21 noviembre, 2024

Kaiten: Los torpedos humanos japoneses . El Correo

Prueba de lanzamiento de un Kaiten Tipo 1 desde el crucero ligero Kitakami.

El éxito inicial de los kamikazes en la batalla del Pacífico, ya en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, hizo que en la Armada japonesa aflorara una energía nueva y se pensara incluso en remontar el curso de la guerra, para entonces claramente inclinado hacia el bando estadounidense.

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El movimiento suicida juvenil adquirió gran efervescencia en el seno de todas las tropas niponas y la versión aérea de los hombres dispuestos a dar su vida por el emperador pronto tuvo una sucursal subacuática.

La iniciativa estaba destinada a recuperar el orgullo herido de la flota submarina, a la que la Armada siempre adjudicó un papel secundario, circunscribiendo su principal actuación al reconocimiento y a la labor de reponer los suministros del ejército japonés diseminado por las islas del Pacífico. Atacar otros buques de guerra no era su prioridad.

De forma paralela, los científicos del Sol Naciente desarrollaron nuevas armas kamikazes bajo un gran secreto. Los japoneses poseían el torpedo mejor y más grande del mundo, llamado Tipo 93 porque se construyó 2.593 años después de la fundación de su imperio. Los marineros lo llamaban la larga lanza ya que medía diez metros. Sin embargo, carecían un arma de este tipo que pudiera ser teledirigida. Por lo que para obtener cierto grado de precisión con este proyectil letal en potencia hicieron lo único que sabían hacer, colocar dentro a una persona.

Espoleados por el éxito de sus homólogos aéreos, en 1942 dos jóvenes tenientes de la Armada imperial, Hiroshi Kuroki y Sekio Nishina, propusieron a sus superiores una modificación del torpedo larga lanza Tipo 93. Esta nueva versión llevaría un piloto humano y actuaría como arma suicida contra portaaviones y grandes cruceros estadounidenses. Se inspiraron en rudimentarios vehículos subacuáticos utilizados por los pescadores para reconocer los bancos de peces.

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La base era el torpedo tipo 93, pero con una sección central más alargada para crear la cabina del piloto y colocar tanques de lastre. Se accedía a él mediante escotillas que conducían al vientre del arma. El piloto se sentaba en una silla de lona. Tenía ante sí los mandos del rumbo y la profundidad, así como un periscopio rudimentario. Este ‘ataúd’ podía medir hasta quince metros, alcanzaba una velocidad de treinta nudos y disponía de un morro que se llenaba de 1.600 kilogramos de fuerte explosivo, normalmente TNT.

Rechazo inicial

Como ocurriera con el plan para aviones kamikazes, la propuesta de submarinos enanos suicidas se rechazó de inmediato en el alto mando naval. Sin embargo, los jóvenes oficiales recurrieron a una táctica singular: enviar cartas escritas con su propia sangre exigiendo el desarrollo del proyecto. Este fanatismo asustó a la oficialidad naval más veterana.

Sin embargo, tras la devastadora pérdida de su principal fuerza de portaaviones durante la batalla del mar de Filipinas, la Armada japonesa supo ya que contaba con pocas armas para contener a los estadounidenses. En 1944 Kuroki y Nishina recibieron por fin la orden de diseñar su minisubmarino Tokko (suicida), aunque acabaron llamándole Kaiten, que significa ‘el agitador de los cielos’ o ‘el que hace temblar’.

Comenzaron a fabricarse en las instalaciones de Otsujima, donde pronto se reunieron decenas de jóvenes dispuestos a morir por su emperador. Las condiciones que se exigían a los candidatos eran dar pruebas de su patriotismo, de su fuerza mental y física, responsabilidad familiar y valor a toda prueba. No se aceptaba a padres de familia, hijos únicos o soldados de edad avanzada. La dureza de los entrenamientos era tal que durante su desarrollo fallecieron dieciséis aspirantes.

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Estos pilotos eran distintos de los otros suicidas. Se trataba de unos técnicos de alta formación, capaces de gobernar una máquina compleja durante horas bajo el agua en el mayor de los sigilos. No eran ostentosos guerreros que se limitaban a estrellar su avión contra la cubierta de un portaaviones.

Las primeras operaciones de ensayo fueron ejecutadas por cuatro naves Kaiten que partieron a la batalla a bordo de un submarino nodriza. Kuroki y Nishina, sus inventores, fueron los primeros en ofrecerse voluntarios. Pero el diseño de Kaiten era apresurado y resultaba una nave difícil de controlar. Muchas naves se perdieron en las misiones de entrenamiento por explosiones prematuras.

El primer piloto en perder su vida en estos accidentes fue el teniente Kuroki. Al reflotar su submarino se descubrió que dedicó sus últimos minutos, antes de quedarse sin aire, a escribir una nota en la que explicaba las causas del accidente, para así poder arreglar el problema.

Imagen de un Kaiten, Tipo 1, en el Museo de la Guerra de Tokio.
Imagen de un Kaiten, Tipo 1, en el Museo de la Guerra de Tokio.

En plena batalla de las Filipinas y las Marianas, los kamikazes aéreos no bastaron para contener el avance del coloso aliado. Por ello, por primera vez en la Segunda Guerra Mundial, se permitió a la flota submarina japonesa el uso de los Kaiten en la contienda.

El plan consistió en utilizar una flotilla de tres submarinos nodriza. Cada uno con cuatro naves Kaiten a bordo para atacar en secreto las islas Carolinas. Allí, en la seguridad del atolón de Urizi, Estados Unidos reunía su flota invasora preparando la invasión de Okinawa y del archipiélago nipón.

‘Operación Cañón’

La misión se denominaba la ‘Operación Cañón’. El elegido para encabezar las doce tripulaciones de kaitenes fue Nishina, coinventor de la nave suicida y amigo del muerto Kuroki. Como homenaje al compañero perdido en su viaje sin billete de vuelta se llevó las cenizas de Kuroki al Kaiten para que pudieran reposar juntos tras el combate.

La medianoche del 19 de noviembre de 1944 la nave nodriza I 47 lanzó sus cuatro Kaiten sobre la laguna de Ulizi. Los aviones de reconocimiento habían visto el puerto lleno de portaaviones y destructores norteamericanos.

El primer Kaiten estaba ocupado por Seko Nishina con las cenizas de su amigo. De pronto, tres grandes explosiones sacudieron las naves de guerra estadounidenses. La flotilla de submarinos japoneses volvió a su base llena de júbilo. El 2 de diciembre una comisión especial se reunió en la sede de la flota imperial. Doscientos altos oficiales de la Armada japonesa dispuestos a analizar el resultado de la ‘Operación Cañón’.

A los reunidos se les comunicó que tres portaaviones y tres destructores estadounidenses habían resultado hundidos en el ataque. La destrucción de uno de los ‘carrier’ se atribuyó al teniente Nishina. Se dictaminó que el ataque había sido una de las mayores victorias navales japonesas de la guerra.

Sin embargo, la noticia era falsa. Los torpedos del Kaiten sólo habían alcanzado un barco, el petrolero ‘Mississinewa’ que llevaba millón y medio de litros de combustible de aviación. El tamaño enorme de la explosión engañó a los japoneses.

Los nipones siguieron usando el Kaiten hasta el final de la guerra, aunque sus éxitos fueron escasos y muy espaciados. Su punto débil era que para entonces los norteamericanos se habían hecho con un arsenal antisubmarinos muy potente. El Kaiten tenía que transportarse hasta su objetivo a bordo de una gran nave nodriza, vulnerable a las fuerzas antisubmarinos de los estadounidenses. La mayoría fueron destruidos antes de que pudieran colocar el torpedo suicida a tiro. Por lo tanto, la eficacia de los cien Kaiten fue escasa. Según fuentes aliadas sólo lograron destruir dos navíos, aunque los nipones elevaron siempre esta cifra.

Minas humanas

El suicidio como arma bélica también trató de rentabilizarse en el bando japonés por medio de los llamados fukuryu o minas humanas. Eran buzos kamikazes que se escondían en los lechos de las bahías a la espera de la llegada de embarcaciones enemigas. Luego se adosaban a las naves y hacían detonar las cargas explosivas que llevaban en una larga lanza.

Hasta cuatro millones de submarinistas del emperador fueron entrenados para llevar a cabo esta misión. No obstante, sus acciones fueron poco efectivas militarmente, aunque sí crearon pánico entre los marineros aliados durante los estertores del imperio japonés, cuando se recurrió a todo para defender las islas.

De cualquier manera, para cuando se puso en marcha esta práctica, el imperio japonés estaba ya con el agua al cuello. El 1 de abril de 1945, Domingo de Pascua, dos cuerpos del Ejército y los marines desembarcaron en la isla de Okinawa, la primera invasión extranjera de territorio japonés desde la del mongol Kublai Kan, en 1281. Era el comienzo del fin, que llegó definitivamente con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. La rendición se produjo poco después, el 2 de septiembre de 1945.

Origen: Kaiten: Los torpedos humanos japoneses . El Correo

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