La historia de Inés Suárez: el arrojo en el combate y la pasión por un amor prohibido
Una militar y conquistadora española que disfrutaba de una gran estima entre sus compañeros por su valía personal y su enorme compromiso con la tropa
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-Lao – Tse.
El poeta donostiarra Karmelo C. Iribarren decía en unos de sus aforismos algo así como que “Lo importante suele pasar ante nuestros ojos, pero de incógnito”.
Hace ya quinientos años más o menos, el delegado para la conquista de Chile – Pedro de Valdivia-que tan duramente tuvo que bregar contra Lautaro, líder de los insurgentes mapuches, y su guerrilla, dura de roer-, tuvo una intensa historia de amor con una muchacha extremeña con dos ojos como dos soles, porte espectacular, un rompeolas inspirador por su valentía en combate, mujer que no se doblaba ante las adversidades, soldado de primera línea con manejo de la espada al nivel del mejor espadachín, con una probada precisión con la ballesta que impactaba a propios y extraños y un carácter indomable. Diez años les separaban a la par que los unía una pasión arrolladora.
Amancebado como estaba el capitán Valdivia y amenazado por Francisco Pizarro- su jefe natural- con la explícita actuación del Santo Oficio (que eufemismo) sobre su hermosa amada, el gobernador del Virreinato de Perú tuvo que cortar por lo sano so pena de hacerle una pupa severa al maestre de campo extremeño – un entrenado militar rodado en los tercios- con un castigo descomunal por estar liado con una “prostituta” según el criterio de la terrorífica Inquisición. El problema de aquel amor no era otro que el de una atracción indestructible fagocitada por intereses políticos.
Inés Suarez, que así se llamaba aquella criatura celeste, salió de España en busca de su marido, Juan de Málaga, un comerciante que había hecho fortuna en el Mediterráneo pero que había caído en combate en un lance bastante discutible, pues al parecer fue enviado a una emboscada para quedarse el pieza del hermano de Pizarro con todos sus bienes.
Pero ya se sabe que los cuentos de hadas en los que el granizo estaba compuesto de pepitas de oro y las techumbres de los palacios de los dirigentes incas o mexicas – se rumoreaba-, estaban recubiertos por aquel seductor metal; iban de la mano de la tendencia natural del hombre hacia la maldad a través de la ambición de poseer lo ajeno; y ello obviamente, conducía a la guerra, la destrucción y la crueldad.
Valdivia y Jerónimo Alderete eran buenos amigos y comprometidos en la causa común de la amistad; ambos, se habían embarcado para hacer las “américas”. Valdivia asimismo, estaba casada con Marina Ortiz de Gaete desde el año de 1527, pero ella, al contrario que su marido, había decidido quedar en España, pues como hija de familia acomodada disfrutaba de un colchón vital inapelable; riqueza, propiedades patrimoniales, enormes campos de cultivo y centenares de aparceros a su disposición; le ataban a la península como un imán. Además, al parecer era hija única y sus padres, dos venerables ancianos, eran una razón mayor para retenerla. Valdivia lo comprendió y aunque la amaba profundamente aceptó aquel imperativo mayor. Una vez llegado a Venezuela y desembarcado, afrontó la durísima travesía por los Andes para llegar hasta Cuzco.
Inés Suárez viajaría a América en 1537 con una licencia especial por ser mujer de un adelantado aunque en su época no se permitía que las mujeres viajasen solas. Pero Inés, era felina en extremo y no había “Dios” que se le acercara, dándose el episodio durante la navegación a Maracaibo por el que le tuvo que poner las pilas a uno que la pretendía de malas maneras .Una soberbia y acertada patada en las partes pudendas al osado y una hoja de navaja explorando una de las fosas nasales, le convencieron al incomodo acosador de que la cosa iba en serio; tan en serio, que el capitán de la nao se vio en la tesitura de condenar al empecinado Don Juan de andar por casa de que el resto del viaje además de dormir al raso iba a hacer las guardias en la cofia de la embarcación. Aquel contundente aviso a navegantes surtió efecto y aquella parte de la marinería con pretensiones lujuriosas quedó pacificada y con la libido hipotecada para los restos.
Llegando a Perú, le informarían de la muerte de su marido en la primavera de aquel hemisferio, era abril de 1538. Al ser viuda de militar (el comerciante había muerto en combate) recibió una encomienda que rápidamente convirtió en una fértil cooperativa de producción agrícola rodeada de nativas que se llevaban un porcentaje de los beneficios además de construirles una modesta casa a cada una de ellas.
Quiso la casualidad que Valdivia por las mismas fechas fuera nombrado maestre de campo por Francisco Pizarro, recibiendo una enorme recompensa por su fidelidad tras la trágica guerra civil entre españoles en aquellas lejanas tierras en las que los partidarios de Almagro se llevarían la peor parte. Unas ricas explotaciones en Potosí, y una encomienda en tierras en el valle de la Canela, cerca de la recién fundada ciudad de Charcas, obraron el milagro que se ocultaba tras aquella coincidencia. Muy cerca de su encomienda, estaba la parcela de Inés de Suárez, la mujer que le arrebataría el corazón. Soren Kierkegaard, el extraordinario filósofo existencialista danés autor de ‘La enfermedad mortal’ dijo en una ocasión que la mujer es el sueño del hombre. Y es así; esa necesidad de sexo y abrazo, de integración y comunión de los cuerpos, de pasión y animalidad extrema, son la cuadratura del círculo más perfecta que se haya dado en la creación.
En la época de la que hablamos era inusual que una mujer se integrara en un ejército. La exploración de aquellas tierras era un reto colosal
Pizarro autorizó en 1539 a Valdivia a explorar Chile pero la recaudación para financiar tamaña conquista era tan magra que a punto estuvo de tirar la toalla .Inicialmente, sólo 11 soldados de caballería perfectamente pertrechados con arcabuces y ballestas, con espadas y dagas, arpillera para el camuflaje y saco de dormir a la par, junto con algunas vituallas, se enrolaron en la aventura. Inés Suárez acompañaba a aquella decidida tropilla tras haber vendido sus alhajas y enseres para así poder hacerse con su montura y poco más. Una espada toledana hecha a su medida con protección en la empuñadura y un peto metálico, eran todo su haber. En la época que hablamos, era inusual que una mujer se integrara en un ejército, pero la aventura y la exploración de aquellas tierras desde el terrorífico desierto de Atacama hacia el sur en Tierra de Fuego tenían un carácter no solamente épico si no que era un reto de una magnitud colosal.
Jerónimo de Vivar y Pedro Mariño de Lobera, cronistas en la expedición (esto es, que sencillamente eran escribanos que sabían leer y escribir sin más) compartieron con ella la expedición a aquellas enigmáticas tierras chilenas. Inés Suarez disfrutaba de una gran estima entre sus compañeros por su valía personal, compromiso con la tropa y arrojo en el combate. Previamente, para que no le echaran el guante los eclesiásticos, Pizarro en complicidad con Valdivia, le había otorgado una autorización de puño y letra con su personal sello para que Inés actuara como sirvienta del maestre de campo.
El 11 de enero de 1540 la expedición salía de Cuzco hacia lo desconocido .Muchos de los expedicionarios hasta sumar alrededor de un centenar de infantes y caballeros acamparon ese verano en Chiu Chiu. Con una casualidad más que sospechosa, un tal Pedro Sánchez de la Hoz, apareció por aquellos pagos con un cuarteto de calaveras con mal aspecto y peores intenciones. Valdivia que tenía un olfato de zorro intuyó que algo no le cuadraba. Una noche, este cetrino sujeto de aviesas intenciones, acompañado de sus secuaces, se acercó taimado a la tienda en la que dormía Valdivia, con tan mala fortuna que Inés de Suarez comenzaría a gritar acudiendo presto el alguacil y media docena de soldados deteniendo a los conspiradores. Enterado Valdivia del extraño intento ocurrido en sus dependencias privó al conspicuo Sánchez de los beneficios de la empresa y con suerte además, pues el pronto de Valdivia era sobradamente conocido, pero pensó que cinco soldados más sumaban.
Lo de Atacama fue de traca. Para entonces la expedición ya contaba con ciento cincuenta hombres, y cerca de un millar de porteadores indios .La travesía de este famoso desierto se convirtió en un rosario de desgracia, hambre y sed aliviados por la cercanía de la costa y el regalo de su aguas para refresco de la tropa. Solo el agua del rocío recogida sobre cueros vueltos superpuestos con una piedra en medio para forzar al caudal de agua a encontrarse en su base y las raíces profundas de las plantas que encontraban por el camino, permitían a aquellos intrépidos desgraciados sobrevivir a tamaña hostilidad.
Pero Inés Suárez era una caja de sorpresas. Ya de pequeña, un zahorí local le había enseñado el arte de encontrar agua en medio de la nada. Cavando en un lugar predeterminado y cuando se había profundizado alrededor de un metro, un agua inesperada brotó con una abundancia abrumadora para sorpresa de la tropa. Hoy, a este lugar se le llama Aguada de Doña Inés y se puede decir con criterio que fue providencial para aquel destacamento que circulaba por la nada pues se llenaron pellejos, botas y todo aquello que fuera susceptible de albergar el oro líquido.
El río Mapocho era una barrera natural que resultaba infranqueable pero, al mismo tiempo, podría ser una verdadera trampa
En el invierno austral, hacia 1540, entraron en el valle del río Mapocho fundando la nueva capital con el nombre de Santiago de Nueva Extremadura, el valle en cuestión era fértil y sin carencias de agua. Entre dos colinas dispusieron sus posiciones defensivas con un perímetro de estacas de tres metros y pasillo interior con puestos de vigía. El río Mapocho a retaguardia, era una barrera natural infranqueable para cualquier asaltante pero al mismo tiempo en el caso de verse desbordados por la empalizada en un asalto frontal, podría ser una verdadera trampa.
Inés Suarez era al salir de Extremadura, una verdadera analfabeta, pero su curiosidad innata y ansias de saber eran ilimitadas. Tenía un prestigio más que merecido más allá de que todo quisque sabía que era la amante de Valdivia. Tras el episodio acaecido en el asalto a la tienda meses atrás, creó una tupida red de informantes a los que pagaba puntualmente sus buenos reales para defender a Pedro de Valdivia.
Pero no todo iba sobre ruedas.
Un día aciago de 1541, ausente Valdivia, la ciudad que estaba defendida por algo más de un centenar de arcabuceros y ballesteros fue atacada de improviso por una horda mapuche de dos millares de nativos. Fueron a rescatar a unos rehenes de valía que Valdivia había tomado en una razia anterior. La lucha llegó al intramuros convirtiéndose en un cuerpo a cuerpo de una brutalidad inenarrable en el que algunos perros mastines serian el fulcro de la batalla haciendo de las suyas. El tema se estaba poniendo muy feo pues cada vez acudían más indígenas a la lucha hasta obligar a replegarse a los españoles contra el rio.
Vestida con cota de malla y casco sobre caballo blanco, se dispuso a liderar a los agotados soldados, reaccionando ante el caos y la confusión
Inés Suárez, observando con angustia la delicada situación, se dio cuenta que de producirse el rescate, los nativos se vendrían arriba y aquel pitote devendría en carnicería, por lo que sin más preámbulos se dirigió a la celda donde estaban confinados los cabecillas adversarios y sin más, les rebanó el cuello sin dilación ni titubeo alguno; a continuación salió al patio y mostrando la ristra de cabezas de los fenecidos a la turba asaltante, que en el momento crítico del enfrentamiento vieron que su objetivo se había evaporado en el misterio de la muerte, ponían pies en polvorosa. Este hecho de armas dejó una huella indeleble entre la tropa peninsular, que atónita, no daba crédito a lo ocurrido y al resultado. Vestida con cota de malla y casco sobre caballo blanco, se dispuso a liderar a los agotados soldados cual valiente capitán, reaccionando ante el caos y la confusión causada poniendo en fuga a los subidos mapuches.
El jefe indio Michimalongo, años más tarde reconocería personalmente el valor de Suárez ofreciéndole una pluma mágica, el más alto símbolo que se podía conceder para honrar a un guerrero.
Sin embargo, para desgracia de esta enorme mujer, Pedro De la Gasca, Virrey del Perú, clérigo, licenciado y representante del Santo Oficio en aquellas latitudes extremas, había procesado a Valdivia por estar amancebado con Inés Suárez, compartir lecho y comer del mismo plato. La sentencia cursada en el juicio de noviembre de 1548, absolvía a Valdivia de todas acusaciones pero le imponía como adúltero la obligación de poner tierra de por medio.
La tragedia se impuso cuando tras volver Valdivia del juicio a su persona en Lima, dinamitaría aquel amor tan intenso generando una estupefacción demoledora ante la incrédula Doña Inés. La ponía en el brete de ser excomulgada o casarse con el mejor amigo de Valdivia, don Rodrigo de Quiroga. Inés de Suárez acataría aquella resolución por entender que el absurdo es parte de la realidad común.
Rodrigo de Quiroga con el tiempo llegaría a ser gobernador de Chile, compartiendo título con Inés Suarez, Valdivia le concedió vastas encomiendas y ella fundaría una hermosa y visitada ermita además de un hospital para soldados inválidos .Pedro de Valdivia murió en combate en 1553 pie a tierra tras ser muerta su montura.
Inés de Suarez dejó este extraño lugar una primavera de 1580 a los 73 años de edad y tras treinta años de relación con Quiroga , hombre que la adoraba. Rodrigo de Quiroga no superaría la tristeza provocada por la ausencia de aquella criatura inusual. Tras una depresión severa, dejó lo material para buscar a su mujer en los espacios de la eternidad.
Inés de Suárez, fue una mujer para la que no hay palabras correctas que definan su grandeza. Admirada, su nombre evoca a una fuerza sobrenatural y a una capacidad de renuncia ante una realidad absurda. Por amor fue en busca de su marido a América, allí, permaneció por amor a Valdivia y por los crueles imperativos de una sociedad mediatizada por la omnipotente Inquisición, cambió de tercio con su alma abierta en canal cuando Valdivia le dijo que la dejaba en manos de su mejor amigo, amándola todavía. Su amor le llevó a la aventura, y desde la pobreza inherente a una costurera de la época, se convirtió en la mujer más influyente de Chile y en una leyenda viva en vida y muerta.
Su pasión por un hombre prohibido, por un héroe romántico, embelleció su sufrimiento. Nunca se resignó a ser un modelo de mujer tradicional y esclava de una sociedad patriarcal y machista, quiso superar a los hombres para demostrar su igualdad como así fue.
P.D. Este artículo se ha basado en la exploración de este escribano sobre la ilustre figura de esta enorme mujer y la necesidad de reivindicarla por méritos propios.. La lectura del libro de Isabel Allende – Inés del alma mía-, han hecho el resto.
Origen: La historia de Inés Suárez: el arrojo en el combate y la pasión por un amor prohibido