21 noviembre, 2024

La lenta desaparición del centro cultural de París

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Vistos desde la distancia, los puestos de los buquinistas de París recuerdan a un musgo metálico o una especie de dentadura dislocada. No son ni lo uno ni lo otro. Las cajas verdes, ancladas a los muelles del Sena, contienen libros antiguos, ediciones raras, cartas postales y también recuerdos, como dictan las exigencias de una ciudad donde durmieron más de 22 millones de turistas en 2014. «Yo no los vendo», se resiste Jean Pierre, de 74 años, alérgico a los «souvenirs» y cansado de las columnas de visitantes que desfilan a diario frente a su negocio, ubicado en el Quai Voltaire. A pocos metros de él, Guillaume, un chico joven, responde con retranca cuando le preguntan por su oficio.

—¿Va a escribir algo poético?

Si la cuchillada es educada, también resulta irreprochable. Una chica, veraneante uniformada, recibe la siguiente.

—¿A cuánto queda Notre Dame?

—A dos horas—, responde Guillame.

Y en realidad son quince minutos.

Jean Pierre y Guillaume andan a disgusto, pero los ataques terroristas sufridos en Francia en noviembre de 2015 han repercutido negativamente en uno de los pulmones económicos de la ciudad: el turismo. En la región de Île-de-France, los ingresos en ese sector se han reducido unos 750 millones de euros frente al primer semestre de 2015, junto a las pernoctaciones hoteleras o las visitas a monumentos como el Arco del Triunfo o las torres de Notre Dame. En un primer momento se intentó que las cosas no fueran así. Ante la violencia, los usuarios inundaron las redes sociales con mensajes que pedían no claudicar ante el miedo. De los estantes de las librerías volaron los ejemplares de «París era una fiesta» (1964), donde el escritor estadounidense Ernest Hemingway recordaba la capital durante los felices años veinte. La efervescencia cultural, la vida nocturna y un poco mundana y callejera que los disparos de Daesh habían intentado destruir eran reivindicados, en esas memorias, como la verdadera alma de una ciudad.

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Adiós al Barrio Latino

—¿Y cómo distingue usted si un libro francés vale algo?—, pregunta el Hemingway, en «París era una fiesta», a un buquinista.

—Primero, depende de si tiene ilustraciones. Luego, de si las ilustraciones son buenas o malas. Luego está la encuadernación—, responde su interlocutor.

Ese espíritu dogmático no ha desaparecido.

Apostados en sus puestos ribereños, los buquinistas contemplan desde hace siglos la ajetreada vida de París. Una de las primeras referencias a estos comerciantes se encuentra en el «Dictionnaire universal de commerce» de Jacques Savary des Bruslons. En esa obra, publicada entre 1726 y 1732, Savary, inspector general de aduanas durante el reinado de Luis XIV, los define así: «Llamamos en París, en el comercio de las Librerías (…) a los pobres libreros que, no teniendo medios para tener tienda, ni para vender de primera mano, venden viejos libros sobre el Pont Neuf, a lo largo de los muelles, y en algunos otros lugares de la ciudad». Lo cierto es que su ubicación estratégica, en un extremo del Barrio Latino, no responde a la casualidad. El corazón de la ciudad recibió en la Edad Media la denominación de «Pays latin», «Quartier latin» a partir del siglo XIX, debido a la proliferación de profesores y estudiantes en la zona, que precisamente utilizaban el latín como idioma cotidiano. Los primeros oficios vinculados con la transmisión del saber —fabricantes de pergaminos, miniaturistas, copistas— encontraron allí el medio perfecto para asentarse, como también lo hicieron las librerías y los buquinistas más tarde.

Mucho han cambiado las cosas.

Tras levantarse de la sillita donde contempla el paso de la gente, Jean Pierre se acerca a su puesto, que da la espalda al Museo del Louvre, y explica su aprecio por los libros sobre judaísmo, cine, teatro y circo. Su faceta artística no se limita a las lecturas. Una fotografía, donde aparece vestido de la misma guisa que un señor de la Belle Époque, le sirve de prueba y excusa para recordar su cameo en «Medianoche en París», la película de Woody Allenestrenada en 2011. En ese filme, inspirado en «París era una fiesta», el director estadounidense reflexionaba de nuevo sobre una de sus grandes temas: la añoranza por un pasado no vivido, pero idealizado para sobrevivir a un presente repleto de decepciones. Preocupación que ya había tratado, con más pesimismo, en «La rosa púrpura de El Cairo», de 1985.

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Las inquietudes de Jean Pierre guardan similitudes con las de Allen, aunque su añoranza nace de un poso de realidad. Como él mismo recuerda, el centro de París ha cambiado mucho durante las últimas décadas, sobre todo tras la desaparición de los cabarés, de las casas de impresión, de edición y de algunas de las librerías que abundaban en el Barrio Latino, auténticos ejes de la vida cultural que allí vibraba. Para el buquinista, esa mutación del tejido urbano ha sido el resultado de un doble fenómeno: si el incremento del precio de las casas —en los distritos 5 y 6, el coste del metro cuadrado oscila entre los 10.000 y los 12.000 euros, según el diario francés «Le Monde»— imposibilitó los alardes de bohemia, la eclosión del turismo de masas estableció qué comercios sobrevivían y cuáles no.

Librerías cerradas

Lo cierto es que Jean Pierre no va desencaminado. En el 72 de la rue de Seine, en pleno centro de París, una placa conmemorativa sorprende a los transeúntes que se detienen a leerla: «Aquí se ubicó, de 1954 a 2005, la Librería Española fundada por Don Antonio Soriano Mor, lugar principal de la cultura hispánica y de la cultura del exilio a los que consagró su vida». Antonio Soriano, exiliado español tras el final de la Guerra Civil, abrió su negocio después de comprar el local a un par de religiosas de la orden de San Sulpicio, con iglesia del mismo nombre en las inmediaciones, que aceptaron con gusto la propuesta tras conocer su nacionalidad: «Es español y los españoles son elegidos del pueblo de Dios», reflexionaron las monjas, según el libro «París, ciudad de acogida: el exilio español durante los siglos XIX y XX».

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La Librería Española, que tras un cambio de local tuvo que cerrar definitivamente sus puertas, corrió la misma suerte que otros negocios hermanos, como sucedió con la famosa librería La Hune. En el bulevar Saint-Germain, el bonito edificio de la Librairie Internationale acoge ahora un gimnasio de la cadena «Health Club». Según un informe del Taller Parisino de Urbanismo (APUR, por sus siglas en francés) publicado en 2015, entre el año 2000 y 2014 un total de 295 establecimientos de esta clase echaron el cerrojo en París. En uno de ellos, próximo a la Universidad de la Sorbona, Pierre, un dependiente celoso de su anonimato, confirma las sospechas sobre la desaparición de un barrio siempre asociado a la cultura: «Eso ya no existe».

Fuente información : 

http://www.abc.es/internacional/abci-lenta-desaparicion-centro-cultural-paris-201609030405_noticia.html

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