La asesina serial que conquistó Roma y murió violada por una jirafa – Historia – culturacolectiva.com
El antiguo Imperio Romano y el reino animal siempre han vivido de la mano, es por ello que no debe sorprendernos cuando nos enteremos que, en una civilización creada por el hijo adoptivo de una loba, uno de sus más polémicos gobernantes haya hecho senador a su caballo por considerar que éste era el único ser vivo en el que podía confiar ciegamente.
Locura o un verdadero vínculo con la naturaleza, lo único que podemos apuntar es que cualquier cosa que hayan hecho los gobernantes romanos para que su imperio fuese mundialmente reconocido, sin duda alguna, surtió efecto. Justo es decir que muchas personas perdieron la vida en pos de ese auge forjado de coraje, valentía y una que otra perversión que los más puristas siempre se encargaran de condenar.
De todos los gobernantes que tuvo Roma, uno de los más recordados es, por supuesto, Nerón. Considerado por sí mismo como el más grande entre los grandes, el ascenso del tirano y extravagante líder no fue precisamente debido a sus logros; detrás de esa posesión del trono estuvo ─o al menos eso es lo que se presume─ su madre, Agripina y detrás de ella Locusta, una sabia en herbolaria quien por muchos años se convertiría en la proveedora de la muerte para los enemigos del César.
El primero en probar el poder de los venenos de Locusta fue el emperador Tiberius Claudius Caesar Augustus Germanicus, tío y padrastro de Nerón. Como era de esperarse, las razones de este asesinato fueron de naturaleza política más que personal, pues de haber sido un buen gobernante, Agripina no hubiese sentido la necesidad de contratar los servicios de la antigua herborista para asesinar a un hombre que no tenía ni la más remota idea de cómo llevar las riendas de un imperio correctamente. La receta secreta para el ascenso de Nerón fueron unas setas venenosas que Claudio en su torpeza devoró si percatarse siquiera que ni el sabor o la textura eran iguales a la de los hongos que él acostumbraba comer.
Después de ver su miedo, Nerón decidió acoger y proteger a Locusta para que se convirtiera en la primera asesina silenciosa al servicio de un gobierno. Apenas subió el nuevo emperador al trono, encargó a su envenenadora asesinar al hijo de Claudius Británico, mismo que murió gracias a un veneno cuyos efectos se asemejaban mas a un ataque epiléptico que a una sustancia tóxica preparada por las hábiles manos de una artesana.
Sin embargo, como todo gran reinado, el de Nerón llegó a su fin por decisión del senado, por ello, antes de ser juzgado por sus crímenes y extravaganzas, él mismo decidió quitarse la vida dejando a Locusta sin ningún tipo de protección. Ya con el imperio bajo el mando de Servio Sulpicio Galba, la mujer fue juzgada por haber terminado con un estimado de 400 vidas —algunas por órdenes de Nerón y muchas otras por mero gusto— y fue entonces cuando el natural amor romano hacia los animales salió a relucir.
La sentencia por haber envenenado a tantas personas fue contundente: Locusta fue condenada a ser violada por una jirafa entrenada para tales fines. Así, tras ser rociada con orines de una hembra, el macho procedió a tratar de copular con la herborista; al ver que ésta no murió después del suplicio, el público sediento de muerte solicitó al emperador que se le arrojara a las bestias para que la despedazaran y así lo hizo.
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Claro que Locusta no fue la única condenada a ese bestial destino, las violaciones por parte de animales era un espeactáculo de lo más común en los circos romanos y generalmente se usaban para representar las transformaciones de Júpiter por medio de las que tomaba posesión de varias doncellas que le parecían atractivas. Así, los suplicios romanos eran también una especie de escuela que además de aleccionar daba moralejas acerca del origen de una de las civilizaciones más grandes de nuestra historia.