La desconocida tregua de Navidad de 1936 en el monte Kalamua
La desconocida tregua de Navidad de 1936 en el monte Kalamua
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Aquel día nadie quería disparar sus armas en el monte Kalamua. Era Nochebuena y la nostalgia de casa, del pavo y el turrón, se había apoderado tanto de los milicianos apostados en su avanzadilla, como de los requetés que mantenían sus posiciones a apenas unos metros. Estaban tan cerca que los primeros veían sobre los sacos de arena los puntos rojos de las boinas carlistas. En este escenario fronterizo entre Vizcaya y Guipúzcoa se libraron cruentos combates durante la Guerra Civil, pero el 24 de diciembre de 1936 se vivió una escena que, en palabras de un testigo y protagonista del insólito encuentro, ya hubieran querido imaginar en Hollywood.
«A la mitad justa de los parapetos se encuentran los dos grupos. Milicianos y requetés se dan la mano y como si cambiaran ramos de flores en un torneo deportivo se han cruzado los periódicos. De los parapetos se vigilaba esta “operación” con emoción y curiosidad. Solamente en este intenso momento se ha dejado oír el ralentir de mi “Kodak” que traslada al celuloide una escena que hubieran envidiado los más sagaces productores americanos. Los cañones de las ametralladoras y de los fusiles han sacado sus ojos para contemplar también, en el mayor silencio, esta cordial coyuntura en el día de la Nochebuena, solemnizada con este motivo en los campos de batalla», escribió el socialista pamplonés José Goñi Urriza.
La fría mañana de diciembre se había desperezado con sol y cierta pereza en el «trabajo», según describió Goñi en el semanario socialista « La lucha de clases». Alguien gritó «no disparéis» y por unos momentos se respiró un aire de libertad. Los combatientes de uno y otro lado levantaron sus cabezas por encima de los parapetos y se sucedieron los diálogos de trinchera a trinchera en tono amistoso. Como muestra de confianza, los requetés se sentaron encima de sus defensas. Los milicianos les imitaron. Se alcanzó una cierta familiaridad, que una densa cortina de niebla al poco resquebrajó.
Con la falta de visibilidad, renació la desconfianza y de nuevo, unos y otros se resguardaron tras sus parapetos, con el fusil en el brazo, hasta que a media mañana, las ráfagas de sol se abrieron paso entre la niebla. De nuevo frente a frente, Goñi rompió el silencio:
-«Requetéeeees…
-Quéeee…
-¿Hay algún navarro?
-Sí, casi todos
-¿Y alguno de Pamplona?
-Sí, muchos
-Os habla Goñi
-¿Quién, Pepe?
-Sí
-Aquí hay unos que te conocen».
Así comenzó una «interminable» conversación. Los milicianos ofrecieron a los requetés intercambiar sus periódicos. Tras unos momentos de vacilación, éstos contestaron que aún no habían recibido los suyos. Mientras seguían las conversaciones, dos requetés saltaron de pronto de sus parapetos y otros dos milicianos salieron de los suyos. También Goñi, que no pudo contener la curiosidad, saltó tras ellos.
Del insólito encuentro sacó al menos tres fotografías que salieron publicadas junto a su reportaje el 26 de diciembre. En ellas se ve a un grupo de requetés del Tercio de Lácar posando en la cumbre del Kalamua y entre ellos a los milicianos que salieron para canjear la prensa. O compartiendo el vino navarro de una cantimplora.
Varios de los requetés conocían a Goñi de Pamplona. «Allí todos nos mirábamos con recelo. Aquí, sin embargo, con los misiles preparados en cada uno de los parapetos, a treinta metros de donde nos hallamos, parece que estamos más tranquilos», escribió antes de describir a grandes rasgos sus conversaciones. Hablaron de Navarra, de la muerte de compañeros de Goñi y de la situación de Bilbao, constatando que las versiones sobre el avance de la guerra era muy distinta en cada bando:
-«Aquí se dice que queríais un arreglo los rojos»
-«¿Nosotros? No, hombre, no. Esas son patrañas de Italia y Alemania que no saben cómo salir del atolladero en que se han metido. Nuestro Ejército está más fuerte y mejor pertrechado que nunca y dispuesto a daros una rotunda paliza el día menos pensado.»
Entre los requetés había algunos que iban a volver a Pamplona y que se ofrecieron a llevar una carta a la madre de Goñi, que él escribió enseguida para entregársela. Echaron un trago de vino, le obsequiaron con un puro y cambiaron cigarrillos.
Sin darse apenas cuenta, Goñi se encontró en un grupo de entre unos veinte requetés, a un paso de sus posiciones. «¡Y pensar que en Pamplona me hubieran fusilado como a un perro!», pensó este miliciano socialista achacando la ideología de estos muchachos del campo, a haber nacido en pueblos de solera carlista «donde merced a la intransigencia de los caciques carlistas y a la imbecilidad de gobernadores republicanos era casi imposible dejar oír la voz de nuestras ideas».
«A estos rapaces no tengo el menor inconveniente en estrecharles la mano en un “alto el fuego” en las trincheras», confesó en su escrito.
A mediodía, tras «un gran rato» juntos, milicianos y requetés regresaron a sus posiciones. En su despedida, «cordial como la de ellos», Goñi les aconsejó leer y meditar el discurso del presidente del Gobierno vasco, apelando a las creencias religiosas que compartían.
«Lentamente se alejan los requetés. Al verlos marchar se agolpan muchas ideas en mi cerebro. Tantas que para no armarme un lío sentimental, a cuenta de las crueldades de la guerra, acelero el paso para devorar la comida que, humeante y suculenta, me aguarda al otro lado de nuestras trincheras», concluyó el pamplonés que en 1937 fue designado secretario general de Industria del Gobierno provisional vasco.
Así lo recordaba un joven requeté
El navarro Salvador Leyún fue uno de los voluntarios del Tercio de Lácar que fue testigo del intercambio en Kalamua. Tenía entonces 19 años y aquella escena se le quedó grabada para siempre en su memoria. Tanto, que medio siglo después se la relató al escritor Pablo Larraz para el libro sobre « Requetés» que escribió junto a Víctor Sierra-Sesúmaga, como uno de los «casos curiosos» que le tocó vivir durante la campaña de Guipúzcoa:
«Resultó que nuestro capitán, Ureta, que estaba más loco que una cabra, era muy amigo del capitán que estaba en el otro lado, de apellido Centeno, ya que los dos habían estado en la misma academia. Estando de posición en Kalamua empezaron a hablarse: «Centeno, oye, ¿qué tal si hacemos una cosa en esta tarde? Mira, vamos a proponer a los chicos sentarse en el parapeto, y yo respondo de que los míos no van a tirar un tiro, y hacemos intercambio de prensa». El de los rojos aceptó, así que Ureta nos mandó: «Todos en el parapeto«. Y ellos hicieron lo mismo. «Ahora que salgan a mitad del camino cinco voluntarios de cada lado«, y salieron».
Leyún contaba que «se intercambiaron la prensa, echaron unos tragos de vino de una bota que llevaban unos y después de la de los otros».
«Amí aquello no me parecía bien, era un disparate, media hora después podíamos estar matándonos y esas cosas creaban desánimo y desconcierto entre la gente», confesaba el voluntario carlista, que le dijo a Ureta: «Mi capitán, después de esto, ¿no sería mejor que dejásemos esto y nos marcháramos todos, ellos y nosotros, cada uno a su casa?».
«Y me contestó: «pues sí, sería mejor… pero es que estamos en guerra».
Origen: La desconocida tregua de Navidad de 1936 en el monte Kalamua