28 marzo, 2024

Historia: El gran misterio del asesinato de Cánovas. Noticias de Alma, Corazón, Vida

Historia: El gran misterio del asesinato de Cánovas. Noticias de Alma, Corazón, Vida. Cánovas del Castillo no era un político cualquiera; era un animal político en el sentido más rotundo de la palabra que murió en circunstancias aún sin esclarecer

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No es posible conducir en la oscura noche, aunque estemos ansiosos de ponernos en camino. Pronto despuntará la aurora.

Canto XV de La Odisea.

Homero.


“La política es el arte de aplicar en cada época de la historia aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible”.

Esta sentencia tan pragmática se le adjudica a uno de los grandes muñidores del bipartidismo, por no decir mentor del sistema de alternancia, que viene rigiendo nuestra nación desde hace cerca de doscientos años hasta el día de hoy.

Cánovas pactaría con el dirigente liberal Sagasta el turno político obligatorio que ha perdurado hasta la fecha, si obviamos las dictaduras de Primo de Rivera y el longevo paréntesis sin libertades del general Francisco Francoen la noche más larga de la historia española.

Cánovas realizaría una ingente obra poniendo las bases del régimen de la Restauración, que perduraría hasta el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923

Antonio Cánovas del Castillo no era un político cualquiera; era un animal político en el sentido más rotundo de la palabra. De enormes y notorias contradicciones, podía firmar tranquilamente un documento que permitiera carta blanca para la tortura de insurrectos en Barcelona, e irse luego tan tranquilamente a pasear por la Gran Vía madrileña sin escolta. Podía suspender la libertad de cátedra, si atentaba contra dogmas de fe, al tiempo que donaba a una menesterosa viuda de guerra dos mil pesetas –enorme cifra para la época–, para su sustento y el de su prole. No tenía término medio.

Hasta su asesinato en el verano de 1887, no suficientemente aclarado en su autoría intelectual, y con inquietantes derivadas que podrían haber alcanzado a algún país del otro lado del Atlántico de haberse investigado adecuadamente, este arquitecto político de la España de finales del siglo XIX que durante cincuenta años estuvo ora en la dirección, ora en la tramoya de la gestión del país, daría un sentido profundo a la infrecuente honestidad tan ajena a la clase política. Moriría en la precariedad con una exigua pensión y, quizás, independientemente de la valoración moral de sus actos como gobernante, la anomalía de su honradez entre sus pares, de acusadas habilidades cleptocráticas, podría ser destacada como rúbrica de su gestión de estado.

Monárquico patológico, entronizaría con calzador en el año 1875 a Alfonso XII, habida cuenta del rechazo de una gran parte de la población a la alta institución regia por los antecedentes que operaban como una losa durante el desgobierno o desmadre quizás, de Isabel II.

Dueño de un poder incontestable, Cánovas realizaría en los años siguientes una ingente obra poniendo las bases del régimen de la Restauración, que perduraría hasta el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923. Por ello, preparó la Constitución de 1876, estableciendo una monarquía liberal de corte europeo. Acabar con la violencia política y los pronunciamientos militares tan frecuentes durante el reinado de Isabel II, asentando la primacía del poder civil, sería su caballo de batalla. Para ello había que garantizar la alternancia pacífica en el poder; por lo que diseñó un modelo bipartidista al estilo británico con el que se turnarían con sus “rivales” prefabricados, los conservadores, en un amañado dueto que tenía bastante de olor a tongo. Nada nuevo bajo el sol.

Antonio Canovas del Castillo.
Antonio Canovas del Castillo.

Es probable que ningún país de la historia haya realizado una transformación política tan completa y tan respetuosa para con las personas y creencias, como la que Cánovas del Castillo consiguiera al restaurar la monarquía en 1875 con un programa liberal y progresista. Hay que destacar que fue el único con dotes y capacidad probada para haber liquidado el problema cubanosin que derivara en conflicto con los Estados Unidos, colisión a la que nos empujó la abulia e incompetencia de los políticos que jalearon a una población ignorante de la realidad objetiva. Nos íbamos a enfrentar a un coloso y aquello requería mucha cintura, y habilidades que solo Cánovas podía poner en valor. Un pueblo soliviantado por falsas consignas de políticos que creían vivir en la época en que el imperio estaba en la cúspide y unos golpes de pecho muy estéticos pero con una percusión a destiempo, nos llevarían un año más tarde  a la extinción  de nuestra pasada gloria al tiempo que nos arrojarían a la noche más oscura, que de apoco, se iría acercando.

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En su haber como gobernante hay que anotar la pacificación del país, poniendo fin a la sublevación cantonal (1874) y a la Tercera Guerra Carlista (1875) al tiempo que se conseguía firmar unas tablas momentáneas en la Guerra de los Diez Años en Cuba (1878)

Luces y sombres, grandes sombras

La peculiaridad del régimen canovista estribaba en que las elecciones constituían una farsa manejada por las redes oligárquicas y por un caciquismo sin contemplaciones de palo y tentetieso, mientras que el Parlamento y el gobierno se formaban de espaldas a la opinión pública, en función de pactos entre los líderes de los dos partidos teórica y aparentemente en liza.

Durante las actividades religiosas en la Barcelona de 1896, un activista posiblemente libertario, arrojaría una bomba entre la multitud que discurría en la procesión del Corpus

Bajo Cánovas, los  arrestos en masa y tortura policial estaban a la orden del día. Durante las actividades religiosas en la Barcelona de 1896, un activista posiblemente libertario arrojaría una bomba entre la multitud que discurría en la procesión del Corpus. Más de trescientas personas, hombres y mujeres, fueron arrestadas. La mayor parte de los detenidos eran socialistas y sindicalistas y muy pocos anarquistas. Llevados al castillo de Montjuic, serían sometidos a toda clase de torturas para arrancarles confesiones. Muchos de ellos morirían bajo custodia superando la docena, los desgraciados de aquel enorme e inhumano desatino; el resto quedarían o lisiados permanentes, o locos de remate para los restos. La prensa europea se implicaría en aquella tragedia, llegándose a liberar a algunos de los supervivientes de aquel horror, baldón una vez más para la España representada en el duelo a garrotazos de Goya.

Cánovas del Castillo tenía pleno conocimiento de lo que estaba ocurriendo y recibía información puntual desde la Ciudad Condal. Bajo sus órdenes expresas se aplicaría la tortura a todas estas víctimas de la represión sobrevenida por el atentado detonante. Hoy todavía resulta incomprensiblea la luz del juicio histórico, que un hombre de aquella envergadura intelectual tuviera un comportamiento tan indiferente a las críticas de los diferentes sectores sociales con una ya despierta conciencia ciudadana.

Luces y sombras en un alma unas veces esplendida, otras tenebrosa.

Un asesino testarudo

No hay que olvidar el principio integrista que hacía de la nación un proyecto sostenido en la voluntad divina y que tanta sangre ha costado a nuestra nación, al no permitir orear el lastre de un pasado que a día de hoy todavía es una enfermedad crónica y polilla activa en la convivencia entre españoles.

Michelle Angiolillo
Michelle Angiolillo

Sucedió que la tarde del 6 de agosto, Cánovas se desplazaba en coche en dirección a Vergara, un precioso pueblo guipuzcoano arrebujado entre pastos verdes y caseríos. Al parecer, el ligero de cascos Michelle Angiolillo le esperaba en la cuesta de Garagarza, cuesta de cierta dificultad por su fuerte pendiente dada la compleja orografía común a todas las carreteras de la época en el País Vasco. El italiano había pensado disparar sobre el presidente, pero el temor a causar una masacre entre sus acompañantes parece ser que le detuvo. Al día siguiente, 7 de agosto, lo intentaría de nuevo. Situado a la entrada de Mondragón, cerca de la ermita de la Esperanza, sabía que el mandatario acudiría en coche. Éste se detuvo en el atrio de la ermita a la espera de su esposa, que venía paseando a pie desde el balneario de Santa Águeda, pero el asesino al ver que se le acercaban varias mujeres para saludarle, no vio el momento propicio para cometer su crimen y nuevamente desistió.

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Pero el anarquista era de ideas fijas y testarudo y no cejó en su empeño hasta intentarlo de nuevo.

Cánovas dejó de existir el 8 de agosto de 1897, en el balneario de santa Águeda, en el municipio de Mondragón en la pequeña y preciosa provincia de Guipúzcoa, donde todo parece que está bien puesto y en su sitio. Angiolillo estaba inscrito en el establecimiento como corresponsal del periódico italiano Il Popolo. Según declararía en el momento de su detención, lo que le llevó al magnicidio fue la venganza por las muertes de los anarquistas detenidos en Barcelona a raíz del atentado contra la procesión del Corpus.

Para cuando intentó un cuarto disparo, un fornido y bigotudo teniente de la guardia civil ya había reducido al criminal dándole un correctivo ‘in situ’

Cánovas, tras oír misa, subió a su habitación. El sofocante calor le obligaría a bajar a la galería donde decidió leer unos periódicos. A los pocos minutos de acomodarse entre el suave murmullo de las fuentes y el fresco circulante, se oyeron las detonaciones.

Impunemente, tiraría a cañón tocante sobre el político. Efectuó tres certeros disparos que le abrirían la cabeza, la yugular con una escandalosa hemorragia, y un tercero en la espalda. Todos eran mortales de necesidad. Para cuando intentó un cuarto disparo, un fornido y bigotudo teniente de la guardia civil ya había reducido al criminal dándole un correctivo in situ.

¿Qué impulsó a Angiolillo a cometer tan alevoso  asesinato?, ¿obedeció a su obcecación anarquista? ¿Quería vengar a sus hermanos torturados y asesinados en Montjuic? ¿Habían financiado los insurrectos cubanos el magnicidio y el italiano solo era un tonto útil? ¿Quién era el puertorriqueño que tan buenas relaciones tenía con los servicios de inteligencia norteamericanos? ¿Era una explosión de odios y rencores la que estaba en el trasunto como caldo de cultivo propicio para aquella tragedia? ¿O quizás había alguna pérfida mano meciendo la cuna desde el otro lado del Atlántico?

Represión policial brutal e indiscriminada

La última década del siglo XIX Barcelona vivió una oleada de atentados anarquistas. El de mayor repercusión sería el de la procesión del Corpus del 7 de junio de 1896 en el que seis personas murieron en el acto, y otras cuarenta y dos resultaron heridas de diferente consideración. La represión policial fue brutal e indiscriminada. Seis personas serían ejecutadas sumariamente tras un juicio farsa, 55 condenadas a cadena perpetua, el resto serian deportadas a África. Jamás se dio con la mano ejecutante, pero lo que sí está claro es que había un propósito claro de descabezar a cualquier precio el activo movimiento libertario catalán siempre efervescente. ¿El precio de aquel despropósito? En términos rigurosos, un descredito para la policía y toda la nación por extensión. Aparecimos en el mapa, sí, pero la imagen del país quedó muy deteriorada. Una vez más nos quedamos agazapados detrás del Pirineo a ver el futuro venir.

El alto coste de las torturas y ejecuciones no se justifica de ninguna manera como medio para conseguir resultados. Tan inhumana es la acción como la reacción. La respuesta bárbara, ilegal e ineficaz de las autoridades españolas y la brutalidad represiva, era en España el habitual y terrible sucedáneo de la eficacia policial.

Siempre será mejor una policía eficaz y una justicia severa que la representación del horror a la que tan frecuentemente tenemos que asistir por estos pagos.

Dibujo del cadáver de Cánovas del Castillo realizado por Juan Comba sobre una fotografía del conde de Aldana.
Dibujo del cadáver de Cánovas del Castillo realizado por Juan Comba sobre una fotografía del conde de Aldana.

Las relaciones de producción, la lucha de clases y unas aspiraciones dormidas tras un largo letargo centenario, despertaban al nuevo siglo y entraban a un ritmo sostenido por la puerta de atrás de un vetusto edificio que se caía a pedazos por falta de oxigenación. Una ciudadanía ninguneada secularmente quería participar y protagonizar un cambio que a todas luces se hacía inevitable si se quería evitar una colisión de consecuencias imprevisibles; pero la distancia entre el poder en conserva y la efervescencia del gentío aspirante a un mundo mejor, no auguraban un pronóstico halagüeño. Poco a poco la situación se iba deteriorando.

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Angiolillo, antes de ser ejecutado a garrote vil, hablaría ante un tribunal almidonado que solo sabía de leyes de la solidaridad con los que vivían en la miseria. Condenado a muerte, la sentencia se cumpliría  el 19 de agosto de 1897, a los once días de cometido el magnicidio.

Michele Angiolillo, anarquista hasta el tuétano, era un libertario de manual. Huyó desde la república transalpina para eludir la larga mano de una policía servil en una Italia donde los polos de la pobreza eran de un antagonismo brutal. Bien es cierto que promovía un diario de andar por casa, pero de contenidos ciertamente incendiarios. Se cree que estuvo en Barcelona cuando se produjo el atentado de la Procesión del Corpus del verano del 1896 lo cual hace que la coincidencia sea algo más que casual. Era obvio que con sus “habilidades”, su foto correría rápidamente mano en mano.

Instalado en Londres tras largas peripecias conoció los relatos de los torturados en el proceso de Montjuic y allí mismo se le inflamó la vena justiciera y compró la pistola con la que asesinaría a Cánovas del Castillo. Dejó la capital británica para dirigirse a París donde se entrevistaría con el delegado de los insurrectos cubanos que luchaban contra España por la independencia. Emeterio Betances le daría dinero para ir a España y llevarse por delante a la reina-regente María Cristina, al presidente del gobierno Antonio Cánovas del Castillo y a cualquier cosa que se moviera con cierto relieve o prestigio.

El amigo americano

Una segunda hipótesis alternativa a la pista británica residiría en las ofertas que se manejaron en aquel lance cubano. Lo cierto es que los norteamericanos nunca quisieron aceptar condiciones por algo que sabían se podían llevar gratis, así que utilizaron a un independentista portorriqueño, exiliado en USA, para que diera quinientas pesetas, y un revólver cargado al anarquista italiano para que asesinase a Cánovas, lo que configura la segunda opción a la de la financiación de interpares que se produjo en Londres.

Alcanzaría la paz perpetua al alba de un luminoso e infrecuente día de verano en el País Vasco. Esa misma tarde, caería una lluvia torrencial

Hoy todavía subsiste la incógnita de cuál de los dos revólveres firmó la sentencia de aquel hombre tranquilo en un balneario rural vasco. ¿Disparó Angiolillo con el que le dieron en Londres? ¿O quizás fue con el que iba más cargado de intenciones proveniente del otro lado del Atlántico? Todos los periódicos del mundo condenaron el magnicidio, excepto los americanos, que con su muerte vieron el campo libre para apropiarse Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El magnate de la prensa William Randolph Hearst, con su feroz prensa amarilla, ya había sentenciado el veredicto de la contienda. Los medios de comunicación ya apuntaban maneras.

Con la baja de Cánovas, España quedaba huérfana otra vez. Un buen gestor de modales controvertidos, había dejado una huella imborrable para lo bueno y para lo malo.

Alcanzaría la paz perpetua al alba de un luminoso e infrecuente día de verano en el País Vasco. Esa misma tarde, caería una lluvia torrencial. Un fin de ciclo.

Un martes 10 de agosto de 1897, seria trasladada su ausencia a Madrid. Un impresionante espectáculo en su trágica grandeza arrancaría una ovación cerrada y unas lágrimas sentidas en más de cien mil almas desamparadas.

España, suma y sigue.

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