La gran vergüenza que esconde la Leyenda Negra: la matanza inglesa de indios con mantas envenenadas
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Aunque a día de hoy existe controversia sobre el tema, varias misivas de la época desvelan que el británico Jeffrey Amherst propuso entregar mantas infestadas de viruela a los nativos que asediaban For Pitt en el siglo XVIII
Aunque sea difícil de creer, la guerra biológica no comenzó en 1914 cuando, durante la Primera Guerra Mundial, los franceses usaron bromoacetato de etilo para obligar a los alemanes a salir de sus trincheras. Según afirma Teri Shors (de la Universidad de Wisconsin-Oshkosh) en su dossier « Virus: estudio molecular con orientación clínica», su antigüedad se remonta al siglo VI, época en la que «los asirios envenenaban los pozos de agua de sus enemigos con cornezuelo de centeno» y «las tribus beligerantes catapultaban los cadáveres de animales enfermos sobre los castillos para infectar a sus contrarios».
Por tanto, no resulta extraño que los colonos que viajaron hasta el Nuevo Mundo utilizaran la guerra biológica para vencer a los nativos americanos. A veces, sin pretenderlo (como sucedió en muchos casos con los conquistadores españoles) o, en otras tantas, a propósito. En este sentido, el mayor exponente del uso de las enfermedades para someter a un pueblo fue un oficial inglés: Sir Jeffrey Amherst. Comandante en jefe de las fuerzas británicas en América del Norte durante el siglo XVIII, este militar se hizo tristemente famoso por haber propuesto a sus subordinados enviar a los nativos mantas infestadas con viruela para extender esta dolencia entre el pueblo que asediaba Fort Pitt en 1764.
A pesar de que la controversia sobre esta acción sigue todavía viva (existen multitud de investigaciones que dirimen si las mantas fueron o no entregadas), lo que sí está claro es que Amherst envió una carta a su subalterno, Henry Bouquet, en la que le instaba a usar armas bacteriológicas para diezmar a sus enemigos. Una misiva imposible de negar en la que el militar afirmaba que «harías bien en intentar infectar a los indios con mantas, o por algún otro método» para «extirpar a esta raza execrable».
Esta práctica, sin embargo, fue también achacada a los hombres deFrancisco Pizarro, como bien señalan el propio Shors y Charles Volcy (profesor de biología del departamento de la Universidad Nacional de Colombia) en « Lo malo y lo feo de los microbios». Sin embargo, expertos como Agustín Muñoz Sanz (jefe de la unidad de patología infecciosa del Hospital Infanta Cristina de Badajoz y profesor titular de Patología Infecciosa de la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura) han negado a lo largo de los últimos años que aquella España que todavía no se había forjado apostara por extender las enfermedades de manera premeditada.
«Los ingleses y holandeses causaron estragos entre los nativos de la costa este americana (actual Massachusetts) infectándolos y matándolos con mantas contaminadas con el virus de la viruela. España no hizo lo que hoy llamamos guerra biológica, por muy pedestre que fuera entonces», explicaba, allá por 2012, el propio Muñoz Sanz en una entrevista concedida a la publicación « Sinc. La ciencia es noticia» (« La viruela y el sarampión fueron perfectos aliados en el éxito de conquista española de América»). En la misma, el experto añadía que, a pesar de lo que la Leyenda Negra ha tratado de expandir, la realidad es que las enfermedades que llegaron desde Europa fueron las que más nativos se llevaron a la tumba. Aunque de forma involuntaria.
Hacia las mantas envenenadas
Llegar hasta el momento en el que Amherst envió esta misiva requiere retroceder en el tiempo hasta el año 1760. Así lo afirma Alexis Diomedi (de la Unidad de Infectología del Hospital del Salvador) en su dossier « La guerra biológica en la conquista del Nuevo Mundo. Una revisión histórica y sistemática de la literatura». En el mismo explica que, hacia el año 1760, el líder de la tribu Ottawa Bwon-Diac (conocido hoy como Pontiac por una mala traducción) declaró la guerra a los colonos británicos y franceses que se habían establecido en los Grandes Lagos y el Medioeste norteamericano.
La contienda permitió a la tribu obtener un armisticio con los galos que se extendió varios años. Sin embargo, no ocurrió lo mismo con las tropas inglesas, entonces a las órdenes de Jeffrey Ambherst, quien había arribado dos años antes hasta la actual Nueva York como comandante en jefe del ejército británico. Así lo confirma el propio Diomedi, quien es partidario de que estos europeos abusaron de los nativos hasta 1763. Ese año, doce tribus de amerindios entre las que destacaban los Ottawa, los Chippewas, los Shawnee, los Mingo y los Delaware se unieron para combatir contra los colonos «british» en Ohio.
A partir de entonces se generó un conflicto que, como señala el periodista, sociólogo y divulgador histórico Gregorio Doval en su popular « Breve historia de los indios americanos», destacó por su crueldad. El mal llamado Pontiac, que se había distinguido como militar a las órdenes de los galos poco antes, llevó a cabo una exitosa campaña mediante la que logró vencer a los ingleses en campo abierto en Point Pelée, a la altura del lago Erice. «Tras ello sitió Fort Detroit, donde mató a 56 blancos, y a 54 más en Bushy Run», añade el autor.
A partir de entonces, y a pesar de que el gobierno inglés intentó delimitar las fronteras para evitar las continuas matanzas, las incursiones nativas se cobraron la vida de cientos de colonos.
Los repetidos ataques de los indios provocaron una respuesta todavía más brutal por parte de los ingleses. «Estos incidentes empujaron a la Asamblea de Pensilvania a volver a ofrecer recompensas a todo aquel que matase a cualquier indio enemigo mayor de diez años, incluidas mujeres, una práctica que había sido útil durante la Guerra de los Siete Años. La guerra fue brutal y el asesinato de prisioneros, el ataque a civiles y otras atrocidades fueron continuos en ambos bandos», añade Doval en la mencionada obra.
Fort Pitt
La conocida como «Rebelión de Pontiac» provocó que, a mediados de mayo, nueve de los once fuertes británicos en la región hubiesen caído en poder de los nativos. Y la situación no era mejor para los otros dos (Fort Pitt y Fort Detroit), que permanecían asediados. «El Fuerte Pitt, ubicado en la confluencia de los ríos Allergheny y Monongahela, se encontraba bajo el mando del capitán Simeón Ecuyer, quien reportaba su situación al Coronel Henry Bouquet en Filadelfia. Este a su vez informaba al General Amherst», añade Diomedi en su investigación.
Tal y como explica la historiadora Elizabeth Fenn en su artículo «Guerra biológica en la Norteamérica del siglo XVIII: más allá de Jeffery Amherst», Ecuyer informó el 16 de junio a su superior de que la situación era muy grave para los civiles y los comerciantes que se refugiaban dentro del fuerte. Ya no solo por los enemigos que acosaban sus muros y por el hambre, sino porque en el interior había un brote de viruela. Tras recibir esta misiva, Bouquet remitió la información a su vez a Amherst. Tal y como explicó, necesitaban refuerzos para poder sobrevivir y que la plaza no cayera en manos enemigas.
A día de hoy está perfectamente documentado (la carta todavía se conserva) que Amherst propuso a sus subordinados utilizar esta enfermedad para socavar a los nativos, cuya resistencia a las dolencias europeas era mucho menor. Así lo recuerdan Juan F. Jiménez y Sebastián L. Alioto en su dossier « Políticas de confinamiento e impacto de la viruela sobre las poblaciones nativas de la región pampeano-nordpatagónica (décadas de 1780 y 1880)»: «El aislamiento de esas poblaciones con respecto a los habitantes del Viejo Mundo, hizo que enfermedades endémicas y de menor efecto letal del otro lado del océano devinieran epidémicas y altamente destructivas en tierras americanas. Los brotes de viruela, en especial -aunque no únicamente-, diezmaron a los nativos en forma periódica y recurrente».
La respuesta fue la siguiente, según recoge Patrick J. Kieger en su reportaje «¿Los colonos dieron mantas infestadas a los nativos americanos como guerra biológica?»:
«¿No podríamos ingeniárnoslas para contagiar con viruela a las tribus de indios descontentas? Debemos, en este caso, usar una estratagema para reducirlos».
La idea agradó a Bouquet, quien le hizo llegar la siguiente respuesta el 13 de julio:
«Voy a tratar de inocularlos con algunas cobijas que caigan en su poder, teniendo cuidado de no contraer yo mismo la enfermedad».
El 16 de julio, el comandante general envió otra misiva a su subordinado. El contenido, que varía dependiendo del experto al que se acuda, sería el siguiente según Diomedi.
«Harías bien en intentar infectar a los indios con mantas, como también trate de utilizar cualquier otro método que pueda servir para extirpar esa aborrecible raza».
Dudas razonables, epidemia real
A partir de este punto la historia se difumina. Una buena parte de los expertos afirman que la entrega de mantas se llevó a cabo por orden de Amherst. Sin embargo, Kieger es partidario de que el verdadero culpable fue un comerciante y capitán de milicias llamado William Trent. Este habría dejado escrito el 23 de junio que aprovechó el intercambio de regalos entre facciones durante la visita de dos altos dignatarios tribales al fuerte para entregar «dos mantas y un pañuelo» como presente envenenado. «Espero que tenga el efecto deseado», explicaba en su diario.
Fenn afirma que, días después, el mercader hizo llegar al ejército una factura por estos tres objetos «para reemplazar en especie los que fueron tomados de las personas en el hospital para transmitir la viruela a los indios». Sus superiores la aceptaron y le hicieron llegar el dinero. No obstante, para entonces Amherst ya había sido sustituido como comandante colonial por Thomas Gage. En cualquier caso, lo que sí está claro es que -ya fuera Trent o no- existe documentación que certifica que este plan fue orquestado. Aunque, según historiadores como Paul Kelton, no está claro a día de hoy si Bouquet dio órdenes a sus hombres de propagar la viruela o no.
En este sentido, Diosmedi recuerda que, según varios autores, esta práctica no era extraña para los ingleses. «El ejército británico venía practicando sistemáticamente la propagación de viruela entre los indios desde 1755, a propósito del brote que diezmó en 1757 a los Potawatomis, a la sazón aliados de los franceses, sus adversarios en la colonización de Norteamérica», desvela. Más allá de las dudas, en los años posteriores al incidente una epidemia de viruela se extendió entre los nativos cercanos al Fuerte Pitt.
Así lo confirmó, en abril de 1764, Gershom Hick, un explorador capturado por las tribus locales apenas un año antes. «La viruela ha estado generalizada y furiosa entre los indios desde la primavera pasada y que treinta o cuarenta Mingos, Delaware y algún Shawneese han muerto de viruela desde entonces, que esto todavía sigue entre ellos». No obstante, otros tantos autores son partidarios de que la enfermedad pudo extenderse mediante otros focos. Otros tantos creen también que Trent se habría jactado en su diario de que su plan había funcionado en el caso de que hubiera tenido éxito.
Origen: La gran vergüenza que esconde la Leyenda Negra: la matanza inglesa de indios con mantas envenenadas