Entrevista: Klaus Barbie, la caza del sádico nazi al que EE.UU. contrató para combatir a Stalin tras la IIGM
Después de marcharse de Alemania, recibir un sueldo de los norteamericanos y escapar a Latinoamérica, el germano fue atrapado por el matrimonio de «cazadores» Klarsfeld
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«No odio a los judíos. En absoluto, tengo amigos judíos en La Paz». Esta fue una de las frases más infames que Klaus Barbie, apodado el «Carnicero de Lyon», expresó durante uno de los múltiples interrogatorios a los que fue sometido después de ser capturado en los años 80. Antes de ello, había vivido más de cuatro décadas impune y en libertad después de haber deportado a más de 7.000 personas a Auschwitz y someter a todo tipo de torturas a aquellos que consideraba miembros de la Resistencia Francesa.
El que fuera uno de los cargos intermedios más sanguinarios del Reich pudo pasar casi toda su vida escondido gracias, entre otras causas, a la ayuda que recibió de Estados Unidos. Un país que le contrató como espía tras la Segunda Guerra Mundial para luchar contra el comunismo de Stalin y que, en 1951, le ayudó a trasladarse a Bolivia para que no fuese capturado.
Por suerte, y a pesar de que muchos gobiernos intentaron torpedear su trabajo, hubo dos «cazadores» que se empeñaron en que este águila acabase encerrada. Aquellos de los que hablamos son Beate y Serge Klarsfeld. Una pareja que, durante más de diez años, siguió la pista de Barbie a lo largo y ancho del globo y que, a base de campañas de «escrache» (pues no disponían de poder legal para encerrarle) lograron ejercer la suficiente presión mediática para que el «Carnicero de Lyon» fuese juzgado el 11 de mayo de 1987. Sus peripecias se recogen pormenorizadamente en la última obra de Andrew Nagorski, «Cazadores de nazis» (Turner).
Hoy, el autor nos desvela los pormenores de estos héroes anónimos en una entrevista exclusiva.
De pastor a lobo
Nikolaus Barbie, más conocido simplemente como Klaus Barbie, nació el 25 de octubre de 1913 en Bad-Godesberg (Bonn). Así lo afirma, al menos, Carlos Soria en su completa obra «Barbie Altmann. De la Gestapo a la CIA». En principio, este chico del estado de Renania dirigió sus pasos hacia la vida mística llevado en volandas por los responsables del colegio religioso en el que estudiaba. Pero sus sueños de ser pastor quedaron a un lado cuando el partido nazi apareció en su vida. Hitler le cautivó.
Así, el futuro «Carnicero de Lyon» se alistó -siendo todavía un mero adolescente- a las Juventudes Hitlerianas. Desde allí fue subiendo, poco a poco pero sin pausa, en el escalafón. En 1935 accedió al SD («una rama del complicado aparato nazi especializada en el espionaje y la contrainteligencia», según el autor) y también a las temibles SS. Pronto logró convertirse también en un miembro de la Gestapo, la policía secreta del estado.
En 1941 empezó a hacerse popular entre los líderes germanos pues (ya con la Segunda Guerra Mundial iniciada) se ganó por las bravas la Cruz de Hierro al ayudar a arrestar en Holanda a 1.400 reos judíos. Quizá por ello, además de por la fama que atesoraba de estricto y cruel, fue ascendido en 1942 a jefe de la Gestapo en Lyon, uno de los focos de la mítica (y en ocasiones exacerbada) «Resistance».
«Barbie completó en 1942 su formación policíaca con un breve curso de contraguerrilla y fue destinado a Francia para organizar comandos especiales de lucha para aplastar la resistencia de los patriotas que se habían alzado contra la ocupación», añade el autor latino. Allí, se convirtió en lo que hoy denominaríamos un cargo intermedio. No era un mandamás como Goering (jefe de la Luftwaffe) o Eichmann (responsable de la Solución Final) pero, mientras que ellos no se manchaban las manos de sangre, él si tenía que pasar por ese trauma.
Torturas y barbaridades
Como jefe de la Gestapo en Lyon, se encargó de deportar a miles y miles de judíos hacia Auschwitz (o hacia campos como el de internamiento de Drancy, el paso previo a Polonia). Ejemplo de ellos es que la justicia americana le acusó, tras la Segunda Guerra Mundial, de trasladar forzosamente a más de 7.000 personas a estos centros de muerte.
Pero eso no fue lo que le hizo famoso. Aquello que le permitió ganarse el sobrenombre de «Carnicero» fue la barbarie con la que trataba a los reos acusados de pertenecer a la resistencia francesa. El popular escritor Jesús Hernández (autor del blog «¡Es la guerra!») desvela en su obra «Desafiando a Hitler» cómo torturaba este sanguinario germano a los prisioneros que tenían la infame suerte de caer en sus garras.
«Barbie, que tenía sus oficinas en el edificio de la Escuela de Sanidad Militar, acabó instalando en él un auténtico museo del horror», especifica Hernández. En sus palabras, las salas de tortura contaban con bañeras de agua helada, mesas con correas, hornos de gas e, incluso, aparatos para provocar descargas eléctricas. «También empleaba perros especialmente adiestrados para morder a los prisioneros», completa.
Con este material del terror, Barbie solía sacar las uñas a sus prisioneros utilizando agujas calientes a modo de espátulas y, según el catalán, «les colocaba los dedos en las visagras de las puertas y cerraba estas una y otra vez hasta que se le rompían los nudillos». Estas técnicas fue las que utilizó el nazi para acabar con la vida del líder de la resistencia gala Jean Moulin. Un icono que sucumbió a su bestialidad.
Por su parte, Guy Walters (autor de «Hunting Evil») señala en un documental gráfico para «History Channel» que Barbie «inyectaba ácido en los pulmones de los prisioneros para ver sus reacciones» y que una de sus técnicas favoritas era disparar en la nuca a los judíos desde lo alto de una escalera. «Se sentía muy orgulloso si los cuerpos hacían un salto mortal perfecto al caer», completa. El autor no tiene piedad con el sanguinario Barbie: «Se comportaba como un carnicero, veía a las personas como si fueran carne para descuartizar, sacudir y experimentar. No tenía ninguna piedad».
«En las primeras horas de la mañana de hoy, la colonia de niños judíos de Izieu fue eliminada»
Lejos de su museo de los horrores, Barbie también será recordado por su despiadada actuación en el pueblecito de Izieu. Allí ordenó, en abril de 1944, que los hombres a sus órdenes tomasen un orfanato. Centro en el que residían 44 niños pequeños. El día 6, según la versión de un granjero local (que puede leerse en el libro de Nagorski) «los alemanes metieron a los niños a golpes en camionetas, como si fueran sacos de patatas».
La situación fue dantesca. Cuando uno de ellos trató de escapar, los germanos le dieron una paliza con las culatas de sus fusiles. El destino de los pequeños fue el esperado: «Los niños fueron enviados inmediatamente a Auschwitz», añade el autor de «Cazadores de nazis». Algo que, como el mismo germano admitió en una conversación posterior (según un testigo presencial) era igual a la muerte.
El «Carnicero de Lyon» envió poco después un telegrama informando del cierre del refugio de niños judíos: «En las primeras horas de la mañana de hoy, la colonia de niños judíos de Izieu fue eliminada. Arrestamos a un total de 41 niños de tres a trece años. Por otra parte, también tuvimos éxito en el arresto de la totalidad del personal judío: diez cabezas de las cuales cinco son mujeres. El dinero líquido y otros objetos de valor no fueron recuperados. El trasporte hasta Drancy [paso intermedio a Auschwitz] tendrá lugar el 7 de abril».
Agente de EE.UU. contra Stalin
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Barbie logró escapar de la justicia aliada y, a pesar de que fue condenado dos veces en ausencia, no pudo ser atrapado.
La siguiente noticia oficial que se tiene de él (secreta hasta hace poco) data de 1947. Fue entonces cuando los Estados Unidos elaboraron un informe sobre este personaje y la posibilidad de que su trabajo policial contra los judíos fuera útil en la Guerra Fría para dar caza a los comunistas ocultos en Alemania. De esta forma calificó entonces Robert S. Taylor (uno de los primeros espadas de los servicios secretos de contrainteligencia de los EE.UU. –CIC-) al bestial «Carnicero de Lyon»: «Es un hombre honrado, tanto a nivel intelectual como en lo personal, sin nervios ni miedos. Un anticomunista declarado y un idealista del nazismo que cree que sus ideas fueron traicionadas por los nazis que estaban en el poder».
Lo surrealista del informe no destruye su veracidad. Posteriormente, allá por octubre, EE.UU. decidió que Barbie entrase a formar parte de los servicios secretos americanos para luchar contra el comunismo. En primer lugar, por su experiencia. Pero también porque sabía demasiado del CIC como para dejarle libre.
A partir de entonces, el «Carnicero de Lyon» ejerció como espía para luchar contra la URSS y contra el poderío de Stalin. Y todo, bajo el paraguas de los EE.UU. «El gobierno francés intentó localizar a Barbie. Su embajador en Washington y otros importantes mandatarios presionaron al departamento de Estado y a la Alta Comisión Estadounidense para Alemania, pidiéndoles ayuda en su tarea. Pero el CIC continuó dándole trabajo», añade el experto en su obra.
Así fue hasta unos años después. La suerte quiso que, en 1951, las fuentes de información de este antiguo oficial nazi le dejasen de lado. Este hecho, unido a la presión internacional, provocó que la Casa Blanca consiguiese a este cruel sujeto documentación falsa, le ofreciese una identidad nueva, y le escoltase hasta Génova, desde donde huyó a Sudamérica.
«Barbie no fue juzgado hasta 1987, y siguió proclamando su inocencia hasta el último día»
Al otro lado del charco, su vida podría haber continuado en paz. Sin embargo, Serge y Beate Klarsfeld (una conocida pareja de cazadores de nazis) logró localizar a Barbie (escondido bajo el apellido de Altman).
Sabiendo quién era realmente, viajaron una y otra vez a Sudamérica siguiendo sus pasos hasta que lograron que fuese extraditado. No les resultó sencillo, pues el nazi contaba con el apoyo de la dictadura de Bolivia (con la que colaboró abiertamente para reprimir a los opositores) y no tenían ninguna potestad legal para arrestarle. Sin embargo, a base de campañas de propaganda, de «escraches», y al cambio de gobierno del país, lograron que el «Carnicero de Lyon» fuese enviado a Europa.
«Barbie no fue juzgado hasta 1987, y siguió proclamando su inocencia hasta el último día. Fue condenado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad, y murió en 1991 en una cárcel de Lyon», añade Nagorski.
Andrew Nagorski: «La vejez no te absuelve de la culpa»
-¿Cómo se conocieron los Klarsfelds?
Beate nació en Berlín en 1939. Su padre sirvió en la Wehrmacht. Mientras era pequeña, sus padres no le dijeron nada sobre el Holocausto o los crímenes de guerra. Pero cuando ella fue a París como una “au pair” joven, conoció a Serge y empezaron a salir. Fue sólo cuando Serge le contó su historia familiar, que incluía la muerte de su padre en Auschwitz, cuando se convirtió en una ferviente cazadora de nazis. Se enamoraron como muchas parejas, pero en su caso, estar juntos significaba comenzar una vida juntos dedicada a tratar de llevar a los nazis ante la justicia.
-¿Cómo encontraron a Barbie?
Barbie era conocido como el «Carnicero de Lyon» por una buena razón. Como jefe de la Gestapo en esa ciudad francesa, era responsable de la muerte y la tortura a gran escala. Un tribunal de Lyon lo había condenado a muerte “in absentia” en dos ocasiones después de la guerra.
«Muchos otros criminales de guerra nazis nunca pagaron el precio por sus acciones, pero en este caso la justicia fue sin duda aplicada»
Los Klarsfeld se alarmaron cuando se enteraron de que, en 1971, un fiscal de Munich había abandonando la investigación de Barbie. Hicieron la suficiente presión sobre el fiscal como para reabrir el caso, y el fiscal quedó tan impresionado por su celo que les mostró una foto de Barbie, que entonces vivía bajo una identidad falsa en Bolivia.
Pronto lograron identificarlo como «Klaus Altmann» y comenzaron a presionar al gobierno francés para que le llevaran de nuevo a juicio. Debido a una serie de eventos que describo en el libro, finalmente tuvieron éxito. Barbie fue juzgado y condenado, y murió en una prisión de Lyon cuatro años después. Muchos otros criminales de guerra nazis nunca pagaron el precio por sus acciones, pero en este caso la justicia fue sin duda aplicada.
-¿Qué tipo de cazadores eran los Klarsfeld?
En mi libro explico que los cazadores de nazis se dividieron en dos categorías principales.
Los primeros fueron los que ocuparon cargos oficiales: jueces, fiscales, investigadores y agentes secretos (como el equipo del Mossad que capturó a Adolf Eichmann). Estos podían tomar la iniciativa de arrestar y llevar a juicio a los acusados de crímenes de forma oficial.
La otra categoría es la que llamo los «freelancers». Esta incluye al famoso superviviente del Holocausto Simon Wiesenthal o la pareja germano-francesa Beate y Serge Klarsfeld. No tenían poderes oficiales para arrestar o llevar ante la justicia a nadie, pero sí hicieron un seguimiento de los culpables, dieron a conocer sus crímenes e hicieron público que no habían pagado por ellos.
A menudo trataban de avergonzar a los gobiernos para que siguieran sus pistas y, así, que los criminales de guerra fueran llevados ante la justicia.
-¿Barbie fue su única presa?
No. Serge y Beate Klarsfeld rastrearon a ex oficiales de las SS que vivían en Alemania y que eran responsables de la deportación de judíos de la Francia ocupada a Auschwitz. También hicieron todo lo posible para presionar al gobierno alemán y que los juzgara.
-¿Siempre actuaron legalmente?
Al principio, cuando parecía que el gobierno alemán no juzgaría a los antiguos nazis, trataron de secuestrar a un oficial que pertenecía de las SS. Pero no lograron hacerlo. Al final, la publicidad que generaron derivó en la persecución y condena de tres de los más prominentes oficiales de la SS. Antes, en 1968, Beate Klarsfeld también había abofeteado públicamente al canciller Georg Kiesinger, antiguo miembro del partido nazi y funcionario del Tercer Reich, al grito de «nazi, nazi». .
-¿Cómo se caza a un nazi que huido?
En algunos casos, los investigadores oficiales dieron consejos a los cazadores de nazis independientes porque sabían que les seguirían con más ahínco de lo que harían sus gobiernos. En otras ocasiones, los cazadores de nazis recibieron consejos desde el exterior.
En el caso de Eichmann, fue un emigrado alemán judío (y ciego) que vivía en Argentina el que envió una carta a Fritz Bauer diciéndole que Eichmann estaba allí.
-¿Qué diferencia cree que existe entre la venganza y la justicia?
Al final de la guerra muchas personas querían vengarse de aquellos que habían organizado los asesinatos en masa. Asesinatos perpetrados en una escala sin precedentes que estaban, además, estatalizados y se llevaban a cabo usando como base la tortura y el terror. Pero antes incluso de que la Segunda Guerra Mundial terminara, los Aliados decidieron que debía ser la justicia la que impusiera los castigos.
«Los Aliados decidieron que debía ser la justicia la que impusiera los castigos»
En las guerras pasadas, los vencedores castigaban arbitrariamente a los vencidos matando y esclavizando a muchos de ellos. No existía la noción de un proceso ni de unas evidencias que debían ser presentadas ante un tribunal donde el acusado sería defendido por abogados de la mejor manera posible. Núremberg y los juicios posteriores fueron organizados sobre esa base.
La idea era establecer un nuevo precedente de justicia internacional y utilizar los juicios para educar al mundo sobre estos horrendos crímenes. Acciones que no podían excusarse como simples consecuencias del conflicto.
-¿Los cazadores nazis buscaban venganza o justicia?
Inicialmente, algunos de ellos confesaron que el impulso de venganza era difícil de resistir. Pero estos juicios ayudaron a canalizar la rabia que mucha gente sintió. Los procesos judiciales ayudaron a que la sociedad entendiera el significado de la justicia.
La mayoría de los cazadores nazis pronto se dio cuenta de que estos juicios eran necesarios, como dijo el presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, «para hacer imposible que alguien dijera en los tiempos venideros, ‘¡Oh [el Holocausto] nunca pasó, sólo fueron mentiras y propaganda!».
Incluso cuando los asesinos en masa no recibieron el castigo que merecían, los cazadores de nazis sintieron que estaban cumpliendo su deber.
-¿Hubo cazadores nazis que actuaron fuera de la ley?
Sí, hubo, y ofrezco varios ejemplos. Incluso hubo algunos que ocuparon cargos oficiales. Fritz Bauer, un notable juez alemán y un fiscal que provenía de una familia judía secular, era el abogado general de estado de Hesse cuando recibió la información de que Adolf Eichmann se escondía bajo una identidad falsa en Argentina.
Como funcionario alemán, debería haber informado a su gobierno. En lugar de eso, y como sabía que la burocracia de Alemania Occidental aún estaba llena de ex nazis, informó de forma secreta al Mossad y toleró de forma efectiva el secuestro de Eichmann. Actuó fuera de los procedimientos establecidos por el sistema jurídico alemán al hacerlo.
-¿Hubo algún asesinato premeditado por parte de los cazadores de nazis?
Hubo muchos rumores sobre asesinatos por venganza y, por supuesto, sabemos que el Ejército Rojo exigió mucha venganza a medida que la guerra terminaba. En algunos casos, los ex prisioneros de los campos de concentración también buscaron a sus agresores y los mataron. Pero la mayoría de los cazadores nazis nunca se involucraron en tales acciones.
«Incluso cuando los asesinos en masa no recibieron el castigo que merecían, los cazadores de nazis sintieron que estaban cumpliendo su deber»
Como resultado de la operación de Eichmann, había muchas historias de que el Mossad estaba llevando a cabo ejecuciones clandestinas de otros nazis. La mayoría de esas historias eran fantasías. Pero hubo un caso, que describo detalladamente en el libro, donde el Mossad atrajo a Herbert Cukurs, «el carnicero de Riga», a Montevideo y lo mató. Ese fue el único.
-¿Por qué gran parte del mundo perdió interés por la caza nazi durante algunos años?
La respuesta es simple: la Guerra Fría. Tan pronto como el Kremlin y Occidente se enfrentaron a un nuevo y peligroso enemigo, ambas partes entendieron que debían priorizar asuntos tales como el reclutamiento de soldados o, en el caso soviético, el secuestro de científicos alemanes especializados en el diseño de cohetes para ayudar en sus programas de misiles.
Estados Unidos y otros países occidentales querían acumular apoyos para su causa en Alemania Occidental, y era obvio que procesar a criminales de guerra nazis era extremadamente impopular.
-¿Algún cazador de nazis ha cometido crímenes contra la justicia?
No lo diría en esos términos. Ha habido casos en los que alguien fue identificado erróneamente y acusado de delitos equivocados. Pero eso es muy diferente a cometer deliberadamente un crimen. La mayoría de los cazadores de nazis sobre los que escribo estaban muy comprometidos con la causa de la justicia.
-¿Cree usted que la edad exime a los nazis de ser juzgado?
No. Si alguien hubiera venido a tu casa, hubiese asesinado a toda tu familia, y luego no hubiera sufrido consecuencias durante muchos años, no creo que dijeras, una vez que fuese capturado, que ya no debería enfrentarse la justicia. La vejez no te absuelve de la culpa.
-¿Pueden los criminales de guerra nazis ser encarcelados aunque tengan 80, 90 o 100 años?
Pueden, pero rara vez lo son. En los dos juicios recientes hechos a ex guardias de Auschwitz en Alemania, por ejemplo, los ancianos fueron hallados culpables y fueron sentenciados, pero es probable que no pisen la prisión mientras sus abogados apelan los veredictos.
«Lo sorprendente es que casi todos los que fueron condenados por estos crímenes masivos jamás se arrepintieron»
En otros casos en que tales apelaciones se perdieron, a veces el culpable fue puesto bajo arresto domiciliario o en un hogar de ancianos. Normalmente se hacía de esta forma porque se consideraba que no estaba lo suficientemente sano como para cumplir su condena en prisión. Pero lo importante en estos casos es que estas personas son condenadas, lo que corrobora que deben responder ante la justicia por sus crímenes. Se lo debemos a sus víctimas. Le debemos eso a la historia.
-¿Puede haber perdón para los nazis que se arrepienten de lo que hicieron en la IIGM?
Lo sorprendente es que casi todos los que fueron condenados por estos crímenes masivos jamás se arrepintieron. O, a lo sumo, usan la excusa de que sólo estaban siguiendo órdenes, y eso incluye desde los altos funcionarios nazis que fueron juzgados en Núremberg, hasta los guardias de los campos de concentración. No se hacen responsables de sus acciones. Algunos de los acusados de Núremberg fueron abiertamente desafiantes y gritaron propaganda antisemita hasta el momento en que fueron ahorcados.
Una de las lecciones de este libro es que el individuo es responsable de sus acciones y que no basta con decir «yo solo estaba siguiendo órdenes». Incluso en un sistema totalitario, la gente hace elecciones. Aquellos que eran reclutados como guardias de los campos de concentración podían negarse. Pero eso significaba que habrían tenido que servir en el frente. No era una opción agradable, pero era una elección, no obstante.