa solamente? Las investigaciones de Gross nos dicen que no.

Desde hacía más de 300 años, muchos de los pueblos en Polonia estaban habitados por una cantidad considerable de judíos ,cuyas actividades económicas descansaban principalmente en el sector servicios y en el comercio. La interacción entre estos y los polacos era armoniosa. Dicha armonía se debía a que los judíos nunca dejaron de pagar a las autoridades del ayuntamiento un impuesto especial con tal de asegurar su protección. Pero en 1939, la Segunda Guerra Mundial estalló, y el 23 de agosto de ese año Joachim von Ribbentrop y Vyacheslav Molotov —ministros de asuntos exteriores del tercer Reich y de la URSS respectivamente— firmaron el tratado de no agresión germano-soviético, que no era más que la forma en la que se le permitió a Hitler invadir Polonia sin el riesgo abierto de tener enemigo en el este a la Unión Soviética.

Los alemanes invadieron el oeste de Polonia y los rusos el este. Jedwabne estaba en el este y dado que la mitad de la población del lugar era judía, un número considerable de personas fue reclutado para trabajar con la nueva administración soviética. Mientras, un grupo de polacos se organizaba en Jedwabne clandestinamente a través de las Fuerzas Armadas Nacionales (NSZ) para echar a los rusos fuera. La organización de corte nacionalista fue descubierta en 1940 por los soviéticos; sólo hubo arrestos y unos cuantos papeles desenterrados en el bosque, el lugar donde este grupo escondió sus manifiestos.

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Pero el 10 de julio de 1941 algo más aconteció: ocho miembros de la Gestapo arribaron al pueblo, y junto con ellos la noticia de que Alemania se apoderaba de esa “mitad soviética” en Polonia. La presencia de los alemanes en el lugar legitimó la acción que los polacos cometieron contra los judíos: a los primeros les convenía mostrar su simpatía hacia los germanos, rechazando todo aquello que con anterioridad hubiese tenido relación directa con los soviéticos. Se sabe que los miembros de la Gestapo se limitaron a tomar fotografías y resguardar a algunos judíos en su cuartel —paradójicamente, ese día éste fue el lugar más seguro para un judío. La masacre fue coordinada por el alcalde del pueblo con el propósito de expropiar los bienes de los judíos: ellos fueron exterminados, peros sus pertenencias y propiedades quedaron intactos. ¿Qué vino después? De acuerdo con lo investigado por Jan T. Gross, a partir del 10 de julio la rutina de administración alemana fue restablecida. Los pocos judíos que lograron escapar de la masacre fueron encerrados en el gueto de Lomza. Sólo 12 personas sobrevivieron a la guerra.

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Desafortunadamente, el siglo XX estuvo marcado por genocidios que cambiaron a la humanidad. Debemos conocer y recordar cada uno de ellos, para tener siempre en mente que jamás será válido atentar en contra de la vida de millones sólo por ganar guerras inútiles y despiadadas.

Origen: El testimonio que comprueba que los nazis no son los únicos responsables del Holocausto – Historia – culturacolectiva.com

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