La cruel muerte del guerrero indio que puso contra las cuerdas a EE.UU. y casi cambia la historia
El historiador Peter Cozzens, autor del libro ‘La tierra llora’ y de otros títulos de la misma temática, publica en España de la mano de Desperta Ferro Ediciones un estudio sobre la guerra que los hermanos shawnees sostuvieron con la joven república
Siempre se ha estudiado la lucha entre el hombre blanco en EE.UU. y los nativos americanos desde un único desenlace posible: la victoria de la locomotora occidental. Pero los hechos desmienten esta visión ventajista y presentista, pues en los propios orígenes del país estuvo cerca de triunfar una confederación de naciones indias que puso contra las cuerdas a la república. Hacia finales del siglo XVIII, los incipientes EE.UU. eran un país en expansión, donde los colonos desbordaban los Apalaches en un frenesí por ocupar y explotar las tierras recién ganadas a los británicos. Como siempre, los indios se llevaron la peor parte en este aluvión de europeos con dirección al oeste.
El historiador Peter Cozzens, autor del libro ‘La tierra llora’ y de otros títulos de la misma temática, publica en España de la mano de Desperta Ferro Ediciones un profundo estudio sobre la guerra que se desencadenó como respuesta a este asalto del hombre blanco.
En su obra ‘Tecumseh y el profeta: los hermanos Shawnees que desafiaron a Estados Unidos’, Cozzens cuenta cómo las desorganizadas tribus indias lograron, por una vez, hacer frente común gracias al carisma de estos dos nativos. Vencer al Estado que se había rebelado contra los ingleses resultaba un sueño imposible, pero no lo era tanto crear un territorio independiente entre Canadá y EE.UU.
Tecumseh era un extraordinario diplomático y un hábil guerrero, «uno de esos genios poco comunes que de vez en cuando surgen para obrar revoluciones y revertir el orden de las cosas», en palabras del gobernador de Indiana y su principal rival, William Henry Harrison, mientras que Tenskwatawa, su hermano, era todo un mesías, el artífice de un renacimiento espiritual que unificó por un instante al conglomerado de tribus que ocupaban el territorio de lo que hoy son los EE.UU. «Los hermanos shawnees fueron personajes de verdad transformadores, capaces de reunir seguidores de más de una docena de tribus para enfrentarse a la amenaza, tanto espiritual como física, que la joven república planteaba contra el modo de vida indio», explica Cozzens en su obra.
Ambos eran muy distintos. Mientras el primero era un líder natural, un inteligente caudillo y un diestro cazador, Tenkswatawa era un absoluto inadaptado que de niño se disparó en el ojo derecho intentando aprender cómo se utilizaba el arco. A finales de su adolescencia ya se había convertido en un alcohólico, un mujeriego y un vago irremediable, pero sin duda sabía revestir sus actos, y los de su hermano, de una épica irresistible. En una noche de 1805, Tenkswatawa se desmayó junto al fuego y, tras unos días en estado catatónico, despertó afirmando haber tenido una visión en la que un ‘Señor de la Vida’ le había mostrado cómo era el más allá y en lo que se convertirían los indios al caer prisioneros del alcohol y del estilo de vida del hombre blanco.
El contacto de los indios con el licor era más letal que cualquiera de los métodos militares ideados por los blancos para erosionar a las tribus del Medio Oeste. «Las aldeas indias se hundieron en la miseria. Apenas pasaba un día sin que una pelea de borrachos se saldase con un asesinato o una mutilación. El hermano atacaba al hermano. Los indios, en sus borracheras, a veces sacrificaban su ganado y sus caballos. Los niños, abandonados, contraían la disentería y morían. Las mujeres, y a veces los niños, bebían tanto como los hombres. Los ancianos lamentaban la pérdida de sus jóvenes, pero ellos también sucumbían a la bebida», narra el historiador norteamericano.
«Todos somos indios, todos somos un pueblo»
A partir de las enseñanzas del Profeta, Tecumseh cimentó una alianza cada vez más masiva con otros pueblos vecinos. «De un movimiento cultural y espiritual creado por Tenskwatawa se pasó a una alianza política y militar para resistir la invasión blanca», apunta Cozzens sobre una ola que fue ganando longitud cada día. Si bien su historia no goza de tanta atención como las llamadas guerras indias y nombres tan icónicos como los de Caballo Loco o Toro Sentado, el empuje que representaron estos dos hermanos congregó en su tiempo álgido dos veces más guerreros de los que acudieron a Little Bighorn y comprometió casi la mitad de lo que era entonces el país, desde los gélidos confines del alto Mississippi a las tierras calientes de la desembocadura de Alabama.
Bajo la premisa de «todos somos indios, todos somos un pueblo, todos comemos del mismo cuenco; o resistimos juntos a los estadounidenses o seremos derrotados por separado», los hermanos shawnees estuvieron muy cerca en su cruzada de lograr sus objetivos gracias a la ayuda británica, que suministró armas, munición y soldados para fastidiar a sus viejas colonias, y a lo precario que eran los recursos de la república. La idea de un estado colchón entre la recién nacida república y el Canadá británico, tal vez en el actual Michigan, fue una posibilidad muy real en varias fases de la contienda. «Para mi sorpresa, porque yo me introduje en este proyecto pensando que era otra historia más de pueblos indios destinados a la derrota, resultó que estuvieron muy cerca del éxito en varias ocasiones, en buena parte debido a la ineptitud estadounidense», confiesa el autor de ‘Tecumseh y el profeta’.
La derrota india en la batalla de Tippecanoe (1811), que enfrentó al ejército de los Estados Unidos de América liderado por William Henry Harrison, que en pocos años se convertiría en presidente del país, contra los guerreros de la confederación, terminó abruptamente con el sueño de frenar la inagotable ambición norteamericana por más y más tierras. Además, la derrota sirvió para poner en tela de juicio el poder de Tenskwatawa, que había pronosticado que las tropas de Harrison no podrían derrotar a los guerreros indios. Cuando no fue así, el Profeta culpó a una de sus esposas por no decirle que estaba menstruando, pues esta sangre anulaba la magia más fuerte.
El fracaso militar de Tecumsé, que luchó hasta el final de su existencia por dar a los pueblos indios de la región de los Grandes Lagos, el Medio Oeste y el este del río Misisipi una conciencia nacional más allá de lo tribal, debilitó su prestigio militar y, en parte, le obligó a abrazar un conflicto que le era ajeno, la guerra entre Gran Bretaña y EE.UU. de 1812. Tecumsé pereció allí a causa de una bala de mosquete en este conflicto. Durante la batalla del Támesis, un proyectil alcanzó a Tecumseh en el pecho y se alojó en el corazón. Su cuerpo fue perforado por dos o tres perdigones que le dejaron tumbado sobre el campo de batalla.
La descripción realizada por Cozzens sobre lo que los kentuckianos hicieron con el cadáver del jefe indio, al que rasgaron largas tiras de piel de su espalda para fabricarse asentadores de cuchillas, pone en duda el debate de cuál de los dos bandos era más salvaje: «Otro kentuckiano le había arrancado la cabellera y le había hundido el cráneo con un tomahawk. Otros le habían arrancado mechones de pelo hasta dejarle casi calvo. El rostro de Tecumseh estaba cubierto de sangre seca y su rostro estaba muy hinchado».
Una maldición contra los presidentes
Tenskwatawa sobrevivió a su hermano y se encargó de trascender su legado con una profecía que se ha cumplido con bastante precisión. «Les digo que Harrison morirá y cuando él muera ustedes recordarán la muerte de mi hermano Tecumsé. Ustedes creen que he perdido mis poderes, yo que hago que el sol se oscurezca y los pieles rojas dejen el aguardiente. Pero les digo que él morirá, y después de él, todo Gran Jefe escogido cada 20 años de ahí en adelante morirá, y cuando cada uno muera, que todos recuerden la muerte de nuestro pueblo», vaticinó el profeta años después Tenskwatawa, entre el mito y la realidad, sobre el futuro de Harrison, elegido presidente en 1841.
Harrison falleció de neumonía tan solo 32 días después de haber jurado el cargo. Le seguirían en tan lúgubre destino Abraham Lincoln (reelegido en 1860), James A. Garfield (1880), William McKinley (1900), Warren G. Harding (1920), Franklin D. Roosevelt (1940) y, por último, John F. Kennedy (1960). Solo Ronald Reagan (1980) y George W. Bush (2000) burlaron la maldición de Tecumseh, aunque ambos estuvieron a punto de perder la vida en sendos atentados contra su persona.
No en vano, mucho datos ponen en cuestión la veracidad la fiabilidad de la profecía, entre ellos que, después de la muerte de Harrison, Zachary Taylor fue el segundo presidente que murió ejerciendo su mandato, en el año 1850, a causa del cólera, pero no lo hizo siguiendo el patrón marcado por la Maldición de Tecumsé. Otros como James K. Polk murieron pocos meses después de terminar su mandato. Por su parte, tanto Abraham Lincoln, McKinley y Franklin Roosevelt, supuestos afectados por la maldición, perdieron la vida tras ser reelegidos presidentes en varias ocasiones, lo cual aumentaba decisivamente sus probabilidades de fallecer en el cargo y, por tanto, de cumplir con lo estipulado por la profecía. Una prueba más del carácter arbitrario y caprichoso de la maldición.
Origen: La cruel muerte del guerrero indio que puso contra las cuerdas a EE.UU. y casi cambia la historia