Historias de amor en los tiempos del Holocausto | Historias
«Era una muchacha muy joven, la más linda del mundo. De ojos enormes que resaltaban en esa cabeza rapada. Muy flaca y pálida, como todos los que sobrevivíamos en el campo, y vestía el uniforme rayado, que parecía grande» (David Szumiraj).
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!«Cuando llegamos, vimos a un muchacho esquelético, tumbado con los ojos un poco abiertos. Aún tenía luz en los ojos. Lo reconocí porque estaba en el mismo barracón que mi hermano, aunque nunca había hablado con él. Quise salvarlo. Les dije a las chicas que le llevásemos a la pequeña habitación, que le daría mi litera inferior. Pero no querían, me lo pusieron difícil. Me decían: ‘¿Qué vas a hacer con él? ¿No ves que está muerto?’. Yo contesté: ‘No, no está muerto…’» (Nancy Kleinberg).
«Es difícil describir el momento en que nos vimos después de 28 meses. Hasta que Paula recibió mi nota, ella no tenía ni idea de que yo estaba vivo, y yo no tenía ni idea de que Paula estaba viva. Y aquí estábamos, juntos por primera vez, después de todas nuestras experiencias. De nuevo juntos» (Klaus Stern).
«Las muchachas decían: ‘Canta, canta, tal vez así te deje quedarte aquí’. Entonces volví a cantar la misma canción, una canción alemana que había aprendido [en la escuela]. Fue así como él se fijó en mí. Y en ese momento, creo, se enamoró. Eso fue lo que me salvó» (Helena Citrónová).
Hubo quienes resistieron al hambre, a los muchos grados bajo cero, a las enfermedades y a las vejaciones indescriptibles del III Reich. Hubo quienes burlaron a la máquina de exterminio más perfecta ideada por el ser humano gracias a su instinto de supervivencia, al simple azar o la combinación de ambos. Pero también hubo hombres y mujeres como David, Nancy, Klaus y Helena, que lograron serlo aferrándose a algo que el régimen de Hitler jamás pudo quitarles, pese a que lo intentó por todos los medios: su capacidad para seguir sintiéndose personas, para querer incluso en mataderos como el de Auschwitz-Birkenau.
«Les despojaron de sus pertenencias, de la ropa, del cabello. Les separaron de sus familiares y les cambiaron el nombre por un número. Les quisieron arrebatar la dignidad. Pues bien, aun así muchos quisieron seguir viviendo, y lo consiguieron gracias al amor, a que alguien les estaba esperando», explica la periodista y escritora Mónica González Álvarez. Acaba de publicar Amor y horror nazi. Historias reales en los campos de concentración (editorial Luciérnaga), siete relatos palpitantes que, como la niña del abrigo rojo en La lista de Schindler, contrastan sobre el fondo color ceniza del Holocausto.
«Pensaba que nadie se podía haber enamorado en aquellas cárceles de la muerte. Me sorprendió muchísimo comprobar que fue posible», reconoce la autora a propósito de un trabajo que le permitió localizar a algunos testigos directos de la solución final tras dos años de contactos con expertos en la II Guerra Mundial y museos dedicados a la memoria de las víctimas.
OFICIAL NAZI CON NOVIA JUDÍA
El del oficial austriaco de las SS Franz Wunsch y la prisionera eslovaca Helena Citrónová es uno de los romances surgidos entre vallas electrificadas, trabajos forzados y ejecuciones en masa. Ella fue deportada en 1942 a Auschwitz, dónde él se encontraba destinado como sargento segundo. Se vieron por primera vez en el Canadá, el barracón en el que se clasificaban los objetos de valor de quienes llegaban al centro de exterminio. Wunsch celebraba allí su cumpleaños; Citrónová, animada por sus compañeras de suplicio, lo felicitó con una canción y…
A partir de ese momento, Wunsch se comportó como el novio que era imposible que fuera. Nunca se besaron. No llegaron a tocarse. Él la miraba con cariño, la trataba con amabilidad -nada que ver con el sórdido apetito sexual de sus camaradas, muchos de los cuales violaban a las reclusas que les resultaban más atractivas- e incluso medió para salvar a su hermana de la cámara de gas. Al final de la guerra, el militar fue detenido y juzgado. Su amada declaró a su favor y quedó absuelto de todos los cargos.
Entre las historias de Amor y horror nazi sobresale igualmente la relación sentimental que mantuvieron dos mujeres en la misma capital desde la que el Führer aspiraba a dominar el mundo. Felice Schragenheim fue una periodista judía alemana que se infiltró en un diario nazi para proporcionar datos a la Resistencia. Elisabeth Wust, Lilly, esposa de un oficial del régimen y madre de cuatro hijos, respondía al canon de madre aria supeditada a la causa. En 1943, sus miradas se cruzaron en un café de Berlín. «Hubo una atracción inmediata y flirteamos escandalosamente. Comencé a sentirme viva como nunca antes lo había hecho», recordaba Lilly.
Pertenecían a mundos contrarios y, sin embargo, lo que sucedió entre ellas a partir de entonces se convirtió en un feliz desafío. No tanto a la ley Parráfo 175, que prohibía las relaciones homosexuales aunque no el lesbianismo, como a la legislación antijudía dictada en Nuremberg.
«El 26 de junio de 1943, las dos mujeres deciden casarse. No en una boda al uso, porque era imposible, sino mediante la redacción de un contrato de matrimonio. Sentían que ambas almas se pertenecían, pese a que no podrían llevar anillos, ni mostrar su afecto oficialmente», escribe González Álvarez.
Sólo dos meses después, cuando regresaban de pasar el día haciéndose fotos a orillas del Havel, la Gestapo las estaba esperando. Felice fue detenida y enviada al campo de Theresienstadt. Se cree que murió a finales de 1944. Aunque mantuvo el contacto por carta, ella y Lilly no volvieron a verse.
RESCATADO DE UNA PILA DE CADÁVERES
Quienes sí consiguieron reencontrarse cuando Europa quedó pacificada fueron Howard y Nancy Kleinberg. Nacidos a finales de los años 20 del siglo pasado en la comunidad judía de Wierzbnik (Polonia), se vieron por primera vez tras la liberación del campo de en Bergen Belsen. Él, que había estado en Mauthausen y visto de cerca las prácticas de Willi, el sádico, estaba al borde de la muerte, abandonado en una pila de cadáveres. Ella lo rescató. Acabaron en Toronto y siguen juntos.
«Conocerles me dejó noqueada. No dudaron ni un segundo en abrirme su corazón, llorar conmigo y hacerme partícipes de algo tan íntimo como sus sentimientos. Les tengo un cariño y un agradecimiento eternos», reconoce la escritora, que señala el testimonio de la pareja como «el más emotivo» de su libro.
Sólo tres de los 14 protagonistas de Amor y horror nazi están vivos. Han pasado más de 70 años de la victoria aliada sobre los nazis y los relatos de aquellos que sufrieron el horror en carne propia se van perdiendo. «En el epílogo menciono la historia de la española Margarita y el austríaco Rudolf, que se casaron en Auschwitz, por lo que él fue ejecutado al día siguiente. No he podido desarrollarla porque no encontré a ningún familiar», señala la autora.
Allí donde unos hombres escribieron con caligrafía siniestra Arbeit macht frei (El trabajo os hará libres), otros de verdad se sintieron libres. Gracias al amor.
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