21 noviembre, 2024

Incidente de Gleiwitz: la misión secreta con la que los comandos nazis de la ‘Orden Negra’ engañaron a Europa

En su último libro, «Espías de Hitler», Óscar Herradón repasa la importancia de los servicios secretos de las diferentes facciones durante la Segunda Guerra Mundial. Entre las operaciones destaca que el comienzo de la contienda no fue como nos lo han contado hasta ahora

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En el verano de 1939 los vientos de guerra se cernían de nuevo sobre la vieja Europa. Algo que ya había sucedido apenas un siglo antes con el megalómano Napoleón Bonaparte.

Entre bambalinas y esvásticas, un cada vez más conocido Adolf Hitler había iniciado una sangrienta campaña contra los judíos. Algo parecido a una cruzada sagrada que tenía en su esmirriada figura con mostacho a su particular líder y que, lejos de la paz y la armonía, usaba como pilares básicos el odio y el terror. Dos sentimientos grabados a fuego en el corazón de los germanos tras los abusos que los gobiernos internacionales habían perpetrado contra Alemania por considerarla la causante de la Primera Guerra Mundial.

En mitad de ese tenso ambiente tan solo hacía falta una chispa para dar rienda suelta a la sangrienta guerra que, desde hacía meses, ansiaba con todas sus fuerzas Hitler. Y, en vista de que sus provocaciones políticas servían para bien poco (la comunidad internacional cedía ante todos sus desafíos para evitar otra cruel contienda como la que había asolado el continente hacía apenas tres décadas), el «Führer» decidió elaborar un complicado engaño para atacar Polonia. El objetivo del mismo era que todos creyesen que Alemania estaba respondiendo a una provocación de sus contrarios.

Así fue como se ideó una misión secreta en la que varios hombres de las fuerzas especiales nazis (entre ellos, algunos miembros de la «Orden Negra», las temibles SS) recibieron órdenes de atacar una estación de radio germana disfrazados como militares polacos para, posteriormente, emitir un mensaje en el que instaban a sus falsos compatriotas a alzarse contra los teutones.

El plan (conocido posteriormente el «Incidente de Gleiwitz») ha vuelto a salir en los últimos meses a la palestra gracias al periodista Óscar Herradón. Y es que, es una de las decenas de misiones secretas que desvela en su último libro, «Espías de Hitler. Las operaciones secretas más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial» («Luciérnaga»).

La obra hace también un recorrido por los diferentes servicios de inteligencia que participaron en la que -a la postre- fue una de las contiendas más determinantes de la Historia y, a su vez, repasa la vida de espías tan destacables y desconocidos como Eddie Chapman (el agente «ZigZag») o Sorge. Todo ello es, finalmente, acompañado de una descripción de las principales redes de espionaje europeas. Algunas como la creada por los británicos en Bletchley Park para tratar de destrozar el código de la popular máquina Enigma.

El comienzo

El origen de este descabellado plan hay que buscarlo en el ascenso al poder de Adolf Hitler (así como de su partido nacionalsocialista) en 1933. El «Führer» era un líder que se había alzado en la poltrona lanzando brutales soflamas contra el Tratado de Versalles. Un pacto elaborado por las potencias internacionales tras la Primera Guerra Mundial en el que se condenó a los germanos a pagar unos tributos desorbitados a las potencias vencedoras al considerar que su gobierno había iniciado la contienda.

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Basándose en ese mensaje, así como en el de el odio a los judíos, el del mostacho comenzó a organizar el ataque y conquista de regiones que consideraba tradicionalmente alemanas. Algunas de ellas, tan famosas como la ciudad de Danzig, con salida al mar Báltico y, por entonces, regida por Polonia. Pero lo hizo de forma secreta y traicionera mientras -por otro lado- hablaba de paz con su gobierno.

«La tensión era cada vez más palpable, pero los ciudadanos polacos pudieron respirar algo más tranquilos cuando, en una de sus habituales estrategias diplomáticas -que ocultaban, casi siempre, oscuros fines-, Hitler hizo creer al gobierno de Varsovia que sus planes eran pacíficos», explica Herradón en «Los espías de Hitler».

Torre de radio en la que se sucedó el incidente
Torre de radio en la que se sucedó el incidente– Museo de la estación de radio de Gleiwitz

Así pues, y como haría posteriormente con otros tantos líderes como Stalin, el «Führer» engañó a los polacos firmando un tratado en 1934 en el que se especificaba, por ejemplo, que «si surgieran disputas entre ellos [los dos países] y no se alcanzase un acuerdo entre ellos mediante negociación bilateral», se buscaría «por cada caso particular y por mutuo acuerdo métodos pacíficos alternativos» para evitar la guerra. Sin duda, una gigantesca farsa. Pero una mentira que los mandamases polacos se creyeron sin rechistar pensando que, de esta forma, el líder nazi relajaría sus ansias de conquista..

Pero no fue así. De hecho, sucedió todo lo contrario. Crecieron el «Führer» ideas megalómanas que hablaban de recuperar territorios en su día alemanes. «Así se fue gestando, entre bambalinas, la implacable maquinaria bélica alemana y el retorcido y ambicioso plan del gobierno de la esvástica para hacerse con el Viejo Continente, por mucha sangre que derramasen por el camino», completa el experto en su obra.

Guerra de engaños

Atado oficialmente de pies y manos por culpa del tratado, Hitler se vio imposibilitado para comenzar su particular guerra contra Polonia. Su única salida era contar con una excusa lo suficientemente imponente como para que la comunidad internacional no se le echase encima si iniciaba la invasión del país.

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Buscaba que, al menos para el resto del mundo, diese la impresión de que Alemania no había iniciado las hostilidades, sino que se había visto obligada a responder a una agresión intolerable. ¿Qué diantres hacer? La respuesta le llegó al «Führer» de manos de Reinhard Heydrich, el jefe del Sicherheitsdienst (o SD, el servicio de contrainteligencia germano).

De su mente, y de las de los servicios especiales, nació una descabellada idea: llevarían a cabo una serie de operaciones de «bandera falsa» en las que soldados alemanes disfrazados de militares polacos vejarían a Alemania mediante hirientes soflamas y falsos ataques en territorio teutón. Todos ellos, perpetrados contra puntos presuntamente clave en la frontera germano-polaca.

Invasión de Polonia
Invasión de Polonia– ABC

Según narra Herradón en «Espías de Hitler», el entramado fue conocido como «Operación Himmler», buscaba «que el ataque alemán pudiera presentarse ante la opinión pública internacional como “respuesta” a las “sangrientas” provocaciones polacas» y se dividiría principalmente en tres operaciones.

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1-La primera estaría a cargo del general Herbert Melhorn, de las SS, quien dirigiría una unidad de alemanes ataviados como soldados polacos. Este grupo debía, en primer lugar, crear un falso campo de batalla en el que diera la impresión de que habían atacado por sorpresa a una patrulla alemana. Posteriormente, deberían asaltar un puesto fronterizo cercano. Todos sus movimientos serían fotografiados.

2-La segunda, también dirigida por Melhorn, consistiría en «simular un violento combate cerca del puesto fronterizo de Hochlinden», tal y como explica Herradón.

3-La tercera sería el «incidente de Gleiwitz»

El «incidente de Gleiwitz»

QUÉ

La tercera misión de la «Operación Himmler» era la más importarte. Se sucedería en Gleiwitz, lugar al que se enviaría una patrulla de alemanes ataviados con uniformes de militares de Polonia.

Su objetivo era conquistar una estación de radio germana y emitir un mensaje en polaco llamando a la lucha armada contra Alemania y criticando su política. De esta forma, parecería que un comando polaco había atacado la frontera germana.

QUIÉN

Siete miembros de las SS (u Orden Negra) junto a un oficial. Entre ellos destacaban:

1-Alfred Helmut Naujocks. Sturmbannführer (comandante de unidad de asalto) de las SS. Oficial.

2-Karl Berger. Experto en radiodifusión.

3-Heinrich Neumann. Un locutor que hablaba de forma fluida polaco.

EL COMUNICADO

Según explicó el propio Naujocks durante su declaración jurada en los juicios de Nuremberg, el comunicado decía «que había llegado el momento del conflicto entre alemanes y polacos, y que los polacos debían unirse y aplastar a cualquier alemán que se resistiera».

Herradón, con otro de sus libros más connocidos
Herradón, con otro de sus libros más connocidos

CUÁNDO

La misión se planeó para el 25 de agosto de 1939, pero se sucedió el día 31. Una jornada antes de que comenzara la invasión alemana de Polonia (la cual se inició el 1 de septiembre de 1939).

DÓNDE

El lugar elegido fue Gleiwitz, una localidad ubicada a unos 100 kilómetros de Cracovia. En ella había una estación de radio de onda media.

PARA QUÉ

El objetivo era que la comunidad internacional creyera que Polonia había roto el pacto de no agresión con Alemania. Una excusa perfecta para que las tropas de Hitler atacaran el país.

Preparativos

La misión se preparó de forma cuidadosa. Para empezar, Naujocks se marchó de Berlín «hacia el 10 de agosto» con sus hombres. Una vez en su destino esperó, como él mismo señaló en su declaración, unos 14 días. En ese tiempo estuvo analizando los planos de la zona con sus subordinados.

Posteriormente fue informado de que contaría con la ayuda de Heinrich Müller, el jefe de la Gestapo. Este se encargaría de dar realismo a la operación usando cadáveres recién asesinados en los campos de concentración alemanes. ¿El objetivo? Que parecieran bajas sucedidas durante la incursión polaca.

Alfred Helmut Naujocks
Alfred Helmut Naujocks– Wikimedia

Así explicó Müller su participación: «Dos minutos después del desencadenamiento de la operación, a las siete y media de la tarde, pasaré por delante de la estación de radio en un Opel negro, y depositaré en la misma entrada un cadáver recién sacrificado, vestido, naturalmente, con uniforme del ejército polaco». Otros tantos fallecidos (todos ellos reos a los que se les había administrado una inyección letal) fueron usados en el resto de misiones de la «Operación Himmler». «El nombre en clave que tenía para referirse a estos criminales era “productos enlatados”», señaló el oficial de las SS en su declaración ante el tribunal.

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En principio se estableció que la operación se sucedería el 25 de agosto de 1939. Sin embargo, una serie de retrasos obligaron a los mandos a postergarla hasta el día 31. Aquella jornada, los comandos de las SS, ansiosos desde hacía varios días por llevar a cabo la misión para la que llevaban entrenándose casi un mes, recibieron la orden de comenzar las diferentes incursiones de la «Operación Himmler».

La operación

Tal y como explicó Naujocks, recibió la orden de ataque al mediodía del 31 de agosto. Fue mediante una llamada del mismísimo Heydrich, quien le espetó a través del auricular la contraseña establecida: «La abuela ha muerto». Así lo afirma el divulgador histórico Pere Cardona (del blog HistoriasSegundaGuerraMundial) en declaraciones a ABC.

Automáticamente, los comandos se pusieron manos a la obra. Tal y como explica Herradón en «Espías de Hitler», no tuvieron problemas a la hora de conquistar la estación de radio. De hecho, se limitaron a acceder a ella pistola en mano por la «puerta trasera». La primera parte de la operación estaba cumplida. «En la sala de radio se encontraron a tres técnicos en compañía de un agente de policía», añade el autor.

Tampoco les causó dificultades reducir a aquellos hombres, a los que encerraron en el sótano para evitar que se percataran del engaño que se estaba fraguando a su alrededor. Con todo, Herradón es partidario de que los comandos no estuvieron todo lo audaces que se esperaba: «La operación no parecía haber sido orquestada por los brillantes hombres del SD, sino que consistió en una chapuza con varios fallos».

Placa conmemorativa del suceso en la estación
Placa conmemorativa del suceso en la estación– Wikimedia

El primero de ellos fue que los asaltantes no encontraron un micrófono adecuado en el que locutar el mensaje. Desesperados, terminaron transmitiéndolo en uno de onda corta que hizo que los insultos contra Alemania no pudieran escucharse más allá de 40 kilómetros. Además, Neumann se puso tan nervioso que apenas pudo leer el texto escrito. «Parece que los oyentes solo pudieron escuchar las siguientes palabras “¡Atención Gleiwitz! La radio está en manos de Polonia«», señala Herradón en su obra. El desastre terminó cuando, debido al pánico, el protagonista dejó caer el micro.

Tras unos minutos, no obstante, todo terminó. Entonces el comando se limitó a salir del complejo. Allí, como estaba previsto, había un cadáver… Aunque vivo.

«Recibí a este hombre y lo dejé tumbado a la entrada de la emisora. Estaba vivo, pero totalmente inconsciente. Traté de abrirle los ojos. No pude saber por sus ojos si estaba vivo, solo lo supe porque respiraba. No vi las heridas de bala, pero tenía mucha sangre por toda la cara. Iba vestido de civil», añadía el oficial en su declaración. Todo acabó de esta forma. La operación fue, a pesar de todo, un éxito, pues le dio a Hitler la excusa necesaria para invadir Polonia. La verdad solo se supo a partir del 45, cuando cayó el Reich y se sucedieron los juicios de Nuremberg.

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