LA EXTRAÑA MUERTE DE JUAN PABLO I
El papa Juan Pablo I apareció muerto en su cama. Llevaba sólo 33 días de pontificado. Según el comunicado oficial, murió de un infarto agudo de miocardio. Sin embargo, la forma en que se encuentra el cadáver no responde al cuadro típico del infarto: no ha habido lucha con la muerte, tiene unas hojas de papel en las manos, como si aún leyera.
Aunque oficialmente se negó, un benedictino que trabajaba en la Secretaría de Estado dio a conocer a un amigo, el mismo día de la muerte, que hubo autopsia. Por ella se supo que murió por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador, que en la tarde anterior habría recetado por teléfono su médico personal de Venecia.
En realidad, nunca me creí (y así lo manifesté) que el Dr. Da Ros, médico personal del papa Luciani, hubiera recetado una medicina contraindicada. Pero sólo él podía desmentir algo que tan directamente le afectaba. Pues bien, en 1993, tras quince años de silencio, el Dr. Da Ros declaró que Juan Pablo I estaba bien de salud y que aquella tarde no le recetó nada.
Por tanto, un diagnóstico sin fundamento, una autopsia secreta, un medicamento que mata al papa y que no ha recetado su médico personal… Sigamos.
El 14 de mayo de 1989 la llamada persona de Roma (para nosotros el cardenal Pironio) envía un informe a Camilo Bassotto, amigo personal del papa Luciani y testigo principal de la fuente veneciana. El informe va firmado, pero debe publicarse sin firma: el puesto que ocupa el misterioso comunicante no le permite otra cosa. Según dicho informe, Juan Pablo I tenía un programa de cambios y había tomado decisiones importantes, incluso arriesgadas: terminar con los negocios vaticanos, cortar la relación del Banco Vaticano con el Banco Ambrosiano, destituir al presidente del Banco Vaticano (Marcinkus), hacer frente a la masonería y a la mafia.
Todo esto se ha intentado ocultar. Sin embargo, tiene clara relevancia judicial. Desde la primera investigación (Yallop, 1984) las mayores sospechas recaen en la desaparecida logia Propaganda Dos, aunque hubiera colaboración interna dentro del Vaticano. El Banco Vaticano tuvo que pagar por la responsabilidad contraída en la quiebra del Ambrosiano más 240 millones de dólares. En el juicio por la quiebra, que concluye en 1992, las mayores condenas caen sobre los jefes de la logia P2: 18’5 años de cárcel para Licio Gelli y 19 para Umberto Ortollani. Sorprende la serie de asesinatos y atentados violentos relacionados de una u otra forma con la P2, con la mafia, con el Ambrosiano, con el Banco Vaticano: Ambrosoli, Alessandrini, Calvi, Sindona, Pecorelli…, sin olvidar el atentado contra Juan Pablo II, la desaparición de Emanuela Orlandi (hija de un empleado vaticano) y el triple crimen de la Guardia Suiza.
Don Germano Pattaro, sacerdote veneciano que Juan Pablo I llevó a Roma como consejero, dejó en su momento a Camilo Bassotto un testimonio fundamental sobre el papa Luciani, cuya figura ha sido injustamente distorsionada: “estaba en el camino de la profecía”. Esto no significa adivinar el futuro, sino hablar y actuar en nombre de Dios. Además, don Germano atestigua algo realmente sorprendente, que también tiene relevancia judicial: Juan Pablo I sabía a los pocos días de pontificado quién iba a ser (y, además pronto) su sucesor.
Comunicado oficial
Casi tres horas después del hallazgo del cadáver, el Vaticano dio el siguiente comunicado oficial: «Esta mañana, 29 de septiembre de 1978, hacia las cinco y media, el secretario particular del Papa, no habiendo encontrado al Santo Padre en la capilla, como de costumbre, le ha buscado en su habitación y le ha encontrado muerto en la cama, con la luz encendida, como si aún leyera. El médico, Dr. Renato Buzzonetti, que acudió inmediatamente, ha constatado su muerte, acaecida probablemente hacia las 23 horas del día anterior a causa de un infarto agudo de miocardio».
Realmente, pocas cosas quedan en pie de las afirmadas en dicho comunicado. Sólo una: se le encontró muerto en la cama, con la luz encendida, como si aún leyera. No fue el secretario, sino una religiosa quien encontró muerto a Juan Pablo I. La forma en que se encuentra el cadáver no encaja con el cuadro típico del infarto: todo está en orden, no ha habido lucha con la muerte. La hora de la muerte ha sido anticipada. Según diversas fuentes, el papa murió en la madrugada del día 29.
De forma tajante, el cardenal Oddi, que asistió al cardenal Villot durante el periodo de sede vacante, afirmó que no habría investigación alguna: «He sabido con certeza que el Sagrado Colegio cardenalicio no tomará mínimamente en examen la eventualidad de una investigación y no aceptar el menor control por parte de nadie y, es más, ni siquiera se tratará de la cuestión en el colegio de cardenales”.
Hallazgo del cadáver
Camilo Bassotto, testigo principal de la fuente veneciana, me dio esta versión del hallazgo del cadáver, la versión que le dio la religiosa que lo descubrió:
«Hablé en dos ocasiones con sor Vincenza. La primera, con la provincial delante. La segunda, a solas. En esta ocasión, sor Vincenza se echó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer. Sor Vincenza me dijo que la Secretaría de Estado le había intimidado a no decir nada, pero que el mundo debía conocer la verdad. Ella se consideraba liberada de tal imposición en el momento de su muerte (ya acaecida, en 1983). Entonces podría darse a conocer. Según sor Vincenza, el Papa estaba sentado en la cama, con las gafas puestas y unas hojas de papel en las manos. Tenía la cabeza ladeada hacia la derecha y una pierna estirada sobre la cama. Iniciaba una leve sonrisa. La frente la tenía tibia. Cuando Diego Lorenzi, sor Vincenza y otra religiosa fueron a lavar el cadáver, al volverle, tenía la espalda también tibia. El Papa pudo morir entre la una y las dos de la mañana».
Diego Lorenzi, secretario de Juan Pablo I, vio así el cadáver: «Tenía dos o tres almohadones a la espalda. La luz de la cama estaba encendida. No parecía que estuviera muerto. Y las hojas de papel estaban completamente derechas. No habían resbalado de sus manos ni habían caído en el suelo. Yo mismo cogí las hojas de su mano».
El Dr. Francis Roe, que fue jefe de cirugía vascular en el Hospital London de Connecticut, dice que hay algo verdaderamente sospechoso en la forma en que se encuentra el cadáver de Juan Pablo I:
«Los cuerpos muertos no están sentados sonriendo y leyendo. Conozco gente que muere durante el sueño, pero no conozco de nadie ni he visto morir a nadie en medio de una actividad como la lectura. Realmente, encuentro difícil creer que estuviera leyendo en el momento justo anterior a su muerte. Pienso que habría tenido tiempo suficiente para notar que algo estaba pasando. Habría sentido seguramente un dolor, y habría hecho algún esfuerzo para respirar, o para salir de la cama y pedir auxilio… He visto muchas muertes de esta clase, pero nunca he conocido a nadie que muriese sin inmutarse ante lo que le estaba pasando”.
Por su parte, el Dr. R. Cabrera, forense del Instituto Nacional de Toxicología, afirma lo siguiente: «La forma en que se encuentra el cadáver no responde de suyo al cuadro propio del infarto de miocardio: no ha habido lucha con la muerte. No existe otra sintomatología que lo delate… El cuadro encontrado podría responder mejor a una muerte provocada por sustancia depresora y acaecida en profundo sueño».
Juan Pablo I estaba bien
En agosto de 1993, me llamó Andrea Tornielli , de la revista 30 Giorni, de Comunión y Liberación. Estaban preparando un número dedicado a Juan Pablo I . Entre otras cosas, me preguntó sobre la salud de Luciani .
Juan Pablo I, respondí, estaba bien de salud. Su muerte fue totalmente inesperada. Cuando su secretario Diego Lorenzi le comunicó la noticia, su médico personal no se lo podía creer. El Dr. Da Ros “le había visitado el domingo anterior y le había encontrado con muy buena salud”.
El propio Lorenzi dio este testimonio sobre la salud de Luciani: “Puedo decir que en los 26 meses que yo he estado con él, Luciani no ha pasado nunca 24 horas en cama, no ha pasado nunca una mañana o una tarde en cama, no ha tenido nunca un dolor de cabeza o una fiebre que le obligase a guardar cama, nunca. Gozaba de una buena salud; ningún problema de dieta, comía de todo cuanto le ponían delante, no conocía problemas de diabetes o de colesterol; tenía sólo la tensión un poco baja”.
Tornielli me preguntó también sobre los hechos que se desarrollaron aquella tarde en el Vaticano. Le comenté el testimonio de Gennari , que fue profesor del Seminario Diocesano de Roma. Según Gennari, a Juan Pablo I “ se le hizo la autopsia” y “por ella se supo que había muerto por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador recetado por teléfono por su ex médico personal de Venecia”.
En mi opinión, le dije, es muy posible que a Juan Pablo I s e le hiciera la autopsia. Ello concuerda con lo que dice Lorenzi a Cornwell : “El primer día retiraron partes del cuerpo, posiblemente las vísceras, etc”. Obviamente, esto se podría confirmar por la apertura de archivos secretos o por la exhumación del cadáver. Es también posible que muriera por la ingestión de un vasodilatador. Es una medicina contraindicada para quien tiene la tensión baja. Ello encajaría con la forma en que se halla el cadáver: no ha habido lucha con la muerte, como corresponde a una muerte provocada por sustancia depresora y acaecida en profundo sueño.
Sin embargo, le dije también, no me puedo creer que el Dr. Da Ros , médico personal del papa Luciani , recetara por teléfono una medicina contraindicada: él podría desmentir algo que tan directamente le afecta.
Unos días después, me volvió a llamar Tornielli . Estaba especialmente interesado en la cuestión de si el Dr. Da Ros había visitado a Juan Pablo I u nos días antes de morir. Le dije que diversas fuentes coincidían en ello, aunque -claro- nadie mejor que el propio doctor para precisar estos extremos. Pero llevaba quince años de silencio…
Al final, salió el número de 30 Giorni. Apenas se publicó nada de la entrevista que se me hizo. Sin embargo, el número presenta una aportación fundamental. El Dr. Da Ros rompe su silencio para decir, entre otras cosas, que el papa estaba bien y que aquella tarde no le recetó absolutamente nada: “Todo era normal. Sor Vincenza no me habló de problemas particulares. Me dijo que el papa había pasado la jornada como acostumbraba. Luego nos pusimos de acuerdo para la próxima visita, que era para el miércoles siguiente”, “a quella tarde yo no le prescribí absolutamente nada, cinco días antes lo había visto y para mí estaba bien. Mi llamada fue rutinaria, nadie me llamó a mí”.
Comentando estas cosas, me dijo Camilo Bassotto: “Juan Pablo I p ensaba seguir con el Dr. Da Ros como médico personal y pensaba incluirle en nómina dentro del Vaticano”, “el Dr. Da Ros fue ignorado como médico personal de Juan Pablo I por los médicos del Vaticano”, “ni siquiera quisieron conocer su historial clínico”.
Por tanto, con este extraño modo de proceder, se emitió el diagnóstico oficial sobre la muerte del papa Luciani .
Una dosis letal
En junio de 1998, en Roma, pude hablar con Giovanni Gennari , que ahora es periodista en el servicio de prensa de la RAI, la televisión italiana. Gennari conocía personalmente a Luciani y era amigo de don Germano Pattaro , teólogo veneciano que Juan Pablo I s e llevó a Roma como consejero.
Gennari me confirmó lo publicado por él, o sea, que se le hizo la autopsia al papa Luciani y que “por ella se supo que había muerto por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador recetado por teléfono por su ex médico personal de Venecia”, que “el papa a las diez y media de la noche hizo abrir la farmacia vaticana”, que “el papa debió equivocarse y tomó una dosis altísima que le provocó un infarto fulminante”. Le pregunté que si su fuente era fiable. Me dijo: “Para mí es totalmente fiable. Me llamó a las siete de la mañana un benedictino que trabajaba en la secretaría de Estado con Benelli ”. Benelli fue Sustituto de la Secretaría de Estado antes de ser enviado a Florencia como arzobispo y ser nombrado cardenal, en junio de 1977.
Nunca he creído, le dije a Gennari , que el médico personal de Juan Pablo I, el Dr. Da Ros , le recetara una medicina contraindicada. Le dije también que el Dr. Da Ros se había manifestado al respecto en septiembre del 93: el papa estaba bien y aquella tarde él no recetó nada.
Comenté estas cosas con Marco Melega, conocido profesional de la televisión italiana, que preparaba por entonces un programa de la RAI 2 (Mixer, 14-3-1994) sobre Juan Pablo I. Utilizó como base mi libro Se pedirá cuenta (1990). Lo tenía totalmente subrayado. Me dijo que Gennari, a quien había entrevistado recientemente, valoraba especialmente mi libro. En él, como es sabido, no comparto la idea de que “el papa debió equivocarse”, hablo de muerte provocada en el momento oportuno.
En Roma pude hablar también, en la Farmacia Vaticana, con un hermano de San Juan de Dios, José Luis Martinez Gil. Me dijo lo siguiente : “De la Farmacia no salió nada en todo el mes para Juan Pablo I”, “el libro de la Farmacia no se puede ver, sin un permiso especial de la Secretaría de Estado”. Mi interlocutor lo había visto.
Como en otros viajes, me acompañó un matrimonio de la comunidad, Carlos y Carolina. Para que lo conocieran, nos acercamos al Colegio Español, donde residí del 65 al 69 y donde fui ordenado sacerdote. Saludamos al actual rector, Lope Rubio , que nos atendió amablemente. Estando allí nosotros (ciertamente, llama la atención) apareció un momento para despedirse del rector el actual obispo de Tarazona, Carmelo Borobia. El obispo (¡además!) aparece en el Anuario Pontificio (1977, 1978), que consultamos a continuación en la Biblioteca del Colegio. Borobia trabajaba entonces en la Secretaría de Estado. En la misma página aparece un benedictino (olivetano), el único benedictino que figura dentro del personal de la Secretaría de Estado: se llama Giuliano Palmerini . No sé si después de tantos años, alguno de los dos tendrá algo que decir. Aún están a tiempo.
Con todo ello, se refuerza la hipótesis de que efectivamente se le hiciera la autopsia a Juan Pablo I y de que, según la misma, muriera por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador. Ahora bien, si – como creemos – su médico personal no recetó nada aquella tarde y la farmacia vaticana no despachó nada, no se puede explicar todo por un error, como afirma Gennari . Hay que pensar en una acción criminal. Lo dijo el Dr. Cabrera , del Instituto Nacional de Toxicología: “Los vasodilatadores producen hipotensión. ¿Cómo se le pudo dar un vasodilatador a un hipotenso, como Luciani . Si se le dio un vasodilatador, no me cabe duda, eso es una acción criminal”. Además, ello encaja con la forma en que se encuentra el cadáver: no ha habido lucha con la muerte, todo está en orden.
La revista alemana Der Spiegel, con fecha 10 de noviembre de 1997, en un artículo que lleva por título “Cantidad letal” hace referencia a un misterioso testigo que finalmente ha decidido declarar sobre el asesinato del papa Luciani: “La fiscalía de Roma ha ordenado ahora una nueva investigación sobre aquel misterioso caso de muerte. No es la primera vez que los fiscales investigan sobre el caso del papa Luciani. Ahora un testigo misterioso sostiene que hace años llegó a saber por un conocido detalles que se refieren al homicidio del popular pastor de la Iglesia. Que el hombre sólo ahora se haya hecho vivo en los palacios de justicia probablemente tiene que ver con una serie de artículos aparecidos en el periódico La Padania… El fiscal Pietro Saviotti, que ha reabierto el caso de la muerte del papa en 1978, no quiere decir nada sobre las declaraciones del misterioso testigo: Sería demasiado pronto”.
Había tomado decisiones importantes
Un testimonio fundamental es dado once años después de los hechos por la llamada persona de Roma, que, con fecha de 14 de mayo del 89, fiesta de Pentecostés, y firmada a mano, envía a Camilo Bassotto una carta con unos apuntes. Entre otras cosas, dice: “Los apuntes que le adjunto son para usted. Había pensado tenerlos para mí. Me vino también la idea de publicarlos, pero el puesto que ocupo no me lo permite, al menos por ahora. El papa Luciani me gratificaba con su benevolencia y, me atrevo a esperar, también con su estima. Por qué quiso hacerme partícipe de algunos pensamientos expresados por él al cardenal Villot , no lo sé. Ellos constituyen un auténtico compromiso, vivo y presente en su corazón hasta el último día. Yo sostengo que se debe hacer justicia y dar testimonio de Juan Pablo I” .
He aquí algunos pensamientos que el papa Luciani llevaba en el corazón y que, además, quería que fueran conocidos. Juan Pablo I p ensaba, entre otras cosas:
– destituir al presidente del IOR (Instituto para Obras de Religión, Banco Vaticano) y reformar íntegramente el mismo, para que no se repitan experiencias dolorosas del pasado, que el papa Luciani sufrió ya de obispo y que de ningún modo quiere que se repitan siendo papa.
– tomar abierta posición, incluso delante de todos, frente a la masonería y la mafia.
Como consta en el documento de la persona de Roma, Juan Pablo I era consciente del riesgo que corría. Dijo al cardenal Villot : “Eminencia, usted es el Secretario de Estado y es también Camarlengo de la Santa Romana Iglesia, usted sabe mejor que nadie que el papa tiene que actuar con prudencia y con paciencia, pero también con coraje y confianza. El riesgo lo ponemos todo en las manos de Dios, del Espíritu Santo y de Cristo Señor. Estos pensamientos que le confío, de momento brevemente, los llevo muy en el corazón. Usted me ayudará a realizarlos de forma adecuada”.
Juan Pablo I, con firmeza ya demostrada en asuntos semejantes, quería poner orden en las finanzas vaticanas. Para ello pensaba destituir al obispo Paul C. Marcinkus , presidente del IOR, Instituto para las Obras de Religión, llamado también Banco del Vaticano. Una tarde, el secretario de Estado cardenal Villot le habló del IOR en estos términos: “El IOR es una piedra caliente que abrasa en las manos de todos. Alguno corre el riesgo de quemarse”. Juan Pablo I le dijo claramente: “En cuestiones de dinero la Iglesia debe ser transparente, debe obrar a la luz del sol. Va en ello su credibilidad. Se lo digo también a usted. La Iglesia no debe tener poder, ni debe poseer riquezas”.
Le dijo también Luciani a Villot: “El presidente del IOR debe ser sustituido: cuando usted lo juzgue oportuno. Deberá hacerse de modo justo y con respeto de la dignidad de la persona. Un obispo no puede presidir y gobernar un banco. Aquella que se llama sede de Pedro y que se dice también santa, no puede degradarse hasta el punto de mezclar sus actividades financieras con las de los banqueros, para los cuales la única ley es el beneficio y donde se ejerce la usura, permitida y aceptada, pero al fin y al cabo usura. Hemos perdido el sentido de la pobreza evangélica; hemos hecho nuestras las reglas del mundo. Yo he padecido ya de obispo amarguras y ofensas por hechos vinculados al dinero. No quiero que esto se repita de papa. El IOR debe ser íntegramente reformado”.
De tiempo atrás, la relación de Marcinkus con Luciani era tensa. Marcinkus no había recibido bien la elección del nuevo papa. Luciani lo sabía. Le dijo a Villot : “Alguno aquí, en la ciudad del Vaticano, ha definido al papa actual como una figura insignificante. No es un descubrimiento. Siempre lo supe y nuestro Señor antes que yo. No fui yo quien quiso ser papa. Yo, como Albino Luciani, puedo ser una zapatilla rota, pero como Juan Pablo es Dios quien actúa en mí. Siento que necesitaré mucho coraje, mucha firmeza, gran humildad, mucha fe y mucha, mucha caridad. Un obispo, alto y robusto, siempre de esta casa, ha declarado que la elección del papa ha sido un descuido del Espíritu Santo. Puede ser. No sé entonces cómo ha ocurrido que más de cien cardenales han elegido a este papa por unanimidad y con entusiasmo”.
Juan Pablo I p ensaba tomar abierta posición, incluso delante de todos, frente a la masonería y frente a la mafia. En el informe de la persona de Roma esta posición del papa aparece a continuación, después de hablar de la destitución de Marcinkus y de la reforma integral del IOR. Le dijo a Villot : “No se olvide que la masonería, cubierta o descubierta, como la llaman los expertos, no ha muerto jamás, está más viva que nunca. Como no ha muerto esa horrible cosa que se llama mafia. Son dos potencias del mal. Debemos plantarnos con valentía ante sus perversas acciones. Debemos vigilar todos, laicos, curas, y especialmente los párrocos y los obispos. Debemos proteger a las gentes de nuestras comunidades. Es un tema que un día afrontaremos con más claridad delante de todos”.
Todavía no se había publicado la lista de la logia P2, que en Italia constituía un Estado dentro del Estado. Fue en mayo del 81 y su publicación provocó la caída del gobierno italiano. Pero, sobre su mesa de trabajo, tenía el papa Luciani una lista de presuntos masones vaticanos, elaborada por el periodista Mino Pecorelli , miembro arrepentido de la logia P2. Como es sabido, en el juicio por la quiebra del Banco Ambrosiano, las mayores condenas caen sobre los jefes de la P2: 18 años y medio de cárcel para Licio Gelli y 19 para Umberto Ortollani.
Estaba en el camino de la profecía
Muy importante es el testimonio de don Germano Pattaro , sacerdote y teólogo veneciano, llamado por Juan Pablo I a Roma como consejero. Pertenece también a la fuente veneciana.
De su testimonio emerge la figura de un papa profeta, que quiere hablar y actuar en nombre de Dios: un papa que no quiere ser jefe de Estado, que no quiere escoltas ni soldados, que se abandona totalmente al Señor, pase lo que pase; un papa que quiere la renovación de la Iglesia, sin olvidar las razones profundas que hicieron necesario el Concilio; un papa que no quiere gobernar solo, sino con los obispos; un papa que pide perdón por los pecados históricos de la Iglesia, como la Inquisición, el poder temporal de los papas, el odio a los judíos y la tolerancia ante las masacres de los indios, el racismo y las deportaciones de los pueblos africanos; un papa que reivindica la figura profética de quienes valientemente denunciaron el genocidio de aquellos pueblos; un papa que quiere hacer justicia a todos aquellos que en tierras de misión, en el Este y en América Latina, han sido encarcelados, torturados, exiliados o asesinados por causa de Cristo; un papa que denuncia fuertemente el sistema económico internacional; un papa que se pone al lado de quienes, de cualquier raza y religión, defienden los sacrosantos derechos del hombre; un papa que quiere promover en el Vaticano un gran instituto de caridad, donde poder hospedar a quienes duermen por las calles; un papa que quiere diez discursos menos y un testimonio más; un papa que sabe, a los pocos días de pontificado, quién será (y, además, pronto) su sucesor; un papa que no se deja intimidar, a pesar de las dificultades encontradas.
Muerte anunciada
Con fecha 12 de septiembre de 1978, el periodista Mino Pecorelli publicó en su revista OP (Osservatore Político) un artículo titulado La gran logia vaticana. En él se decía que el 17 y el 25 de agosto la agencia de prensa Euroitalia había dado los nombres en código, el número de matrícula y la fecha de iniciación a la masonería de cuatro cardenales considerados papables: Baggio , Pappalardo , Poletti , Villot.
“ Nos hemos hecho, decía Pecorelli, con una lista de 121 masones: cardenales, obispos y altos prelados indicados por un número de matrícula y nombre codificado. Ciertamente, la lista puede ser apócrifa, incluso la firma de un cardenal hoy puede ser falsificada”. En cualquier caso, “el papa Luciani tiene ante sí una difícil tarea y una gran misión. Entre tantas, la de poner orden en las alturas del Vaticano” .
En el mismo número de OP, Pecorelli proponía a sus lectores la extraña historia de un papa laico, Petrus Secundus, que muere asesinado tras un breve y tempestuoso pontificado. El papa “es periodista en un diario”. El obispo Luciani había confesado en una entrevista: “Si no hubiera sido obispo, hubiera querido ser periodista”. Además, se hicieron famosos sus artículos en la revista Mensajero de San Antonio (Padua) y en el diario Il Gazzettino de Venecia.
El nuevo papa “toma el nombre de Pedro Segundo sólo porque rechaza cambiar de nombre, así como rechaza también aspectos importantes de la Iglesia que, forzado por las circunstancias, ha aceptado dirigir. Breve y tempestuoso es el pontificado de este papa que terminará asesinado por obra de fuerzas políticas adversas, alarmadas por sus denuncias”.
Su elección, dice Pecorelli, se produce “por aclamación y por mayoría casi unánime”, como sucedió con Juan Pablo I. Pues bien, en la inauguración del pontificado, dijo el nuevo papa Pedro Segundo:
– “La elección de un laico al papado es un hecho insólito en los tiempos recientes, dijo el papa. A mí el acontecimiento me ha caído encima de improviso, dejándome turbado y lleno de aprehensión. Lo estoy todavía y a veces me pasa que me considero la víctima de un acto del cual sin embargo se me ve protagonista”.
– The son of a bitch is fishing for solidarity, dijo en la Casa Blanca el presidente que seguía el discurso con sus consejeros.
– “Pero vamos al grano, dijo el papa, pienso que ningún rey, ningún presidente, ningún emperador y ningún papa tienen derecho a comer si antes no han comprobado que todos sus súbditos, ciudadanos y seguidores pueden hacerlo…El presidente, el papa no podrán enviar embajadores ante los poderosos de la tierra si antes no han enviado sus mensajeros ante aquellos que sufren injusticia, que padecen tiranía, que gimen en las cadenas de las muñecas y de las mentes”.
– “Está loco como Cristo y es tan peligroso”, dijo el presidente del Consiglio italiano, “en las próximas elecciones perderemos cuatro millones de votos”.
– “Y ahora basta de palabras, concluyó el papa. El tiempo apremia y debemos pasar a los hechos. De todo corazón, os agradezco que me hayáis escuchado”.
– “La Iglesia se está hundiendo, dijo furioso un cardenal conservador, y pierde toda influencia. La gente no cree ya en nada, y ahora ni el papa da ejemplo”.
El papa decidió comenzar un trabajo en el que había pensado a menudo desde los primeros días: “Se trataba de un trabajo ímprobo y lleno de peligros: hacer el censo de las riquezas de la Iglesia. No se trataba sólo de saber lo rica que era, sino de dividir lo que era fácilmente enajenable de lo que no lo era. La idea de Pedro era usar el beneficio para ciertos fines, a su parecer esenciales”.
Como queda dicho, el nuevo papa es asesinado “tras un breve y tempestuoso pontificado”.
Todo esto lo publica Pecorelli diecisiete días antes de la extraña muerte del papa Luciani. Es, justamente, la crónica de una muerte anunciada.
Dos semanas después, el 26 de septiembre, Pecorelli publica el artículo titulado Santidad, ¿cómo está? Pregunta enigmáticamente por la salud del papa Luciani y habla de la reacción que suscitan los cambios que pensaba hacer: “Hoy en el Vaticano muchos tiemblan, y no solamente monseñores y sacerdotes, sino también obispos, arzobispos y cardenales”.
Pecorelli , que tuvo estrechos contactos con los servicios secretos italianos, anunció de diversas maneras el trágico destino de Aldo Moro, presidente de la DC y artífice del nuevo gobierno italiano, en el que por primera vez el partido comunista italiano llegaba al poder . Fue también en 1978, “el año de Europa”, que para el secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger significaba situarse “en el contexto de la política americana”. El 16 de enero de 1979 Pecorelli anunció nuevas revelaciones, pero dos meses después fue asesinado de un tiro en la boca, por hablar.
Caso abierto
Para el Vaticano la desaparición de Juan Pablo I es un caso cerrado el 29 de septiembre de 1978. Para muchos es un caso abierto, también para el magistrado italiano Pietro Saviotti, de la Fiscalía de Roma. El autor de estas líneas le envió sus dos libros hace un año, ofreciéndole los resultados de su investigación y poniéndose a su disposición.
En el plano eclesiástico, se han dado los primeros pasos hacia el proceso de beatificación del papa Luciani. Contradiciendo una tradición secular que se refiere a los papas, la causa de beatificación no parte de Roma, sino de su tierra de origen, donde es recordado por su “santidad ordinaria”. Es decir, el planteamiento es este: ¡qué bueno era! Sin embargo, hay que decirlo claramente, un proceso de beatificación que eludiera el modo de la muerte estaría viciado de raíz. Para nosotros, Juan Pablo I es mártir de la purificación y renovación de la Iglesia.
Jesús López Sáez
Origen Información : comayala.es