28 marzo, 2024

Felipe II se fue a la guerra: así reaccionó el Rey Prudente ante los horrores de la batalla de San Quintín

El pintor Augusto Ferrer-Dalmau firma un cuadro brillante sobre la contienda que sirvió al Rey Prudente como excusa para construir El Escorial

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Durante un tiempo Felipe II, como todo hijo orgulloso, quiso ser como su padre. Actuar como él, vestir como él y, por supuesto, batallar como él. El Rey Prudente recibió una educación humanista que también incluyó una instrucción continua en equitación y en justas de caballería. Se esperaba que algún día también Felipe II, al que le apasionaba la lectura de obras de caballería como «El Cantar de mío Cid» o «Amadís de Gaula», se convirtiera en un rey guerrero como Carlos V, presente en importantes acciones militares como la Jornada de Argel (1541), la toma de Túnez (1535) o la batalla de Mühlberg (1547), entre una infinidad de lances.

Ya en sus tiempos mozos Felipe empezó a ser consciente de que sus habilidades, que eran muchas, no estaban relacionadas con los terrenos de batalla. El príncipe dedicaba las mañanas al estudio y, con el fresco de la tarde, llegaba el momento de los ejercicios físicos para los jóvenes. El adiestramiento del cuerpo era un arte social, que se realizaba en público y preparaba a los jóvenes de la élite para la vida cortesana y la milicia. En 1544, el príncipe tomó parte por primera vez en un torneo: rompió una lanza contra su contrincante, luchó con un hacha hasta que se hizo pedazos, y finalmente desenvainó su espada.

El adiestramiento del cuerpo era un arte social, que se realizaba en público y preparaba a los jóvenes de la élite para la vida cortesana y la milicia

Se le suponía un guerrero decente hasta que viajó a Bruselas en 1548. Dentro de los actos para agasajar a Felipe en Flandes, se celebró una justa que terminó con el príncipe derribado de su caballo por Luis de Requesens, a la postre uno de sus mejores generales, aunque «por ser poca estacada le adormió y cayó en la tierra». Aquel episodio provocó que Luis fuera alejado rápidamente del entorno de Felipe, si bien en 1552 fue proveído como Capitán General de las galeras santiagueñas como demostración de que el heredero al trono no le guardaba grandes rencores.

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Tras la abrupta abdicación de Carlos V en 1555, Felipe II se vio de pronto frente a una atronadora bienvenida por parte de todos los enemigos reunidos de su padre. Francia, el Papa y el Imperio otomano cayeron sobre distintas posición españolas en un ataque que puso en jaque a los ejércitos imperiales. Fue entonces, en torno a l a batalla de San Quintín contra los franceses, cuando Felipe, que creció admirado por las gestas de su padre, participó de cerca por primer vez (y última) en una campaña militar.

Sin embargo, Felipe II y su escolta inglesa (no hay que olvidar que todavía era Rey consorte de Inglaterra) no estuvo presente cuando el primo del Rey, Manuel Filiberto, apoyado por Lamoral Egmont y otros oficiales flamencos, derrotaron a las fuerzas con la que el condestable de Francia trataba de romper el asedio español sobre San Quintín. Al menos 5.000 soldados franceses perecieron en una jornada donde «había tantas moscas azules y verdes emergiendo de sus cadáveres, fecundadas por la humedad y el calor del sol, que cuando remontaban en el aire ocultaban el sol».

El Monarca llegó al escenario de la batalla unos días después y, dado que nunca más se acercaría a la primera línea de combate, parece que la visión no fue de su agrado precisamente. Era poco probable que caminar por un sol oculto por las moscas resultara del agrado del Rey «más limpio, aseado para con su persona que jamás ha habido», de alguien con el estómago excesivamente sensible.

Felipe II presumía de ser el hombre mejor informado del mundo pero, así lo fue comprobando con los años, no disfrutaba para su desgracia de un estómago capaz de aguantar ese flujo informativo, sobre todo cuando las noticias eran malas. Si bien Carlos V era propenso a reaccionar con episodios depresivos o coléricos a las malas noticias, su hijo tendía a quedar derrotado físicamente cuando se enfrentaba a situaciones críticas o escenas desagradables como las de un campo de batalla. Dolores de cabeza, insomnio, problemas estomacales… la lista de síntomas causados por la información mal digerida era amplia y cambiaba según la situación.

Portada de la nueva biografía de Felipe II.
Portada de la nueva biografía de Felipe II.

Cuando en 1588 fue informado del desastre de la Grande y Felicísima Armada que había enviado para derrocar a la Reina de Inglaterra, el ánimo de Felipe cayó como una losa. Tras leer un relato del desastroso regreso de la flota de Medina-Sidonia rodeando las escarpadas costas escocesas, el Rey escribió: «Todo esto he visto, aunque creo que fuera mejor no haberlo visto, según lo que duele».

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Estas grandes diferencias entre las personalidades de padre e hijo tuvieron un profundo impacto en las estructuras del imperio y en la imagen proyectada por los reyes. «Carlos V proyecta la imagen de un rey viajero, itinerante y guerrero. […] En su lugar, aparecería un rey de corte completamente diferente. La imagen que proyecta Felipe II es la de un rey sedentario, burócrata minucioso, en extremo responsable, que toma todas las decisiones y como no se mueve de la capital donde se establece, emplea cargos y dignidades ya existentes en la administración para hacerse representar en las demás partes de la Monarquía», apunta Enrique Martínez Ruiz, que acaba de publicar la colosal biografía «Felipe II: El hombre, el rey, el mito» (La Esfera de los libros).

La armadura de Felipe II

El Rey no llegó a tiempo de presenciar la batalla de San Quintín, en cuyo nombre elevaría el Palacio-Monasterio de El Escorial, pero sí al posterior asedio que sufrió esta localidad francesa. El pintor de batallas Ferrer-Dalmau recoge en su última obra, La Victoria de San Quintín, la estampa del Monarca a su llegada al campamento militar ataviado con la Armadura de Aspas, una pieza que se conserva hoy en la Real Armería del Palacio Real de Madrid. Según explica la web de Patrimonio Nacional, esta armadura fue forjada en 1551 cuando Felipe II tenía veinticuatro años por el maestro armero Wolfgang Grosschedel de Landshut.

Armadura de Felipe II llamada de la labor de Aspas
Armadura de Felipe II llamada de la labor de Aspas – Patrimonio Real

«Siguiendo la costumbre paterna el peto ostenta la imagen de la Inmaculada Concepción y el espaldar la de Santa Bárbara, pero su rasgo más distintivo es el dibujo de sus bandas decorativas: cruces de Borgoña flanqueadas por eslabones del Toisón de Oro que alternan con pedernales con chispas de dicho collar, motivo por el cual se conoce desde el siglo dieciséis como “de la labor de las aspas”. Estos emblemas de la Casa de Austria configuran una decoración de marcado carácter dinástico aludiendo al poder y prestigio de su familia», explica la ficha técnica de esta pieza única.

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El día 13 de agosto de 1557, dos días después de la batalla, Felipe II se trasladó de Cambray a San Quintín, permaneciendo en el asedio de la ciudad que se alargó por varias semanas. En la pintura de Ferrer-Dalmau aparece el Monarca acompañado de Filiberto de Saboya, del Conde de Pembroke, del Conde Egmont y de Guillermo de Orange.

Frente al Rey montado, se presentan los prisioneros franceses capturados y rodeados de soldados de la talla de Julián Romero o de Pedro Merino de Sedano, con la ciudad de San Quintín de fondo, asediada por la artillería.

Origen: Felipe II se fue a la guerra: así reaccionó el Rey Prudente ante los horrores de la batalla de San Quintín

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