«La batalla por los puentes», la última victoria de Hitler en la Segunda Guerra Mundial
El historiador británico Antony Beevor publica el próximo jueves su nuevo libro, «La batalla por los puentes» (Crítica), una concienzuda investigación centrada en el desastre de Arnhem. Adelantamos uno de sus capítulos
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Un anónimo ciudadano de Arnhem observaba con claridad el puente desde su casa. Al ver que un resplandor iluminaba la calle dedujo que los británicos estaban cerca. También oyó que un centinela alemán exclamaba con pánico: «Ich bin ganz allein! [¡Me habéis dejado solo!]».
La sección de vanguardia del 2.º Batallón de Frost llegó al puente de Arnhem a eso de las 20.00 horas, cuando caía la tarde. El comandante Digby Tatham-Warter y sus hombres se ocultaron bajo la rampa mientras sobre sus cabezas el tráfico de vehículos continuaba. Tatham-Warter envió un pelotón a cada lado: había que preparar las casas más próximas para la defensa. Sargentos y cabos llamaban a las puertas, explicaban su cometido respetuosamente y recomendaban a las familias que buscaran refugio en otra parte para evitar la inminente batalla. Como es lógico, muchos ciudadanos se molestaron, pero aun así los paracaidistas, con rapidez, transformaron para la lucha sus cuidados hogares. Llenaron bañeras y lavabos para disponer de agua porque la luz se cortaría muy pronto y las bombas dejarían de funcionar; arrancaron cortinas, postigos y todo material inflamable; movieron los muebles para disparar con mayor comodidad y rompieron las ventanas para evitar las heridas por esquirlas de cristal. El capellán del batallón, el padre Bernard Egan, colaboró en la labor y más tarde confesó «una sensación de pecaminosa euforia al tirar una silla por la ventana» consciente de que ningún policía podía reprenderle.
A medida que la oscuridad se iba apoderando de la ciudad, el teniente coronel Frost recordó ese dicho del Ejército alemán que decía «La noche no es amiga de nadie». Por una vez, sin embargo, parecía ayudar a sus paracaidistas. Frost alcanzó al resto de la Compañía A, que aguardaba tranquilamente bajo el puente mientras continuaba el tráfico. Es probable que llegara una hora después de que la mayoría del batallón de reconocimiento de la 9a SS, Hohenstaufen, al mando del SS-Sturmbannführer Viktor Gräbner, lo cruzase a toda velocidad en dirección a Nimega siguiendo órdenes de Bittrich. Sin embargo, el Standartenführer Walter Harzer, comandante de la Hohenstaufen, había hecho caso omiso de la segunda parte de esas órdenes, asegurar el puente, que solo custodiaba un puñado de hombres del destacamento original.
Un kilómetro antes de llegar hasta allí, Frost se había llevado una gran decepción: había encontrado un puente de pontones, pero desmantelado. Y como los británicos también habían perdido el puente ferroviario, resultaba imposible enviar unidades a la otra orilla del río para tomar el extremo sur del gran puente de tráfico rodado –salvo en barcas, pero los grupos que habían salido en su busca no las habían encontrado–. El comandante Tatham-Warter, sin embargo, tenía la esperanza de tomar los dos extremos en el mismo asalto. Y ya no podía esperar más. La sección del teniente John Grayburn fue la elegida para intentarlo. Da la impresión de que Grayburn, que fue condecorado con la Cruz Victoria por la acción, había tomado la determinación de demostrar un valor extraordinario. Subió por delante de sus hombres hasta la carretera y, siempre cerca de las enormes vigas de acero de la estructura, cargó con toda la sección contra un vehículo blindado y unos antiaéreos bitubo de 20 mm que no dejaban de disparar. Pero cuando recibió un disparo en el hombro y vio que algunos de sus hombres también habían resultado heridos, se vio obligado a ordenar la retirada.
Al mismo tiempo que Grayburn intentaba tomar el puente, otros paracaidistas del 2º Batallón iban ocupando las casas próximas a la rampa de acceso. Los jeeps y los cañones antitanque de 6 libras quedaron aparcados al oeste del puente, en un solar protegido por varias casas. La sección de defensa y los integrantes del estado mayor de la 1ª Brigada Paracaidista (menos el general Lathbury, que seguía en Oosterbeek con el general Urquhart y el 3er Batallón) se establecieron en los edificios que se encontraban al oeste de la rampa, junto al puesto de mando de Frost.
Freddie Gough, comandante del escuadrón de reconocimiento, llegó con su estado mayor en tres jeeps y presentó su informe en el preciso momento en que los hombres de Frost llevaban a cabo el segundo intento de tomar el puente. Otra sección y un ingeniero equipado con un lanzallamas tomaron posiciones para atacar un búnker situado en el lateral. Pero el ingeniero ayudante tocó en el hombro al ingeniero encargado del lanzallamas justo en el momento de disparar y este se sobresaltó. La llama sobrepasó el búnker y alcanzó unos cobertizos de madera que había detrás. Debían de contener munición, dinamita y combustible, porque se produjo una potente explosión acompañada de una nube de fuego. Parecía que el puente entero estaba en llamas –lo cual dio pie a comentarios jocosos: se trataba de tomarlo, no de destruirlo, etcétera–. El error, no obstante, tuvo una consecuencia beneficiosa. Al poco, llegaron tres camiones cargados de soldados y, cuando aminoraron la marcha para sortear las llamas, los hombres de Frost los acribillaron a balazos. Los camiones no tardaron en arder, y varios soldados murieron abrasados. Los demás se vieron obligados a replegarse.
Frost no olvidaba que los alemanes habían volado el puente del ferrocarril delante de sus narices y temía que hicieran lo mismo con el gran puente de tráfico rodado. Un oficial de los Reales Ingenieros, sin embargo, le aseguró que, con el calor de las llamas de los cobertizos y vehículos incendiados, se habrían derretido los cables que conectaban las cargas explosivas, en caso de haberlas. Pese a todo, Frost estuvo inquieto toda la noche. Tenía intención de lanzar el asalto decisivo a la mañana siguiente y, a pesar de los incansables esfuerzos del grupo de transmisiones, seguía sin poder ponerse en contacto con el puesto de mando de la división ni con los demás batallones. Los motivos del desastre absoluto de las comunicaciones de la 1ª División Aerotransportada durante la operación Market Garden siguen sin esclarecerse, y quizá nunca lo hagan. Influyeron las dificultades del terreno, muy arbolado y lleno de edificios, la falta de potencia de los equipos, el hecho de que las baterías se agotaran y, en el caso de algunos aparatos, una elección errónea de los cristales de radiofrecuencia.
Tras valorar qué perímetro necesitarían para defender el extremo del puente, Frost quiso reintegrar a la Compañía C al grueso del batallón y llamó por radio al comandante Dover, su oficial al mando, pero no consiguió establecer contacto. Cuando los alemanes volaron el puente del ferrocarril, la Compañía C se dirigió a su segundo objetivo, el cuartel general alemán en Nieuwe Plein. Al pasar junto al hospital de St. Elisabeth, los hombres de Dover soprendieron a treinta soldados alemanes en el momento de bajar de dos autobuses y, tras un tiroteo desigual, los abatieron a casi todos. Los británicos capturaron a cinco y siguieron avanzando. Al poco, sin embargo, se toparon con un flujo constante de hombres y vehículos. Pertenecían al que pronto sería el Kampfgruppe Brinkmann, organizado en torno al batallón de reconocimiento de la división Frundsberg.
(…)
En conjunto, Frost debía de contar con setecientos hombres pertenecientes a todo tipo de cuerpos y armas, desde Reales Ingenieros a soldados del Cuerpo de Armamento y Material. Los encargados de transmisiones se instalaron en el tejado del puesto de mando de la brigada tras apartar unas tejas para sacar las antenas. Pasaron la noche intentando establecer contacto con el puesto de mando de la división y con los otros dos batallones de la brigada. Enviaban continuamente el mismo mensaje: el 2º Batallón estaba en el puente y necesitaba refuerzos con urgencia.
Origen: «La batalla por los puentes», la última victoria de Hitler en la Segunda Guerra Mundial