En busca de la torre de Babel
Llevamos desde la Edad Media intentando identificar los posibles restos de este mito bíblico. Las apuestas recaerían en la antigua Babilonia, Borsippa o Dur Kurigalzu
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Construir una torre que llegue hasta el cielo. Ese era, según el Génesis, el objetivo de los habitantes de la ciudad de Babilonia. Sin embargo, Yahvé consideró que se trataba de un acto impío y decidió impedirlo. Confundió el idioma de los hombres para que fuesen incapaces de entenderse, de modo que la magna obra quedó inacabada. Aun así, la posible existencia de los restos de la torre de Babel excitó la imaginación de los viajeros y arqueólogos que, desde la Edad Media, visitaron la región con el fin de conocer de primera mano aquel fantástico monumento.
Uno de los primeros en hacerlo fue Benjamín de Tudela. Durante la segunda mitad del siglo XII, se embarcó en un largo viaje que le condujo, entre otros lugares, hasta Babilonia. Allí pudo ver los restos de edificios singulares, como el palacio de Nabucodonosor II.
Sin embargo, no encontró ningún vestigio que pudiera relacionar con la torre de Babel, lo que le llevó a proponer la posibilidad de que no se hubiese construido en Babilonia, sino en la cercana ciudad de Borsippa (la actual Birs Nimrud). Allí sí pudo describir los restos de un antiguo zigurat, o gran torre escalonada, que, en su opinión, pertenecían a la torre mencionada en el libro del Génesis.
Una propuesta distinta fue la de Cesare Federici. Este mercader veneciano emprendió, entre 1563 y 1581, un viaje de Italia a Birmania. En su camino visitó Mesopotamia, donde vio los restos del antiguo zigurat de Dur Kurigalzu (actual Aqarquf), cerca de Bagdad, que no dudó en identificar como los vestigios todavía visibles de la torre de Babel.
A partir de entonces, muchos fueron los viajeros europeos que siguieron aquella propuesta, convencidos de que, efectivamente, la torre de Babel se hallaba en Aqarquf. Fue el caso del médico y botánico alemán Leonhart Rauwolff, el joyero y mercader veneciano Gasparo Balbi, el comerciante inglés John Elred o el diplomático español García de Silva y Figueroa.
El noble romano Pietro della Valle, tras un desengaño amoroso que desembocó en una profunda depresión, dedicó doce años a viajar por Oriente (1614-26). En su visita a Babilonia se topó con una gran colina de escombros que los habitantes de la región conocían con el nombre de Tell Babil y que él creyó que podían ser los restos de la torre de Babel. No obstante, siglos después, los arqueólogos se encargaron de demostrar que aquellas ruinas pertenecían a un antiguo palacio real babilónico, por lo que nada tenían que ver con la famosa torre.
Ya en el siglo XVIII, el científico alemán Karsten Niebuhr rescató la antigua hipótesis del cronista medieval Benjamín de Tudela. En su obra Viaje por Arabia y otros países vecinos (1774-78), Niebuhr publicó la idea de que los restos del zigurat de Borsippa eran lo que quedaba de la torre de Babel.
Posteriormente, los británicos Claudius James Rich, James Silk Buckingham y Robert Ker Porter coincidieron con el estudioso alemán a la hora de aceptar aquella identificación.
Babilonia sí era el lugar
Así pues, entre los siglos XII y XIX, los viajeros europeos que visitaron Mesopotamia se decantaron principalmente por dos lugares para la localización de los supuestos restos de la torre de Babel: el zigurat de Borsippa y el de Dur Kurigalzu. Todos se equivocaron. Los restos del monumento que inspiró la historia bíblica de la torre de Babel estaban en la propia Babilonia, y no eran otros que los del antiguo zigurat de la ciudad, conocido con el nombre de Etemenanki.
La razón por la cual nadie había sido capaz de dar con la respuesta correcta es muy sencilla. El zigurat de Babilonia sufrió un continuo proceso de destrucción y saqueo a partir de la conquista persa de la ciudad en el año 539 a. C., por lo que el monumento apenas fue visible para los viajeros que lo buscaron a lo largo de los siglos.
De hecho, cuando por fin el arqueólogo alemán Robert Koldewey, en 1913, logró ubicar los restos del Etemenanki, pudo comprobar que quedaba poco más que los cimientos. Difícilmente habría sido alguien capaz de ver allí los vestigios de una torre que, según la Biblia, debía llegar al cielo.
Jordi Vidal es doctor en Asiriología y profesor de Historia Antigua en la UAB
Origen: En busca de la torre de Babel