La batalla olvidada que pudo cambiar la historia: cuando Franco casi muere frente a cientos de rifeños
El 29 de junio de 1916, el futuro Jefe de Estado participó como capitán en la toma de El Biutz. Tras cargar en primera línea fue gravemente herido. Los médicos le daban por muerto, pero resistió
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Hace poco más de 100 años, Francisco Franco (entonces un capitán de Regulares casi recién llegado a Marruecos) empezó a ganarse su fama de hombre con suerte. De tener a sus espaldas «baraka» (como afirmaban los nativos). Una especie de fortuna que le impedía ser dañado por nadie. Aquel «toque divino» fue llevado a examen en multitud de ocasiones.
Sin embargo, la más destacada fue la batalla de El Biutz (sucedida entre el 28 y el 29 de junio de 1916 cerca de Ceuta). Una contienda en la que «Franquito» (como le llamaban algunos de sus oficiales superiores debido a su estatura) sobrevivió a pesar de que una bala rifeña le provocó una herida -a primera vista letal- en el bajo vientre mientras encabezaba una carga a bayoneta contra el enemigo.
Hacia Marruecos
Franco, el mismo hombre que había logrado unos precarios resultados en la Academia Militar de Toledo (se graduó en el puesto 251 de los 312 oficiales que componían la 14 promoción), partió de la tierra que le había visto nacer (El Ferrol, donde su casa todavía se conserva) el 14 de febrero de 1912. El día de los enamorados. Tres jornadas después comenzó su aventura en Marruecos cuando, ya en tierra, recibió la orden de personarse en el Regimiento África número 68. El segundo teniente estaba exultante. La posibilidad de ascender en el escalafón militar en una guerra que resarciera a España de la pérdida de las colonias (Cuba y Filipinas habían sido abandonas hacía poco menos de dos décadas) le enardecía.
Sus sentimientos no los compartían todos los más de 16.000 combatientes que se dejaron allí la sangre y la vida. Muchos de ellos, jóvenes que no tenían el dinero suficiente para librarse (mediante las conocidas «cuotas») de pisar la arena de Marruecos. Una vez en su destino, Franco no tardó en entrar en batalla con los rifeños de Abd el-Krim, el mismo líder que -unos años después- aniquilaría a miles de españoles en Annual.
«Franco entró en fuego el 19 de marzo en Ymeyaten al tomar parte de un reconocimiento ofensivo», explica Carlos Fernández Santander en «El general Franco, un dictador en un tiempo de infamia». A partir de ese momento participó en una infinidad de operaciones en lugares que, a día de hoy, suenan tan lejanos como Ras Medua, Taddud y Tatuid. Unas regiones que, para bien o para mal, sí que eran populares durante aquellos años para los ciudadanos de la Península.
El 13 de junio de ese mismo fue ascendido a primer teniente por antigüedad (o escalafón). Fue el único que recibió de esta guisa. El resto, por el contrario, los merecería por sus méritos en el campo de batalla. Un año después ya era bastante conocido entre la tropa y sus superiores. Prueba de ello es que, allá por el 25 de junio de 1913, el general Dámaso Berenguer (mandamás de los fuerzas regulares indígenas en Melilla) se quedó boquiabierto cuando le vio combatir. «¡Qué bien avanza esta sección! ¿Quién la manda?» (preguntó); la respuesta fue a la vez laudatoria e hiriente: «El teniente “Franquito”». Su escasa altura y la voz de pito, que todavía le perseguían.
A la popularidad de Franco tampoco le ayudaba demasiado el negarse a visitar los prostíbulos que tanto pisaban sus compañeros (algo que le habían inculcado en casa desde que era «rapaz», como se dice por el norte). Por el contrario, el teniente pasaba sus ratos libres escribiendo a un amorío con el que se intercambiaba algunas frases emotivas y -según afirman algunas fuentes- también leyendo sobre el ámbito castrense. Algo que niegan algunos historiadores como Fernández Santander.
Pero aquello nada tenía que ver con la forma de desenvolverse en el campo de batalla. Ejemplo de esto es que, en marzo de 1915, fue ascendido a capitán por los combates acaecidos anteriormente en Beni Salem (Tetuán). Una región en la que, junto al apoyo de los jinetes españoles, desalojó por las bravas de sus posiciones a unos tiradores rifeños que andaban dando más de un dolor de cabeza a sus compañeros.
Por entonces, y según señala el historiador Paul Preston en su obra «Franco (Edición revisada)», el ya capitán se estaba ganando «una reputación de oficial de campo meticuloso y bien preparado, interesado en logística, en abastecer sus unidades, en trazar mapas y en la seguridad del campamento».A su vez, en aquellos años también se ganó fama de inquebrantable e imperturbable ante el fuego rifeño.
Pero no solo eso. También se empezó a generalizar la idea entre sus enemigos de que el militar andaba sobrado de… «baraka» (un toque «divino» que le hacía indemne a las balas de los marroquíes). Y puede que sí pues, como explica Andrés Rueda en «Franco, el ascenso al poder de un dictador», «durante los 32 meses de permanencia [de Franco] en Regulares de Melilla, hubo 35 bajas entre los 41 oficiales».
Planificación
En 1915 sus logros aumentaron todavía más. Como explica Fernández Santander en su obra, en abril se le entregó el mando de una compañía del tercer Tabor de Fueras Regulares Indígenas en Melilla, «el 21 de septiembre se le concedió la tercera cruz al mérito militar con distintivo rojo por su actuación en Beni Osmar» y, poco después (allá por diciembre), una junta de oficiales le nombró cajero de campaña. Un trabajo de despacho que, según afirma Luis de Galinsoga en su obra «Centinela de Occidente», debía simultanear con sus labores en el campo de batalla «arrastrando las consiguientes incomodidades».
En esas andaba Franco cuando -en 1916- se le ordenó participar junto a su unidad en una arriesgada operación para asegurar las comunicaciones entre las ciudades de Tetuán y Tánger (separadas entre sí apenas por 60 kilómetros). Por junio, más concretamente, los mandos se percataron de que los rifeños andaban aglomerándose en varias colinas ubicadas cerca de Ceuta.
«El principal punto de apoyo de las guerrillas se encontraba a unos diez kilómetros al oeste de la ciudad, en el pueblo de El Biutz, situado sobre la cima desde la que se dominaba la carretera de Ceuta a Tetuán», explica Preston. Tomar aquellas posiciones no era cosa precisamente de reclutas. No en vano, los rifeños habían creado alrededor una línea de trincheras defendida por combatientes armados con ametralladoras y fusiles (y bien ubicados en sus respectivos nidos de tirador, todo hay que decirlo).
A pesar de todo, los mandos no lo dudaron: había que tomar la posición para que los molestos enemigos no cortasen las comunicaciones entre los rojigualdos. Pero amigo, tocaba tirar de arrestos y genio español. No ya por la cantidad de enemigos que guardaban la llamada «loma de las trincheras» (de la cabila de Anyera), sino porque el terreno no era demasiado apto para llevar a cabo una carga a bayoneta. Al fin y al cabo, y según se explica en la revista «España en sus héroes» (número de 1969, «El Buitz, capitán Franco herido de muerte») el territorio era «muy áspero», contaba con unos senderos en los que había que avanzar en fila india, y el enemigo se ubicaba en la zona más alta (lo que hacía que los asaltantes pudieran ser tiroteados desde la loma mientras ascendían penosamente por la ladera).
El plan de ataque lo ideó el alto comisario y general en jefe Francisco Gómez Jordana con su Estado Mayor. Este estableció que las tropas españolas atacarían partiendo desde cuatro puntos diferentes:
1-Cuatro columnas desde Ceuta cuyo mando supremo correría a cargo de Milans del Bosch.
a-1ª Columna: Al mando del general Martínez Anido.
b-2ª Columna: Al mando del coronel Génova.
c-3ª Columna: Al mando del general Sánchez Manjón.
d-4ª Columna (en reserva): Al mando del coronel Martínez Perales.
2-Una columna al mando del general Barrera partiría desde Larache con el objetivo de en el suroeste de Anyera.
3-Una columna al mando del general Ayala partiría desde Tetuán con el objetivo de llegar hasta Malalien.
4-Una columna al mando de teniente coronel Cabanellas partiría desde Fondak con el objetivo de operar al sur de la cabila (entre Tetuán y Ceuta).
Comienza la lucha
En la noche del 28 al 29 de junio de 1916, las tropas tomaron posiciones para llevar a cabo el ataque contra los rifeños. Era victoria o muerte. Franco ocupó su puesto en el Segundo Tabor de Regulares (formado por tres compañías), el encargado de encabezar el ataque. El capitán conocía de sobra el penoso terreno por el que subirían los españoles y la ingente cantidad de cartuchos que se les clavarían entre pecho y espalda antes siquiera de poner un pie en el que, a la postre, sería el verdadero campo de batalla. Pintaban bastos, la verdad. A eso de las tres de la mañana, se dio la orden de atacar. Había comenzado la contienda.
«Franco era un oficial que tenía muchas bajas en su tropa. No cedía ante una orden superior de conquistar tal cota»
Tal y como explica la revista «España en sus héroes», una de las compañías de aquel Tabor -la del capitán Palacios (o «Palacio», según señala José María Zavala en «Franco con franqueza»)- fue una de las primeras en empezar a ascender por el territorio y, como es lógico, también una de las que más bajas sufrió. «La compañía del capitán Palacios está detenida por un nutrido fuego. Caen oficiales y soldados. El suelo está cubierto de turbantes y “chichías”, que esmaltan la verde gaba». Como se había vaticinado, el avance era sumamente dificultoso a través de ese territorio, algo que convertía a los soldados del Ejército Español en patos de feria que podían ser disparados fácilmente desde las alturas.
Por si fueran pocas desgracias, una bala salida de un fusil rifeño acabó, al poco tiempo, con la actuación del capitán Palacios en la toma de El Biutz. Este tuvo que ser retirado en camilla por la gravedad de sus heridas. Franco, en mitad de aquel desastre, no vio más solución que tomar él mismo el mando de la compañía huérfana de mandos y dirigirla (junto a sus propios hombres) hacia la cota Ain Yir. La cima de la colina, para entendernos. Todo ello, bajo un intensísimo tiroteo en que, al poco tiempo, cayó también el oficial que ostentaba el mando conjunto del Tabor: el comandante (coronel, según afirma Zavala en su obra) Muñoz Güi.
Al asalto
Franco, como era habitual en él, no estaba dispuesto a ordenar retirada, así que dirigió el ataque contra la «colina de las trincheras». Aquella posición infernal desde la que llovía un letal y desproporcionado torrente de fuego. Él iba en cabeza. «Franco era un oficial que tenía muchas bajas en su tropa. No cedía ante una orden superior de conquistar tal cota, aunque casi siempre la conseguía a costa de muchas bajas», explica Antonio Rueda Román en «Franco, el ascenso al poder de un dictador». A su vez, son a día de hoy varios los expertos que afirman que nuestro protagonista siempre estaba ansioso por probar su valía en combate.
Aquellos momentos de caos fueron aprovechados por los rifeños para tratar de envolver a las tropas españolas (avanzar por su flanco y atacarlas en un terrible fuego cruzado desde la retaguardia). Fue en ese momento cuando Franco tomó la decisión de lanzar un ataque frontal contra los defensores marroquíes. «El capitán Franco, que advierte la peligrosa situación de aquella fuerza, resuelve que un asalto muy rápido podría resolver la crisis», se explica en la revista especializada de los años 60. Tras observar cuidadosamante el lugar idóneo para hacer la carga con sus tropas, el capitán ordenó el avance en masa. «La compañía de Franco corona la loma. Entonces, los cabileños se repliegan un poco y se guarecen en una segunda línea de resistencia», se señala en el texto.
Ávido de sangre, y emocionado por el combate, Franco volvió a ordenar acabar con la resistencia de los rifeños. Y no solo eso, sino que se dispuso a dirigir él mismo el último envite -a bayoneta calada- contra la posición.
Sin embargo, en ese momento se sucedió su particular desastre. Una situación que es narrada de forma diferente por cada historiador. Al parecer, todo ocurrió tras ver caer fulminado a un compañero indígena, Franco recogió entonces el fusil del fallecido y se dispuso a disparar… pero no se percató de que no estaba a cubierto. «Para los tiradores de enfrente el blanco es seguro», se explica en «España en sus héroes». Instantáneamente, un enemigo apretó el gatillo de su arma y la bala cruzó el cielo de Marruecos, clavándose directamente en el capitán.
Herida terminal
¿Dónde recibió la herida el capitán Franco? A día de hoy, esta es una pregunta que sigue causando controversia a nivel histórico. La versión más extendida es que el impacto le dañó «el vientre». Algo que (como se explica en el libro de Zavala) suscribe su hermana Pilar: «En África, muchos años antes, el futuro Caudillo fue herido gravemente. La bala hizo un agujero limpio en el vientre y salió por la espalda rozando la columna vertebral». Esta idea es suscrita por Paul Preston quien, en su obra mencionada, es partidario de que Franco recibió un disparo «en el estómago».
«He visto pasar la muerte a mi lado muchas veces pero, por fortuna, no me ha reconocido»
Sin embargo, actualmente se baraja que el cartucho le impactó realmente en el bajo vientre. ¿Cómo es posible que se haya generalizado la idea del estómago? En palabras de Rueda Román, todo se debió a que se le hizo en aquellos días, presuntamente, una radiografía que corroboraba esta teoría.
Algo imposible, para el autor: «Consultados dos médicos militares, que desean permanecer en el anonimato, conocedores de Marruecos y que estuvieron en distintas épocas de Francisco Franco, lo ven imposible porque en aquel año los servicios médicos militares de Ceuta no contaban con aparatos de rayos X. Así es que queda descartada la posibilidad de que sea verdadera la radiografía publicada. Pero hay más: esa radiografía ha desaparecido e incluso hay un argumento en contra de la veracidad de dicha radiografía. Suponiendo que se hubiera realizado, habría quedado archivada por poco tiempo en el hospital, ya que se trataba de una radiografía más entre otras, de uno de tantos heridos, porque en aquel tiempo nadie podía pensar que aquel capitán de regulares sería veinte años más tarde Jefe del Estado español».
Muerto en vida
De forma independiente al lugar exacto en el que recibiera el balazo, lo cierto es que el capitán Franco cayó a plomo sobre la arena. Todos le daban entonces por muerto. Pero fue recogido, según Zavala, por un «moro» llamado «El Ducali», quien cargó con él mientras varios soldados rodeaban al futuro Jefe del Estado para evitar que fuese impactado de nuevo por los disparos enemigos.
En aquellos momentos el capitán respiraba terriblemente mal y nadie pensaba en su recuperación. Según parece, él también. Por eso, mandó llamar a uno de los oficiales a su cargo para entregarle 20.000 pesetas que llevaba encima. Era el dinero que, como cajero en campaña, llevaba en los bolsillos para pagar puntualmente a la tropa.
Mientras todo aquello ocurría los españoles, avivados por el valor de aquel capitán, tomaron la posición de El Biutz. Esa misma noche, en el informe del combate se hizo referencia al «arrojo incomparable del capitán Franco, a sus dotes de mando y a la energía desplegada en combate». Una última alabanza para un moribundo cuya vida, según todos, tocaba a su fin.
A pesar de todo, Franco fue trasladado al campamento Kudia Federico, donde pasó dos semanas sin irse (para asombro de la mayoría) al otro mundo. Los médicos se negaron en ese tiempo a llevarle hasta Ceuta, pues consideraban que hacerlo provocaría su muerte. Durante ese tiempo, el capitán llegó a pedir a un sacerdote que le confesara para presentarse ante Dios limpio de pecados.
Sin embargo, el destino quiso que, el 15 de julio, Franco se hubiese recuperado lo suficiente para ser trasladado al hospital militar de Ceuta. Allí se determinó que la bala no había tocado, de forma sorprendente, ningún órgano vital. El capitán salvó aquella prueba del destino. Algo que hizo válida la frase que repitió en más de una ocasión: «He visto pasar la muerte a mi lado muchas veces pero, por fortuna, no me ha reconocido». Sobrevivió.
En base a la heroicidad mostrada en el asalto, el Alto Comisionario de Marruecos, el general Francisco Gómez Jordana recomendó a Franco para un ascenso y para ser galardonado con la preciada Cruz Laureada de San Fernando. El Ministerio de Guerra se opuso a ambas propuestas. La primera, por su escasa edad (23 años). El entonces capitán apeló la decisión, pero aquello no le sirvió para nada. Con todo, si obtuvo la Cruz de Primera Clase de María Cristina.
Esta herida también dio lugar a otra leyenda: la que afirmaba que Franco se había convertido en un impotente sexual debido al balazo. Algo que ha sido negado por historiadores como Preston: «La situación de la herida también dio origen a especulaciones sobre la aparente falta de interés de Franco en materia sexual. El escaso testimonio médico disponible no permite semejante interpretación». Ramón Garriga, autor de varias biografías del personaje, iba más allá: «En el caso que nos interesa se ha hablado de que la gravísima herida sufrida por el general en 1916, en el abdómen, y que puso seriamente en peligro su vida, lo había dejado incapacitado para tener hijos. Al parecer todo era normal en el acto de realizar el acto sexual, pero algo fallaba en el líquido seminal que impedía que la operación terminara con un feliz engendramiento».