La extraña muerte del sanguinario represor de Franco: ¿se suicidó o le asesinaron los mismos franquistas?
En mayo de 1937, ABC informaba de la detención de Emilio Griffiths, mano derecha de Queipo de Llano y delegado de los sublevados en el Campo de Gibraltar. Un mes después, corrió la voz de que había saltado desde un quinto piso en la cárcel de Sevilla sin que las causas hayan quedado esclarecidas en ochenta años
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«¡Qué amigos tienes, Queipo de Llano!», le afeaba el ABC Republicano, el 12 de mayo de 1937, al general que había dirigido a los sublevados en Sevilla durante el golpe de Estado un año antes. La noticia la daba también el diario ‘La Voz’: «Emilio Griffiths, representante del Gobierno franquista en la Línea de la Concepción, fue detenido en su casa por los agentes de la Policía secreta enviados directamente desde el cuartel general de Franco. Inmediatamente fue encarcelado e incomunicado, y después trasladado a Salamanca, bajo el peso de graves acusaciones».
Ya está, ningún otro periódico se ocupó de este oscuro personaje durante ni después de la Guerra Civil, salvo por alguna referencia anecdótica y la noticia de su muerte un mes después en extrañas circunstancias, tras caer de un quinto piso mientras intentaba huir de la cárcel de Sevilla, según informó el ‘Gibraltar Chronicle’. Otras versiones apuntaban, sin embargo, a que el supuesto accidente se había producido en la Comandancia de Marina o en el Parque María Luisa, y nada decían de la prisión salmantina.
Un siglo después, nada de lo que rodea al tal Griffiths está claro. Ni el papel que jugó en la sublevación, ni cómo participó en la represión contra los republicanos en el sur de España durante la guerra ni el motivo exacto de su detención por parte de los que se supone que eran sus compañeros de armas. ABC explicaba en la misma noticia que su detención estaba relacionada con el tráfico en Cádiz:
«Se sabe que una de esas acusaciones es la de exportar grandes sumas de dinero con las que habría conseguido grandes ganancias. Es creencia general en Gibraltar que el general Queipo de Llano está implicado en este asunto del contrabando. El señor Griffiths, aunque naturalizado en España, tiene pasaporte inglés, que le fue expedido recientemente por las autoridades de Gibraltar. Fue detenido esta mañana cuando aún permanecía en la cama por un Guardia Civil y seis oficiales vestidos de paisano, integrantes de la llamada Brigada Especial de Contraespionaje y de la guardia personal de Franco. Habían llegado directamente de Salamanca».
El bando de Queipo
¿Por qué Franco envió a parte de su guardia personal hasta el sur de la península para detener a un personaje supuestamente desconocido, que no había ocupado cargos de relevancia y que, en principio, trabajaba para acabar con la República? ¿Por qué ese despliegue si se trataba de un simple delito de contrabando y había asuntos más importantes de los que ocuparse en medio de la guerra? Se barajaron otras sospechas, como que podía ser un espía británico, como defendió el historiador franquista Ricardo de la Cierva, o que sus manos estaban demasiado manchadas de sangre, por las órdenes dadas por Gonzalo Queipo de Llano, y que tuvieron que quitárselo de en medio para que sus delitos no salpicaran a la causa.
Según contaba hace tres años el historiador Gareth Stockey en la revista ‘European History Quarterly’, Griffiths era la mano derecha de Queipo, el general que aterrorizaba con sus discursos radiados al bando republicano. «Yo os autorizo, bajo mi responsabilidad, a matar como un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción sobre vosotros», declaró el 23 de julio de 1936, dirigiéndose a sus soldados. Fue la menor de sus barbaridades, pues jornada tras jornada tildaba a la líder comunista Dolores Ibárruri de furcia y al socialista Indalecio Prieto de cacique con sobrepeso.
En un bando publicado por el famoso general en la Línea de la Concepción, el 30 de octubre de 1936, advertía en la localidad gaditana sobre el poder que le había otorgado en la región a nuestro misterioso Griffiths: «Encarezco a todos los habitantes del Campo de Gibraltar la necesidad, en bien de la patria, de facilitar la gestión de mi delegado para los asuntos civiles en el referido campo, y prevengo que tomaré medidas de la mayor energía contra todos aquellos que, por cualquier concepto, dificulten su actuación».
Durante aproximadamente un año, desde el comienzo de la guerra hasta su insólita detención, Griffiths fue un individuo clave en esta zona de gran importancia estratégica. Durante el periodo que ocupó su cargo, en el Campo de Gibraltar fueron ejecutadas al menos 411 personas. Otras fuentes defienden que la cifra superó los dos mil. Se cree que estuvo detrás de todas ellas, convirtiéndose en uno de los personajes más sanguinarios y siniestros del bando franquista y que consiguió pasar desapercibido para la prensa.
«No pueden detenerme»
Dada su posición, se extrañó de que la guardia personal de Franco hubiera ido hasta Gibraltar para detenerle a él en vez de a algún simpatizante de la República. Así queda reflejado en la escena que describe ABC en el mismo artículo, sobre el momento que irrumpieron en su casa en mayo de 1937:
«—Salgan, no pueden detenerme— vociferó Griffiths cuando el capitán le mostró la orden de su prisión.
—Sois un simple criminal y quedáis arrestado—replicó este.
Entonces Griffiths tumbó al oficial de un manotazo. Fue detenido, maniatado y, por último, conducido a un coche. Llenos de pánico, los criados del hotel donde se alojaba corrieron a buscar ayuda en los cuarteles de los falangistas que están en los frentes, pero estos, con los que Griffiths se había querellado reiteradas veces a causa de creer que monopolizaba la zona, no se decidieron a intervenir».
La supuesta mano derecha de Queipo caía en desgracia en ese mismo momento. Tenía 47 años y no sabía que no cumpliría los 48. Cuenta Stockey que había nacido en Jerez de la Frontera en 1890 y crecido con su abuela gaditana en Gibraltar. Con 23 años se marchó a Madrid con la intención de ser policía y consiguió ganarse un puesto en el Cuerpo de Vigilancia, que estaba formado por agentes de paisano. Al mismo tiempo, y en contra de la ley, trabajó como veterinario y hasta sirvió en las caballerizas de Alfonso XIII. En la Segunda República siguió trabajando en Madrid como agente sin el más mínimo problema. Cuando estalló la guerra, se salvó por lo pelos de ser ejecutado por los republicano, como le ocurrió a más de doscientos compañeros suyos, pero huyó a tiempo.
No hay pruebas de que se hubiera comprometido con el golpe de Estado, pero es probable que así fuera por el rápido ascenso que experimentó hasta convertirse en el delegado de Queipo de Llano en una zona tan importante como el Campo de Gibraltar. Según señala el historiador británico en su artículo, Griffiths fue visto en Cádiz y en la colonia inglesa en junio de 1936, dos meses antes de comenzar el conflicto. En ese cargo, el misterioso personaje era el encargado de expedir los permisos de los que quisieran cruzar desde España a Gibraltar, ya fuera para salir del país o trabajar. Sin embargo, pronto sus responsabilidades fueron más allá y fue el responsable de poner en marcha el aparato represor que tantas vidas se llevó en la zona.
La muerte de Griffiths
Cuando el diario ‘Política’ confirmó su muerte el 4 de julio de 1937, se refería a la causa de esta y a su participación en dicha represión: «Griffiths es un sujeto de la intimidad de Queipo del Llano y en los primeros meses de la subversión militar colaboró en el asesinato de miles de antifascistas andaluces. Se mató el pasado día 27 de junio al caer de una ventana situada en el quinto piso de la cárcel de Sevilla. Parece que no se trata de un accidente, sino de una muerte provocada. Por lo menos ese es el rumor que corre Insistentemente por Sevilla. Se insiste en atribuir la muerte al hecho de saber ‘demasiadas cosas’. Griffiths hacía más de tres meses que estaba detenido en la prisión militar de Sevilla acusado do contrabando de moneda y gozaba de la ilimitada confianza del general faccioso Queipo de Llano, hasta el extremo de que cuando se le detuvo se dijo que el propio Queipo estaba implicado en el contrabando».
El político gaditano José Mora Figueroa escribió sobre él en ‘Datos para la historia de la Falange gaditana. 1934-1939’ y reconoce que él fue una de las personas que informó a sus superiores sobre las actividades de este. Así lo describe: «Pocas semanas después del alzamiento, andando yo en Algeciras por asuntos de la Falange, tuve la gran sorpresa de encontrarme a Griffiths convertido en delegado general de Queipo de Llano en el Campo de Gibraltar, con plena autoridad y autonomía. Supe por noticias fidedignas que entraba en Gibraltar como y cuando quería y que traficaba en divisas, al mismo tiempo que tenía contactos con rojos españoles refugiados en la plaza inglesa. En Algeciras perdura todavía el mal recuerdo de lo que, muy benévolamente, llamaremos sus abusos».
Para Gareth Stockey, nuestro protagonista se había convertido en el administrador perfecto de todo el dinero que Queipo requisaba a la fuerza, mediante el abuso de poder, para financiar al ejército franquista. Sin embargo, su suerte cambió con la extraña detención, que fue publicada, incluso, en ‘The New York Times’, quien explicaba la decisión como un intento por parte de Franco de detener el contrabando en la frontera. Muchos años después, los servicios secretos británicos aseguraron que la responsabilidad recaía sobre un tal José García Sánchez, que había denunciado a Griffiths ante las autoridades franquistas de colaborar con los ingleses.
¿Suicidio o asesinato?
En la descripción que se hace de la sede de la Comandancia Naval de Sevilla en el libro coordinado por Rafael López Fernández y Ana Sánchez-Barriga Morón, ‘Lugares de memoria: golpe militar, resistencia y represión en Sevilla’ (Aconcagua, 2014), se refiere a ella como una de las prisiones que albergarían a los militares leales al Gobierno legítimo de la Segunda República durante la guerra. Y última morada de la mayoría de ellos, que la abandonarían para ser conducidos por los militares rebeldes al paredón, en los muros del cementerio de San Fernando o en las murallas de la Macarena para escarnio público. Allí se supone que fue encarcelado Griffiths, al que se refiere en los siguientes términos:
«Fue detenido por espionaje el viernes santo de 1937 y conducido a la Comandancia de Marina. La versión oficial es que se suicidó ese mismo día arrojándose desde la azotea del edificio. Así lo explicó el propio jefe del Estado Mayor de la 2ª División, José Cuesta Monereo, en 1957: ‘El señor Griffiths quedó identificado como espía, sin duda de ninguna especie. A la madrugada del Viernes Santo de aquel año [26 de marzo, según calendario de 1937] le detuvieron en las calles de Sevilla. Arrestado en la Comandancia de Marina y antes de que pudieran interrogarle, se suicidó arrojándose desde la azotea, para lo que tuvo que salvar un elevadísimo pretil. ¡Quien pudiera haber desentrañado los secretos que con el suicidio murieron!’.
Sin embargo, en el certificado del cementerio de San Fernando obtenido por el historiador Francisco J. Carmona y facilitado a García Márquez, Emilio Griffiths fue enterrado el 28 de junio de 1937, dos meses después de su supuesto suicidio. Cuando, en general, son de muy dudosa credibilidad las noticias que nos llegan de los suicidios en las cárceles donde se aplica sistemáticamente la tortura, como es el caso de las víctimas de la represión franquista, su ‘salto’ desde la azotea podría ser un asesinato. La obsesión por las conspiraciones a partir de este suceso, les lleva a iniciar una intensa campaña represiva a la búsqueda de los componentes de esa red que, presuntamente, Griffiths dirigía, y a tejer toda una trama de persecución de posibles conspiradores contra el nuevo régimen».
Más de ochenta años después, todas estas preguntas siguen sin respuesta.