La indestructible Reina Habsburgo que casi hereda España en vez de los Borbones
Sin imperio, sin aliados fiables ni buenos consejeros, María Teresa reformó por completo el Ejército austriaco y se enfrentó a las grandes potencias de su entorno en una lucha que cambió Europa
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Lo mejor que se puede decir de María Teresa como Monarca es que todas las instituciones que creó y todas las decisiones que tomó tuvieron un largo recorrido en el tiempo, algunas hasta la desaparición del Imperio austrohúngaro. Lo cual no es moco de pavo… A este mujer de hierro, pero de costumbres sencillas, la subestimaron demasiadas veces los reyes de su época y demasiadas veces sus enemigos perdieron la apuesta frente a su astudia y su carácter irrompible.
El padre de María Teresa, Carlos VI, el famoso archiduque de aspiró a la Corona española, fue educado para reinar en la Península ibérica y durante años conservó muchas de las costumbres hispánicas en un homenaje al que pudo ser su destino. No obstante, de su experiencia en la Guerra de Sucesión también volvió a Viena con un mal juicio sobre las razones por las que no acabó sentado en el trono. Convencido de que había perdido en los despachos lo que había ganado en los campos de batalla, el Emperador descuidó el mantenimiento de su ejército y apostó por resolver la mayoría de sus problemas por la vía diplomática, lo que, en ese siglo tan complejo, a veces suponía recorrer el camino más largo y enrevesado.
La maldición de su padre
Irónicamente el Rey que avivó la Guerra de Sucesión en España tendría la suya propia en Austria debido a la falta de descendencia masculina. De los cuatro hijos que Carlos tuvo con su esposa Isabel Cristina de Brunswick-Wolfenbüttel, solo le sobrevivieron dos hijas. La condición de mujer de María Teresa impedía que en el futuro ostentara la dignidad imperial y obligó a buscar una solución para que, al menos como arquiduquesa, mantuviera el cetro en las posesiones propiamente Habsburgo.
La parte final del reinado de Carlos estuvo ocupada en intentar asegurarse vía diplomática el reconocimiento de su hija como heredera de los territorios Habsburgo y en lograr el nombramiento como «Rey de los romanos» (título que se daba al aspirante a emperador del Sacro Imperio Germánico) del marido de esta, Francisco Esteban de Lorena, lo que era una forma intermedia de que al menos la corona imperial quedara en casa. Los gasto en sobornos y concesiones que debió desembolsar Carlos para obtener este compromiso fue en detrimento de la inversión en sus fuerzas militares.
Una vez muerto Carlos, sin un ejército (apenas contaba con 30.000 hombres) en condiciones para presionar al resto de potencias, pocos de los países que se habían comprometido a apoyar la Pragmática Sanción secundaron a María Teresa. Como hienas, viejos rivales, nuevas potencias y olvidadizos aliados se lanzaron a obtener un trozo del pastel que, así creían, permanecía sin vigilancia en la ventana. La inexperta María Teresa, de 23 años, renunció a seguir los consejos de los hombres de su fallecido padre, que le reclamaban que cediera lo máximo para salvar aunque fuera una parte, y se lanzó a una guerra simultánea contra varias potencias con una hacienda prácticamente en la bancarrota.
Como relata el historiador Richard Bassett en el libro «Por Dios y por el káiser» (Desperta Ferro, 2018), durante esa crisis que a punto estuvo de destruir el imperio Habsburgo «María Teresa iba a revelarse como la monarca más brillante del siglo XVIII. Pese a su conservadurismo personal, fue una innovadora y modernizadora sin prejuicios que dejó su marca en todas las áreas de sus reinos. después de su reinado, no habría una sola institución económica, administrativa, de salud pública, legal, educativa o militar en Austria, o incluso en Europa Central, que no tuviera sus raíces de algún modo en su enérgico afán reformista».
Una lucha por la supervivencia Habsburgo
El primer obstáculo al que debió enfrentarse la pareja de monarcas fue al desafío de Carlos Alberto de Baviera, primo de María Teresa y su vecino más cercano, que se postuló para ser elegido Emperador del Sacro Imperio germánico con el apoyo de Francia y el de los electores de Colonia y el Palatinado.
El título imperial seguía siendo en pleno siglo XVIII de carácter electivo, pero la poderosa familia Habsburgo había conseguido desde hace varios siglos monopolizar una dignidad que era más simbólica que efectiva. En realidad, las distintas partes del territorio germano actuaban de forma autónoma como, de hecho, demostró el dirigente bávaro al postularse como Emperador de espaldas a María Teresa.
Sin imperio, sin aliados fiables ni buenos consejeros, María Teresa buscó ayuda en una parte de las posesiones Habsburgo hasta entonces descuidada que, en los siguientes siglos, jugaría un papel fundamental en la configuración del renovado imperio. Gracias a su fortaleza y tenacidad, la dirigente se ganó la estima de la nobleza húngara y, con ello, logró ser coronada Rey de Hungría (la Constitución de este territorio no reconocía Reinas) durante una impresionante ceremonia en la que María Teresa ascendió a lomos de un caballo, ataviada el manto de San Esteban y con la corona de la cruz torcida, hasta el Monte Real de Presburgo a jurar que defendería este reino de sus enemigos. Hungría le dio así a María Teresa no solo prestigio y una corona, sino el apoyo de su célebre caballería frente a las numerosas guerras que tenía por librar.
La venganza de María Teresa no se hizo de esperar. El mismo día que Carlos Alberto de Baviera fue elegido Emperador del Sacro Imperio, los reforzados ejércitos de María Teresa ocuparon la capital bávara e incendiaron el palacio del Monarca. El mensaje era claro: tardara lo que tardara, ya fuera Praga, la dignidad imperial o los territorios italianos que España había ocupado aprovechando el caos, María Teresa pretendía reclamar sí o sí todas sus herencias.
Federico II de Prusia, que ha pasado a la historia por su brillantez militar a pesar de sus numerosas derrotas, cayó también en el error de pensar que el imperio Habsburgo podía ser despedazado ahora que lo reinaba una mujer. El prusiano solía reírse de Francisco Esteban por entregarse a la caza, «feliz de dejar sus reinos, como si fuera una taberna, en manos de su esposa». Solo a finales de su reinado, cuando era evidente que María Teresa era un hueso duro de roer, al que se le podía vencer muchas veces en batalla pero jamás en una guerra, el prusiano admitió que guerrear contra ella era como «morir mil veces al día».
Una vez ganado algo de terreno, la Reina reformó prácticamente todas los aspectos de las armas austriacas hasta lograr que fuera la propia existencia de Prusia, Baviera y el resto de sus enemigos la que acabara puesta en duda. La llamada Guerra de Sucesión austriaca, que según algunos autores costó más de cinco millones de vidas por todo el globo, demostró que la Reina no era ninguna «víctima pasiva», sino una «Mater Castrorum» que había convertido un ejército manirroto en un duro competidor.
María Teresa, que era una excelente jinete como demostró en Hungría, supervisó en persona cada modificación en las tácticas y uniformes de su ejército. «En cuanto a lo de que la caballería dispare desde la silla, no lo tomo muy en serio», comentó en uno de sus muchas anotaciones. La minuciosidad de la Monarca se materializó en la creación de instituciones para mejorar la formación de los oficiales. Siguiendo el ejemplo del Collegium Theresianum, pensado para que los nobles se formaran como administradores y funcionarios civiles, creó en 1751 la Academia Militar pensada más como campo de adiestramiento que como una escuela de élite al estilo británico o francés.
El mundo a sus pies
La meritocracia jugaba un papel importante en el ascenso militar que estableció María Teresa. Además, como reconocimiento al gran número de realidades que formaban su imperio exigió en esta academia que todos los oficiales hablaran con fluidez como mínimo cuatro idiomas: alemán, checo, francés e italiano.
Otra importante contribución de la Reina para reformar su ejército fue en lo referido a la asistencia sanitaria, de completa anarquía hasta entonces. Un grupo de médicos ilustrados, entre ellos su facultativo personal, Gerard van Swieten, reconstruyó por completo no solo el sistema médico militar, sino también la Facultad de Medicina de la Universidad de Viena, lo que dio origen a una reputación mundial durante siglos.
Pero más allá de cuestiones militares y brillantes movimientos diplomáticos (sustituyó a su tradicional aliado, Inglaterra, por su más acérrimo rival, Francia), María Teresa supo rodearse de grandes ministros y asesores ilustrados que la ayudaron a modernizar el derecho penal, abolir la tortura, derogar la servidumbre feudal de los campesinos, impulsar la industria, el comercio y a iniciar una profunda reforma educativa. Que fuera capaz de sacar adelante todas estas mejoras, a la vez que sostenía una guerra por la propia existencia de su imperio, la elevan a una de las mejores monarcas de todos los tiempos.
Frente al cinismo de Federico y otros ilustrado que veían la política como un juego de espejos, María Teresa mostró a lo largo de su reinado que era una persona de palabra, con principios fuertemente católicos a la que le gustaba presumir de que «si quieres impedir que intente hacer el bien, antes tendrás que matarme». «Por mi parte, no me gusta nada que me suene a ironía. Nadie mejora jamás con ella […] creo que es incompatible con el amor hacia los demás», aseguraba en una indirecta muy directa hacia su hijo José II, antítesis de su madre y un gran admirador de las malas artes de Federico II.
Para asegurarse de que las siguientes generaciones de la dinastía no tuvieran problemas de descendencia como su antecesor, María Teresa y Francisco Esteban, el cual finalmente obtuvo la dignidad imperial tras la renuncia bávara, concibieron dieciséis hijos pues, según los palabras de ella: «Una nunca tiene bastante. En este asunto soy insaciable». En todo trató la Reina de alcanzar la perfección.
Origen: La indestructible Reina Habsburgo que casi hereda España en vez de los Borbones