Félix Urtubi, el kamikaze de la Guerra Civil que se anticipó a los japoneses: «El choque fue brutal»
El episodio suicida de este piloto vasco ha sido investigado y rescatado por Alberto Laguna y Victoria de Diego en ‘La guerra encubierta’. «El aviador prescindió de estratagemas que salvaran su vida y se lanzó ciego sobre el emisario de los verdugos de España», contó ABC
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«No hemos detectado tendencias suicidas en su perfil, tampoco antecedentes familiares u otros hechos que pudieran estar relacionados con un afán de quitarse de en medio. Sí creemos que prefería el suicidio antes que ser capturado por las fuerzas nacionales, las cuales le condenarían a muerte sí o sí después de haber matado a su observador antes de pasarse a la República», asegura Alberto Laguna. La pregunta era obligatoria: ¿Había dado muestras Félix Urtubi antes de la guerra de tener poco aprecio por su vida? La respuesta es no.
Siempre se ha contado que el primer ataque kamikaze de la historia se produjo en la Segunda Guerra Mundial, el 25 de octubre de 1944. Seis aviones japoneses se precipitaron contra un navío estadounidense para lanzar sus torpedos. «Sin embargo, a las 10.45 se produjo un hecho extraordinario que entusiasmó a todos mis pilotos: el avión del almirante Masafumi Arima se lanzó deliberadamente contra el portaaviones y lo hundió», reveló el vicealmirante Kimpei Teraoka ese mismo año en ABC. Y añadió: «Antes de sacrificarse, Arima lo había meditado largamente. Había comprendido que Japón no tenía más medios eficaces para destruir al enemigo que la superioridad de su fuerza moral».
El aviador nipón mató a 140 soldados e hirió a otros 500. Sin embargo, no fue él el primer kamikaze. Ocho años antes, al comienzo de la Guerra Civil, un piloto republicano del País Vasco, Félix Urtubi, ya sacrificó su vida en un combate aéreo contra la aviación alemana, italiana y franquista. «Conocimos su historia hace una década por accidente, mientras investigábamos en Italia al aviador neoyorquino de origen italiano Vincent Patriarca, el mismo contra el que chocó Urtubi en 1936. Nos preguntamos quién y por qué hizo lo que hizo aquel fatídico día. Visitamos hemerotecas, los archivos militares de Villaviciosa y Ávila y encontramos a su única hija, Matilde, que vivía en Madrid. Antes de fallecer, la entrevistamos y sentía una pena por no saber dónde lo habían enterrado», continúa Laguna, autor junto a Victoria de Diego de ‘La guerra encubierta’ (Arzalia).
El ensayo rescata este insólito y desconocido episodio y otros relacionados con los servicios secretos, las operaciones encubiertas y la odisea de muchos evadidos durante el conflicto, como nuestro protagonista nacido en Elorrio en 1904. Su vida cambió radicalmente el 25 de julio de 1936, una semana después del inicio de la guerra. A las cinco de la madrugada fue convocado a una reunión secreta en el hangar del aeródromo de Tetuán por los nuevos mandos franquistas. Urtubi, que tenía 33 años y una dilatada carrera como aviador, había sido enviado al Protectorado de Marruecos dos meses antes del alzamiento con su mujer, María Cruz, y Matilde, que tenía tres años.
La resistencia de Tetuán
Aunque las razones de su traslado no están del todo claras, se habla de un desencuentro con el director general de la Guardia Civil, Miguel Cabanellas. No le resultó difícil adaptarse a su nuevo destino, porque en Tetuán coincidió con el que había sido su jefe años atrás en el aeródromo Virgen del Camino, en León, el comandante Ricardo de la Puente Bahamonde, primo de Franco y republicano como él. Eran muy amigos, pero no pudieron disfrutar mucho de su reencuentro.
El alzamiento había tenido éxito en casi todos los puntos del Protectorado, aunque en Tetuán, con De la Puente a la cabeza, hubo un conato de resistencia. La firme adhesión del primo de Franco al régimen republicano le salió cara, porque fue detenido y ejecutado por los golpistas sin que el futuro dictador hiciese nada para evitarlo. «Eran más hermanos que primos, pero de adultos se agudizaron sus diferencias ideológicas y, en una de sus muchas discusiones, Franco le llegó a decir: ‘Un día voy a tener que fusilarte’», contaba Pilar Jaraiz, sobrina de Franco, en su autobiografía ‘Historia de una disidencia’ (Planeta, 1981). Y así ocurrió.
«Creemos que Urtubi no participó en la defensa de la base porque no fue detenido ni juzgado en consejo de guerra», confirman Laguna y De Diego en su obra. Por eso fue convocado al hangar junto a una docena de pilotos, para preparar la misión de esa jornada. Las órdenes procedían del nuevo jefe de las Fuerzas Aéreas de África, el teniente coronel Julio García Cáceres: debían salir tres patrullas, cada una integrada por tres Breguet XIX, para realizar vuelos de reconocimiento sobre el estrecho de Gibraltar con el fin de detectar y destruir los barcos y submarinos republicanos que intentaran bloquear el traslado de tropas franquistas a la península.
El observador
A Urtubi le acompañó como observador Juan Miguel de Castro, un teniente de Regulares al que conocía desde antes de la guerra, casado con la hija de un importante cargo de Falange que estaba embarazada de pocos meses. Algunos historiadores se refieren a él también como falangista y otros defienden que actuaba como una especie de vigilante de nuestro protagonista, de quien los sublevados no se fiaban por su amistad con De la Puente. «Los descendientes de este oficial no descartan que hubieran sido amigos en la antesala del conflicto, aunque pudo distanciarlos la política», explican los autores.
A las 6.20 de aquel 25 de julio, Urtubi y De Castro despegaron del aeródromo de Tetuán, seguidos de los otros dos cazas de su patrulla. Era una cabina biplaza descubierta, donde el vasco iba delante y el observador detrás ocupándose de la artillería. Según un expediente consultado por Laguna y De Diego, debían regresar a Tetuán antes del mediodía, pero el aparato nunca volvió a la base. Los otros dos pilotos de la patrulla declararon haber visto al avión desviarse de la ruta antes de desaparecer. Lo ocurrido a continuación fue relatado por Urtubi, pocas horas después, a las autoridades republicanas: «A los 1.000 metros y enfrente de Algeciras, ya tenía el firme propósito de hacer lo que hice. Me volví al teniente y le disparé tres tiros. Uno en la frente, otro en el pecho y otro en la boca. No le di tiempo al traidor sino para, con cara de espanto, exclamar: ‘No, no’».
Según contó después en los interrogatorios, Urtubi dudó de que De Castro estuviera muerto y pensó, incluso, en lanzarse al mar. Al ver que no daba señales de vida, se desvió a Madrid, sin tener claro si la ciudad estaba controlada por los franquistas o no. Aunque lo autores afirman no haber detectado «tendencias suicidas» en el piloto, cuando aterrizó en el aeródromo de Cuatro Vientos, en Getafe, sin la franja roja en el fuselaje que le identificaba como republicano, «descendió del avión llevando en la mano la misma pistola con la que había matado a su observador, dispuesto a quitarse la vida en el caso de que los facciosos dominaran las instalaciones».
«Entregué el cadáver»
Aquella acción le convirtió en un héroe para el bando republicano, que le instó a recibir a un periodista de la agencia Febus, para que este sacara todo el provecho de su historia desde el punto de vista de la propaganda. «La oficialidad me recibió con el mayor afecto y me abrazó con emoción. Entonces entregué el cadáver del teniente». Y rápidamente se reincorporó a la Aviación de la República.
En los siguientes dos meses, la prensa de la época informó que Urtubi había derribado a cuatro aparatos «enemigos» en Extremadura. Luego le dieron por muerto en otro enfrentamiento con un Heinkel alemán, pero logró saltar en paracaídas antes de estrellarse y apareció andando en el aeródromo de Don Benito, días después, vestido de campesino, con sombrero de paja, alpargatas y barba poblada. Convertido en un piloto respetado, pasó de nuevo por Madrid, fue enviado al aeródromo de Cabeza del Buey (Badajoz) y, por último, al de Talavera de la Reina, donde libró su último combate al amanecer del 13 de septiembre. Cinco bombarderos alemanes JU-52 realizaron una operación sobre su zona, escoltados por tres cazas Heinkel y otros cuatro Fiat CR 32 pilotados por Joaquín García Morato y los italianos Dequal, Baschirotto y el mencionado Patriarca.
Cuando todos ellos regresaban al aeródromo de Cáceres, se encontraron por casualidad con un grupo de Vickers Vildebersts republicanos a la altura de Santa Olalla, en Toledo. Uno de estos cazas estaba pilotado por Urtubi. «La lucha en el aire fue encarnizada y, durante treinta minutos, las dos escuadrillas dieron un espectáculo casi cinematográfico a las decenas de milicianos que, desde tierra, seguían con atención la lucha», puede leerse en ‘La guerra encubierta’.
El último combate
En el combate, las ráfagas de nuestro protagonista alcanzaron a varios de sus oponentes, sobre todo a Baschirotto, que tuvo que aterrizar de emergencia. El Nieuport del piloto vasco, sin embargo, también estaba terriblemente dañado por los disparos y contaba ya con muy poca munición. Aún así, siguió luchando contra el caza de Patriarca, que describió así el choque en su diario personal: «Me di cuenta de que un caza enemigo [el de Urtubi] alcanzó una gran velocidad y se acercó a mí. Bajé el acelerador al mínimo, tiré hacia arriba y empujé los pedales hacia un lado para que el avión resbalase en un intento de dejar que el perseguidor me alcanzase y lo encontrara frente a mí. No cayó en la trampa e hice un gran lazo. Devolví el motor, lo esperé a la salida del bucle y, cuando estaba saliendo, nos encontramos de cara».
Lo que sucedió a continuación fue descrito en varios diarios. «¿Quién derribó el aparato rebelde? ¿Cómo lo derribó?», se preguntaba la edición republicana de ABC. La respuesta: «Se vio cómo nuestro glorioso aviador, poseído del coraje que en él despertó la presencia en el aire de un asesino a sueldo, prescindió de toda estratagema que pudiera asegurar su vida y se lanzó ciego sobre el emisario de los verdugos de España. A continuación produjo el choque brutal, trágico, que acabó con su vida, pero hizo ganar para la causa de la libertad la destrucción de un aparato enemigo y la captura del criminal que lo tripulaba».
Más importante es el testimonio de Patriarca, el otro protagonista del episodio, que sobrevivió de milagro al saltar en paracaídas en el último momento, pero fue hecho prisionero por los republicanos: «Seguí disparando y levanté el morro para corregir el tiro. Él también abrió fuego. En un segundo, el tanque del combustible encima de la cabeza del piloto republicano explotó y se convirtió en una bola de fuego. La velocidad era muy alta y no la tomé en cuenta. Estábamos en rumbo de colisión. Ladeé 90 grados y traté de esquivarlo con un rápido giro, pero no pude. Su tren de aterrizaje rozó mi ala superior y el impacto fue muy violento».
La dura embestida provocó que el avión de Urtubi se estrellara a las afueras de Santa Olalla. Su cuerpo quedó carbonizado y no pudo recuperarse hasta horas después. Patriarca, por su parte, perdió media ala tras el impacto y su fuselaje quedó muy dañado, lo que le hizo perder altura vertiginosamente. «Obviamente, Urtubi hubiera preferido vivir, pero tomó la decisión en pleno fervor de la batalla, con la adrenalina por las nubes, nunca mejor dicho, y con toda seguridad herido de bala», explica Laguna.
Origen: Félix Urtubi, el kamikaze de la Guerra Civil que se anticipó a los japoneses: «El choque fue brutal»