La matanza de My Lai, un crimen sin castigo
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Hace cincuenta años arrancaba el juicio contra el teniente estadounidense William Calley, acusado de masacrar a civiles desarmados en una aldea de Vietnam
El crimen estaba perfectamente documentado. Las fotos mostraban las pilas de cadáveres, los niños rematados en el suelo, el pánico de las ancianas segundos antes de recibir la ráfaga mortal. Y lo que no contaban las imágenes de la matanza lo contaron los testimonios de los que habían estado allí. Los mismos soldados estadounidenses que habían asesinado a 500 civiles desarmados en el pequeño pueblo de My Lai, en Vietnam.
El consejo de guerra que juzgó al teniente William Calley comenzó hace hoy 50 años. El acusado ni siquiera se molestó en negar los cargos. Como los jefes nazis en los juicios de Núremberg, se limitó a decir que había cumplido las órdenes de otros. Y como ellos fue condenado: el fiscal militar había pedido a los seis oficiales que formaban el jurado que se convirtieran en “la conciencia del país”, y ellos declararon a Calley responsable de al menos 22 asesinatos y lo sentenciaron a cadena perpetua. Fue después cuando se torció todo.
Los pacifistas consideraban que era el chivo expiatorio de las decisiones de políticos y generales
En 1970, la ciudadanía estadounidense estaba profundamente dividida por la guerra que los tenía atrapados en Vietnam. Sin embargo, en algo parecían estar de acuerdo: el 78% de los estadounidenses consideraba injusta la condena al teniente Calley. Los conservadores que apoyaban la guerra decían que era solo un soldado obediente. Los pacifistas que querían salir de Vietnam consideraban que era el chivo expiatorio de las decisiones de los políticos y los generales que mantenían la lucha en Vietnam.
Durante el juicio, Calley recibía de sus admiradores 10.000 cartas y paquetes cada día. Unos músicos de Alabama llegaron incluso a grabar “el himno del teniente Calley”, del que se vendieron más de un millón de discos.
Con esta situación en mente, el presidente Nixon anunció que iba a revisar su caso y su condena. La Casa Blanca había recibido 25.000 telegramas en un solo día reclamando el indulto de Calley, pero el presidente hizo otra cosa: impidió su traslado a una prisión militar y le permitió cumplir condena en el apartamento que tenía en una base militar, donde disfrutaba de visitas y tenía permitido hacer deporte.
Cuando abandonó los calabozos, lo hizo entre aplausos. La justicia militar le redujo la cadena perpetua primero a 20 años y luego a 10, pero finalmente cumplió menos de cuatro. Ninguna otra persona fue condenada por la matanza de My Lai.
¿Qué pasó en My Lai?
En la mañana del 16 de marzo de 1968, la unidad del teniente William Calley llegó en helicóptero a las cercanías del poblado de My Lai. Calley no era ni siquiera el oficial al mando; el capitán Ernest Medina era quien comandaba la compañía Charlie, y fue él quien, según muchos de sus subordinados, les aseguró que no quedaban civiles en la zona. Que, básicamente, podían disparar tranquilamente a todo lo que se moviera.
Los soldados de la compañía Charlie tampoco necesitaban mucho convencimiento. Habían llegado a Vietnam a finales del año anterior y llevaban meses persiguiendo a un enemigo invisible: no habían entrado en combate ni una sola vez, pero ya habían perdido 28 hombres a causa de las bombas trampa, los francotiradores y las minas. Los estadounidenses descargaban su frustración contra la población civil, a la que acusaban de colaborar con el Viet Cong o, en el mejor de los casos, de no ayudar a los estadounidenses a combatirlo. El pelotón del teniente Calley era particularmente brutal con ella.
El capitán Medina había dicho a los suyos que por fin podrían enfrentarse con el enemigo cara a cara, más en concreto con el 48.º batallón del Viet Cong, que les había estado hostigando durante meses. Sin embargo, esa unidad estaba al otro extremo de la provincia, y lo que se encontraron los soldados de Calley el día designado fue un pueblo donde no había un solo hombre en edad militar y donde nadie les disparó. A pesar de esto, los estadounidenses se emplearon con extrema violencia.
En apenas cuatro horas, los soldados de la compañía Charlie arrasaron el poblado, disparando indiscriminadamente contra todos los civiles que se encontraron. Se produjeron violaciones en grupo y descuartizamiento de cadáveres, se prendió fuego a viviendas y se arrojaron explosivos dentro de las cuevas en las que se escondían algunas familias.
Alrededor de las nueve de la mañana, el teniente Calley llevó a unos 150 habitantes del pueblo a una zanja y ordenó personalmente su ejecución, incluyendo a niños de cortísima edad, ancianos, mujeres embarazadas…
El piloto de un helicóptero estadounidense entendió lo que pasaba y aterrizó
Pudieron ser todavía más, de no ser por la tripulación de un helicóptero estadounidense que sobrevolaba la zona. El piloto, Hugh Thompson, vio a civiles heridos y comunicó su posición a la compañía Charlie para que acudiera a atenderlos. Cuando volvió a pasar por allí y los encontró muertos, Thompson entendió lo que estaba pasando y aterrizó su aparato junto a otro grupo de heridos. El oficial se enfrentó a Calley y organizó la evacuación de una decena de civiles, dando orden a su tripulación de disparar contra sus propios compatriotas si los atacaban.
A las 11 de la mañana de aquel día, el capitán Medina ordenó a la compañía Charlie que parara a comer e informó a sus superiores de que la operación había sido un éxito. Reportó 123 bajas enemigas, pero solo tres armas incautadas. En realidad, los únicos muertos eran más de 500 civiles desarmados que no habían opuesto resistencia. Las tropas estadounidenses habían sufrido solo un herido: un soldado que se disparó a sí mismo mientras trataba de desencasquillar su fusil.
Ocultación desde el primer momento
La tripulación del helicóptero, con Thompson a la cabeza, denunció los hechos inmediatamente a sus superiores. El coronel Henderson, que acabaría procesado aunque absuelto por estos hechos, decidió que la versión de Thompson era falsa y que “solo” 20 civiles habían muerto accidentalmente en My Lai por un error de artillería.
El piloto siempre tuvo la sensación de que en los siguientes meses trataron de silenciarlo enviándolo a peligrosas misiones en solitario, que llevaron a Thompson a estrellarse entre cuatro y cinco veces en un período inferior a tres meses.
También en la compañía Charlie sentían que alguien les quería quitar de en medio. Después de los sucesos de My Lai, la unidad fue desplegada en la selva durante 54 días, sufriendo ataques enemigos y los estragos de la disentería. Algunos de sus soldados defienden todavía hoy que fue un esfuerzo para evitar que hablaran con nadie sobre lo sucedido en My Lai.
Sin embargo, iba a ser muy difícil tapar una matanza así. Para empezar, había imágenes. El sargento Ron Haeberle era fotógrafo militar y lo había documentado todo aquel día. Había tomado las fotos “oficiales” en blanco y negro con su cámara oficial, pero tenía otra personal con la que tomó las fotos en color que luego se publicarían en la revista Life y que, mostrando los asesinatos en toda su crudeza, se han convertido en algunas de las instantáneas más conocidas de la era de Vietnam.
Además, estaban los testimonios. En 1968, un periodista llamado Ronald Ridenhour, desplegado en Vietnam como artillero de un helicóptero, usó sus contactos en la compañía Charlie para entrevistar a muchos de sus soldados sobre lo que había sucedido en My Lai. A su regreso a EE. UU., a principios de 1969, redactó una carta con todo el material que había recopilado y la envió a 30 destinatarios de la élite política y militar de Washington D. C. Esto dio lugar a una investigación que derivó en el procesamiento de William Calley en septiembre de ese mismo año, aunque para entonces la ciudadanía aún no sabía nada de la masacre de My Lai. Eso estaba a punto de cambiar.
Muchas publicaciones habían rechazado las informaciones de Seymour Hersh sobre My Lai
En noviembre de 1969, EE. UU. se enteró de lo sucedido por los artículos del periodista Seymour Hersh, ilustrados en varios casos por las espectaculares fotos tomadas en My Lai por Ron Haeberle. Muchas publicaciones habían rechazado antes esas informaciones, pero casi todos los grandes periódicos y televisiones recogieron la noticia cuando la difundió a través de una pequeña agencia de noticias comprometida con el movimiento antibelicista. Hersh ganó por estos artículos un premio Pulitzer, y durante los años siguientes siguió escribiendo sobre la matanza y sobre los intentos del alto mando militar para tapar el asunto.
En marzo de 1970 se publicaron las conclusiones de la investigación oficial del Departamento del Ejército, que derivó en el procesamiento de 30 oficiales militares, incluyendo un general. Ninguno fue condenado, salvo el teniente William Calley. Le habían juzgado a él primero porque estaba a punto de agotar su servicio en las Fuerzas Armadas y, por tanto, iba a abandonar la jurisdicción militar. Ya hemos visto que acabó cumpliendo menos de cuatro años de una condena inicial a cadena perpetua.
En el juicio, Calley declaró que su “único crimen era valorar más la vida de sus hombres que la de sus enemigos”. Sin embargo, el tiempo pasa para todos y, después de toda una vida sin hablar del tema, en 2009 reconoció que “no pasa un solo día sin que no sienta remordimientos por lo que pasó en My Lai. Siento remordimientos por los vietnamitas que fueron asesinados y por sus familias, por los soldados americanos involucrados y sus familias. Lo siento mucho”. Solo habían pasado 40 años.