21 noviembre, 2024

La «inhumana crueldad» de Aníbal en la destrucción de Sagunto no es como te la contaron

Ilustración de Amílcar Barca, durante el ataque de sus aliados oretanos en el asedio de Hélice
Ilustración de Amílcar Barca, durante el ataque de sus aliados oretanos en el asedio de Hélice

El sitio de este enclave antiguo de Valencia provocó un conflicto mundial y transformó para siempre la Península Ibérica, pero muchos de los relatos que han llegado hasta nosotros desde aquel siglo III a. C. no son ciertos

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El primer historiador que escribió sobre el sitio y la destrucción de Sagunto por parte de Aníbal Barca, en el 219 a. C., fue el griego Polibio, que inició su obra 72 años después del dramático acontecimiento. A este le siguieron otros autores clásicos como Diodoro de Sicilia, Floro y Apiano. Sin embargo, tal y como apuntaban los historiadores Francisco Romeo y Juan Ignacio Garay en ‘El asedio y toma de Sagunto según Tito Livio’ (Universidad de Zaragoza, 1995), estos apenas trataron la cuestión con una breve referencia.

Polibio apenas hizo referencia a la duración de los enfrentamientos, pero casi no ofreció detalles de cómo se produjo. «Por otra parte, también es un hecho desalentador tener constancia de dos obras filocartaginesas escritas por el macedonio Osilo y el griego Quéreas, que, posiblemente, tratasen más extensamente el tema, pero cuya pérdida hace que no poseamos de ellas más datos que los de su existencia», explican Romeo y Garay en su artículo.

Los hechos relatados durante los 2.200 años transcurridos sobre las matanzas de Sagunto no se han ajustado siempre a la realidad. En muchas ocasiones han tendido a exagerar, aunque algunos pasajes hayan llegado hasta nuestros días como reales, repetidos todavía en algunas novelas y ensayos históricos. De lo que no hay ninguna duda es de que el asedio y la destrucción de esta ciudad a manos de los cartagineses, dirigidos por Aníbal, desencadenó una auténtica guerra mundial en la Antigüedad que cambió para siempre la Península Ibérica: la Segunda Guerra Púnica.

De todo lo que se ha contado, ¿cuánto sucedió de verdad? A pesar del éxito final del asedio, son muchos los historiadores modernos que califican la acción de Aníbal de «fracaso», puesto que las víctimas saguntinas le hicieron perder casi un año como consecuencia de su fuerte resistencia. Pero para analizar el origen de este episodio tenemos que retroceder hasta la Primera Guerra Púnica, con la que Cartago se vio obligada a pagar a Roma indemnizaciones millonarias.

Expansión de Aníbal

Para poder hacer frente a este gasto, emprendió su expansión por la Península Ibérica al mando de Amílcar, que consiguió ocupar el sur de Hispania pero fue asesinado por un indígena. El control de sus tropas pasó a manos de su hijo Aníbal, de 22 años, que se hizo cargo del ejército con el Tratado del Ebro vigente. Este acuerdo establecía que la frontera entre ambos pueblos se establecía en el río. Sin embargo, al sur de este, en la zona cartaginesa, se encontraba Sagunto, que había suscrito, además, una alianza con los romanos para defenderse de los púnicos. Algo que el joven general parece que no iba a permitir.

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Aníbal ni siquiera hizo caso de las advertencias realizadas por los dos embajadores enviados desde Roma antes de comenzar el cerco, y aunque la mayoría de autores cifra esa resistencia en los mencionados ocho meses, otros la reducen a seis y algunos la alargan a nueve. Lo que no aceptaron lo más clásicos es que los saguntinos aguantaron todo ese tiempo por su coraje, sino porque así lo quiso el general cartaginés. Para el historiador Tito Livio, por ejemplo, Aníbal solo aguardaba a que apareciera una situación propicia para arrasar la ciudad de un solo golpe sin desatar una nueva guerra contra los romanos. Polibio, por su parte, sostenía que si el cartaginés evitó todo ese tiempo el choque final contra el enclave fue porque sabía que la reacción de Roma se produciría antes, incluso, de que ellos hubieran consolidado su autoridad en el resto de Hispania.

La ayuda de Roma no llegó finalmente , pero estas últimas explicaciones no encajan igualmente con la descripción de Tito Livio 200 años después de los hechos: «Nadie tenía tanta audacia para afrontar el peligro como Aníbal, ni más sangre fría en medio del peligro […]. De todos los jinetes y de todos los soldados de infantería era, de lejos, el mejor. Iba el primero al combate y era el último en retirarse, pero estas grandes cualidades contrastaban con sus enormes vicios: una crueldad inhumana, una perfidia más que púnica, ningún anhelo por la verdad, ni sentido de lo sagrado, ni temor a los dioses, ningún respeto por los juramentos ni escrúpulo religioso».

Aníbal, el héroe

Si tan cruel era y tan poco respetaba los acuerdos, no se entiende esa cautela. ¿No pudo a causa de las fuertes defensas de Sagunto o realmente no quiso? De lo que no cabe duda es que, tal y como cuenta Gabriel Glasman Saroni en ‘Anibal, enemigo de Roma’ (Nowtilus, 2007), el general cartaginés se había convertido en muy poco tiempo en el héroe de los suyos y en la pesadilla de los iberos y los romanos. Era adorado por sus hombres y temido por sus adversarios. Un hijo pródigo de Cartago con una inteligencia madurada y un conocimiento casi perfecto del griego y el latín, con el que estudió hasta el detalle las campañas de su padre y de los veteranos que ahora estaban a su servicio. Y cuando se encontró a las puertas de Sagunto, debería haber estado deseoso de incorporar su hazaña a la historia.

Es entonces cuando comienza la legendaria heroicidad de los sitiados. Sin embargo, en lo que respecta al contingente utilizado por Aníbal en Sagunto se ha generado una gran polémica en la historiografía moderna. El mismo general cartaginés mandó realizar una inscripción en el Cabo Lacinio para detallar el contingente que hizo pasar de África a la Península Ibérica: 20.000 infantes y 6.000 jinetes. Esta cifra fue aumentada por Polibio en su obra a 90.000 infantes y 12.000 jinetes. Una cantidad que fue secundada por la mayor parte de los autores posteriores y reproducida aún hoy en muchos blogs y páginas de historia.

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Esa cantidad de 102.000 hombres es probable que no llegase ni a la mitad. Por eso sorprende que Livia asegurara que Aníbal utilizó 150.000 guerreros en el asedio de Sagunto. «Numerosos investigadores consideran que la manutención de semejante contingente hubiese supuesto un auténtico problema, pero, en ningún momento, comenta Livio que le acuciase la necesidad, ni que el hambre fuese un contratiempo para el ejército sitiador. Se ha calculado de un modo aproximado la cantidad de alimentos necesaria para el mantenimiento de un ejército de 150.000 personas, arrojando unas cifras completamente desorbitadas. Dicho suministro hubiese sido imposible a finales del siglo III a. C. Si a esto sumamos el mantenimiento de la caballería, que necesita una gran cantidad de forraje fresco diario, llegamos a la conclusión de que la cifra apuntada por Livio no puede ser ni próxima, ni posible», explican Romeo y Garay en su artículo.

Intimidar a la población

Cuentan también que la ofensiva comenzó con la destrucción de todos los campos que rodeaban a Sagunto y se extendió muchos kilómetros hacia el exterior. El objetivo: cortar el suministro de recursos agrícolas a la ciudad e intimidar a su población, una práctica habitual desde finales del siglo V a. C. con el que pensaban que se empujaba al enemigo a actuar precipitadamente, ya sea negociando o lanzándose a la batalla. «Es bastante probable, sin embargo, que el general cartaginés, en previsión después de que la operación iba a ser más larga de lo que pensaba, arrasase sólamente las tierras adyacentes al enclave, controlando y conservando las más alejadas para mantener a su ejército», añaden los historiadores.

Tiempo después, Aníbal atacó la ciudad por tres puntos diferentes, pretendiendo con ello dividir el potencial defensivo de los saguntinos. Aún así, centró sus acciones en el punto más vulnerable: un ángulo de la muralla que se abría hacia el valle, donde el terreno era más propicio para que sus máquinas de guerra pudieran avanzar. Las defensas de estos, sin embargo, eran tan potentes que la ofensiva resultó infructuosa y, además, el enemigo no se quedó de manos cruzadas y aterrorizado. Al contrario, enviaron al exterior de la ciudad a sus guerreros mejor preparados para enfrentarse cuerpo a cuerpo. Llegaron a herir a Aníbal, lo que provocó la retirada de los asaltantes.

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A continuación, los cartagineses volvieron a embestir, esta vez con gigantescos arietes contra la muralla por varios puntos. Consiguieron derribar tres torres y el muro que las unía, dejando la ciudad al descubierto. Según Tito Livio, una acción de este calibre solía suponer la inmediata invasión, pero los defensores se precipitaron nuevamente a la batalla con un ejército aún más numeroso. «Aníbal y sus hombres sobre los escombros de la muralla y los saguntinos frente a los edificios de la ciudad», apuntaba el historiador romano. Sin embargo, las excavaciones arqueológicas parecen indicar que solo había murallas en las laderas meridional y occidental del castillo y no había huecos entre estas y el casco urbano, por lo que los saguntinos debieron luchar también entre los escombros de la muralla, apuntaron después algunos investigadores modernos.

Descanso de los soldados

Tras ser derrotado de nuevo, el ejército púnico se volvió a retirar a su campamento y Aníbal decidió dar un descanso a sus soldados, para prometerles después la ciudad entera y su contenido como botín para enardecer sus ánimos. Mientras tanto los saguntinos trabajaron día y noche para levantar un muro defensivo donde había caído el viejo. Un tiempo después, los cartagineses arremetieron de nuevo contra las murallas, en esta ocasión con una torre móvil de grandes dimensiones equipada con piezas de artillería. Lograron así barrer la zona de defensores y enviar a un cuerpo formado por «unos quinientos africanos con picos para hacer brechas en el muro, por las que penetraron grupos de hombres armados que ocuparon y fortificaron una zona alta. Y allí emplazaron catapultas con el fin de dominar las zonas más bajas de la ciudad», subrayaba Livio.

Con esta zona conquistada, el segundo de Aníbal, Maharbal , emprendió los trabajos de demolición de lo que quedaba de muralla con tres arietes para impedir la posibilidad de que los asediados recuperasen sus posiciones y se pudiesen fortificar de nuevo con los restos de estas. Una vez inutilizada, el general cartaginés se puso al frente de su ejército y se lanzó al asalto final. Algunos relatos cuentan que los saguntinos llegaron a prender fuego a la ciudad para luego arrojarse ellos mismos a las llamas. Anibal, furioso por haber perdido tanto tiempo y hombres frente a un pequeño enclave como este, se ensañó cruelmente con los pocos supervivientes que quedaron… y todo quedó completamente arrasado.

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