6 diciembre, 2024

Guerra civil entre conquistadores: las tretas de Hernán Cortés para lograr el poder absoluto

Entrada de Hernán Cortés en Tenochtitlán, por Augusto Ferrer Dalmau AUGUSTO FERRER-DALMAU
Entrada de Hernán Cortés en Tenochtitlán, por Augusto Ferrer Dalmau AUGUSTO FERRER-DALMAU

Tras la llegada del extremeño a Tenochtitlán, Diego Velázquez, primer gobernador de Cuba, envió una expedición para capturarle y arrebatarle el poder que había amasado

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Se extendió menos de un año, pero fue una auténtica guerra civil con nombres y apellidos. Poco después de que Hernán Cortés arribase con sus bajeles a las costas del Nuevo Mundo, allá por la primera década del siglo XVI, Pánfilo de Narváez salió en su busca con una idea en la mente: arrebatarle el poder que había atesorado con Su Majestad. Este nuevo némesis contaba con más hombres, más jamelgos y más pólvora. Lo que no tenía, por el contrario, era el ingenio de un extremeño que utilizó todas las tretas disponibles para obtener la victoria.

La locura arrancó en 1518, cuando Hernán Cortés, entonces un terrateniente de medio pelo venido a más gracias a sus contactos políticos, fue puesto al mando de una gigantesca armada por orden del gobernador de Cuba, Diego Velázquez. El objetivo era llegar con ella hasta el actual México y conquistar la región en nombre de Carlos V. El español comenzaba a lo grande sus andanzas en las Américas. No obstante, el buen porvenir que auguraba se le torció cuando recibió noticias de que su valedor no se fiaba de él y que había decidido arrebatarle el mando de la expedición, formada por 11 navíos y unos 600 hombres.

El conquistador podía hacer dos cosas: mandar todos sus sueños al infierno, o seguir y desobedecer. Apostó por lo segundo y, con más arrestos que mollera, aceleró su marcha. «El día 10 de febrero del año 1519 salió Hernán Cortes de la Habana con 11 buques. […] Dirijiéronse a la isla de Cozumel, donde llegaron felizmente: desembarcaron, y Cortés pasó revista general de sus fuerzas», explica Gil Gelpi y Ferro en su obra ‘Estudio sobre la América’. No le fue mal. Con aquellos soldados logró derrotar a los nativos en regiones como Tabasco y fundar multitud de ciudades. A la larga, arribó además a la capital azteca, Tenochtitlán.

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La vida no podía ir mejor para el conquistador pero, para su mala suerte, un antiguo enemigo llegó de nuevo. Velázquez, harto de sus éxitos, decidió acabar con él por las bravas en 1520.

«Herido por el éxito de Cortés, Velázquez, ahora amo absoluto de Cuba, montó una expedición gigantesca: 18 navíos, novecientos hombres, ochenta caballos, noventa ballestas, setenta escopetas y unas veinte piezas de artillería. Velázquez se jugó el todo por el todo. Movilizó toda su fortuna y todos los recursos humanos de Cuba», destaca el historiador francés Christian Duverger en su obra ‘Hernán Cortés, más allá de la leyenda’. Al frente de la armada puso a Pánfilo de Narváez, un tipo de 42 años al que sus contemporáneos definían como un hombre de alto cuerpo, pelo entre rubio y rojizo y «cuerdo, pero imprudente y descuidado». Ambos buscaban hacer justicia por su cuenta, sin la autorización de la audiencia de Santo Domingo.

Contra Cortés

El millar de combatientes al mando de Narváez arribó a México a principios de mayo con la idea de acabar con las pretensiones de Cortés y, ya de paso, con sus conquistas y el favor que este se estaba ganando de Carlos V. El conquistador no tardó en percatarse de la llegada de sus nuevos enemigos. Y lo hizo, según le explicó en una de sus muchas cartas al monarca, gracias al chivatazo de unos misioneros:

«E después de haberme informado aquel clérigo y los otros dos que con él venían de muchas cosas, supe de la intención de los del dicho Diego de Velázquez y Narváez, y de cómo se habían movido con aquella armada y gentes contra mí porque yo había mandado la relación desta tierra a Su Majestad, y no a él, y cómo venían con dañada voluntad para matarme a mí y a muchos de mi compañía».

Según las crónicas, a partir de entonces comenzó un ir y venir de mensajeros y amenazas entre ambos contingentes. Pero ni uno no otro cejaron en sus respectivos empeños. Narváez desembarcó el 22 de abril y, poco después, atacó a una guarnición costera al mando de Gonzalo de Sandoval. Para su desgracia, no pudo tomarla. El segundo fue el golpe de gracias. Días después, se lanzó sobre la ciudad totonaca de Cempoal. Esta vez, si tuvo suerte, como bien explicó el mismo Cortés al monarca en sus cartas de relación, gracias a sus mentiras:

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«Me llegó un mensajero de los que estaban en la villa de la Veracruz, por el cual me hacían saber que toda la gente de los naturales de la tierra estaban levantados y hechos con el dicho Narváez, en especial los de la ciudad de Cempoal y su partido, y que ninguno dellos quería venir a servir a la dicha villa, así en la fortaleza como en las otras cosas en que solían servir, porque decían que Narváez les había dicho que yo era malo, y que me venía a prender a mí y a todos los de mi compañía y llevarnos presos y dejar la tierra, y que la gente que el dicho Narváez traía era mucha y la que yo tenía poca. E que él traía muchos caballos y muchos tiros, y que yo tenía pocos».

Nuestro protagonista no se achantó y se dirigió hacia Cempoal para plantar a Narváez. Lo llamativo es que lo hizo con su mejor arma bajo el brazo: la política. En ‘La estrategia militar de Hernán Cortés en la conquista del Imperio mexica’, el coronel Miguel de Rojas Mulet sostiene que, para obtener la victoria en esta guerra civil, el extremeño se ganó la confianza de parte del contingente de su enemigo. Al final, conocía a casi todos los miembros de la armada y les hizo llegar, por vías muy discretas, cartas en las que les proponía unirse a sus tropas. Sacó a relucir su propia legitimidad, conseguida por su presencia en Tenochtitlan, y les prometió grandes beneficios.

Y así llegó el final. El 27 de mayo de ese mismo año, Cortés organizó un ataque sobre el campamento enemigo. Apenas contaba con 226 hombres; más que suficiente. El conquistador dividió a sus hombres en cuatro grupos y, tras dar la señal de ataque, cargó espada en mano contra el grupo de Pánfilo de Narváez. En su contra tenía a los nativos que se habían aliado con el enemigo, pero no fue problema. Todo terminó en un suspiro «El joven Gonzalo de Sandoval, el compañero de Medellín, logró capturar a Narváez, que se refugió en la cúspide del gran templo. El hombre de Velázquez y algunos de sus adjuntos fueron llevados a prisión en Veracruz», añade el autor galo en su obra.

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Nuestro hombre perdonó a los nativos por aquella traición y, para terminar de redondear la situación, ordenó a todos los supervivientes unirse a él. Así fue como, sin haberlo previsto, se encontró con unos inesperados y deseados refuerzos. El conquistador tampoco tuvo problemas a la hora de aprovechar la flamante armada de Narváez. Esta vez, los navíos no fueron hundidos, sino desarmados. Con el sabor a victoria todavía en los labios, Cortés retiró desde las velas a los timones para reutilizarlos. Por últimos, envió dos bajeles a Jamaica para comprar ganado.

Origen: Guerra civil entre conquistadores: las tretas de Hernán Cortés para lograr el poder absoluto

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