La batalla de Preveza, el Lepanto que salió mal
A lo largo del siglo XVI, Europa y el Imperio otomano se disputan el control del Mediterráneo. En la década de los años treinta, la Sublime Puerta, reforzada desde la
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A lo largo del siglo XVI, Europa y el Imperio otomano se disputan el control del Mediterráneo. En la década de los años treinta, la Sublime Puerta, reforzada desde la caída de Constantinopla en 1453, trata de sacar el máximo partido a la rivalidad que enfrenta a los soberanos europeos. A las diferencias evidentes entre estados católicos y protestantes hay que añadir la inestabilidad política.
En ese sentido, Francia, en constante tensión al verse rodeada por los Habsburgo de Austria, España y los Países Bajos, llega a ceder bases en su litoral a la armada otomana con el fin de hostigar a los españoles. Por su parte, Venecia y el resto de estados italianos, a pesar de ver seriamente comprometida su economía debido al acoso continuo de los corsarios berberiscos, mantienen sus pugnas históricas.
En su afán expansivo, el sultán Solimán, llamado el Magnífico, penetra en la Europa continental conquistando las tierras del Danubio hasta llegar a las puertas de la ciudad de Viena. Por otro lado, con Barbarroja, nombrado almirante de la flota turca, y el apoyo de corsarios berberiscos, logra dominar la costa sur del Mediterráneo y sus principales plazas: Trípoli, Túnez, Argel… Además, desde sus bases en Grecia, planea avanzar hasta Sicilia, la península italiana, Cerdeña y Córcega.
La coalición estaría integrada por 200 galeras, además de otros navíos de transporte de tropas y de provisiones
En ese contexto, el emperador Carlos V ve peligrar las posesiones de los Habsburgo en España, Italia y el Imperio. Asimismo, Venecia constata la amenaza que supone para sus rutas comerciales con Oriente la presencia de la flota otomana en sus aguas. Igualmente, los Estados Pontificios temen una eventual invasión turca que llegue hasta la capital de la cristiandad.
La Santa Liga
Así las cosas, el 8 de febrero de 1538, en Roma, con el objetivo de combatir a la armada turca, el papa Paulo III, Venecia y Carlos V firman una alianza conocida con el nombre de la Santa Liga. Dicha coalición estaría integrada por 200 galeras, además de otros navíos de transporte de tropas y de provisiones. El papado contribuiría con 36 galeras, y España y Venecia con 82 cada una. Al frente, con rango de capitán general, se coloca al reputado almirante genovés Andrea Doria.
Al mando de la flota genovesa, Doria inició sus primeras refriegas con los turcos en 1512. En el momento que Carlos V tomó Génova (1521), Doria todavía combatía del lado francés, e incluso llegó a luchar contra los españoles del Gran Capitán. Pero, tras enemistarse con Francisco I, rey de Francia, pasó al servicio de la Corona hispana. Aunque nunca dejó de pensar en sus propios intereses, Doria fue un aliado leal para España en el Mediterráneo.
Sus acciones bélicas contra los turcos fueron innumerables. Las últimas tuvieron lugar en Córcega, que, atacada por Francia con ayuda de los turcos, pasó a poder de los genoveses tras la rendición de Bastia. Meses antes de haberse rubricado el acuerdo de la Santa Liga, Andrea Doria, que ha zarpado de Mesina con 28 galeras, se encuentra con una escuadra turca de 12 naves del mismo tipo. Ordena el ataque antes del amanecer y tiene lugar un combate encarnizado.
A pesar de las 250 bajas entre las tropas italianas y de que Doria resulta herido de gravedad en la rodilla izquierda, él y los suyos entran en el puerto siciliano remolcando las 12 galeras apresadas. De poco sirvieron los esfuerzos diplomáticos del papado para que, ante la creciente escalada de tensión en el Mediterráneo, Francia se adhiriese a la Santa Liga. Por otra parte, en junio de 1538, tras mes y medio de conversaciones entre el papa, España y Francia, se firmó la Tregua de Niza, que puso fin a la guerra entre estos dos últimos, declarada dos años antes.
La negociación no fue fácil. Tal como reseña el investigador Hugo A. Cañete: “Las tres cortes se alojaron en diferentes sitios de los alrededores de la población […] con un continuo ir y venir de delegaciones y no logrando su santidad el Papa reunir en su presencia a los dos monarcas a un mismo tiempo”.
Tras el acuerdo alcanzado, el emperador Carlos, acompañado por el pontífice, embarca hacia Génova, donde determinará las acciones a seguir por parte de la Santa Liga. En ese sentido, dispone el envío de dos mil soldados para apoyar a su hermano Fernando, rey de Hungría, frente al avance turco. Por otro lado, ordena que la flota de la Santa Liga se reúna en el puerto de Mesina.
Primeros movimientos
En septiembre zarpó la flota española, compuesta por 51 galeras y 50 naves de transporte. Andrea Doria dispuso que una parte de la armada pusiera rumbo al puerto de la ciudad de Crotona, donde debía resguardarse a la espera de órdenes, ya que se tenía información de que Barbarroja navegaba por esas aguas.
Durante la retirada, los turcos atacaron con dureza, infligieron muchas bajas y se apoderaron de dos cañones
Al mismo tiempo, el resto de la escuadra, al mando de Doria y de Fernando Gonzaga, se dirigió a la isla de Corfú, donde les estaba esperando el general veneciano Vincenzo Capelo con 55 galeras, el galeón San Marcos y 10 naves de provisiones, y su sobrino, patriarca de Aquilea, Marino Grimani, con 27 galeras del papado y de Malta.
Antes de que llegara el resto de la flota española, con el pretexto de no perder más tiempo, Grimani decidió atacar por su cuenta la fortaleza de Preveza, situada a sesenta millas al sur de Corfú, en el emplazamiento del histórico promontorio de Accio, donde tuvo lugar la célebre batalla naval entre Marco Antonio y Octavio Augusto. Levó anclas por la noche y envió a su infantería al asalto de la plaza. Después de tres intentos infructuosos y ante una mayor resistencia de lo que esperaba, ordenó a las tropas replegarse a sus naves.
En el momento de la retirada, los turcos atacaron con dureza, infligieron numerosas bajas y se apoderaron de dos cañones. El 5 de septiembre arribó Doria a Corfú. En ese momento, la armada cristiana constaba de 134 galeras, 72 naos gruesas de combate, 250 navíos menores y 16.000 soldados de desembarco. En total, más de 50.000 hombres y 2.500 cañones. El genovés convocó un consejo al que acudieron Capelo, Gonzaga y Grimani, así como maestres de campo y otros mandos de la infantería española e italiana.
Habían llegado noticias de que Barbarroja, siguiendo los pasos de la flota cristiana, se encontraba en el puerto de Preveza con un total de 85 galeras, 30 galeotas y 35 fustas. Pocos meses antes, el almirante otomano había intentado tomar la plaza veneciana de Heraclión, en la isla de Creta. Los turcos desembarcaron sus tropas y saquearon las aldeas de los alrededores mientras el gobernador de la plaza, Andrés Griti, resistió eficazmente. Primero, con la artillería, causó graves daños en la fuerza invasora, y después, con la infantería, la hizo retroceder.
En su precipitada huida, Barbarroja abandonó a más de mil hombres, que fueron aniquilados por los venecianos. Tras asolar dos poblaciones más de Creta, el otomano se dirigió a Grecia, donde recaló en Preveza, a la espera de los movimientos que realizara la armada cristiana que acababa de llegar a Corfú. A la vista de los acontecimientos, los oficiales de la Santa Liga debatieron su siguiente jugada.
Algunos, como el virrey Gonzaga, opinaban que lo mejor era un ataque simultáneo por tierra y por mar que dejara bloqueados a los otomanos en la bahía cerrada que formaba el golfo de Arta. Doria veía muy arriesgada tal operación por el peligro de temporales, frecuentes en la zona en septiembre, y por la extraordinaria fortificación abastionada y guarnicionada de la que disponía el turco. En su lugar, propuso dirigirse al sur y tomar Lepanto y otras plazas fuertes aprovechando que estaban pobremente defendidas.
Se acordó la propuesta de Doria, y el día 25 zarpó la armada cristiana rumbo sur. A la mañana siguiente, a la altura del golfo de Arta, al amanecer y envueltos por una espesa niebla, las 5 galeras que navegaban a la vanguardia se toparon con una avanzada turca de 8 naves que, tras efectuar disparos de alarma, pusieron proa a su base. Las naves de la Santa Liga iniciaron su persecución. Desde los castillos de Accio y Preveza, alertados por los cañonazos, se abrió fuego indiscriminado de artillería sobre las galeras cristianas.
En el transcurso de las andanadas, Barbarroja tuvo tiempo de replegar toda su flota y ponerla a resguardo en el interior de la bahía, al tiempo que desplegaba una extraordinaria protección en la boca. Doria reevaluó la situación. La infantería de la Santa Liga era superior en número de efectivos, así que barajó la idea de atacar desde tierra con los Tercios de Sicilia, Florencia y Lombardía, junto a la infantería vieja de Nápoles: 15.000 hombres en total.
A la altura del peñón de Sesoula, frente a Lefkada, divisó a la flota otomana, que les venía persiguiendo
Finalmente, ante la imposibilidad de desembarcar de manera segura a la tropa, se decidió proseguir con el plan acordado en consejo y poner rumbo al golfo de Patras. Barbarroja, muy consciente de su inferioridad, respiró tranquilo al ver el cambio de rumbo de la armada cristiana. Tan seguro estaba de que hubieran salido mal parados en un enfrentamiento que había ordenado a sus navíos atracar con la popa a tierra para, llegado el caso, facilitar la huida de las tripulaciones.
Un giro inesperado
A bordo del barco de Barbarroja iba un eunuco, persona de muy alto rango y de total confianza del sultán Solimán. Ya en ocasiones anteriores había llamado cobarde al almirante turco por lo que él consideraba su poca predisposición a la batalla. Sin más, le espetó que a su señor no le gustaría saber que habían dejado marchar a la flota cristiana sin haber intentado hundirla o capturarla.
Según indica el cronista fray Prudencio de Sandoval en un prolijo texto, tras escuchar tales advertencias, Barbarroja, amilanado, le gritó a su lugarteniente Salac: “Vamos a pelear; si bien nos tengan ventaja nuestros contrarios, no nos acuse este medio mujer”. Ordenó los preparativos, y el 27 de septiembre las galeras turcas partieron tras la flota cristiana. Avanzaron en formación de a tres: en el centro, las naves de Barbarroja; a babor, las de Salac, su segundo; y a estribor, las de Talac.
Al frente, abriendo la comitiva, iba Dragut con 10 galeras y 6 galeotas. Doria navegaba en retaguardia con las 51 galeras de España. A la altura del peñón de Sesoula, frente a la isla de Lefkada, divisó a la flota otomana, que les venía persiguiendo. Doria, estupefacto al comprobar las intenciones de Barbarroja, disparó un cañonazo de aviso para reagrupar todas las naves. Tras despachar con Capelo y Grimani, y a pesar de que este último era partidario de continuar hacia Patras y no entrar en combate, se decidió que habría batalla.
Las naves de la Liga se hallaban muy desperdigadas. Doria inició una maniobra de aproximación a tierra con el objetivo de sacar a su enemigo hacia mar abierto, donde le estaría esperando el resto de galeras. Súbitamente cesó el viento, lo que propició una encalmada absoluta. Excepto las galeras, que podían gobernarse a remo, el resto de las naves quedó inmóvil, sin posibilidad de maniobra, frente a la escuadra otomana.
Barbarroja, que hasta ese momento había evitado entrar en combate realizando todo tipo de artimañas, no desaprovechó la oportunidad. Su primer objetivo fue el temible galeón veneciano, con 130 piezas de artillería, al mando de Alejandro Con dulmiero, que había quedado separado de la fuerza principal. Lo rodearon y se inició una contienda feroz. Los 16 navíos de Dragut le atacaron durante todo el día. El gigante veneciano, por su parte, lanzaba cañonazos a discreción, e incluso, haciendo gala de gran temple, Condulmiero ordenaba cesar el fuego y esperar agazapados.
Cuando los turcos se aproximaban, una vez los tenía a tiro de arcabuz, soltaba una andanada con todos los cañones que despanzurraba literalmente a alguna de las galeras más próximas. Sobre este episodio, sobrecoge la narración del capitán de navío Cesáreo Fernández Duro: “En esta forma lo hostilizaron desde las seis de la mañana hasta la puesta del sol. El galeón quedó acribillado, hecho astillas, muertos trece hombres, heridos cuarenta, por dos veces incendiado y con no pocos balazos bajo la línea de agua”.
Doria ordenó a sus naves huir del fuego cruzado enemigo e interponerse entre la tierra y la armada turca
Al mismo tiempo, los otomanos hundieron dos naves venecianas de transporte y tomaron al abordaje el navío al mando del capitán Villegas de Figueroa, con una compañía de infantería española a bordo. Los que no murieron fueron hechos prisioneros. Los demás bajeles, como cas tillos petrificados en medio del mar, se defendían como podían.
Situación límite
Mientras tanto, Andrea Doria realizaba maniobras erráticas y poco decididas. De nuevo fueron hábilmente aprovechadas por Barbarroja para romper todavía más la inexistente formación de la armada cristiana. En paralelo, el almirante genovés no cesaba de dar órdenes a los mandos. O estas no llegaban a su destino, o no se en tendían o no eran recibidas con agrado por parte de Capelo y Grimani, que, ante tan desesperada situación, decidieron desembarcar en sendos esquifes y plantarse a bordo de la nave de Doria exigiéndole órdenes concretas de ataque.
Fue un encuentro difícil en el que afloraron antiguas diferencias entre el genovés y el veneciano. Llegó a tal punto la tensión que Capelo ofreció a su hijo como rehén para que, en el caso de que no cumpliera con su deber, el propio Doria le cortara la cabeza. Se optó por pasar a la ofensiva. A pesar de todo, las cosas no cambiaron. Doria ordenó a sus naves huir del fuego cruzado enemigo e interponerse entre la tierra y la armada turca con intención de rodearlos.
De pronto, cambió el rumbo y se apartó de lo que parecía su objetivo. La maniobra sorprendió por igual a Barbarroja, que aprovechó para rehacer sus líneas, y a los generales venecianos, que, indignados, veían alejarse las galeras cristianas. A la luz de los acontecimientos, Barbarroja decidió abandonar las escaramuzas entre galeras y centrar sus ataques en las naves que continuaban quietas por falta de viento. Envió el grueso de su flota a combatir contra tres.
Una de ellas, capitaneada por el vizcaíno Machín de Munguía, con una compañía del Tercio viejo español, hizo frente a decenas de embarcaciones otomanas que la rodearon y cañonearon sin conseguir hundirla. Finalmente, tras un intento de abordaje, los de Machín lograron salvarse milagrosamente con el buque a la deriva. En tales circunstancias, Doria no consiguió motivar a sus generales en un último intento de entrar en combate. Ninguno le siguió.
Como si quisiera poner el punto y final, una violenta tormenta se desató de repente. El almirante al frente de la Santa Liga no pudo más que tocar a retirada, al tiempo que navíos de Barbarroja todavía perseguían a algunas naves cristianas que trataban de huir. Tras el desastre, en el que se perdieron trece embarcaciones y los turcos hicieron tres mil prisioneros, las galeras de Andrea Doria, las del papa y las venecianas tardaron tres jornadas en reunirse. Finalmente lo consiguieron en Corfú, donde permanecieron quince días.
En los encuentros que tuvieron los almirantes y oficiales para evaluar la tragedia vivida por la coalición, las diferencias entre Capelo y Doria se pusieron una vez más de manifiesto. Capelo recriminaba al genovés no haberse enfrentado con más decisión a Barbarroja en Preveza por salvaguardar su flota para futuras campañas y para mayor beneficio del emperador Carlos V. Doria le recordó que se tuvo que retirar al ser los venecianos quienes habían abandonado la formación, y le reprochó, asimismo, no permitir que soldados españoles de infantería fuesen en las naves venecianas.
Tal como narran los historiadores Miguel Ángel de Bunes y Beatriz Alonso en su introducción al texto anónimo Discurso militar: “La victoria en 1538 sobre la Liga Santa en la batalla de La Prevesa, golfo cercano al de Lepanto, les confirma su superioridad marítima sobre este espacio hasta que las dos flotas se vuelven a encontrar en 1571 en la ‘más alta ocasión que vieron los tiempos’, según palabras de Miguel de Cervantes”.