21 noviembre, 2024

Juan Pablo I sube a los altares sin que se cierre el misterio sobre su muerte

Juan Pablo I, con su habitual sonrisa, saluda a los fieles tras ser elegido ABC
Juan Pablo I, con su habitual sonrisa, saluda a los fieles tras ser elegido ABC

Albino Luciani será proclamado beato este domingo

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La ceremonia de beatificación que preside este domingo el Papa Francisco en la basílica de San Pedro elevará a los altares a Albino Luciani, Juan Pablo I. El ‘Papa de la sonrisa’, el del pontificado más breve —solo 33 días— de la historia moderna, el reformador de la curia al que la repentina e inesperada muerte le hurtó la posibilidad de completar su tarea. Pero también es el Papa del que se ha escrito y especulado más sobre su muerte, y las circunstancias que la rodearon, que de su vida, por más que esta sea una de las más edificantes e interesantes de la Iglesia del siglo XX.

La chapuza comunicativa del Vaticano en aquel septiembre de 1978, y la falta de explicaciones verosímiles, no hicieron más que dar pábulo a las teorías de la conspiración, acrecentadas en el tiempo por continuas revelaciones, algunas institucionales, que acababan contradiciendo a las anteriormente calificadas como oficiales.

La negativa del camarlengo a que se le practicara la autopsia, la torpeza al ocultar los detalles sobre cómo y por quién fue descubierto el cadáver y los escándalos financieros en que estaba inmerso el Banco Vaticano, que acabaron poco después con varias muertes traumáticas, alimentaron los recelos durante años.

La vicepostuladora de la causa de beatificación, la historiadora y periodista italiana Stefania Falasca, lamentaba este viernes en el Vaticano que las circunstancias de su muerte hayan «fagocitado la consistencia y el calibre magistral de este hombre y de este Papa durante tantos años».

«Es increíble que se pregunten aún por teorías incluidas en volúmenes de novela negra, que son solo basura publicitaria, porque la Historia se construye con fuentes y documentos», afirmó Falasca, que considera suficientemente probada la versión oficial de muerte natural inesperada debida a un infarto.

Sin embargo, la amplia investigación realizada para la beatificación no cierra todas las dudas. Para el sacerdote español Jesús López Sáez, que ha escrito varios libros sobre la cuestión (el último titulado ‘El Papa que mataron’), el proceso «no ha restituido la verdad histórica», como afirma Falasca. «Estoy en contra de que se dé por supuesto que murió de forma natural -afirma López Sáez-. La verdad histórica no se establece solo con documentos. En ese caso se requiere de una necropsia».

¿Cómo acercarse entonces a lo que ocurrió aquella noche cuando todos los intentos de explicarlo han acabado complicando más el asunto? Quizás no sea muy ortodoxo, vista la aversión de Falasca al género, pero los presupuestos de motivo, medio y oportunidad tan habituales en la novela negra puedan servir para tratar de comprender mejor.

Motivo

Si algo alimenta la teoría del asesinato son los motivos. Y la mayor parte de ellos apuntan a Paul Marcinkus, el controvertido arzobispo que en esos momentos presidía el Instituto para las Obras de la Religión (IOR). Al frente del también conocido como Banco Vaticano desde 1971, en los últimos años del pontificado de Pablo VI sus polémicos manejos financieros ya estaban bajo la sospecha de las autoridades económicas italianas.

Marcinkus ya había tenido diferencias en 1972 con Albino Luciani cuando era patriarca de Venecia. Una de ellos, la venta de un 37% de la Banca Cattolica del Veneto al Banco Ambrosiano de Roberto Calvi ordenada por Marcinkus a espaldas de Luciani, que no fue consultado. El futuro Papa se oponía a la operación ya que suponía el fin de las operaciones con créditos a un bajo interés a familias necesitadas y las parroquias de la región.

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Unas diferencias que se verían acrecentadas poco después cuando Marcinkus se negó a rescatar el Banco di San Marco, la entidad diocesana en que las parroquias guardaban sus ahorros. «Me ha tratado como a un conserje», comentó Luciani de Marcinkus después de aquella reunión, según desveló años más tarde otro obispo de Veneto, Antonio Santin.

Con esos antecedentes, no es complicado deducir que tras ser elegido Papa, Juan Pablo I tuviera la destitución de Marcinkus como uno de sus primeros objetivos. Más claro evidente todavía si se tiene en cuenta que el Banco Vaticano ya había perdido unos 30 millones de dólares en 1974, en la quiebra del Franklin National Bank, del banquero siciliano Michele Sindona, relacionado con la Mafia y que sería asesinado con cianuro en su café en la cárcel en 1986.

Además, las autoridades italianas ya estudiaban en aquellos momentos las operaciones de Calvi al frente del Ambrosiano, del que el IOR era el mayor accionista. En 1982, el Ambrosiano se declararía en quiebra y Calvi huyó de Roma. Su cuerpo apareció colgado bajo un puente en Londres. Se habló en un primer momento de suicidio, pero las investigaciones posteriores apuntan a un asesinato que nunca fue resuelto.

Por si fuera poco, Marcinkus es para muchos el instigador de la campaña que trataba de mostrar al recién elegido Papa como incapaz para ejercer el cargo y angustiado frente la gran responsabilidad que le había recaído. Una versión que ha desmentido Margherita Marin, la única superviviente de las monjas que vivían en las dependencias papales y que lo encontró muerto en la mañana del 29 de septiembre de 1978. «Yo lo vi siempre tranquilo, sereno. Lleno de confianza y seguro», aseguró años después.

No es de extrañar que David Yallop ya señalara a Marcinkus como el principal responsable de la muerte de Juan Pablo I en su libro ‘En nombre de Dios’, el primero que apuntaba en público la tesis de asesinato. Una responsabilidad de la que fue «exonerado» unos años después por John Cornwell en ‘Como un ladrón en la noche’, la investigación favorecida por la Santa Sede para desmentir la tesis de Yallop. Un texto que, sin embargo, contribuía a ahondar en las diferencias entre el arzobispo banquero y el nuevo Papa y consolidaba la imagen de un Luciani «aplastado» por la responsabilidad e incapaz de hacer frente a las presiones de la Curia romana.

LAS CLAVES

¿Quién descubrió el cuerpo?

La versión oficial afirmaba que el cadáver había sido encontrado en la cama por su secretario. Pronto se supo que había sido una de las monjas que le cuidaba pero el vaticano quiso ocultar que una mujer había entrado en la habitación sin permiso. Más tarde, la Santa Sede reconoció que entraron dos religiosas.

¿Qué leía en el momento de su muerte?

De nuevo la versión oficial ofrecía una imagen beatífica al presentar al Papa leyendo «La imitación de Cristo» de Kempis. Las religiosas afirmaron más tarde que eran unos folios mecanografiados. Según ellas, apuntes para una homilía. Otras versiones hablan de unas notas sobre los cambios que pensaba impulsar. Aquellos folios no se conservan.

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¿Por qué no hubo autopsia?

El camarlengo se opuso desde un primer momento a la autopsia, argumentando que las causas estaban claras y las normas de sede vacante la excluían. sin embargo, algunos cardenales y la opinión pública la reclamaron ya entonces. Años después se supo que el médico que había firmado el certificado de defunción la había solicitado. No fue atendido.

Pinchazo en el pecho

Según su secretario, a media tarde le había comentado que sentía un pinchazo en el pecho, como una opresión. Sin embargo, el detalle solo se hizo público años después cuando los primeros libros apuntaban la hipótesis del asesinato. A esa versión, se contrapone la de su médico persona, que habló con él esa noche y no percibió ningún problema.

Marcinkus fue destituido en 1989 por Juan Pablo II y se retiró a su Chicago natal, donde ejerció como párroco. Falleció en 2006. Trece años después, en 2019, Anthony Luciano Raimondi volvía a señalar a Marcinkus, esta vez como autor material de la muerte de Juan Pablo I, en su libro ‘When the Bullet Hits the Bone’. Raimondi afirma ser un arrepentido jefe de la Mafia, sobrino de Lucky Luciano y primo del propio Marcinkus, quien le habría llamado al Vaticano para ejecutar el plan antes de que salieran a la luz sus turbios asuntos en el IOR.

Medio

Aunque el Vaticano habló siempre de infarto como motivo de la muerte, la negativa a la autopsia favoreció la teoría del envenenamiento desde el primer momento. La ausencia de una investigación más profunda, habría servido, según esas versiones, para encubrir la razón última de la muerte. De nuevo Marcinkus aparece señalado como responsable en varios escritos. El primero, el de Yallop en 1984, como instigador y más tarde, incluso como autor material.

Un tiempo después de la aparición del libro de Yallop, uno de los secretarios de Juan Pablo I trató de desmentir la hipótesis del envenenamiento revelando que esa misma noche les había confesado que sentía «pinchazos, y dolores en el pecho con una sensación de opresión». Una información que aparecería nueve años después de la muerte y que contrastaba con la opinión de Antonio da Ros, el médico personal de Luciani que afirmó haber hablado con él por teléfono esa misma noche y que le había contado que se encontraba bien.

¿Pudo alguien esa noche suministrarle al Papa alguna sustancia que acabara con su vida? Dado como fue encontrado el cadáver, parece evidente que tendría que ser alguien conocido y de quien el Papa no sospechara. De todas las teorías conspiranoicas, las del mafioso es la más estrambótica.

Según su narración, habría ayudado a Marcinkus a envenenar un té con ‘Valium’, para que el Papa durmiera profundamente. Después habrían vuelto para suministrarle una dosis letal de cianuro, pero el mafioso, arrepentido en el último momento y con miedo a ganarse «un billete de ida al infierno» por haber asesinado a un Papa, se negó a entrar en la estancia y se quedó en el pasillo en espera de que el propio Marcinkus le facilitara el cianuro a un Juan Pablo I que dormía profundamente.

Resulta poco creíble que tal trasiego en los pasillos de las estancias papales no fuera percibido por ninguna de las personas que dormían en habitaciones cercanas, como las cuatro religiosas que estaban al cuidado del Papa o sus secretarios.

Que la víctima se encuentre sola y en un lugar cerrado es el escenario clásico de cualquier novela negra. Juan Pablo I había cenado, poco, con sus secretarios y se había retirado a su habitación antes de las diez, tras dar las buenas noches a las monjas y concretar con ellas la misa que celebrarían, «si Dios quiere», al día siguiente. Fue la última vez que se le vio con vida.

Fue a primera hora cuando las monjas que le cuidaban, al descubrir que no había tocado el café que le dejaban en la puerta cada mañana, entraron en la habitación y lo encontraron muerto. Margherita Marin, la única que sigue viva, cuenta que estaba sobre la cama, con las gafas puestas y con unos papeles mecanografiados en la mano.

La primera versión que dio el Vaticano fue más beatífica: fue encontrado por su secretario y parecía reposar sobre el lecho «la cabeza ligeramente inclinada a la derecha. Una expresión serena, ‘como sonriente’, en su cara. El brazo derecho extendido y, en la mano, un libro abierto: una edición de «La imitación de Cristo», de Tomás de Kempis», explicaba Joaquín Navarro-Valls, entonces corresponsal en el Vaticano, en las páginas de ABC.

Una primera mentira, quizás con intención piadosa, pero que sería el germen de la primera incógnita del tema. Ese intento del Vaticano por encubrir que el cadáver fue encontrado por las religiosas que habían entrado en la habitación del Papa sin permiso, unido a la negativa de la autopsia y a la verdadera naturaleza de los documentos que estaba leyendo, fueron la chispa que desató las teorías de la conspiración. Pronto se puso en duda la versión inicial, aunque el Vaticano tardaría años en reconocer oficialmente la versión de la religiosa.

Proceso de beatificación

El proceso que ha llevado a la beatificación de Juan Pablo I implica un amplio estudio sobre su vida, sus escritos y su personalidad, para encontrar en ellos la huella de su santidad, que nadie pone en duda. Pero el lastre de las sospechas sobre su muerte ha permanecido cuarenta y cuatro años, por más que le pese a la vicepostuladora. El anuncio de la beatificación no ha hecho más que reverdecerlas.

Juan Pablo I está enterrado desde 1978 en la cripta de San Pedro. No ha sido exhumado, como tampoco lo fue Pablo VI al ser canonizado. Falasca ha explicado que ese paso —tradicional en los procesos de canonización— no es preceptivo en las beatificaciones papales, puesto que está suficientemente acreditado quien reposa en la tumba. Además, tampoco es necesario extraer una reliquia para la ceremonia, que en este caso es un manuscrito de Luciani sobre cuestiones teológicas.

Aunque quizás, en este caso, una necropsia, con la tecnología actual, hubiera contribuido a esclarecer dudas y apagar las sospechas avivadas durante décadas. Un ejercicio de transparencia, en la línea que predica el Papa Francisco, pero que ahora parece alejarse todavía más. Desde este domingo, cuando Juan Pablo I sea proclamado oficialmente beato, su cuerpo será considerado, por la Iglesia, como una reliquia.

Origen: Juan Pablo I sube a los altares sin que se cierre el misterio sobre su muerte

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