La guillotina puso de moda el pelo corto
La Revolución francesa lo cambió todo, también los peinados. Antes del asalto a la Bastilla, damas y caballeros de la corte de Luis XVI y María Antonieta lucían pelucas encopetadas y laboriosas. De es
La Revolución francesa lo cambió todo, también los peinados. Antes del asalto a la Bastilla, damas y caballeros de la corte de Luis XVI y María Antonieta lucían pelucas encopetadas y laboriosas. De ese barroquismo en la cabeza se pasó en pocos años a la sencillez del pelo corto. No era esperable un cambio tan rápido y radical en las cabelleras, pero la guillotina marcó tendencias estéticas.
A los condenados el verdugo les cortaba el pelo por detrás para despejar la nuca y que la cuchilla penetrara sin obstáculos. El público de las ejecuciones masivas (se calcula que se guillotinó a 16.000 personas) se acostumbró a esa estética de los reos. Otra explicación del pelo corto en la Francia posrevolucionaria proviene del mundo del espectáculo. El 30 de mayo de 1791, para conmemorar el decimotercer aniversario de la muerte de Voltaire, se representó su obra Brutus en París.
Al protagonista, el padre del romano Tito Junio Bruto, lo interpretó el actor François-Joseph Talma vestido con túnica y con el pelo a la romana: corto y rizado. Causó sensación su peinado y se fue contagiando en París. Se llamó ‘peinado a lo Tito’. Una tercera teoría sobre el pelo corto dieciochesco apela a los ‘bailes de las víctimas’, fiestas celebradas tras los años del Terror en las que se recordaba a los guillotinados imitando el corte del pelo brusco y ralo que les hacían los verdugos.
Esas fiestas serían como un homenaje macabro donde las señoras usaban collares rojos para evocar los cuellos sangrantes de los ejecutados. Pero no está claro que esto sea así. Según el historiador Ronald Schechter, esas fiestas «son un rumor marginal apenas mencionado por los contemporáneos». También la Revolución cambió la moda. Se prohibieron corsés, encajes, pelucas, joyas, tafetanes, terciopelos y sedas. Para los nuevos ciudadanos, sencillas casacas de algodón y lino y chalecos de rayas. Para los sans-culottes (‘sin calzones’), gorros frigios, pantalones de rayas y zuecos. Para ellas, los vestidos camisa (similares a camisones), de muselina o telas vaporosas, y debajo sencillas enaguas. Un atuendo que recuerda al de las antiguas romanas.
Se ‘romanizaron’ vestidos y peinados. Aunque el cabello ‘a lo Tito’ provocó rechazo al principio. Creían que podía provocar «inflamación, migrañas, conjuntivitis, caries dentales, dolores de oído, de garganta…». Lo acusaron de insalubre, pero prosperó. Incluso se sofisticó con flores, cintas y pomadas perfumadas para definir los rizos y crear un efecto despeinado. Y no fue una moda pasajera: se mantuvo durante el Directorio, el Consulado y el Imperio de Napoleón. Pasó de moda con la Restauración de los Borbones en 1815 y el regreso de peinados más elaborados y ‘aristocráticos’.