28 marzo, 2024

La carta secreta del gran enemigo de la URSS que aterró a Stalin hasta su muerte

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Tras sufrir 22 intentos de asesinato orquestados por el Camarada Supremo, el mariscal Tito le envió una misiva que este guardó bajo llave hasta el fin de sus días

Para Iósif Stalin, el presidente yugoslavo Josip Broz, más conocido como «Tito», no era en principio más que otro líder local al que podía dominar sin dificultad. Una rama que, como él mismo señaló, se doblaría en el momento en el que el Kremlin moviera un dedo. Sin embargo, durante la Guerra Fría descubrió que podía ser un duro y molesto adversario dispuesto a mantener una política personalista a espaldas de la URSS. Al final, el Camarada Supremo se obsesionó hasta tal punto con él que ordenó al NKVD que acabara con su vida.

Los historiadores han cifrado en 22 el número de intentos de asesinato que Stalin organizó contra el mariscal Tito. Todos ellos fallidos. La insistencia en acabar con su vida alcanzó cotas tan absurdas que el propio militar envió una carta secreta al líder soviético en el que le advertía de que, en el caso de que continuara con su campaña, él también contrataría a un sicario al que ordenaría hacerle una visita. Un ejecutor «rápido» que «no fallaría». Al líder rojo, según el investigador Simon Sebag, ese mensaje le causó tanto pavor que lo escondió en su caja fuerte personal y solo pudo ser hallado tras su muerte.

División interna

Ni la tensa ruptura entre Iósif Stalin y León Trotski, ni el odio que se generó entre el Camarada Supremo y Nikolái Bujarin (que acabó procesado y ejecutado por el mismo hombre al que, en otros años, había llamado amigo). Para Ellis M. Zacharias, director adjunto de la Inteligencia Naval de los Estados Unidos fallecido en los años sesenta, la brecha más grave que se abrió jamás dentro del comunismo fue la de la Yugoslavia del mariscal Tito con la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. Así lo afirma el también almirante norteamericano en su obra «Historia secreta de la Guerra Fría», reeditada en 2017.

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Las tensiones entre ambos comenzaron ya en los últimos estertores de la Segunda Guerra Mundial. Y es que, mientras que el Ejército Rojo liberó sin ayuda una infinidad de capitales de Europa Oriental y Central, no ocurrió lo mismo con Yugoslavia. Allí, en Belgrado, la verdadera resistencia contra el invasor la había protagonizado el partido comunista del propio Tito. El militar, de hecho, se sabía una pieza clave en la política regional y conocía el arraigo que tenía su figura en parte de la población. Eso hizo que, tras el final del conflicto, se sintiera un par de Iósif Stalin, y no un mero títere del régimen de Moscú.

Mariscal Tito
Mariscal Tito

Así lo confirma la profesora de la UNED María Casanova en su dossier «La Yugoslavia de Tito. El fracaso de un Estado Multinacional». En sus palabras, «al término de la guerra, Tito controlaba el aparato militar y político e impulsó la creación de un Frente Popular que, en las elecciones del 11 de noviembre, obtuvo un 90,48% de los votos». De esta guisa, el 29 de noviembre de 1945 proclamó la República Federal Popular Democrática de Yugoslavia, controlada por el partido comunista.

El mariscal, que ya había desobedecido a Stalin durante la Segunda Guerra Mundial (cuando se negó a cumplir la orden de combatir junto a Draza Mihajlovic, al que la URSS y los Aliados consideraban la legítima cabeza de la lucha armada en la región) inició así una serie de movimientos que buscaron, desde el primer momento, la grandeza de Yugoslavia. Todo ello, a costa de apartar la mirada de la URSS. Aunque, eso sí, sin atacar de facto a los rusos. «Tito no cuestionó la hegemonía soviética, pero, a pesar de aceptar la ayuda económica y la llegada de consejeros desde la URSS, emprendió una política muy personalista», desvela la autora.

«Por mucho que cada uno de nosotros ame a la URSS, la tierra del socialismo, no debemos en ningún caso amar menos a nuestro país»

Las tensiones entre ambos terminaron de materializarse a partir de 1947, año en el que Stalin creó el Kominform, a nivel oficial, un comité de organización de los principales partidos comunistas de Europa, pero, en la práctica, un sistema de control de los mismos. Tito, desde el primer momento, se declaró independiente y obvió, una vez más, la autoridad de Stalin. Como ya había afirmado en 1944 cuando los aliados se dividían Europa, consideraba su país como un ente independiente alejado tanto del bloque capitalista como del soviético.

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A partid de 1947 las diferencias se multiplicaron. «Las divergencias entre Tito y Stalin fueron en aumento: el problema de Trieste que Tito reivindicaba, problema que no se solucionaría hasta 1954, el proyecto de establecer una federación balcánica con Bulgaria, el envío de tropas yugoslavas a Albania para fortalecer sus fronteras con Grecia y su apoyo a los comunistas griegos, contrariaron a Stalin que veía con recelo la excesiva independencia de Tito», añade la experta en su dossier.

La locura de Stalin

La chispa entre ambos saltó, como se esperaba, poco después. En marzo de 1948, Stalin llamó a Tito y a su gobierno a Moscú y le instó a abandonar aquella política personalista. A partir de ese momento, insistió, rendiría cuentas al comité supremo y seguiría las órdenes dictadas desde el Kremlin. El mariscal, como respuesta, rompió relaciones con Iósif. «Por mucho que cada uno de nosotros ame a la URSS, la tierra del socialismo, no debemos en ningún caso amar menos a nuestro país, lo cual es también una forma de desarrollar el socialismo», sentenció.

La URSS, por su parte, no se mantuvo de brazos cruzados. Al instante, retiró todas las ayudas económicas a Yugoslava y ordenó a sus asesores políticos y militares regresar al Kremlin. De esta forma, Stalin materializó lo que ya había afirmado al resto de territorios soviéticos en 1929: «O bien vosotros cumplís las demandas del Partido, en cuyo caso este os acogerá con los brazos abiertos, o no la cumplís, en cuyo caso no podréis censurar a nadie salvo a vosotros mismos».

En Europa y en Estados Unidos, aquella afrenta se consideró como una victoria yugoslava. David acababa de apedrear a Goliat. A partir de entonces se desató la locura de un Stalin que, como bien explica el historiador Norman M. Naimark en su obra «Stalin and the Fate of Europe: The Postwar Struggle for Sovereignty», hasta ese momento siempre se había vanagloriado de que, con tan solo mover un poco un dedo, el mariscal sería destruido.

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Stalin
Stalin

Naimark, así como otros tantos historiadores, son partidarios de que Stalin condenó a muerte a Tito y ordenó al NKVD, el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, su eliminación. De forma simultánea, empezó una intensa campaña de propaganda contra el mariscal con el objetivo de cambiar la opinión que la URSS tenía sobre él. La finalidad era que dejara de ser «el glorioso eslavo que se había enfrentado a las bestias fascistas» para convertirse en un «sinvergüenza» que, «junto a su camarilla», había traicionado las ideas del Kremlin.

La obsesión de Stalin por acabar con la vida de Tito fue extrema. El pasado 2012, el historiador Joze Pirjeve publicó «Tito», un ensayo en el que cuantificó los intentos de asesinato del Camarada Supremo en 22. Todos ellos fallidos. En «Escrito en la historia», Simon Sebag también es partidario de que «encargó asesinar al presidente yugoslavo, pero sus sicarios fallaron una y otra vez». Al final, y en palabras de este último investigador, los repetidos planes del Camarada Supremo le llevaron a hacerle llegar la siguiente carta:

«¡Deja de enviar a gente a matarme! Ya hemos capturado a cinco asesinos: uno con una bomba, otro con un fusil… Si no paras de enviarme asesinos, yo enviaré a Moscú a uno muy rápido que y desde luego que no hará falta que envíe a otro».

Sebag afirma que la misiva «aterró al líder más terrorífico de los tiempos modernos» hasta tal punto que la escondió en su caja fuerte personal. De hecho, la misivia solo fue hallada tras la muerte del Camarada Supremo.

«Si no paras de enviarme asesinos, yo enviaré a Moscú a uno muy rápido que y desde luego que no hará falta que envíe a otro»

Por su parte, Joze Pirjeve completa esta curiosa anécdota con un episodio igual de llamativo. En sus palabras, cuando el sucesor de Stalin, Nikita Khrushchev, se reunió con el mariscal en 1955 le pidió disculpas por los repetidos intentos de asesinato. «Hiciste bien en protegerte. Tenías buenos guardias y espías que te informaban de lo que planeábamos». El yugoslavo respondió con ironía: «Stalin sabía que estaba bien protegido. Después de muchas advertencias de que le enviaría yo también asesinos, evidentemente se asustó un poco».

Origen: La carta secreta del gran enemigo de la URSS que aterró a Stalin hasta su muerte

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