29 marzo, 2024

La desastrosa historia del Shinano: el portaaviones más grande (y gafado) de la Segunda Guerra Mundial

El Shinano, en la Bahía de Tokio, durante sus pruebas de mar
El Shinano, en la Bahía de Tokio, durante sus pruebas de mar

Era el de mayor tamaño construido a lo largo del conflicto. Un gigante japonés que tenía el objetivo de sembrar el terror en los mares, pero que tan solo consiguió estar en servicio diez días y en alta mar 16 horas y media. Un auténtico desastre que se intentó ocultar

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El Shinano es la mejor muestra de que los japoneses parecían estar gafados en lo que respecta a su participación en la Segunda Guerra Mundial. Hablamos del mayor portaaviones del mundo construido entre 1939 y 1945, llamado a sembrar el terror en los mares durante el conflicto más devastador de la historia. Y que, sin embargo, sobrevivió solo dos semanas sobre el agua antes de que un submarino estadounidense lo hundiera en una disparatada y apresurada operación.

¿Qué ocurrió con este monstruo de los mares? Todo comenzó en la época en la que los nipones ya tenían preparados los dos acorazados más grandes y pesados de la historia: el Yamato y el Musashi. La idea había nacido más de una década antes, tras la Primera Guerra Mundial y la firma del Tratado Naval de Washington de 1922, en el que los vencedores trataron de limitar la cantidad de «fortalezas flotantes» que cada nación podía construir. Pero Japón y Alemania no tardaron mucho en retirarse de él, pues intuían que se acercaba otro conflicto naval a gran escala y querían preparar sus flotas.

Esto incluía a los nipones y a Estados Unidos, que pronto se reconocieron como rivales por el dominio del Pacífico. Sabían que el mar sería el escenario de esa lucha y Japón optó por la calidad y el tamaño, sabiendo que ya no podrían superar a la flota norteamericana en número. La construcción del Yamato y el Musashi es un ejemplo de ello y se llevó a cabo en el más absoluto secreto. Nadie supo, jamás, ni tan siquiera los servicios secretos de las potencias más poderosas, de los trabajos que se estuvieron realizando durante años en las instalaciones ubicadas en el mar Interior de Seto.

De acorazado a portaaviones

Algo parecido ocurrió con el Shinano, que nació como el tercer acorazado de gran tamaño tras el Musashi y el Yamato. En abril de 1940, entre estrictas medidas de seguridad, los japoneses sentaron su quilla en los astilleros de Yokosuka, en el extremo meridional del puerto de Tokio. Los trabajos continuaban cuando había empezado la guerra, hasta la debacle de la batalla de Midway, entre el 4 y 7 de junio de 1942, en la que Japón sufrió 3.057 bajas y perdió 248 aviones y cuatro portaaviones, mientras que Estados Unidos, 307 bajas, 150 aviones y un portaaviones.

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El Estado Mayor de la Armada decidió entonces que el buque en construcción debía convertirse en un portaaviones de un tamaño mucho mayor de lo habitual. El casco se reconfiguró para que pudiera albergar una cubierta de vuelo con un grueso blindaje. El objetivo era proteger al buque de las bombas de 450 kilogramos que lanzaban los bombarderos estadounidenses que tantos estragos había causado en Midway. Para que se hagan una idea, las 17.000 toneladas de blindaje del barco suponían casi un tercio de su desplazamiento. Y lo cierto es que los japoneses estaban tan orgullosos de cómo estaba transcurriendo su transformación que, al igual que se pensaba del Bismarck o el Titanic, los japoneses consideraban a su nuevo portaaviones «imposible de hundir».

La idea inicial era que estuviera construido en febrero de 1945, pero decidieron acelerar los trabajos tras la pérdida de otros tres portaaviones en la batalla del mar de Filipinas. Luego sufrieron un accidente en el astillero, pero al final pudieron botarlo el 11 de noviembre de 1944, entrando en servicio ocho días después con un desplazamiento total de 71.890 toneladas a plena carga. «El Shinano era el portaaviones más grande jamás construido, un título que mantuvo hasta 1961, cuando la U.S. Navy puso en servicio el Enterprise, de propulsión nuclear», cuenta Craig L. Symonds en «La Segunda Guerra Mundial en el mar» (La Esfera de Los Libros, 2019).

El primer aviso

Al haber invertido tantos recursos en él, las autoridades japonesas se quedaron horrorizadas cuando, el 24 de noviembre, tan solo cinco días después de entrar en servicio, los bombarderos estadounidenses de largo alcance hicieron su aparición sobre Tokio, durante la primera incursión del XXI Mando de Bombarderos. «El alto mando japonés decidió que era esencial alejar lo antes posible el Shinano de la bahía de Tokio. En el mar Interior, a 640 kilómetros de allí, el barco estaría más protegido y su tripulación podría realizar prácticas de despegue y aterrizaje con el objetivo de ponerlo en orden de combate. Por consiguiente, aunque tan solo funcionaba la mitad de las calderas del Shinano, y pese a que aún no se habían instalado muchas de sus compuertas estancas, su capitán, Toshio Abe, recibió la orden de hacerse a la mar de inmediato», añade Symonds.

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Su capitán obedeció aquella apresurada orden diligentemente y sacó a su portaaviones del puerto de Tokio el 28 de noviembre. Llevaba consigo una escolta de cuatro destructores, pero no habían pasado ni tres horas desde que empezó a navegar de nuevo cuando el submarino Archerfish estadounidense lo detectó en la pantalla de su radar. Daba la sensación de que el Shinano, a pesar de superar en tamaño a cualquier portaaviones que haya surcado los mares durante la Segunda Guerra Mundial, no hubiera nacido para sembrar el terror a nadie.

El Archerfish era un barco nuevo, con poco más de un año de servicio. Anteriormente había realizado cuatro patrullas por el Pacífico, pero todavía no había hundido ni un solo barco. Su comandante, el capitán de fragata Joseph Enright, esperaba acabar con aquella mala racha, aunque sus posibilidades de lograrlo eran más bien escasas mientras su barco siguiera dedicado a las tareas de rescate. Aquel día, sin embargo, la suerte se puso de su lado. No se lo podía ni creer, porque en los días anteriores no había tenido la oportunidad de rescatar a ninguna tripulación. Y como ese día no hubo bombardeos, a Enright le autorizaron a realizar tareas de patrulla de forma independiente… ¡Y bingo!

El ataque

Era la segunda oportunidad que se le presentaba a Enright de atacar a un portaaviones. La primera fue en 1943, cuando estaba al mando de otro submarino, el Dace. En aquella ocasión el portaaviones logró escapar, y Enright estaba convencido de que nunca se le volvería a presentar una situación favorable tan parecida. En esta ocasión tuvo más suerte, porque el Shinano navegaba hacia el sur y Enright tuvo la idea de navegar en paralelo a una velocidad punta de 19 nudos en superficie, a la espera de que el portaaviones simplemente cambiara de rumbo y se pusiera al alcance de sus torpedos.

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El Shinano, que funcionaba con tan solo seis de sus doce calderas, navegaba a 20 nudos, y cuando una de sus seis calderas en funcionamiento empezó a fallar, el barco redujo la velocidad a 18 nudos. Eso permitió que el Archerfish pudiera seguir su ritmo y se colocara a una distancia de 15 kilómetros de él. A las 3 de la madrugada del 29 de noviembre, Abe dio la orden de que el Shinano y sus barcos de escolta viraran al oeste, con dirección a la costa. Había caído en la trampa sin saberlo. A las 3.17 horas, Enright ordenó disparar seis torpedos.

«Para un ataque contra un portaaviones, normalmente habría que ajustar los torpedos a una profundidad de entre 7,5 y 10 metros, pero Enright pensó que si alcanzaba al enorme portaaviones en un punto más alto del casco, podría desestabilizarlo y aumentar las probabilidades de que volcara. Ordenó ajustar los torpedos a una profundidad de solo 3 metros. Esa decisión fue la perdición del Shinano, porque los torpedos impactaron justo por encima de sus compartimentos antitorpedos blindados», relata el historiador estadounidense.

El ataque

Enright escuchó las seis explosiones mientras el Archerfish se sumergía, aunque en realidad solo cuatro de sus torpedos dieron en el blanco. Aquello, sin embargo, fue más que suficiente, puesto que provocó cuatro grandes agujeros que dejaron entrar toneladas de agua al interior del casco del Shinano. El portaaviones se escoró de inmediato y la inundación se extendió rápidamente. La escora del barco aumentó y, aunque Abe viró hacia la costa para intentar embarrancar en aguas poco profundas y salvarlo, fue imposible. Aquel gigante se hundió pocos minutos después de las diez y media de la mañana siguiente.

En un primer momento, las autoridades navales estadounidenses se negaron a reconocerle a Enright el mérito. Después aceptaron que había hundido un petrolero. A continuación, un portaaviones ligero y, mucho después, un portaaviones de gran tamaño. Aunque el Archerfish tan solo hundió un barco en aquella patrulla, en términos de tonelaje total fue la más exitosa de toda la Segunda Guerra Mundial. El Shinano había estado en servicio tan solo diez días, y en alta mar, tan solo 16 horas.

Origen: La desastrosa historia del Shinano: el portaaviones más grande (y gafado) de la Segunda Guerra Mundial

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