22 noviembre, 2024

Himmler: los vergonzosos secretos y la humillante muerte del acólito de Hitler

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Asocial en su infancia, el temible Reichsführer de las SS abogó durante algunos años por la abstinencia sexual y fue un devoto creyente de las ciencias ocultas. Falleció tras intentar escapar de sus muchos pecados

Heinrich Himmler no siempre fue el temible Reichsführer de las SS, uno de los máximos responsables del Holocausto y el artífice de los campos de exteminio. Hubo un tiempo en el que era tan solo un niño sensible al que cenar comida demasiado pesada le destrozaba el estómago. La abogada criminalista Tania Crasnianski así lo corrobora en su obra «Hijos de nazis» (La Esfera de los Libros, 2016), donde le define también como un chico enclenque, miope, de mentón débil y que, como sucedió con muchos otros jerarcas nazis, poco tenía que ver con el ideal ario en el comienzo de sus días. Lo que no se puede negar es que adoraba el orden y el ajedrez y que su madre, que le mimó en exceso, le quería con locura.

Himmler
Himmler

Durante su infancia, los compañeros de Himmler afirmaban que este no podría matar ni tan siquiera un insecto. Amargo disparate a sabiendas de que sería el director de orquesta de Adolf Hitler durante el Holocausto nazi. En lo que sí acertaron, según desvela el historiador Peter Longerich en su obra «Heinrich Himmler: A Life» (OUP Oxford, 2011), es en que estaba obsesionado por agradar a sus profesores.

Aquel deseo le llevó a querer brillar en sus estudios, por lo que abandonó el deporte (pilar base del futuro Tercer Reich) y aceptó la tarea que le impuso su padre de espiar a otros alumnos para obtener información de sus familias. Todo ello hizo que se ganase una mala fama que arrastró durante sus primeros años de vida. De hecho, Longerich se atreve a señalar que sus compañeros le consideraban casi un estúpido.

El informe que sus profesores hicieron de él cuando solo era un niño corrobora que, desde que tuvo edad para ir a la escuela, su máxima no era otra que estudiar para ser bien considerado entre sus superiores: «Es un estudiante muy capaz que trabaja de forma incansable, tiene una gran ambición y ha logrado los mejores resultados de la clase. Su comportamiento es ejemplar». Quizá esa idea fue la que le llevó a querer alistarse en el ejército poco antes de que terminara la Primera Guerra Mundial, allá por 1918.

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Henrich Himmler y Franz Ziereis, jefe del campo de Mauthausen
Henrich Himmler y Franz Ziereis, jefe del campo de Mauthausen

El joven Himmler dejó la escuela y comenzó su entrenamiento, pero no pudo combatir en primera línea debido a la finalización del conflicto. Una espina que jamás se quitaría y que se hizo más gruesa cuando se vio obligado a trabajar en una planta procesadora de estiércol. Aunque ese deseo frustrado también le dejó un gran amor por el mundo marcial, los uniformes y el orden que, años después (durante la década de los veinte), le llevarían a unirse al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de Adolf Hitler y, a la postre, ser nobrado líder de las SS.

Abstinencia

Himmler tampoco era, por entonces, un seguidor de la posterior teoría fomentada por las SS de engendrar hijos arios que se convirtieran en una suerte de clase superior que repoblara la URSS. Por el contrario, durante su juventud defendió la abstinencia sexual y evitó relacionarse con mujeres. La idea le llegó tras leer una obra de Hans Wegener, «Young men like us», en la que la castidad era expuesta como la máxima virtud del hombre y se cargaba de forma frontal contra las relaciones fuera del matrimonio, la masturbación y la prostitución. Él, además, solía incidir en que su futuro estaba en juego y en que no podía distraerse con una menudez como el amor.

Aquella idea le duró poco en la mente. Después de conocer a Margarete Siegroth Boden, siete años mayor que él, Himmler dio rienda suelta a su interés por el sexo femenino. De esta forma lo corroboró Katrin, su sobrina nieta, en «Himmler según la correspondencia con su esposa»: «La inexperiencia con mujeres de Himmler y su inseguridad inicial hacia ellas pronto disminuyeron». Después de meses de misivas infinitas, ambos se casaron y tuvieron una pequeña, Gudrun, en 1929.

Heinrich Himmler con su hija durante una visita al campo de concentración de Dachau
Heinrich Himmler con su hija durante una visita al campo de concentración de Dachau

Poco después, y ante la imposibilidad de tener más niños, adoptaron al hijo de un soldado fallecido de las ya formadas SS. Sin embargo, terminaron enviándolo a un internado debido a que, según escribió en su diario su madre, era «de naturaleza criminal», mentiroso y ladrón.

Al final de los años treinta, tras el ascenso del nazismo, poco quedaba ya de aquel Himmler tímido que abogaba por la abstinencia. Tras estudiar la sexualidad femenina, se convenció de que la monogamia era una «obra de Satán» inventada por la Iglesia Católica y que había que abolirla. Consecuente con sus nuevas teorías, se separó de su esposa de forma oficiosa y mantuvo una relación con una de sus secretarias, Hedwig Potthast. Tuvo dos hijos con ella y, en 1942, se trasladó a otra casa con su nueva familia. Aquello destrozó a su primera mujer. «Esto solo les ocurre a los hombres cuando se vuelven ricos y famosos. Si no, las esposas que envejecen deben ayudarlos a alimentarse y soportarlos».

Ocultismo y riquezas

Según explica el «United States Holocaust Memorial Museum», el auge de las SS y la fe que depositó Hitler en él para orquestar la Solución Final (el asesinato masivo de judíos) le convirtieron en un excéntrico que se veía a sí mismo como un emperador del medievo. También se dejó llevar por su fascinación por las artes ocultas y apoyó locuras como una expedición de científicos nazis al Tibet para hallar los supuestos orígenes de la raza aria. Todo ello, sin contar con su búsqueda de tesoros arqueológicos que, creía, tenían poderes sobrenaturales (algunos como el Santo Grial, la Lanza de Longinos o el Martillo de Thor).

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Himmler, en 1928
Himmler, en 1928

El ocultismo fue su perdición. Obsesionado como estaba por las antiguas leyendas nórdicas que le había inculcado su padre, Himmler adquirió en 1934 el castillo de Wewelseburg, en la región de Paderborn. Esta construcción, remodelada a golpe de trece millones de marcos, se convirtió en el centro espiritual del nazismo, una suerte de Camelot de la esvástica.

En su obra «Heinrich Himmler», el periodista Willi Frischauer (testigo de lo acontecido en la Alemania de Hitler) afirmó que «no había dos meses iguales» en todo el lugar, que contrató a «los mejores artesanos para elaborar finos tapices» o «cortinas de pesado brocado» y que «las puertas fueron revestidas con piedras y metales preciosos».

Himmler se acostumbró pronto a una vida de lujo. Así queda claro, por ejemplo, en la correspondencia que se enviaba con su mujer. Mientras el resto de alemanes pasaban todo tipo de privaciones, ellos disfrutaban de foie o caviar.

«¡Querido mío! Ayer por la noche cuando llegué, llegó al mismo tiempo el señor Baumert con tus hermosas rosas y el café, muchísimas gracias. También el señor Wolff. Hoy hemos tenido un tiempo maravilloso, ojalá que “ellos” [los pilotos ingleses] no vuelvan a visitarnos. Muñequita se puso muy ha costado la escuela. También es una pena que no encuentre una verdadera amiga en la escuela. […] Tenemos todavía mucho caviar, ¿no debería darlo? No tengo ninguna bota tuya para dar a la recogida de botas. ¿No podemos enviarte algo? Mil abrazos y saludos desde el fondo del corazón, tu M».

Final indigno

Tras asegurar a sus hombres que, llegado el momento, se responsabilizaría de las acciones perpetradas por las SS, prefirió traicionar al Reich e intentó pactar con los británicos estadounidenses a espaldas de Hitler. Estaba convencido de que, con su ayuda, se podría crear una suerte de gobierno de transición en Alemania. Pero no le sirvió de nada. Al final, el mismo jerarca que había orquestado el asesinato sistemático de millones de judíos y había confirmado que no abandonaría al «Führer» jamás, intentó por todos los medios salvar su vida.

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El 10 de mayo de 1945, tras la toma de Berlín por los soviéticos, partió desde Flensburg con sus hombres de confianza disfrazado de un sargento de la Geheime Feldpolizei (la policía secreta de la Wehrmacht).

Himmler y Hitler
Himmler y Hitler

Poco después, el 21 de ese mismo mes, los Aliados le capturaron en un puente ubicado entre Hamburgo y Bremen. Atrapado, fue igual de cobarde que había sido en vida. En principio intentó esconderse tras su nueva identidad falsa. Cuando los británicos descubrieron que era el líder de las SS, enviaron desde el cuartel general a un coronel de inteligencia para interrogarle. Michael Murphy, subordinado de Montgomery, decidió humillarle y poner frente a sí sus pecados. Todo ello, después de que hubieran explorado sus cavidades. El 23, el oficial le mostró fotografías de los presos de los campos de concentración y le apaleó. Poco después, y tras entender que no había salida, Himmler mordió una cápsula de cianuro y se suicidó.

Quizá la mejor forma de definir a Himmler sean las palabras que utilizó Albert Speer, el ministro de armamento del Reich: «Mitad maestro de escuela, mitad chiflado». Maestro de escuela, por su apariencia y porque, además de metódico, era organizado en extremo (dos virtudes que cautivaron sobremanera a Hitler). Chiflado, por todo lo demás, que fue mucho.

Origen: Himmler: los vergonzosos secretos y la humillante muerte del acólito de Hitler

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