La batalla del Salado: Castilla y Portugal contra los benimerines
Batalla del río Salado. Grabado del siglo XIX Ipsumpix/Corbis via Getty Images
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Ocurrió junto a un riachuelo de la actual provincia de Cádiz en 1340, y fue el último gran choque entre cristianos y musulmanes por el control del estrecho de Gibraltar. Ese punto geográfico cuyo dominio aseguraba a unos el paso de refuerzos con los que ayudar a sus correligionarios, y a otros, la anhelada conquista total de la península ibérica.
Retrocedemos hasta 1312. El rey Fernando IV de Castilla ha muerto. El futuro Alfonso XI, su hijo, tiene apenas un año. Esto deja a la Corona inmersa en una gran zozobra política, que aprovechan los nobles de turno, entre los que se encuentra don Juan Manuel, más conocido por su obra El conde Lucanor, para intentar arrancar poderes a la monarquía. Una mujer lo impide, María de Molina, abuela del pequeño Alfonso, que consigue que su nieto crezca fuerte y a salvo en Valladolid.
Gracias a los desvelos de su abuela y otros leales, Alfonso asume el gobierno real y, a los dieciséis años, lidera sus primeras incursiones contra el eterno enemigo musulmán. Ataca Sevilla y, posteriormente, rinde la gaditana villa de Olvera. En 1330, organiza una nueva incursión que hace que el rey de Granada, Muhammad IV, se convierta en vasallo de Castilla, con la obligación de suministrar 12.000 monedas de oro anuales a su nuevo amo. Tamaña ofensa no puede quedar sin respuesta.
Primera sangre
Muhammad IV lleva sus inquietudes hasta Abu al-Hasan, sultán de los benimerines, imperio bereber surgido en el norte de Marruecos tras la caída de los almohades. El rey de Granada pide ayuda a su vecino para enfrentarse a los cristianos, y Abu al-Hasan responde cercando Gibraltar en 1333.
El monarca castellano reacciona enviando una flota para socorrer la plaza por mar, y, en paralelo, un ejército terrestre avanza a marchas forzadas al mando del maestre de la Orden de Santiago, Vasco Rodríguez de Coronado. Los granadinos, en connivencia con los benimerines, aprovechan ese instante para lanzar una ofensiva de distracción en la zona de Córdoba. Por ello, los cristianos ven frustrado su ataque, que solo se reanuda cuando Alfonso en persona encabeza una hueste para salvar Gibraltar.
Sus esfuerzos resultan vanos. Cuando aún está reuniendo a su gente en Jerez, la fortaleza cae, y Alfonso se ve forzado a firmar una tregua de cuatro años que a punto estuvo de romper un azaroso suceso: el asesinato de Muhammad IV solo dos días después de la firma del tratado.
Alfonso, preocupado, refuerza las fronteras, pero el temido conflicto no estalla. Cristianos y musulmanes disfrutarán de una tensa paz hasta 1338, cuando el sultán Abu al-Hasan se vea lo suficientemente fuerte como para retomar las hostilidades y empiece a reunir tropas para la invasión, algo que detectan los espías de Alfonso, alertando rápidamente al rey.
Al instante, son despachados mensajeros desde la corte de Castilla hasta la de Aragón solicitando refuerzos navales, y una flota conjunta acude al estrecho para impedir el paso de refuerzos musulmanes. Pero en un choque en la bahía de Getares, próxima a Algeciras, la armada cristiana sucumbe. Los benimerines pueden pasar.
El tablero
Ya solo queda una opción para Alfonso: enfrentarse a su enemigo en tierra firme. Para lograrlo, entabla conversaciones con Aragón y Portugal y envía una embajada al papa Benedicto XII.
El rey castellano quiere que su lucha sea reconocida como cruzada, de tal modo que pueda no solo contar con una motivación espiritual que refuerce la moral de sus huestes, sino también con los dineros recaudados por la Iglesia en sus tierras, con los que podría reforzar el equipamiento de su gente y pagar sus soldadas. El papa cede a las pretensiones del rey, que de inmediato se pone en marcha.
Abu al-Hassan también se prepara. Convoca al nuevo rey de Granada, Yusuf I, en Algeciras, desde donde parten para cercar Tarifa. En paralelo, el rey de Portugal, Alfonso VI, acude a la llamada de su vecino castellano. Las piezas están dispuestas. Solo queda elegir el tablero de juego.
Al-Hasan es quien escoge, y escoge bien. Despliega sus fuerzas en las alturas, en una posición muy defendible, a lo largo del margen izquierdo de un arroyo, el Salado. Para hacerlo, él y su aliado Yusuf han levantado el cerco que pesa sobre Tarifa, pero con su despliegue también impiden la llegada de refuerzos a dicha posición.
Los 66.000 musulmanes que componen la hueste de Al-Hasan y Yusuf se distribuyen. En retaguardia quedan 6.000 jinetes, dispuestos a intervenir en cualquier punto que sea necesario. En el centro, al mando del sultán benimerín, queda la más poderosa hueste, mientras que el flanco derecho lo dirige el rey granadino, apoyado por caballería y arqueros turcos. El flanco izquierdo queda en manos del hijo de Al-Hasan, Abu Humar, protegiendo el paso hacia Tarifa.
Frente a ellos, forman 22.000 cristianos equipados con el más moderno armamento de la época: espadas ligeras, armaduras de cuerpo completo y largas lanzas de caballería. En retaguardia quedan las tropas de peor calidad, mientras que Alfonso lidera al grueso del ejército, compuesto por un nutrido grupo de caballeros, parte de los cuales también se distribuyen en el flanco derecho.
Alfonso IV de Portugal forma el flanco izquierdo para enfrentarse al rey de Granada con 1.000 de sus caballeros y 3.000 castellanos. Además, los cristianos cuentan con una potente vanguardia con lo mejor de la nobleza castellana, entre la que se encuentra don Juan Manuel, a quien se atribuye una estratagema decisiva en la batalla: el envío de 5.000 hombres, en secreto, para atacar la retaguardia musulmana tras contactar con los soldados que todavía protegen Tarifa.
Duelo de estrategias
Estando bien defendidos y en posición ventajosa, los musulmanes no se mueven, así que Alfonso XI ordena atacar y su vanguardia intenta vadear el Salado, pero los benimerines resisten. Don Juan Manuel, que lidera la vanguardia, no se decide a incrementar la potencia de los golpes, parece esperar a que sus enemigos se vengan abajo, lo que impacienta a sus hombres. Dos de ellos, guiando a 800 guerreros, buscan un nuevo punto por donde cruzar el Salado y encuentran un viejo y estrecho puente romano que atraviesan al momento, sorprendiendo a los musulmanes.
Los 800 hombres avanzan causando estragos y están a punto de dominar el nuevo paso del arroyo cuando truenan los cascos de 2.500 jinetes musulmanes, que caen sobre ellos forzando su retirada. Alfonso XI reacciona y envía a 1.500 de sus caballeros, a los que Abu al-Hasan combate con otros 3.000 jinetes. El choque no se decide hasta que Alfonso XI en persona avanza junto a su gente, pasa el Salado y entabla una apretada lucha con sus enemigos.
Entonces la vanguardia se descontrola. Los cristianos han visto el campamento de Abu al-Hasan, que promete buen botín en forma de tesoros y mujeres, ya que el sultán ha llevado su harén al campo de batalla. Casi al mismo tiempo, los hombres enviados por don Juan Manuel para atacar la retaguardia musulmana divisan también el campamento y se unen al saqueo.
Para entonces, Alfonso XI choca con el grueso musulmán. Y ahí está a punto de llegar el desastre, porque el rey castellano, llevado por el impulso de sus veintiocho años, ha penetrado demasiado en las líneas enemigas, hasta el punto de que una saeta se clava en la montura de su caballo. Es en ese momento cuando Alfonso, enfurecido, arenga a sus tropas, dispuesto a combatir en primera línea, pero el arzobispo de Toledo, Gil de Albornoz, logra contenerlo. Sabe que, si el rey cae, la batalla está perdida, y no es momento de asumir riesgos.
Porque las líneas cristianas no solo han resistido el empuje de la superioridad numérica musulmana, sino que han quebrado sus defensas y, cuando la retaguardia de Alfonso XI acude en socorro de sus compañeros, el rey de Portugal ya ha logrado derrotar al monarca granadino en su flanco. La victoria es total.
Epílogo
La huida de los musulmanes se convierte en una cacería. Muchos de ellos acaban ahogándose en el mar, al que acuden buscando la salvación. Otros, acosados en los cerros, son ejecutados cuando tratan de ocultarse en las irregularidades del terreno. Abu al-Hasan consigue escapar, pero tras la derrota abandonará sus afanes expansionistas en la península ibérica.
En cuanto a los vencedores, Alfonso XI, en los años posteriores a la batalla, logra hacerse con Algeciras y otras plazas, convirtiéndose en un héroe para la cristiandad, comparado con el mítico Carlos Martel, aquel que detuvo en 732 el hasta entonces imparable impulso islámico que había cruzado el estrecho en el ya lejano 711.
Esa breve lengua de mar que, desde 1340, dejó de ser el puente por el que durante siglos habían pasado ejércitos musulmanes para luchar por sus correligionarios peninsulares. Granada estaba sola.
Origen: La batalla del Salado: Castilla y Portugal contra los benimerines