21 noviembre, 2024

La guerra que Santiago Carrillo le declaró a su padre el «traidor» por negociar con Franco

Santiago Carrillo , junto a su padre, Wenceslao (derecha), en un montaje de ABC
Santiago Carrillo , junto a su padre, Wenceslao (derecha), en un montaje de ABC

El dirigente del Partido Comunista dejó de hablar su progenitor, Wenceslao, un mes después de que ambos perdieran la Guerra Civil y no se volvieron a dirigir la palabra hasta 1957

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Santiago Carrillo tenía 24 años y su padre, Wenceslao, 49, cuando se dejaron de hablar en una Guerra Civil que partió a España en dos y acabó con las relaciones personales en miles de familias antes bien avenidas. La política les había unido antes de que se instaurara la Segunda República y les separó después, tal y como indicaba el futuro secretario general del Partido Comunista de España (PCE) en la dura misiva que le envió a su progenitor el 15 de mayo de 1939:

«Cuando pides ponerte en comunicación conmigo, olvidas que yo soy comunista y tú un hombre que ha traicionado a su clase, que ha vendido a su pueblo. Entre un comunista y un traidor no puede haber relaciones de ningún género. Tú has quedado ya del otro lado de las trincheras. No, Wenceslao, entre tú y yo ya no puede haber relaciones. No tenemos nada de común, y yo me esforzaré toda mi vida, con la fidelidad a mi partido, a mi clase y a la causa del socialismo, en demostrar que entre tú y yo, a pesar de llevar el mismo apellido, no hay nada en común».

Dos semanas después, la carta de Santiago Carrillo fue reproducida en algunos medios de la Internacional Comunista, como ‘La Correspondance Internationale’ y ‘Jeunesses Du Monde’. Vendían el documento como una muestra de la fidelidad y el amor que todos los militantes debían tener hacia el partido, por encima incluso de la propia familia.

Hasta este incidente, los Carrillo eran un clan cálido y afectuoso, impregnado por un acusado sentido de la lucha de clases. En sus memorias, Santiago asegura que sus padres y sus seis hermanos siempre fueron muy importantes para él, por lo que resulta todavía más incomprensible la ferocidad con la que repudió al cabeza de familia en 1939, solo un mes después de que hubieran perdido la Guerra Civil. Wenceslao había sido un ejemplo a seguir para él desde los tiempos en que trabajaba como metalúrgico en la fábrica Orueta y era un destacado sindicalista y miembro del Partido Socialista. También cuando se trasladó a Madrid en 1923 para desempeñar el cargo de redactor en el diario ‘El Socialista’ y accedió, más tarde, a la dirección de UGT.

Juntos en prisión

Wenceslao puso siempre un gran empeño en que su hijo siguiera sus pasos en la política. Parecía no importarle que le llevara a la cárcel, como le había ocurrido a él durante la huelga revolucionaria de agosto de 1917. Santiago reconocería más tarde que el recuerdo más temprano que guardaba de su padre era ver cómo la Guardia Civil se lo llevaba cada cierto tiempo de su casa en Avilés. Aquello le marcó y, en 1930, cuando solo tenía 15 años, él también empezó a colaborar como periodista en ‘El socialista’. Se hizo cargo de la información parlamentaria en la Segunda República, codeándose con otros grandes de la profesión como Víctor de la Serna, del diario ‘Informaciones’; Manuel Azaña, de ‘El Sol’, y Wenceslao Fernández Flores, de ‘ABC’.

Con 18 años, Santiago ya defendía en discursos su vertiente más radical en el partido socialista. Llegó a ser juzgado en 1933 por uno de sus artículos e ingresó en prisión, junto a su padre, por participar en la Revolución de 1934. Wenceslao y él compartieron celda. Cuando recobraron la libertad dos años después, con la amnistía del Frente Popular, el joven Carrillo fue nombrado Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid. Ese mismo día ingresó en el PCE y comenzaron las matanzas de Paracuellos del Jarama de las que se le responsabilizó toda su vida.

Sin embargo, fue al final de la contienda cuando el hijo dejó de hablar al padre, después de aquella llamada del coronel Segismundo Casado al presidente Juan Negrín, en la madrugada del 5 al 6 de marzo de 1939, para comunicarle que se había sublevado contra él. Un golpe de Estado contra los soviéticos y el Partido Comunista del que Santiago Carrillo era ya un miembro destacado. Como tal, defendía la vía de continuar combatiendo contra los sublevados al contrario que su padre, cercano a la postura de Azaña y el resto de conspiradores de negociar con Franco una paz digna.

Santiago Carrillo, en 1936 ABC

Perseguir a su hijo

Cuando se produjo la conjura, Carrillo se encontraba ya en Francia junto a otros miembros del Politburó. En una entrevista de 1974, afirmó que quiso volver a España, pero que los soviéticos se lo impidieron porque no querían que terminara luchando contra su propio padre. En ese momento se enteró de que la Junta anticomunista de Casado incluía a su padre como consejero de Orden Público, el mismo cargo que él había desempeñado en 1936, pero con una misión muy diferente: perseguir a comunistas como su hijo.

En aquella misma entrevista, Carrillo reconoció que la noticia de la participación de su padre en el golpe de Estado le afectó más que la muerte de su madre, acaecida pocos días antes. Así lo contaba en sus ‘Memorias’:

«Recuerdo que me eché a llorar como un crío, como no lo había hecho desde niño y como no lo haría nunca más en mi vida. ¿Cómo pudo hacer eso mi padre? Había estado siempre muy orgulloso de él y no podía entenderlo. Sabía que estaba contra Negrín y contra el PCE, pero llegar a aquello, a participar en la junta del golpe de Estado que iba a entregar inermes a Franco a los defensores de la República era algo que sobrepasaba mi entendimiento. ¡Mi padre junto con Besteiro, que había sido desde hacía muchos años una de sus bestias negras!».

Así se lo hizo saber también a Wenceslao en la mencionada carta de 1939:

«Por vuestra traición, la República española ha sido batida, pero la lucha no ha terminado. Por el esfuerzo del pueblo, Franco caerá, los obreros y campesinos, unidos a todos los demócratas con el Partido Comunista a la cabeza, restaurarán de nuevo la República popular, pero jamás, ni bajo la dominación fascista ni después de nuestra victoria, olvidarán vuestra infame traición».

No ocultaba tampoco su amor a la dictadura soviética:

«Cada día me siento más orgulloso de ser un soldado en las filas de la Gran Internacional Comunista, que tú y tus cómplices odiáis tanto, y que ha sabido mantener en todo el mundo la bandera de la solidaridad con el pueblo español. Mientras, tus amigos del extranjero, los dirigentes de la II Internacional, hacían cuanto podían para acogotarnos y para trabajar contra la unidad y contra la URSS, utilizando el mismo lema que Hitler y Mussolini: ‘La lucha contra el comunismo’. Cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin, a los que vosotros odiáis y calumniáis precisamente porque han ayudado a España de una manera constante. El odio de vuestra cuadrilla caballerista-trotskista a los comunistas, la URSS y Stalin es una prueba más del formidable papel jugado por estos en la lucha del pueblo español por su libertad».

Algunos compañeros de Santiago Carrillo en el PCE estaban convencidos de que aquella misiva no era del todo sincera. El hecho de que hubiera sido publicada, en vez de mantenerla como una mera correspondencia privada, demostraba que su principal motivación era demostrar su ortodoxia estalinista a través de un feroz ataque contra su propio padre. «La carta iba más dirigida, en realidad, a sus superiores que a Wenceslao. Sin el menor indicio de tristeza o melancolía, el texto era una mezcla de comprensible indignación por las consecuencias del golpe de Casado y de retórica estalinista absurdamente exagerada», explicaba Paul Preston en ‘El zorro rojo’, la biografía que escribió sobre el dirigente comunista.

Dirección del PCE

Uno de los compañeros de piso de Carrillo a las afueras de París, cuando vivía en la clandestinidad, era el camarada Manuel Tagüeña, cuya opinión al respecto era muy parecida a la del historiador británico:

«Entre Santiago y yo nunca hubo confianza y menos amistad. Siempre lo había considerado dispuesto a subordinarlo todo a sus ambiciones políticas. En aquel momento, acababa de renegar públicamente de su padre. Por mucho aire espartano que quisiera dar al gesto, nadie dudaba de que lo había hecho para presentarse ante la dirección del PCE como militante íntegro y capaz de sacrificar a su propia familia en beneficio de la causa».

Cuando Wenceslao leyó la carta varias semanas después, le costó creer que la hubiera redactado su hijo. Por eso le respondió con otra misiva fechada el 2 de julio de 1939 en la que no se dirigía a Santiago, sino a la persona que él consideraba que había escrito la primera misiva a través de él. La llamaba de manera sarcástica el «señor Stalin». Era su forma de insinuar que había sido dictada por Dolores Ibárruri y el que había sido ministro comunista de Instrucción Pública, Jesús Hernández. Reconocía que aquella «puñalada» le había «llegado al corazón» y, por último, le hablaba directamente al dictador ruso:

«Yo, señor Stalin, había educado a mi hijo en el amor a la libertad, pero ustedes me lo han convertido a la esclavitud. Como le sigo queriendo, a pesar de tan monstruosa carta, procuraré, con el ejemplo, que vuelva al lugar del que no debiera haber salido nunca».

Veinte años

Sin embargo, Carrillo no regresó. Durante los siguientes veinte no le dirigió la palabra a su padre. El reencuentro se produjo en Bélgica, el país al que Wenceslao se había mudado con el apoyo del sindicato de metalúrgicos y su secretario general, Artur Galli. Había ingresado en una clínica que este último había fundado en Charleroi, y en la que el líder socialista pasó sus últimos años de vida. Según explicó Santiago tiempo después, fue a visitarle como respuesta a la estrategia de «reconciliación nacional» desarrollada por el PCE en 1956. En base a esta, Ibárruri le sugirió que sería políticamente beneficioso que se reconciliara con él.

Nada más verse y abrazarse, Wenceslao le dijo: «Por lo que a mí respecta, siempre has sido mi hijo». Las aguas volvieron a su cauce y Santiago le presentó a su mujer y a sus hijos. Poco después, Santiago se lo llevó a vivir con ellos a su casa de París. Así explicaba el episodio en una entrevista con ‘El Periódico’ en 2002:

«Mi padre y yo recuperamos la amistad hacia 1956 o 1957. Algunos me han criticado por romper con él, me han llamado ‘hijo desalmado’. Las cosas en 1939 eran muy claras. Mi padre participó en el golpe de Casado que dejó en manos de Franco a muchos de mis mejores amigos y camaradas. Era un momento en el que tuve que optar entre los que luchaban por las mismas ideas o por quien era mi padre. Si tuviera que hacerlo hoy no escribiría una carta con tanta fraseología como entonces, pero tendría un contenido semejante. Después, en 1956, cuando elaboramos la política de reconciliación nacional, La Pasionaria me preguntó: ‘¿No crees que si estamos propugnando la reconciliación deberías empezar por tu padre?’. Era algo que estaba pensando, así que me marché a Bélgica, donde él estaba enfermo. Nos vimos. El encuentro fue emocionante. Me dijo: ‘No tienes que explicarme nada’. Él comprendía lo que había hecho».

Cuando Wenceslao falleció en Charleroi, en 1963, su hijo se presentó en el entierro para sorpresa de todos los presentes. Fueron miles los socialistas españoles exiliados que desfilaron junto a su tumba. «Todos íbamos con camisa roja, pantalón azul y botas de trabajo. Dimos el pésame a todos los miembros de la familia, menos a Carrillo, que impertérrito estuvo con la mano tendida mientras pasábamos todos por delante de él», recordaba el socialista asturiano Manuel Villa.

«París, 15 de mayo de 1939

Señor Don Wenceslao Carrillo

Londres

He recibido la carta que me enviaste desde Londres. No pensaba contestarte, pero luego he creído útil escribirte, para que conozcas las razones por las cuales he decidido romper toda relación contigo. La traición de Casado, Besteiro, Miaja, Mera, Wenceslao Carrillo y compañía ha establecido una separación tan profunda entre la masa del pueblo y las organizaciones y los hombres que le son fieles, por un lado, y los elementos que, en el transcurso de la guerra, preparaban la entrega a Franco, por otro, que ya nunca podrá haber nada común entre unos y otros.

Durante treinta y dos meses el pueblo español ha luchado con un heroísmo y coraje ejemplares. Los hombres de Guadarrama, Brunete, Belchite, Teruel, el Ebro y la defensa de Madrid evocan en los antifascistas del mundo entero el recuerdo de los grandiosos combates por un pueblo dotado de la voluntad firme de defender la democracia y su independencia nacional.

A lo largo de estos treinta y dos meses de resistencia, el pueblo español ha dado al mundo el ejemplo de lo que es posible hacer de cara a los agresores fascistas con las armas en la mano. Cuando los elementos capituladores prefascistas pregonaban en todo el mundo [aquellos de] «antes la servidumbre que la muerte», el pueblo español ha levantado la bandera de la resistencia armada contra el fascismo y su ejemplo, unido al del admirable pueblo chino, ha puesto en movimiento a millones de seres dispuestos a hacer frente a la piratería fascista.

Pero vuestro golpe contrarrevolucionario, vuestra traición por la espalda ha entregado al heroico pueblo español, atado de pies y manos, a Franco y a los destacamentos de la OVRA [Policía política de la Italia fascista] y de la Gestapo [Policía secreta oficial de la Alemania nazi]. Y esto ha sucedido, precisamente, en un momento en que la solidaridad internacional para nuestro pueblo aumentaba. En el momento en que la presión de las masas laboriosas apretaba, animadas por nuestro ejemplo, y obligaban a los Gobiernos reaccionarios de Francia e Inglaterra a inclinarse cada vez más por una política de resistencia a los agresores fascistas. En el momento en que nuestra lucha encorajinaba a los proletarios y demócratas de todos los países hacía retroceder a los capituladores.

Vuestro golpe contrarrevolucionario ha sido un gran servicio, no solamente a Franco, sino también a la reacción y al fascismo internacional. Gracias a vosotros ha caído en sus manos uno de los principales centros de resistencia de la democracia. Con él en las manos, el fascismo se sintió inmediatamente mucho más fuerte, se decidió a ocupar la Bohemia, Moravia, Albania, Memel y amenaza con provocar una guerra general, de la que España será víctima. Para poder consumar vuestra traición habéis engañado al pueblo prometiéndole la paz; le habéis hecho creer que terminaríais la guerra, que no habría represalias, que quedarían a salvo la independencia nacional y las conquistas populares. Y en vez de esto, ¿qué habéis dado al pueblo?

Ha terminado la guerra de trincheras para dar comienzo a una ola de persecuciones que causan en las filas de la clase obrera y el antifascismo, sin distinción de tendencias, muchas más bajas que si se hubiera continuado la resistencia. Ha comenzado un período de represión en que falangistas, Guardia Civil, la OVRA y la Gestapo organizan la caza de los antifascistas y asesinan a millares de ellos en todo el país. No hay hogar antifascista donde no se lamente la pérdida o la prisión del hijo, el padre o el hermano, que a estas horas vivirían y serían libres al no haber mediado vuestra infame traición.

Las conquistas sociales de los obreros han desaparecido bajo las medidas draconianas de las autoridades fascistas, fieles servidores de la patronal. La tierra que el Frente Popular había entregado a los campesinos, liberándoles así, ha vuelto a caer en manos de los terratenientes.

Italianos, alemanes y moros campean por nuestro territorio que las potencias fascistas tratan de colonizar.

Eso es lo que vosotros, el Consejo de la Traición, habéis dado al pueblo español. Eso es lo que se escondía bajo vuestras falsas promesas de paz. Centenares de miles de españoles comprueban ahora con horror cuánta falsedad y doblez se escondía en vuestras promesas y que razón teníamos nosotros al alentarlos contra vosotros.

Toda vuestra cuadrilla sabía bien que, para realizar la entrega a Franco de un pueblo grande y heroico como el pueblo español, era ante todo necesario desacreditar y desarmar a los comunistas, porque los comunistas, que siempre hemos dicho la verdad al pueblo, que somos carne de la clase obrera, no íbamos a permitir que se consumara la traición.

Y todos a una, Casado, Besteiro, Miaja, Mera y tú, y la prensa redactada por cobardes capituladores y fascistas, comenzasteis a lanzar cieno sobre mi Partido y sus jefes más queridos. Injuriasteis a La Pasionaria, la mujer a quien todos los españoles consideran como un símbolo en la lucha por la libertad, la buscasteis como lobos para detenerla y entregarla a Franco. Injuriasteis a Pepe Díaz, el jefe querido de los comunistas y de los obreros españoles que los ha dirigido a través de las luchas difíciles en los últimos años, les dirige hoy, bajo la dominación extranjera, y les llevará en definitiva a la victoria. Y perseguisteis a Jesús Hernández, a Modesto y a Lister, a quien queríais también fusilar.

Habéis dejado en la cárcel para que Franco no tenga la molestia de buscarles a valerosos revolucionarios como Girón, Cazorla y Mesón; habéis asesinado a Conesa y Barceló y a decenas de luchadores y revolucionarios probados.

Todos los enemigos del pueblo os habéis conjurado para ir contra mi Partido y sus hombres. Oficiales de familias fascistas, como Casado; agentes de la reacción internacional, como el profascista Besteiro; militares ambiciosos, como Miaja, aventureros de la F.A.I. y caballeristas-trotskistas. Y entre estos, tú, que, a pesar de ser un obrero, no has vacilado en traicionar a tu clase de la manera más vil.

¿Por qué os habéis unido todos vosotros contra mi Partido? Porque el Partido Comunista luchaba por la victoria del pueblo y, en todo caso, por una paz verdaderamente honorable que evitara el terror y la matanza de millares y de millares de antifascistas y revolucionarios; porque el Partido Comunista hacía esfuerzos enormes por mantener la unidad sin la cual una tal paz era imposible, como se ha comprobado.

A través de esta dolorosa experiencia, el pueblo español ha comprendido mejor que nunca, en su propia carne, que tras el lema de la lucha «contra el comunismo» se esconde la preparación de la dominación brutal del fascismo. El pueblo español ha podido ver quiénes son sus amigos y defensores y quienes sus enemigos disfrazados.

Y los obreros socialistas que algún día creyeron en la sinceridad del sedicente izquierdismo del grupo de Largo Caballero -tu jefe e inspirador principal-, han comprendido que el izquierdismo-trotskismo de Largo Caballero, José Araquistáin, Baráibar, Zancajo y compañía, agentes del fascismo, lleva al mismo fin que el prefascismo de Besteiro. Unos y otros jugáis el mismo papel triste de la traición al servicio de Hitler y Mussolini. Unos y otros sentís el mismo odio al gran país del socialismo, la Unión Soviética, y al jefe de la clase obrera mundial, el gran Stalin, porque son la vanguardia y el amigo fiel de todos los pueblos que luchan por la libertad; porque han ayudado constantemente al pueblo español y, también, porque han sabido barrer con mano de hierro a vuestros hermanos gemelos, los traidores trotskistas, zinovietistas y bujarinianos.

Unos y otros, los caballeristas-trotskistas, los amigos de Besteiro, los faístas y demás comparsas, sois enemigos de la unidad de la clase obrera y del Frente Popular. Durante los treinta y dos meses de lucha, habéis hecho todos los esfuerzos posibles para escindir a la UGT y a la Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), por romper la unidad popular, y en el extranjero continuáis entregados a la misma tarea y a la obra de descrédito del heroico pueblo español y de sus jefes más firmes.

Pero no conseguiréis vuestros propósitos. A la luz de las últimas experiencias, aparece más claro para todos los obreros socialistas, traicionados por vosotros, la necesidad de la unión con el Partido Comunista; todos los jóvenes, todos los obreros comprenden la necesidad de mantener, a todo precio, la unidad de la UGT y de la JSU.

Y las masas del pueblo, que han visto que era necesario romper el Frente Popular para realizar la traición, se dan cuenta, ahora mejor que nunca, de que el Frente Popular, libre del lastre de los traidores que le saboteaban, es el arma que nos permitirá hacer una resistencia de masa que impida la consolidación del fascismo en España y que nos llevará a la victoria.

La unidad popular, sin traidores, para la lucha contra Franco y la invasión, es absolutamente necesaria, y el Partido Comunista, como siempre, lucha por ella a la cabeza del pueblo.

Y yo soy un militante fiel del Partido Comunista de España y de la gloriosa Internacional Comunista. Quiero recordarte y decirte que cada día me siento más orgulloso de mi partido, que ha sabido dar el ejemplo de abnegación y de heroísmo en la lucha contra los invasores; el partido que en las difíciles horas de la ilegalidad no arría su bandera y, por el contrario, mantiene la batalla contra el fascismo con decisión y coraje. Es el Partido sobre el que todos los españoles cuentan, con razón, para su liberación de las garras fascistas.

Cada día me siento más orgulloso de ser un soldado en las filas de la Gran Internacional Comunista que tú y tus cómplices odiáis tanto. El partido que ha sabido mantener en todo el mundo la bandera de la solidaridad con el pueblo español, mientras que tus amigos del extranjero, los dirigentes de la II Internacional, hacían cuanto podían para acogotarnos. Trabajaban y siguen trabajando contra la unidad y contra la URSS, utilizando el mismo lema que Hitler y Mussolini: ‘La lucha contra el comunismo’.

Cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin, a los que vosotros odiáis y calumniáis precisamente porque han ayudado a España de una manera constante a través de toda nuestra lucha.

El odio de vuestra cuadrilla caballerista-trotskista al Partido Comunista de España, a la Unión Soviética y al gran Stalin es una prueba más del formidable papel jugado por estos, en la lucha del pueblo español por su libertad.

Cuando pides ponerte en comunicación conmigo olvidas que yo soy comunista y tú un hombre que ha traicionado a su clase, que ha vendido a su pueblo. Entre un comunista y un traidor no puede haber relaciones de ningún género. Tú has quedado ya del otro lado de las trincheras.

No, Wenceslao Carrillo, entre tu y yo no puede haber relaciones, porque ya no tenemos nada de común, y yo me esforzaré toda mi vida, con la fidelidad a mi partido, a mi clase, a la causa del socialismo, en demostrar que entre tú y yo, a pesar de llevar el mismo apellido, no hay nada de común.

Por vuestra traición, la República española ha sido batida, pero la lucha no ha terminado. Por el esfuerzo del pueblo, Franco caerá. Los obreros y campesinos, unidos a todos los demócratas con el Partido Comunista a la cabeza, restaurarán de nuevo la República popular, pero jamás, ni bajo la dominación fascista ni después de nuestra victoria, olvidarán vuestra infame traición.

Origen: La guerra que Santiago Carrillo le declaró a su padre el «traidor» por negociar con Franco

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