Horror y parné en un barco negrero: cuando un médico lanzó esclavos al mar para cobrar
Más de un centenar de cautivos africanos fueron lanzados por la borda del barco ‘Zong’ porque, de haber muerto en la embarcación, los propietarios no habrían podido cobrar
La RAE define el término ‘esclavo‘ como aquel «que carece de libertad por estar bajo el dominio de otra». Si bien es una palabra que parece haber quedado relegada al pasado histórico de la Humanidad, en el siglo XXI sigue habiendo mercados de esclavos en el mundo, lejos de lo que se conoce como la ‘esclavitud moderna‘, que engloba diferentes situaciones en las que las personas, mediante amenazas, violencia, coacción, abuso de poder o engaño, quedan privadas o bien de su libertad para controlar su propio cuerpo o de su libertad para elegir o rechazar un empleo (o dejar de trabajar). Sin embargo, esa esclavitud ‘antigua’ sigue vigente en algunos países, de Corea del Norte, donde los trabajos forzados están a la orden del día, hasta Libia, donde todavía se llevan a cabo verdaderas subastas de esclavos.
En el siglo XXI, muchas personas procedentes de diferentes países de África mueren al año en el Mediterráneo, tratando de llegar a otros países donde la situación (esperan) sea mejor que en su lugar de origen. Dos siglos atrás, muchos africanos morían también en el mar, pero lo hacían en el Atlántico, y no por la ‘voluntad’ de buscar un futuro mejor, sino por no poder sobrevivir a largos viajes en los que su destino final era servir de esclavos. Esto fue lo que ocurrió, en parte, en el barco ‘Zong’, una embarcación de origen neerlandés que en 1781 fue incautada por los británicos. Con cerca de 250 esclavos a bordo, el barco fue adquirido por un esclavista de Liverpool, que partió con su nueva tripulación liderada por el médico Luke Collingwood. A pesar de ser su segunda expedición naval —en la primera había ejercido de cirujano de a bordo—, capitaneó el ‘Zong’ con nula experiencia.
A la cifra de esclavos sumó otros tantos, hasta hacinar a más de 440 en su embarcación, y salió al mar, dejando en tierra la garantía de contar con un seguro de barco y carga humana por valor de 8.000 libras. El barco partió hacia Jamaica en septiembre, con el médico de a bordo y capitán enfermo gran parte del viaje. A mediados de noviembre, divisaron tierra y siguieron navegando, pero confundieron la isla de Jamaica con la entonces Santo Domingo francesa (territorio que ahora comparten Haití y República Dominicana). Al alcanzar Jamaica, el barco tenía una (presunta) carencia absoluta de agua potable, mientras la mitad de la tripulación y de los africanos sufrían una enfermedad que los incapacitaba cada vez más.
La tripulación se reunió el 28 de noviembre de ese mismo año y, con la aprobación del capitán del barco, llegaron a una solución: habría que matar a muchos de los esclavos a bordo. Y así fue: de los cerca de 400 negros que viajaban (muchos otros ya habían muerto a causa de la enfermedad) hacinados hacia su destino esclavo, más de 130 (los datos bailan, según la fuente, entre 131 y 133) esclavos fueron lanzados vivos por la borda y ahogados en altamar. Tras lo ocurrido, el propietario del barco presentó una reclamación a su aseguradora por el valor de los africanos fallecidos, ya que el seguro cubría la carga humana perdida en el viaje, pero no la fallecida en el trayecto. El barco atracó en Black River, Jamaica, el 22 de diciembre y los africanos supervivientes fueron repartidos para su posterior subasta, tal y como se recoge en Understanding Slavery, una iniciativa en la que colaboran seis museos de Reino Unido.
El juicio final: «Era como tirar madera al mar»
El encargado de presentar la reclamación al seguro fue James Gregson, el esclavista propietario de la embarcación. Alegó que no había agua suficiente para mantener tanto a la tripulación como a la carga humana, pero la compañía de seguros repondió recordando que el barco disponía de 420 jalones de agua cuando se realizó el inventario a su llegada en Jamaica. El tribunal, en Jamaica, falló a favor de Gregson, aunque la aseguradora presentó una apelación al año siguiente, generando una gran atención mediática e interés entre los abolicionistas de Reino Unido. Según recoge Black Past, una ONG que estudia el esclavismo, tanta publicidad sobre la historia del ‘Zong’ hizo que el caso se llevara ante William Murray, el conde de Mansfield y entonces presidente del Tribunal Supremo de la Magistratura Real, el más alto tribunal del país, que ordenó un segundo juicio.
Entretanto, el principal abolicionista británico de la época, Granville Sharp —el primero en usar el término ‘masacre’ para referirse a lo que había ocurrido en el ‘Zong’— presentó cargos penales contra el médico-capitán, contra la tripulación y contra los propietarios del barco, sin éxito. El conde de Mansfield presidió el segundo juicio y falló a favor de la aseguradora, argumentando que la carga humana había sido mal gestionada por parte de la tipulación, ya que el capitán debería haber llevado a bordo la cantidad necesaria de agua para cada esclavo. Por su parte, el fiscal general británico, John Lee, se negó a hablar de cargos penales: «¿Cuál es la afirmación que dice que personas humanas fueron arrojados por la borda? Se trata de un caso de bienes inmuebles. Los negros son bienes y propiedades, por lo que es una locura acusar a estos honorables hombres de asesinato. Sería el mismo caso que si lo que hubieran arrojado por la borda fuera madera», alegó.
Por aquel entonces, el capitán Collingwood ya había fallecido, y durante el juicio Lee lo mencionó asegurando que «había actuado en interés de su barco para proteger la seguridad de su tripulación». «Cuestionar el juicio de un capitán experimentado y viajado, que disfruta de respeto, es una locura, especialmente cuando se trata de esclavos». El caso, que no acabó con una condena por asesinato para la tripulación, sí consiguió incrementar el movimiento abolicionista en Reino Unido, dando más visibilidad a perfiles como Sharp o Olaudah Equiano, nacido en Nigeria y vendido como esclavo cuando solo tenía 11 años (compró su libertad y se convirtió en una figura importante de la literatura inglesa).
Sharp insistió y trató de dar a conocer la historia del ‘Zong’, que se había cubierto escasamente en la prensa inglesa de la época, aunque su influencia fue muy limitada. Ocho años después del caso, se fundó la Sociedad para la Abolición, y en los años siguientes la historia de este barco negrero se convirtió en un referente de la extrema depravación que caracterizaba al comercio de esclavos en la época. Esto no paralizó ni la venta de esclavos ni sus asesinatos: en 1807 se declaró ilegal la trata de esclavos, y los barcos de la Marina Real perseguían a las embarcaciones ilegales que transportaba esclavos, pero las tripulaciones terminaban por lanzarlos por la borda antes de ser detenidos y sus propiedades incautadas. Después de 1833, cuando Reino Unido abolió la esclavitud, fue cuando esta historia se dio (más) a conocer.