23 noviembre, 2024

La matanza olvidada en el entierro de Calvo Sotelo: antes de la Guerra Civil tampoco se respetaron los muertos

Entierro de Calvo Sotelo, con los asistentes haciendo el saludo fascista ABC
Entierro de Calvo Sotelo, con los asistentes haciendo el saludo fascista ABC

Dos días antes de que se produjera el golpe de Estado contra la República, se celebraron en el cementerio de la Almudena, a pocos metros, los sepelios del líder conservador y del teniente Castillo, que acabaron con más muertos y decenas de heridos

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El 16 de junio de 1936, José María Gil-Robles, líder del partido católico y conservador español de la CEDA, describió así la crisis que vivía España en el último mes de la Segunda República, durante uno de sus discursos en el Congreso de los Diputados: «Desengañaos. Un país puede vivir en monarquía o en república, en sistema parlamentario o en sistema presidencialista, en un sistema soviético o en el fascismo, pero como únicamente no vive es en anarquía. Y España, hoy, por desgracia, vive en anarquía […]. Tenemos que decir hoy que estamos presenciando los funerales de la democracia».

Toda la cámara prorrumpió en gritos, unos de apoyo, otros de disentimiento. La situación del país era, efectivamente, tan grave como señalaba Gil-Robles, por los desórdenes provocados tanto por la izquierda como por la derecha. A los actos de violencia hay que añadir que los partidos políticos de uno y otro extremo preparaban a sus hombres para luchar desde hace semanas, instruyéndolos en formaciones militares. «Todos a la calle», era la orden de una serie de jefes políticos. Ni el presidente del Consejo de Ministros, Santiago Casares Quiroga, ni Gil-Robles, representantes ambos de grupos que habían sido muy destacados en la Segunda República, podían ya controlar los acontecimientos.

En realidad, ambos se mantenían en las Cortes gracias a los votos de diputados cuyos objetivos eran diferentes de los suyos. Las elecciones de febrero habían sido una lucha entre dos grandes alianzas: el Frente Popular y el Frente Nacional. El primero lo constituían, además de los liberales de Casares Quiroga, el PSOE, el PCE y otros grupos de las clases trabajadoras y el poderoso sindicato de la UGT. En el segundo, por su parte, estaba la CEDA de Gil-Robles, pero también los monárquicos, los agrarios, los grandes terratenientes, otros partidos de derechas y representantes del Ejército, la Iglesia y la burguesía.

Se puede decir que los dos frentes estaban ya formados antes de estallar la Guerra Civil. Solo faltaba que alguien encendiera la mecha, que resultó ser los asesinatos del teniente José Castillo y del exministro de Hacienda José Calvo Sotelo. El primero salió de su casa la noche del 12 de julio de 1936, en la calle Augusto Figueroa de Madrid, para empezar su servicio. La Falange lo había señalado como futura víctima en aquella preguerra que se vivía en la calles. De hecho, se había casado en junio y su novia, la víspera de la boda, había recibido una carta anónima en la que le preguntaban por qué se casaba con un hombre que pronto no sería «más que un cadáver». Así fue, porque aquel día caluroso fue acribillado por cuatro hombres.

La muerte de Calvo Sotelo

La noticia de la muerte de Castillo causó ira en la jefatura de los Guardias de Asalto, en el cuartel de Pontejos, junto al Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol. El cuerpo fue expuesto en la Dirección General de Seguridad, dentro del mismo ministerio. Los camaradas del teniente muerto criticaron al Gobierno y clamaron venganza contra la Falange. Tras 24 horas de ira desatada, a las 3 de la madrugada del 13 de julio de 1936, el sereno abrió la puerta del edificio donde vivía Calvo Sotelo, en la calle Velazquez, uno de los barrios más elegantes y modernos de Madrid. Varios guardias de asalto subieron así a casa del exministro de Hacienda, en un episodio que todavía hoy tiene muchas preguntas sin responder y está envuelto en el misterio.

Al día siguiente, rezaba el titular de ABC en páginas interiores: «En la madrugada de ayer fue asesinado en Madrid don José Calvo Sotelo». En la portada, tan solo la imagen del político. La noticia, sin embargo, ya había corrido como la pólvora tal y como contaba este diario: «A media mañana comenzaron a circular los rumores de que había sido secuestrado durante la madrugada. Los rumores produjeron en todas partes una extraordinaria impresión. Aseguraban que había llegado un camión a su domicilio ocupado por varios individuos que lo detuvieron. A continuación, salieron con él en dirección desconocida. Al mediodía, la noticia se conocía en toda la capital. En todas partes se hablaba con extraordinaria indignación del suceso, pues se sabía que la Dirección General de Seguridad no había dado orden de detenerlo».

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Esos guardias de asalto y los militantes del PSOE portaban, efectivamente, una orden de detención falsa. Calvo Sotelo se despidió de su familia y prometió telefonear cuando llegara a su destino. Según el relato del historiador Hugh Thomas en ‘La Guerra Civil española’ (Penguin Books, 1961), este advirtió a su esposa: «A no ser que estos señores me lleven para darme cuatro tiros». Se suponía que la camioneta se dirigía a comisaría, pero tras circular unos doscientos metros, el político recibió dos disparos en la nuca que acabaron con su vida en aquella misma madrugada.

Los entierros

Al día siguiente, 14 de julio, hubo dos entierros en el madrileño cementerio de la Almudena. En primer lugar, el del teniente Castillo, cuyo ataúd, envuelto en una bandera roja, fue saludado con el puño en alto por una multitud de socialistas, comunistas y guardias de asalto. Unas horas más tarde, el cuerpo de Calvo Sotelo, amortajado con el hábito de capuchino, descendía a otra tumba rodeado por una enorme muchedumbre que saludaba con el brazo en alto al estilo fascista. El Gobierno había prohibido que el cadáver de este último fuese velado, como era costumbre, en la Academia de Jurisprudencia, y a pesar del enrarecido clima y la violencia generalizada por las calles, se celebró un entierro público.

Más de treinta mil personas acudieron al cementerio a despedir al exministro, entre ellas muchos políticos e intelectuales. Durante el sepelio y frente al ataúd cubierto con la bandera rojigualda, en nombre de todos los presentes, Antonio Goicoechea, el lugarteniente de Calvo Sotelo en Renovación Española, juró ante Dios y ante España que vengaría su crimen: «No te ofrecemos que rogaremos a Dios por ti; te pedimos que ruegues tú por nosotros. Ante esa bandera colocada como una cruz sobre tu pecho, ante Dios que nos oye y nos ve, empeñamos solemne juramento de consagrar nuestra vida a una triple labor: imitar tu ejemplo, vengar tu muerte y salvar a España, que todo es uno y lo mismo; porque salvar a España será vengar tu muerte, e imitar tu ejemplo será el camino más seguro para salvar a España».

El vicepresidente y el secretario permanente de las Cortes, que estaban presentes en el entierro, fueron atacados por varias mujeres muy bien vestidas, que gritaron con todas sus fuerzas que no querían tener nada que ver con parlamentarios como aquellos que habían permitido que se perpetrara un crimen como aquel, sin hacer referencia al del teniente Castillo. A pocas calles de allí, parte de las comitivas de ambos entierros intercambiaron los primeros disparos. Por un lado los falangistas y por otro, los guardias de asalto.

Pocos minutos después, con los ánimos muy caldeados, muchos de los congregados en el entierro de Calvo Sotelo trataron de marchar hasta el centro de la ciudad, pero la Guardia de Asalto los cacheó a todos en repetidas ocasiones con la intención de cortar su marcha, pero parece que no fue posible. Finalmente, los tiroteó en la confluencia de las calles Goya y Alcalá, causando nada menos que cinco muertos y 34 heridos. Posteriormente los tenientes España, Artal y el capitán Gallego, de esta misma Guardia de Asalto, fueron detenidos por protestar contra aquella masacre sin sentido. Los congregados alrededor de la casa de Calvo Sotelo en señal de homenaje también fueron dispersados por la fuerza.

«Estos dos entierros fueron las dos últimas reuniones políticas que tuvieron lugar en España antes de la Guerra Civil», escribía Hugh Thomas en un especial sobre estos últimos días de la República que se publicó hace años en ‘Diario 16’. Desde ese momento, en Madrid reinó un clima de excitación y el Gobierno reaccionó suspendiendo los periódicos derechistas ‘Ya’ y ‘Epoca’ por publicar relatos sensacionalistas del asesinato de Calvo Sotelo sin haber sometido previamente los originales a la censura. El gobierno suspendió también las sesiones de las Cortes, con el fin de ganar tiempo e intentar apaciguar los ánimos.

Los dirigentes de los partidos de derechas protestaron y amenazaron con retirarse en bloque de las Cortes. Largo Caballero, que regresaba de Londres, donde había asistido a una reunión de la Internacional Socialista, bajó del tren cerca de El Escorial a petición del Gobierno y llegó a Madrid en automóvil para evitar las manifestaciones que se habrían producido a su llegada a la estación del Norte. Por su parte, Casares Quiroga, informó a una comisión parlamentaria de obras públicas, en Madrid, que no era cierto el rumor de que Emilio Mola hubiera sido detenido, y añadió que «es un general leal a la República». Un par de día después, comprobó que se equivocaba.

 

Origen: La matanza olvidada en el entierro de Calvo Sotelo: antes de la Guerra Civil tampoco se respetaron los muertos

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