Hambruna y destrucción: el secreto de los piratas que amenazaron el poder en la Antigua Roma
Aunque pensamos que alcanzaron su época de esplendor en los siglos XVII y XVIII, esto criminales del mar fuera de la ley alcanzaron tal poder de destrucción en la Antigua Roma, que pasaron de saquear barcos mercantes a arrasar ciudades enteras
Cuando pensamos en piratas, lo primero que se nos viene a la cabeza es la denominada «edad de oro de la piratería», entre mediados del siglo XVII y mediados del XVIII. Por lo general, también los asociamos con el mar Caribe y el asalto de los barcos que realizaban el comercio entre América y Europa, pero no es así. Su existencia es tan antigua como la historia de los primeros navegantes. Los robos, las razzias y los secuestros de embarcaciones por parte de estos hombres del mar al margen de la ley se dieron desde el principio de los tiempos.
Aunque mucha gente lo desconoce, en la Antigua Roma alcanzaron tanto poder que asaltaron ciudades enteras y pusieron en peligro la estabilidad de la República. Su osadía fue tal que llegaron a secuestrar al mismísimo Julio César. Según explica Silvia Miguens Narvaiz en su libro ‘Breve historia de los piratas’ (Nowtilus, 2010), para encontrar el origen de este nuevo peligro debemos remontarnos a la destrucción de Cartago en Occidente y la derrota de los griegos en Oriente. En ese momento, Roma se constituyó en la dueña del Mediterráneo, que comenzó a llamar «Mare Nostrum».
Aparentemente no existía en ese mar ninguna potencia marítima que pudiera hacer frente a Roma, pues se había convertido en la potencia hegemónica del mundo. Ninguna, salvo los piratas, aunque ellos no quisieran reconocerlo. El Senado romano y los principales generales estaban convencidos de que estos criminales de medio pelo que antaño habían castigado a imperios como el de Egipto no eran un problema para ellos. Esa fue la razón de que optaran por no mantener una gran armada, puesto que era extraordinariamente cara. ¿Para qué lo necesitaban si no existía un rival que pudiera medirse con ellos en el océano?
Por supuesto, se equivocaron. Las numerosas guerras que habían azotado el Mediterráneo oriental en los últimos siglos antes del cambio de era hicieron crecer el número de personas que no disponían de medios suficientes para subsistir. La única forma que encontraron para solucionar sus problemas y salir de la pobreza fue, precisamente, la piratería. Un camino fácil si tenemos en cuenta que cada vez circulaban más bienes por el mar, cuya riqueza queda manifestada en los textos literarios y en las excavaciones submarinas que se han llevado a cabo en los barcos naufragados.
Ciudades arrasadas
«No es de extrañar que en este ambiente la piratería floreciera, tanto por la desidia de los poderes estatales que debían combatirla como por el constante enfrentamiento entre estos, hasta un punto en que ya no se atacaban barcos solitarios o pequeñas aldeas indefensas, sino que los piratas formaron auténticas flotas con las que asaltaron ciudades y santuarios, atacaron a la marina de guerra romana y secuestraron a miembros de la nobleza, siendo el caso más célebre el del posterior dictador César», explica Luis Amela Valverde en ‘Los piratas contra Roma: La lucha por el dominio del Mediterráneo’ (Nowtilus, 2024).
No hay que olvidar, sin embargo, que al desplegar su poder sobre el mundo antiguo, Roma lo hizo también a través de enfrentamientos y acuerdos diplomáticos con el cada vez más poderoso mundo de los piratas, aunque estos constituyeran una fuerza anárquica, sin unidad ni líderes. Cuando la piratería creció y extendió el terror por todo el Mediterráneo y sus barcos, en número cada vez mayor, comenzó poco a poco a estrangular el flujo comercial entre las ciudades, el Senado se vio en la necesidad de intervenir activamente.
Los más amenazados eran, por supuesto, los barcos mercantes, en especial los que transportaban cereales a la ciudad de Roma, una metrópoli que en esa época ya estaba superpoblada y consumía una gran cantidad de productos de primera necesidad. Los cada vez más frecuentes ataques piratas provocaron, gracias a ello, la carestía de alimentos y periodos de hambruna imprevisibles que nada tenían que ver con los desastres naturales.
Llegó un momento en que los piratas se convierten en «los enemigos comunes de la humanidad», según apuntó Cicerón: «Un pirata no está considerado un enemigo de guerra, sino un enemigo común a todo el mundo». Amela Valverde aclara así en su ensayo lo que quería decir el político y filósofo del siglo I a. C. «Los piratas libraban una guerra sin autoridad legítima y actuaban con fines de lucro, sin elegir a sus víctimas en función de criterios políticos, sociales o étnicos. Por ello, si un general romano obtenía la victoria sobre los piratas, no le correspondía la celebración del triunfo, sino una ovación, puesto que el antagonista era humilde e indigno, como los esclavos».
El renacer de los piratas
No importa que la enorme presencia pirata estuviera poniendo en riesgo no solo su comercio, sino también la posesión misma de los territorios en Asia. El problema fue tan grave que el Senado tuvo que tomar cartas en el asunto. A fin de utilizar la gran presión diplomática y la fuerza militar que había desarrollado en las últimas décadas de la República, Roma creó una provincia en la zona costera meridional de la península de Anatolia. Su nombre: Cilicia. En el 102 a. C., el Senado nombró, además, al general Marco Antonio el Orador pretor con potestad proconsular de esta región, cuya misión no era otra que doblegar la amenaza pirata.
Durante los tres años que duró su mandato, Marco Antonio realizó una persecución sistemática por tierra y mar. Sus victorias fueron tan importantes que el Senado, por primera vez en la historia, decidió dedicarle uno de estos «triunfos» en su honor. Se trataba de de una espectacular ceremonia que solo podía conceder el Senado para un comandante militar que hubiera regresado victorioso de alguna campaña en tierras extranjeras. Sin embargo, fue un triunfo momentáneo y parcial, puesto que los piratas pronto aparecieron de nuevo en escena. Y, peor aún, porque no lo hicieron solos, sino asociados con Mitrídates el Grande, el Rey del Ponto, desde el 120 a. C. hasta su muerte en el 63 a. C.
Hablamos del monarca oriental cuya historia ya les contamos hace una semana, que, junto a los piratas, hizo temblar a la todopoderosa República romana usando los venenos que había conocido y sufrido en su infancia. En primer lugar, el que su madre le suministró a su padre en un banquete celebrado en el 120 a. C., cuando no era más que un niño. A raíz de ello murió su progenitor y él tuvo que huir de su progenitora y ocultarse en los bosques para no correr el mismo destino. Vivió allí solo, desde los 8 a los 14 años como un animal salvaje, alimentándose de lo que encontraba en la tierra y los árboles. Así acostumbró su cuerpo a todo tipo de privaciones y a las condiciones más duras que un hombre pueda soportar.
El beneficio de los piratas
Poco después de consumar su venganza, el famoso Rey de Ponto fue considerado uno de los militares más temidos de Asia Menor, a pesar de lo cual nunca consiguió deshacerse del miedo a morir él envenenado. Tal era la paranoia que le entró, en recuerdo de aquel trágico suceso de su infancia protagonizado por su propia madre, que mientras escapaba, humillaba y aniquilaba a las tropas de los generales y dictadores más poderosos de la República romana, él mismo asesinó a su hermano, a sus cuatro hijos y a muchos otros desdichados de su círculo más íntimo. Eso no le hizo perder el foco de su lucha contra los romanos, a los que azotó continuamente, con la ayuda de los piratas en el mar.
Mitrídates fue uno de los enemigos más temibles de Roma. Combatió contra tres de sus generales más importantes a finales de la República: Sila, Lúculo y Pompeyo. Unidos en la lucha contra Roma, la alianza entre los piratas cilicios y Mitridates fue estratégica y mutuamente beneficiosa. «Además de tener un enemigo común e igualmente odiado, los piratas obtenían un reconocimiento legítimo para sus actividades de saqueo, mientras que el Rey de Ponto recibía el importante apoyo de un grupo altamente organizado que mantenía ocupados a los romanos en el Mediterráneo oriental», apunta Miguens Narvaiz.
Los piratas cilicios fueron sin duda los más temidos de la Antigua Roma. Tal es así que algunos investigadores han llegado a plantear la posibilidad de llegaran a crear algo así como una nación de piratas. Su poder en la península de Anatolia fue tan grande que establecieron diferentes bases con difícil acceso. Eso les permitía reponer provisiones y escapar de las patrullas cuando estas intentaban frenar sus actividades. Así continuaron hasta que, finalmente, fueron vencidos por Pompeyo Magno, que lejos de masacrarlos, decidió establecer con ellos lazos de dependencia que perdurarán hasta la llegada de su hijo, Sexto Pompeyo.
Este último se apoyó en diferentes piratas para elaborar una guerra de guerrillas en la Península Ibérica contra Julio César y, posteriormente, contra Octaviano, el futuro Augusto. A pesar del apoyo recibido de la piratería, Sexto Pompeyo fue finalmente derrotado y acusado de haberse apoyado en los piratas, de haberles dado carta blanca para hacer sus fechorías y de emplear él mismo tácticas de rapiña y saqueo como si fuera uno más de ellos. La principal acusación, sin embargo, fue darles puestos de alta responsabilidad. Así se acabó con la piratería en la República y se dio paso al Imperio.
Origen: Hambruna y destrucción: el secreto de los piratas que amenazaron el poder en la Antigua Roma
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