La injusta muerte en la miseria del héroe que salvó a miles de judíos de Hitler
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Aristides de Souza Mendes, cónsul portugués en Burdeos, entregó visados a más de 30.000 personas para que huyeran de Francia tras la invasión nazi; aquello le llevó a caer en desgracia con la dictadura de Salazar
Ocho décadas después, Portugal reparará la injusticia perpetrada contra Aristides de Sousa Mendes, el cónsul del país luso en Burdeos que, tras salvar a miles de judíos del régimen de Adolf Hitler en la Segunda Guerra Mundial, falleció pobre y olvidado por la dictadura de António de Oliveira Salazar. Y lo hará mediante la construcción de un monumento en su honor que se levantará en el Panteón Nacional; premio más que merecido para un personaje clave en la historia de nuestros vecinos que ya fue nombrado Justo Entre las Naciones en 1966 y cuya figura evocó ayer el mismo Papa Francisco durante el «Día de la conciencia».
La historia de Mendes, un diplomático de mediana edad al que las barbaridades perpetradas por el nazismo le sumieron en una profunda depresión y le llenaron de canas el pelo en tan solo tres jornadas, deja un sabor agridulce. Dulce, porque se enfrentó a un Oliveira que le había prohibido entregar visados a los refugiados del nazismo y salvó la vida a personajes tan famosos como el propio Salvador Dalí; amargo, porque su heroicidad le costó despedirse de la carrera diplomática a la que tantos esfuerzos había dedicado y le granjeó el desprecio del gobierno, de la sociedad de la época, y hasta de sus amigos.
«Una vez en Portugal, sufrió la ira del dictador Oliveira. Despedido de la carrera diplomática y vetado para el ejercicio de la abogacía, subsistió gracias a la ayuda de la comunidad judía lisboeta. Y no solo eso, recibió el mismo trato que un apestado social. Sus propios vecinos temían saludarle para evitar ser represaliados», afirma, en declaraciones a ABC, Pere Cardona, autor de la página web «Historias Segunda Guerra Mundial» y de varias obras sobre el conflicto. En sus palabras, este luso fue un héroe diferente, de los «que no empuñaron un arma», sino que «arrancaron a miles de familias de una muerte segura».
En Burdeos
La triste y heroica vida de Mendes comenzó en 1885, cuando vino al mundo. Aunque no fue hasta mucho después cuando ingresó en la escuela de derecho y se zambulló de lleno en una carrera diplomática que le llevó desde Zanzíbar hasta San Francisco. Ya durante la dictadura del doctor Salazar (defensor sobre el papel de que el Estado «debe ser tan fuerte que no precise ser violento») nuestro protagonista arribó al sur de Francia en 1938. Allí, como desveló el «The New York Times», se reuinó con personajes tan conocidos como Albert Einstein o el rey Alfonso XIII. Poco después fue nombrado cónsul en Burdeos, trabajo que aceptó de buen grado.
La vida de Mendes se había detenido cuando, en el verano de 1940, después de que Hitler hubiera avisado de sus intenciones aviesas con la invasión de Polonia y de que comenzara a nivel oficial la Segunda Guerra Mundial, las divisiones Panzer del Reich superaron la Línea Maginot a través las Ardenas y aplastaron al ejército francés; el mejor considerado de Europa por entonces. La llegada del nazismo provocó un éxodo masivo de refugiados hacia el sur. Hombres, mujeres y niños, muchos de ellos, judíos, ávidos de cruzar la frontera hacia España y Portugal para escapar de las garras del «Führer».
Si hasta mayo había sido sencillo obtener un visado para salir del país galo y viajar hasta Lisboa, tras la invasión sucesiva de Holanda, Bélgica y Francia por parte de Hitler esta labor se volvió una imposible. Así lo corrobora la Fundación Sousa Mendes, en cuya página web se especifica que Oliveira, a favor del Reich de forma extraoficial, emitió entonces una directiva (la «Circular 14») que prohibía a sus diplomáticos dar refugio a los exiliados y hacía hincapié en que semitas, soviéticos y apátridas no debían regresar a sus países de origen por cuenta de Portugal. Las fronteras, en lo que se refiere a nuestros vecinos, estaban cerradas y solo se abrirían por orden expresa de la dictadura.
Sobre blsanco la orden podía ser fría, pero ver a miles de refugiados solicitar auxilio en Burdeos era algo muy distinto. Y más, sabiendo que las principales ciudades galas habían caído (París capituló el 14 de junio ante las lágrimas de miles de ciudadanos presentes en la urbe) y que estaban condenados a morir. «Escuchamos que los franceses se habían rendido y que los alemanes se movían hacia nosotros», afirma, en declaraciones a la BBC, Henri Dyner, uno de los supervivientes de aquella locura. Por entonces, y en palabras de la fundación, los únicos con capacidad real para salir del país eran los ciudadanos británicos.
Una dura decisión
Mendes tuvo su primer contacto con aquella situación poco antes de mediados de junio, cuando conoció a un rabino, Chaim Kruger, que había huido de su casa tras el ataque nazi. La amistad entre ambos llevó al cónsul a ofrecerle la posibilidad de escapar hasta Lisboa. Según desvela en historiador Mordecai Paldiel, que el religioso declinara su propuesta alegando que no podía abandonar a su pueblo produjo una severa «crisis moral» en el diplomático luso. «La situación es horrible aquí, estoy en cama por culpa de una crisis nerviosa», escribió nuestro protagonista en una carta fechada el día 13 de ese mismo mes.
Después de permanecer recluido tres jornadas, el 17 reapareció ante sus conocidos decidido a tomar parte en aquella locura. Tal y como explica su hijo, Pedro Nino de Sousa, a la BBC, salió de su habitación, abrió la puerta de la Cancillería y anunció en voz alta: «De ahora en adelante entregaré visados a todos. No habrá más nacionalidades, razas o religiones». Los testigos, entre ellos, la madre de Dyner (quien colaboró después cumplimentando permisos para los refugiados), dejaron constancia de que su pelo se había vuelto blanco en pocas horas por culpa del estrés.
La máxima de Mendes, a partir de entonces, fue que debía hacer lo que consideraba justo aunque aquello le costase caro. «Prefieron estar con Dios contra el hombre que con el hombre contra Dios», afirmó. Poco después, ya en la seguridad de su país, insistió en que «si tantos judíos pueden sufrir a causa de un católico, está bien que un católico sufra por muchos judíos» (una clara referencia a Adolf Hitler). Por su parte, el Centro Mundial de Conmemoración de la Shóa añade en uno de sus dossieres sobre este personaje que se ofreció a pagar de su propio bolsillo los permisos para abandonar el país de aquellos que no pudiesen costeárselos.
Miles de salvoconductos
En la actualidad se desconoce el número exacto de visados expedidos por el consulado de Mendes. Los historiadores coinciden en que entre 10.000 y 30.000; una buena parte de ellos, para refugiados que pretendían usar la Península Ibérica como lanzadera para marcharse hasta Estados Unidos o América del Sur. Por el momento, la fundación que lleva su nombre ha conseguido hallar 3.800 de ellos, aunque coinciden en que existen muchos más a los que esperan tener acceso en los próximos años.
Lo que sí está claro es que estableció una oficina improvisada y firmó todos ellos con ayuda de dos de sus hijos (al final de su vida tendría 15) y varios de los judíos que se agolpaban en las proximidades del edificio que regentaba en Burdeos. Trabajó sin descanso, y sin apenas dormir, desde el 15 al 22 de junio de 1944. Para entonces, toda Francia se hallaba ya en poder de los nazis.
Por desgracia para él, el gobierno de Oliveira se enteró de su decisión y, en las jornadas siguientes, el Ministerio de Asuntos Exteriores le envió desde Lisboa una infinidad de cablegramas ordenándole desistir. Todo ello, mientras sus compañeros afirmaban que había perdido el sentido. Aquello no detuvo al cónsul. Casi avivó más sus deseos de salvar a los refugiados, como demuestra el que siguiera firmando permisos en Bayona con el siguiente mensaje cuando supo que España había cancelado sus visados:
«El Gobierno de Portugal solicita amablemente al Gobierno de España permitir al portador de este documento cruzar España libremente. El portador es un refugiado del conflicto en Europa y está en camino a Portugal».
«El cónsul no dudó en enfrentarse a su propio gobierno, quien envió dos agentes para obligarlo a regresar a Portugal. Durante el viaje de vuelta, recaló en la legación diplomática de Bayona y ordenó a su cónsul emitir visados para la multitud que se agolpaba frente a las puertas. El cine recoge el drama del holocausto en la cinta de Spielberg, aunque existen otros muchos Schindler olvidados con el paso del tiempo. Arístides forma parte de esa gran familia. El caso de Arístides, similar en tiempo y forma, se hermana al de Sanz Briz por sus fuertes convicciones morales. Ambos arriesgaron su carrera diplomática en auxilio de los necesitados», desvela Cardona, autor de «Historias Segunda Guerra Mundial», a este diario.
Injusta muerte
Mendes informó a sus superiores de sus actividades el 8 de julio, aunque ya eran de sobra conocidas por la dictadura. Para entonces ya había ayudado a escapar a personajes como el artista Salvador Dalí o la mayor parte del gobierno belga en el exilio. De regreso a Lisboa fue procesado, expulsado de la carrera diplomática e inhabilitado como abogado. Aquello lo condenó a vivir en la pobreza hasta el fin de su vida.
Su casa acabó en ruinas y él tuvo que pasar el resto de sus días, según su hijo, en la «miseria más absoluta». Sobrevivió gracias a un comedor comunitario dirigido por una judía. En él pudo alimentarse hasta que falleció el 3 de abril de 1954.
«El primer reconocimiento llegó en 1966 de Israel, que declaró a Aristides de Sousa Mendes como un «Justo entre las Naciones». En 1986, el Congreso de los Estados Unidos emitió una proclamación en honor a su acto heroico. Más tarde fue finalmente reconocido por Portugal, cuando su presidente Mario Soares se disculpó con la familia Sousa Mendes y el Parlamento portugués lo ascendió póstumamente al rango de embajador», explica la fundación en su página web. Así hasta ahora, cuando ha recibido un reconocimiento más por su acto de heroicidad.
Origen: La injusta muerte en la miseria del héroe que salvó a miles de judíos de Hitler