«Felipe V fue capaz de reinar a pesar de que por momentos se creía una rana o que estaba muerto»
Felipe V, proclamado rey de España
César Cervera, periodista de ABC, analiza en su nuevo libro el lado más personal de los monarcas de esta dinastía
El 1 de noviembre de 1700 supuso el punto final para la dinastía Habsburgo en España cuando, a las puertas de la navidad, el hechizado Carlos II exhaló su último aliento antes de abandonar este mundo sin haber engendrado heredero. Las palabras que dedicó a los presentes antes de abrazar a la Parca resumieron una vida entera llena de achaques, dolencias y enfermedades: «Me duele todo». Testamento mediante, el sucesor elegido fue Felipe V, nieto del todopoderoso Rey Sol (Luis XIV de Francia) y el encargado de inaugurar en nuestro país el reinado de los Borbones; linaje que, de los Pirineos para abajo, unió el territorio y, doscientos años después, tuvo que hacer frente a una pandemia tan letal como el Coronavirus: la mal llamada Gripe Española.
Hasta aquí, la versión que nos han repetido en las aulas. Cierta, nadie lo niega; pero también incompleta al no asomarse a la trastienda de la corte y olvidarse, en definitiva, del lado más personal de los monarcas.
Por eso, «Los Borbones y sus locuras» (La Esfera), el tercer ensayo del periodista de ABC César Cervera, supone una revolución en el mundo de la divulgación histórica. Porque, sin dejar escapar los grandes hitos que rodearon a los monarcas que reinaron en España desde la muerte del enfermizo Carlos II hasta la proclamación de la Segunda República, consigue mostrar también al lector su lado más desconocido y personal. Desde los males mentales que atormentaron a Felipe V, hasta el amor por el baile de Fernando VI o los secretos de alcoba de Carlos III.
Al igual que la historia de los Borbones en España, Cervera arranca su narración con Felipe V; un joven de 16 años que supo acometer la famosa guerra de sucesión y logró vertebrar las diferentes regiones del país a pesar de sufrir unas dolencias (entonces llamadas «vapores melancólicos») que habrían acabado con la vida política de cualquier dirigente de la época.
«Tenía fama de ser muy impulsivo y hasta agresivo, pero eso solo era una pequeña parte de los síntomas derivados de un síndrome bipolar que le llevaba a alternar períodos de depresión con otros de euforia. Aquello le hizo desarrollar gran dependencia hacia sus esposas», afirma el autor a ABC. No separarse jamás de ellas hizo que los cortesanos extendieran la leyenda de que estaba obsesionado con las relaciones de alcoba. «No fue así. Adoraba a su primera mujer, María Luisa de Saboya, y durmió con ella hasta el final por cariño a pesar de que estaba muy enferma».
Luis I, el siguiente inquilino del trono, tampoco tuvo una tarea sencilla. Además de verse obligado a superar su timidez natural, se enfrentó a una reina extravagante famosa por recibir a algún que otro dignatario a golpe de eructos, por recorrer los jardines de palacio ligera de ropa y por comer hasta vomitar. «El comportamiento de Luisa Isabel era el resultado de una educación muy descuidada en Francia y de graves carencias afectivas. Todo ello se tradujo en una serie de locuras que sonrojaron a Luis I y a sus padres. Al final, la encerraron durante algún tiempo en el Alcázar, hasta que juró que cambiaría su actitud», desvela Cervera.
Aunque Luis no padeció los temibles «vapores melancólicos», a su hermanastro y futuro sucesor, Carlos III, le angustiaron durante toda su vida. «Se obsesionó con cazar y hacer deporte para evitar las enfermedades y no desarrollar adicciones. La realidad es que ni siquiera eran actividades que le gustaran», sentencia el periodista de ABC. No le costó, en todo caso, pues era metódico tanto en el ejercicio del gobierno como en su vida personal.
«Era disciplinado en todas las facetas de su vida, incluidas las que estaban relacionadas con engendrar hijos. Mantuvo una amplia correspondencia con sus padres explicándoles al detalle su vida sexual y pidiéndoles consejo sobre cómo proceder a cada momento. No hay que olvidar que los descendientes del Rey eran un asunto de Estado», completa. Aunque Cervera afirma que no fue tan ilustrado como la Historia nos ha hecho creer, sí confirma que fue uno de los mejores reyes de España gracias a su extensa experiencia. «Había reinado ya 25 años en Italia, conocía el oficio».
Leyenda Negra
Otra de las ideas centrales de la obra es que la dinastía ha portado su propia leyenda negra y ha lastrado a monarcas como un Carlos IV que, a pesar de impulsar expediciones científicas y ser fundamental para la cultura española, quedó manchado por culpa de la invasión francesa. «Se tuvo que enfrentar a una época de revoluciones que hizo temblar tronos que llevaban en pie siglos. Esas circunstancias acabaron con su imagen».
Algo similar sucedió con Fernando VII, aunque, en palabras del autor, con razón: «Más allá de las capas de mentiras vertidas por el carlismo y por los liberales, lo cierto es que se trata de un personaje bastante controvertido, un monarca que se pasó la Guerra de Independencia plácidamente en Francia enviando cartas a Napoleón felicitándole por sus victorias y delatando a los agentes que intentaban sacarle de su supuesta prisión».
Los siguientes monarcas en la línea sucesoria, por el contrario, demostraron «gran sensibilidad ante el sufrimiento ajeno». Desde Isabel II hasta su hijo, que sonó como candidato al Premio Nóbel de la Paz. «Se ha olvidado que Alfonso XIII ideó un gabinete diplomático para gestionar la libertad de centenares de presos durante la Gran Guerra y para enviar alimentos y material humanitario por toda Europa», completa Cervera. Durante el Coronavirus de la época, la Gripe Española, se preocupó también de los más desfavorecidos.
«Se mostraron paternalistas, como esperaba entonces que fueran los reyes, y con mayor sensibilidad por la gente que otras dinastías, aunque lo más llamativo de los Borbones es que fueron capaces de cambios políticos que no pudieron soportar algunas monarquías en teoría más inquebrantables. Su historia es la de España», finaliza.
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