18 abril, 2024

La historia jamás contada de los grandes ingenieros que vertebraron el Imperio español

Detalle del biombo de la Conquista de México
Detalle del biombo de la Conquista de México

Manuel Lucena y Felipe Fernández-Armesto publican ‘Un imperio de ingenieros’, una historia de las estructuras que vertebraron el mundo

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A finales del siglo XVI, los españoles gobernaban sobre incas, mexicas, napolitanos, filipinos y canarios, entre una infinidad de pueblos que unos años antes vivían en un estado de desconocimiento mutuo total. Un simple río, unas cordilleras o cualquier otro obstáculo geográfico pueden separar infinitamente a tribus vecinas si nadie está dispuesto a levantar caminos, puentes, presas, fortificaciones, acueductos, postas de correos… El tipo de magia unificadora que solo puede obrar un imperio.

Tras la conquista de América, se suele decir que a los extremeños y andaluces los relevaron vascos y otros españoles más versados en leyes, pero, en realidad, el testigo de los guerreros lo cogieron inmediatamente los ingenieros, una figura a medio camino entre lo militar y

 lo civil. Por lo general, su contribución no ha sido tenida en cuenta en los libros de historia por su carácter técnico y por la gran cantidad de tópicos que están adheridos al periodo virreinal. Sin embargo, con la comunidad hispánica revuelta al otro lado del charco no hay defensa más cabal contra la leyenda negra que hablar de ellos: de los constructores de civilización. Por eso resulta tan original el libro ‘Un imperio de ingenieros’ (Taurus, 2022), escrito gracias al apoyo de la Fundación Rafael del Pino por dos especialistas en la historia del Nuevo Mundo, Felipe Fernández-Armesto y Manuel Lucena Giraldo.

Portada del libro.
Portada del libro.

«El español es el primer imperio global preindustrial. Su inmensa extensión creó unas dificultades de gobernanza, conexión, fidelidad y participación de los súbditos, o conocimiento de la figura del Monarca, inimaginables. Las obras públicas fueron una de las imaginativas respuestas que facilitaron su cohesión y perdurabilidad», apunta Manuel Lucena Giraldo, investigador del CSIC y crítico del ABC Cultural, sobre los cimientos de una entidad política con cuatro siglos de existencia a sus espaldas.

‘Un imperio de ingenieros’ profundiza en los retos logísticos a los que se enfrentó la Monarquía española, desde la necesidad de tener una flota a la última durante siglos hasta los caminos que vertebran territorios radicalmente distintos entre sí, pasando por unas estructuras hospitalarias y sanitarias que fueron pioneras en el mundo. Lima, capital del Virreinato del Perú, llegó a tener más hospitales que iglesias y, por término medio, había una cama por cada 101 habitantes, índice considerablemente superior al que tienen hoy las ciudades españolas.

Un imperio con fronteras difusas, una extensión inabarcable, mucha distancia entre las partes, poca presencia de militares profesionales, rutas vulnerables; ingredientes todos ellos para articular una historia corta con un final estrepitoso, pero que fueron justo las características que definieron el longevo transcurrir de una monarquía con pies de hormigón. «El éxito se obró mediante la integración de elites multiétnicas a escala global y la construcción de obras públicas, resultado y expresión de la red de intereses que lo sostenía. En cuanto al siglo XVIII, la acción de ingenieros militares y otros técnicos, oficiales de marina, botánicos, por supuesto misioneros, logró una capacidad de resistencia que a primera vista no era evidente», señala Lucena.

Variedad de mundos

En este sentido, Felipe Fernández-Armesto, catedrático de historia y doctor por la Universidad de Oxford, destaca el llamado «efecto extranjero» para explicar la gran recepción que encontraron los ingenios y propuestas de los españoles en su avance por América: «España tuvo la suerte de colonizar culturas predominantemente dispuestas a aceptar el extranjero como árbitro, aliado, esposo u hombre santo, que llegó con ese ‘toque del horizonte divino’ que, en nuestras culturas europeas no solemos reconocer ni apreciar. Más bien, tratamos al recién llegado como a un intruso poco grato».

Los dominios españoles se esparcían, en su época de mayor apogeo, desde Mallorca hasta Milán y desde el curso del río Missouri hasta el canal de Beagle, junto al cabo de Hornos, abarcando los helados Alpes, las grandes llanuras de Norteamérica, los desiertos chilenos y las junglas filipinas. Tanta variedad de climas y necesidades exigió a los ingenieros españoles que, al igual que en otros aspectos, apostaran por el mestizaje también en lo tecnológico. «En las obras públicas hay una continua interacción de materiales, técnicas, sistemas de organización… lo europeo no sirve y lo americano lo incluye y adapta. Lo que resulta es nuevo», recuerda Lucena sobre una enorme capacidad para la fusión que «facilitó la supervivencia a los conquistadores».

Manuel Lucena Giraldo.
Manuel Lucena Giraldo. – Ernesto Agudo

La otra solución ideada por España para ensamblar las lealtades de unas fronteras tan extensas fue arrancar directamente el corazón al imperio. Ni en la Península ni fuera existía un único centro administrativo, sino que el poder estaba muy repartido en una estructura cosida por el trabajo silencioso de los ingenieros. «Hemos querido demostrar que el carácter urbano policéntrico fue un enorme éxito y le confirió gran resistencia. Para condiciones preindustriales, fue la ventaja definitiva. Las lealtades surgen del interés de todos en que haya continuidad de lo que llamaban la ‘fábrica de monarquía’, incluido todo lo material: acueductos, caminos, puentes, minas, fortalezas», destaca Lucena al respecto de un imperio que fundó cientos de ciudades a su paso.

Si bien en otros imperios las grandes obras estaban levantadas en la metrópolis o hechas para gloria de esta, España tuvo sus innovaciones más monumentales y pioneras fuera de la Península. En 1837, se construyó el primer ferrocarril español, La Habana-Bejucal, más de una década antes de que llegara a suelo ibérico. Cuarenta años después se registró también en Cuba la primera llamada telefónica, y en el año 1880 se envió el primer telegrama desde Filipinas a España «Algunas de las mejores infraestructuras fueron las existentes en Ultramar, lo cual no es criticable sino encomiable», sostiene Lucena, en tanto Fernández-Armesto lo encuentra lógico dado que «las distancias inmensas y los entornos físicos desafiantes exigían un esfuerzo mayor» allí.

Un pueblo extremo

Los españoles fueron capaces de cosas tan reservadas a titanes míticos como mantener durante casi tres siglos una ruta comercial de 2.560 kilómetros de longitud, el Camino Real de Tierra Adentro, entre la Ciudad de México y Santa Fe, o de drenar pantanos enteros para hacerlos habitables. Todo ello con el agravante de que los españoles eran pocos en la Península, tierra con escasos recursos naturales, y menos aún fuera. Una debilidad crónica que suplieron con una vitalidad sobrehumana que durante siglos pareció no tener tope. «No olvidemos que la España de la época no era una sociedad abierta a muchas oportunidades en casa. Valía la pena arriesgar la vida saliendo a tierras lejanas para mejorar», identifica Fernández-Armesto. Una combinación de espíritu de frontera, servicio a la monarquía y sentido de la aventura estuvieron entre las razones de su apetito insaciable, en opinión de Lucena.

A pesar de la numerosa memoria en piedra que ha pervivido en América, entre ellos fortalezas y caminos protegidos por la UNESCO, la historiografía romántica ha oscurecido el funcionamiento de las instituciones imperiales y ha preferido presentar a los españoles como destructores de civilización, enemigos de las ciencias y las matemáticas. «Eso son mitos decimonónicos que no casan con la verdadera historia. La única manera de organizarse y permanecer fue sobre la base de la interacción con los diferentes medios ecológicos existentes, selva, montaña, desierto, llanura, y fue lo que hizo el Imperio español», advierte el investigador del CSIC.

Origen: La historia jamás contada de los grandes ingenieros que vertebraron el Imperio español

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