La gran bronca entre el Lendakari y Negrín por las riquezas olvidadas de la II República
En marzo de 1939, el Lehendakari Aguirre y el presidente del Consejo de Ministros mantuvieron un severo enfrentamiento por carta después de que el primero solicitara una ingente cantidad de dinero para el «sostenimiento de la población vasca evacuada»
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
Los meses finales de la Guerra Civil fueron un verdadero calvario para Juan Negrín. Durante el camino de espinas que supuso la derrota, el último presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República no pudo hacer más que intentar apagar los incendios que, día si y noche también, se generaban en el seno del gobierno. En «Juan Negrín: médico, socialista y jefe del gobierno de la II República española», el historiador e hispanista Gabriel Jackson es partidario de que tuvo que hacer frente a las divisiones que existían en el PSOE, a la dependencia militar de los comunistas, a las pretensiones de los nacionalismos interiores y, por descontado, al imparable avance del bando franquista. Aunque los problemas le hicieron dudar de su criterio político y socavaron su ánimo, lo cierto es que se mantuvo estoico e hizo frente a las dificultades.
En mitad de este clima de desasosiego y desesperación, allá por marzo de 1939 Negrín tuvo que acometer una de sus pruebas más duras: la petición de dinero que el Lendakari en el exilio José Antonio Aguirre (del Partido Nacionalista Vasco) le realizó por carta. Conocedor (según decía) de que la Unión Soviética había pagado a la Segunda República unas 600.000 libras esterlinas como liquidación de la venta de los barcos de la compañía transatlántica que habían quedado en los puertos rusos, exigió una elevada cantidad de monedas para «el sostenimiento de la población vasca evacuada» y en concepto de «devolución de anticipos hechos al Gobierno de la República».
El resultado fue el enojo de un Negrín más que sobrepasado. Al final, tras una trifulca en la que la reivindicación de los nacionalismos vasco y catalán terminó de colmar la paciencia del socialista, todo quedó en nada. Ni un billete salió de su maltrecha cartera.
El intercambio de cartas en cuestión (además de una reunión entre sus ministros de Hacienda) se produjo a finales de marzo de 1939. Días duros para la Segunda República. Valga como ejemplo que, poco antes (el 5 de ese mismo mes), el coronel Casado -del Ejército Republicano del Centro- se había alzado contra el Gobierno del mismo Negrín. Aquel fue el golpe de gracia y marcó el principio del fin. El 21 comenzó la última ofensiva franquista, la puntilla. Tan severa fue la acometida que, apenas dos jornadas después, la Junta de Defensa de Madrid envió a sus emisarios a Burgos para hablar de rendición. Franco ya se veía vencedor y, tal y como afirma Paul Preston en «El final de la guerra: La última puñalada a la República», exigió que los defensores que entregaran su aviación y disolvieran sus fuerzas armadas casi de inmediato. El 1 de abril finalizó el desastre con la caída de Barcelona y el éxodo de 400.000 refugiados hacia Francia.
Primeros encontronazos
El 23 de marzo, poco antes de la conquista de la Ciudad Condal, comenzó la batalla de misivas. Fue en esa jornada cuando un Aguirre en el exilio envió una carta a su -hasta entonces- amigo Negrín en la que le incluía un «escrito oficial con el que dar estado a la demanda que verbalmente le anticipé». El tono era cordial, pues el Lendakari sabía que, esa misma jornada, el presidente debía reunirse para deliberar sobre la rendición de la capital. «Estoy a su entera disposición, por si cree usted oportuno un cambio de impresiones o, mejor aún, que lo celebren los señores Méndez Aspe y Torre que, como titulares de las autoridades de Hacienda de la República y Euzkadi, están mejor enterados de esos asuntos». Al texto principal adjuntó la mencionada petición de dinero.
«Tengo el honor de elevar a manos de V. E. los adjuntos estados relativos a las operaciones en moneda extranjera que se hallan pendientes entre el Gobierno de la República y el de Euzkadi. Por el primero de dichos documentos, cerrado el 31 de diciembre de 1938, se establece la existencia de anticipos hechos por el Gobierno de Euzkadi […] en moneda extranjera por un total de libras esterlinas 626.795-1-3 (seiscientas veintiséis mil setecientas noventa y cinco libras, un chelín y tres peniques). […]. Por el segundo, se fija un total de francos 1.458.246.80 […] el importe de los gastos que nos ha producida la evacuación de Cataluña a territorio francés. […] Por último […] señalamos los gastos de Asistencia Social, correspondientes al corriente mes de marzo, los cuales sobre un total de francos 2.775.500 representan por persona y día una cifra que no excede de 6,15 francos».
Según explica el historiador Javier Rubio en su dossier «Negrín y Aguirre a la greña» (donde se recoge de forma extensa toda la correspondencia entre ambos) el objetivo de Aguirre estaba cristalino: relajar la asfixia que empezaban a sufrir las arcas del gobierno autonómico en el exilio a costa de la también dolorida economía central. En palabras del experto, los tintes nacionalistas eran evidentes. «Aguirre suscribió su escrito como Presidente del Gobierno de Euzkadi; a diferencia de lo que para él representaba el destinatario de sus escritos, que figuraba sin hacer constar ningún cargo, sino simplemente con su nombre y su apellido».
No resulta difícil intuir cómo se tomó el doctor aquella misiva. Con todo, accedió a que su ministro de Hacienda y Economía, Francisco Méndez Aspe, se reuniera con Eliodoro de la Torre y Larrinaga, su par dentro del gobierno vasco. El encuentro se planeó para el 24 de marzo; cuanto antes, mejor. En palabras de Rubio, lo que se vivió ese día fue una «larga y tensa entrevista» en la que el delegado de Negrín insistió en que la República no disponía ya ni de una mínima parte de aquella infausta cantidad.
Pero, según parece, su colega venía cargado de argumentos y no tardó en replicarle. «Alegó la existencia de 600.000 libras esterlinas pagadas por el Gobierno soviético a Negrín como liquidación de la venta de los barcos de la compañía transatlántica que quedaron en los puertos rusos», añade el experto. Méndez no negó aquello. Ni mucho menos. Respondió que la cantidad no había sido abonada todavía por los soviéticos.
El ministro de Hacienda de Negrín fue tajante: el PNV no recibiría ni una peseta más que el resto de los españoles. Y es que, por entonces, el gobierno estaba pergeñando la creación del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE); un organismo que se materializaría a finales de ese mismo mes y que tendría varias atribuciones como la organización de los embarques de los exiliados a Sudamérica o el control del dinero que se entregaba a los mismos. Algo que corrobora el Catedrático en Historia Contemporánea Abdón Mateos en su dossier «El gobierno Negrín en el exilio: el Servicio de Evacuación de Refugiados». Por si la reunión no hubiese sido lo suficientemente tensa, Negrín movió ficha y envió una carta a Aguirre en la que parecía (deliberadamente) que no había recibido la misiva del día 23:
«Mi querido amigo: Es nuestro deseo el construir rápidamente una Junta de Refugiados españoles en la que estén representadas todas las tendencias políticas y sindicales de las organizaciones republicanas leales y, para que tal deseo se convierta inmediatamente en realidad, agradeceré a usted se sirva manifestarse antes del día 29 del actual sobre los nombres de las dos personas de partidos vascos no pertenecientes al Frente Popular Nacional que hayan de formar parte de dicha junta. Con este motivo, me es grato enviarle un afectuoso saludo».
Tenso rifirrafe
La guerra estaba servida. Aguirre no respondió a Negrín, pero la desesperación le pudo y, el 28 de marzo, envió una nueva y extensa carta al presidente. En la misma se adjuntaban los dos nombres que el político pedía para la mencionada Junta e incluía, a su vez, algunas «advertencias». Entre ellas, afirmaba que el gobierno vasco y catalán eran, en la práctica, los únicos legítimos. Lo que significa que se atribuía más importancia y legalidad que la propia República.
«En la última conversación que sostuvo usted conmigo en presencia del Presidente Companys nos presentó usted un proyecto de Consejo constituido a base del Gobierno por usted presidido, añadiendo los nombres de los Presidentes de las Cortes y de los Países autónomos. Rechacé este proyecto porque entendí que tenía más bien un carácter político, o podía tenerlo. […] Pero me encuentro con que ya no es una Junta de este estilo. […] Se trata de una Junta de emigración, constituída por todos los partidos políticos y organizaciones sindicales. Se nota inmediatamente la ausencia de los Gobiernos de Euzkadi y Cataluña. Advierto a usted que, puestos a hablar de legitimidades, son, probablemente, lo único legítimo que existe. […] Los vascos y los catalanes somos una realidad».
Por descontado, también cargaba contra Negrín por haber obviado sus reclamaciones económicas:
«El Gobierno de Euzkadi ha presentado una cuenta de reclamaciones firmada por mi. Yo deseo conocer su contestación. En estos momentos -permítame que se lo diga crudamente- necesitamos ya conocer cuál es la situación de aquellos bienes que, siendo de todos, han de ser para todos, o repartidos en la proporción correspondiente, o administrados en forma que todos tengamos satisfacción. Nuestra conducta dependerá extraordinariamente de estas naturales satisfacciones que esperamos obtener. Lleva ya […] el señor Torre tres días detrás del señor Méndez Aspe, y esto no está bien. Nosotros hemos realizado una labor que ha prestigiado no solo a nuestra Causa, sino también a la de la República. Es natural que queramos sostener el prestigio y, sobre todo, a las gentes que tanto han sufrido por nosotros. Perdone usted los conceptos que transcribo. Son claros y precisos como siempre han sido los que yo he expuesto a usted […]. Su dureza es solo comparable a la lealtad con la que hablo».
Por enésima vez, el Lendakari no hizo referencia en la carta al cargo de Negrín. Aunque eso fue lo de menos. Y es que, en el texto cargaba contra el doctor al inferir, ni más ni menos, que se había apropiado de bienes «que eran de todos» y se negaba a repartirlos. La respuesta fue rauda aunque, como explica Rubio, también meticulosa y medida. El presidente de la República era cauteloso cuando hacía falta y sagaz en los asuntos de altura. El día 31 le hizo llegar un escrito con varias diferencias. La primera, que ya no se refería a él como presidente del gobierno vasco, sino como «Don José Antonio de Aguirre». A su vez, le exigió al Lendakari una infausta cantidad de documentos que acreditaran que aquella deuda era real.
«Como contestación al escrito de V. E. de fecha 23 del actual […] tengo el honor de significar a V. E. que para poder enjuiciar con conocimiento de causa el problema que en aquel se plantea y partiendo de la base que el dominio de la administración financiera, la política de divisas, oro, plata, joyas y valores, así como el comercio exterior corresponden íntegramente a la Hacienda de la República, estimo de necesidad ineludible la aportación de los antecedentes y juicios que a continuación se expresan».
La lista incluía la friolera de ocho documentos. Entre ellos, la «justificación detallada de los ingresos que por todos conceptos ha obtenido el Gobierno de Euzkadi durante el período comprendido entre el 18 de julio de 1936 y el 18 de julio de 1937» o «las inversiones realizadas por el Gobierno de Euzkadi en favor de la población vasca evacuada en el extranjero y organismos y delegaciones mantenidas hasta el 31 de enero de 1939, con su costo».
En palabras de Negrín, los mencionados informes eran básicos para que la Hacienda gubernamental obrara con equidad «no solo con la población vasca, sino también con el resto de ciudadanos españoles evacuados dentro de las posibilidades de la República española». En sus palabras, sin conocer estos datos le resultaría imposible saber si su decisión era injusta para el resto de refugiados. Por último, hizo referencia a que no se sufragarían los gastos que el PNV hubiera hecho sin autorización superior. Dejó claro, en definitiva, que era él quien debía pedirle cuentas.
Aguirre no respondió. Fue en este punto donde terminaron sus pretensiones. Sin embargo, Negrín no olvidó la afrenta y, cuando el 1 de abril fue ratificado en su cargo (a pesar de hallarse en el exilio) escribió un último mensaje al Lendakari. A nivel oficial, lo hizo en respuesta la misiva del 28, que había obviado de forma previa:
«El afecto y aprecio que le profeso me han ayudado a vencer los escrúpulos que sentía en responder a su carta. Yo esperaba que, espontáneamente, rectificara el tono y contenido de la misma, que usted, con un eufemismo modesto, califica de “crudo” y que yo preferiría imaginarme que no son de su inspiración propia. Tan pronto reciba su respuesta someteré la cuestión a examen de Gobierno, y si así lo estimáramos, de los miembros de la Diputación Permanente y de los Partidos, para que tengan el debido informe sobre nuestra resolución».
Origen: La gran bronca entre el Lendakari y Negrín por las riquezas olvidadas de la II República