‘El vampiro de Hannover’ y su mordisco de la muerte
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Karl “Fritz” Haarmann mató a 24 víctimas a las que mutiló y arrancó la nuez de Adán
“Mis crímenes no eran solamente para sacar un beneficio económico, sino que estaba motivado por un momento de frenesí erótico, que me conducía a matar para satisfacer mis irrefrenables deseos”. La confesión minuciosa y sin emoción de Karl “Fritz” Haarmann ante el tribunal, dejó estupefacta a la sala. Durante seis años las autoridades habían querido dar caza a uno de los psicópatas alemanes más buscados. Un asesino en serie que aterrorizó a la población germana hasta el punto de apodarle ‘El vampiro de Hannover’ o ‘El carnicero’.
Porque además de vejar y mutilar a sus víctimas, un total de 24 aunque pudieron ser más, Fritz utilizaba como estocada final el llamado “mordisco del amor”. Aquella mordedura arrancando la nuez de Adán llevaba a la persona directamente a la muerte.
Su madre y el sexo
Nacido en Hannover (Alemania) en 1879, Friedrich Heinrich Karl “Fritz” Haarmann tuvo una infancia de lo más convulsa. De familia humilde y sin recursos, el pequeño desarrolló una fuerte timidez e inseguridad que le llevó a refugiarse en los brazos de su madre. Mientras que su padre le castigaba por pasar más tiempo con niñas o por entretenerse con juguetes más ‘femeninos’; su madre le cuidaba como si fuese una niña. Le vestía como tal. Y aquello a ojos del padre, era inconcebible. Por eso, Fritz comenzó a sufrir brutales palizas y su madre se convirtió en su refugio.
Aunque como aseguró años más tarde a la policía, en realidad acabó obsesionándose con la matriarca y desarrollando una especie de amor enfermizo que le llevaba a fantasear sexualmente con ella. A esto habría que sumarle sus inclinaciones homosexuales.
Si en casa todo era negativo, en el colegio la situación tampoco mejoró. Porque el muchacho no mostraba dotes para el estudio y no había forma de enderezarle. El único modo que sus padres encontraron para que se reformase fue internarle en una academia militar a los dieciséis años. No duró mucho. Una serie de problemas médicos le llevaron de vuelta a casa.
Aquí fue cuando tuvo el primer contacto con la policía: le ficharon por acosar a otros adolescentes e intentar abusar de ellos. A raíz de aquello, le diagnosticaron un trastorno mental y le ingresaron en el sanatorio de Hildedheim. Corría el año 1898. Tiempo después y tras considerarle apto para vivir en sociedad, se reinsertó, pero inició una época como estafador y ladrón.
Vivió dos años en Suiza antes de regresar a Alemania, y durante este período vivió bajo un nombre falso y volvió a enrolarse en el ejército. Pero una vez más, le rechazaron por temas médicos.
A la vez seguía con su carrera como estafador y ladrón y, por tanto, entrando y saliendo de la comisaría y de la cárcel muy frecuentemente, montó una tienda que cerró pocos meses después gracias a una pensión de invalidez. Finalmente, la policía terminó por utilizarle como informante debido a su perfil delictivo a partir de 1918. Fritz les pasaba toda clase de información y a la vez, obtenía un salvoconducto para continuar cometiendo sus tropelías.
El informante asesino
Sin embargo, el 25 de septiembre llegó el primer crimen. Haarmann ya no se limitaba a perpetrar robos, fraudes y a desarrollar negocios de contrabando (el de carne fue uno de ellos), sino también a matar para satisfacer sus más bajos instintos. La víctima fue Friedel Rothe de 17 años que previamente se había fugado de casa. Como hubo testigos que les vieron juntos, la policía consiguió irrumpir en su domicilio. No encontraron a Friedel cuya cabeza estaba escondida tras la estufa, pero sí a un menor de 13 años desnudo en su casa. La justicia le acusó de abusos sexuales y fue condenado a nueve meses de prisión.
En diciembre de 1920, una nueva colaboración como informante en otro caso policial llevó a Fritz a quedar en libertad. A partir de entonces, llevaría un doble juego manejando a las autoridades a su antojo.
Aunque en el juicio solo se llegaron a demostrar 24 víctimas, la policía aseguró que fueron más de 100 los jóvenes asesinados por Haarmann. Un hombre con un modus operandi muy concreto.
Su lugar preferido para escoger a sus víctimas era la estación de tren. Durante horas, Fritz merodeaba por los pasillos del recinto en busca de jóvenes que cumpliesen su perfil. El nexo en común de todos ellos era que procedían del mundo rural. De hecho, la mayoría eran muchachos que se habían escapado de casa y que arribaban a Hannover en busca de una oportunidad laboral. Otro detalle en esta selección era el color de la camisa. Tenía que gustarle. Después, se les acercaba con la excusa de ser inspector de policía y de llevarles a comisaría para su identificación.
El ‘mordisco del amor’
Ellos, asustados e intranquilos, pedían clemencia y ayuda. Fritz, por su parte, se mostraba compasivo accediendo a ayudarles, y a ofrecerles alojamiento y trabajo. Así era como conseguía conducirles hasta su domicilio en la calle Rote Reilhe. Una vez dentro, les drogaba preparándoles algo de comer y beber. No tardaban en caer fulminados por los narcóticos.
Aprovechándose del estado de inconsciencia y de la incapacidad de las víctimas para defenderse, Fritz perpetraba toda clase de golpes, vejaciones y abusos sexuales. Para después, mordisquear el cuello seccionando la carótida. Su fantasía era beber la sangre que manaba de la herida mientras seguía con las mutilaciones. De hecho, su golpe final era el llamado “mordisco del amor”. Es decir, dentelleaba la nuez de Adán hasta extirparla del cuerpo. Tras desmembrar los cuerpos, terminaba por arrojarlos al río Leine.
Aunque hubo una teoría que circuló en aquella época y que jamás pudo demostrarse: Fritz podría haber comerciado con la carne de sus víctimas en el mercado negro. Y es que, parece ser que nadie supo jamás la procedencia de dicho alimento.
Años más tarde, concretamente el 17 de mayo de 1924, comenzaron a encontrarse restos de cráneos en el citado río y la ciudad alemana entró en pánico. Sobre todo cuando trascendió que dichos restos pertenecían a jóvenes de hasta 20 años que habían sido descuartizados y asesinados salvajemente. La presión social era muy grande. En aquel momento había más de 600 niños desaparecidos y el rumor de la posible venta de carne humana, disparaba todas las alarmas. La policía empezó a investigar.
Vaciaron gran parte del río Leine y se toparon con huesos humanos de unos veintidós cuerpos distintos. Preguntaron a su fiel informante Fritz, pero éste les daba pistas falsas lo que llevó a las autoridades a poner el ojo en su colaborador. Tras realizarle un seguimiento y corroborar que estaba intentando engañar a un niño que vagabundeaba por la estación de tren, los agentes procedieron a su detención y al registro de su domicilio.
En la casa se encontraron multitud de objetos de las víctimas, así como manchas de sangra en la pared. Parecía que había pruebas suficientes para acusarle de secuestro y asesinato. Pero faltaba su confesión. Ésta llegaba durante el interrogatorio.
¿Venta de carne humana?
Fritz confesó haber asesinado entre 50 y 70 jóvenes durante los últimos seis años, e incluso, dio detalles de sus nombres y circunstancias personales (la mayoría eran chicos fugados de sus casas). La prensa alemana le bautizó como ‘El vampiro’ o ‘El carnicero de Hannover’ y la expectación era máxima por ver cómo se desarrollaría el juicio. Éste se inició el 4 de diciembre de 1924 y durante catorce días pasaron más de 200 testigos para probar que Fritz era el responsable de la desaparición de al menos 27 jóvenes. Solamente pudieron probarse 24 debido a las evidencias físicas halladas en su domicilio.
Durante su declaración, el acusado relató con pelos y señales cada uno de los crímenes. Incluso ironizó cuando el abogado general Wilde le preguntó si había matado a más personas. “¿Cómo quiere que lo sepa? Usted dice veinticuatro. Pongamos entonces veinticuatro. Puede que sean más, puede que sean menos”, dijo.
Entre las declaraciones más sorprendentes, nos encontramos con la siguiente: “Mis crímenes no eran solamente para sacar un beneficio económico, sino que estaba motivado por un momento de frenesí erótico, que me conducía a matar para satisfacer mis irrefrenables deseos”.
Según los psiquiatras que le analizaron, Fritz tenía una personalidad camaleónica. Lo mismo se derrumbaba al confesar los asesinatos que bromeaba sobre los mismos sin ningún ápice de arrepentimiento. De ahí que los expertos, tras ser condenado a muerte, pidiesen su cabeza para examinarla. Querían estudiar más profundamente su cerebro que, por cierto, era más grande de lo normal. El cerebro de Haarmann sufría una inflamación en el periostio craneal lo que podría haberle causado algún tipo de patología.
El 19 de diciembre de 1924 el tribunal condenó al ‘Vampiro de Hannover’ a 24 penas de muerte. Y pese a que intentó paralizar la ejecución mediante cartas de arrepentimiento, ésta llegó el 15 de abril de 1925. “Me arrepiento pero no le tengo miedo a la muerte”, dijo antes de morir.
Aquella madrugada y lejos del escarnio público, varios agentes de policía condujeron al reo hasta el patio de la cárcel. Allí le esperaba el verdugo para proceder a su ejecución. Le decapitaron con un hacha y su cabeza pasó a formar parte de una investigación científica. Al resto del cuerpo de Fritz le dieron sepultura bajo una lápida que reza el siguiente epitafio: “Aquí yace el exterminador”.