26 abril, 2024

La historia detrás del pene que cambió las leyes de la monarquía para siempre

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De todas las historias que persiguen a las grandes monarquías europeas, quizá sea esta la que se lleve el premio a la más absurda y sorprendente de ellas.

La historia de las grandes monarquías europeas pocas veces se ha visto exenta de cualquier tipo de escándalos o excentricidades. Desde el caso de Carlos II, que bajo el apodo de «El Hechizado» ocultó la verdad detrás de su evidente fealdad y problemas de salud, todos ellos frutos de una incestuosa relación entre sus padres, hasta toda la polémica detrás de la mítica casta de los Borgia. Pocas son las familias reales que se salvan de tener entre sus miembros al menos uno que será recordado por siempre como muestra indiscutible de las contradicciones y conflictos inherentes a formar parte de una «casta privilegiada».

Carlos II

Para la Corona Española, ese integrante incómodo —o quizá no tanto, ya veremos por qué— subió al trono en 1808. Fernando VII, apodado «El Deseado» o «El Rey Felón» escondía detrás de su apodo y pantalones un enorme secreto que nos demostraría que aquello de «el tamaño no importa» es en realidad una sentencia que muy pocas personas estarían dispuestas a sostener después de ver con susto y admiración el tamaño del pene que llevaba el Monarca colgando entre sus piernas. El mismo escritor francés Próspero de Merimeé describió aquél miembro como algo: «fino como una barra de lacre en su base y tan gordo como el puño en su extremidad».

En este caso, cualquier descripción que se haga sobre el tamaño de este pene no debe ser tomada como una exageración, basta decir que durante su corto reinado, Fernando tuvo un total de tres esposas, de las cuales, la tercera, Amelia de Braganza salió corriendo del cuarto en su noche de bodas al ver el tamaño del portentoso miembro de su marido. Aún cuando éste había mandado a hacer una almohada especial para poder mantener relaciones sexuales cómodas, la devota chica de 16 años simplemente se negó a recibir dentro de sí a tremendo espécimen.

Bajo la presión ante la falta de un heredero a la Corona Española, el Vaticano mismo tuvo que intervenir a favor del bien dotado Rey. Sin embargo, Amelia simplemente se negaba a ver siquiera el monstruoso pene de su marido. Pero no todo estaba perdido, la llegada de María Cristina de las Dos Sicilias —hija de su hermana menor, María Isabel de Borbón— llenó de esperanza a todo el reino, pues por fin tendrían un sucesor digno de la corona, pero no fue así. El tan esperado bebé real resultó ser una niña: Isabel II.

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Al estar consciente de que su hija no podría ostentar el título de Monarca, Fernando decidió cambiar algunas leyes españolas, instaurando la Ley Sálica, para que a su muerte —la cual vino tres años después—, Isabel pudiese asumir el cargo sin ningún tipo de impedimentos, y así fue. A pesar de los comentarios de sus detractores, en 1833 la sobrina de Fernando VII comenzó un reinado que duraría 35 años, mismo que, aunque suene a una broma de mal gusto, no habría sido posible sin la presencia del gran y polémico pene de su tío.

Lo cierto es que Fernando VII no fue el único monarca europeo que tuvo un portentoso miembro. Carol II de Rumania tuvo que acudir en su momento a la almohada inventada para el rey español con las mismas intenciones. No obstante, el del monarca español fue el único pene capaz de modificar las leyes de todo un reino con tal de que su familia siguiera teniendo el poder sobre en sus manos.

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