La mentira con la que EE.UU. ocultó su derrota más humillante ante el Imperio español en 1898
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!El 11 de mayo, la heroicidad del capitán Domingo Montes Regüeiferos evitó que una potente flota norteamericana se hiciera con la bahía de Cárdenas. Avergonzados, sus enemigos escondieron lo acaecido y ensombrecieron la actuación del marino peninsular
Pues vaya que sí. Más que la sabiduría del pueblo, que también, los dichos y las frases hechas suponen la verbalización de la experiencia. Y uno de los más repetidos, aquel de que el ganador reescribe la historia a su gusto, es perfecto para resumir lo que Estados Unidos perpetró con la actuación del teniente de navío Domingo Montes Regüeiferos el 11 de mayo de 1898. Aunque dicha jornada la poderosa armada norteamericana se retiró escocida de la bahía de Cárdenas tras recibir un buen puntapié en la espinilla propinado por una minúscula escuadrilla armada con más gónadas que cañones, los de las barras y las estrellas contaron al mundo una versión bien distinta de lo acontecido.
Doloridos tras haber sido humillados por una flota de muchísimo menor porte, los yanquis del capitán Chapman C. Tood atribuyeron el resultado del combate a la presencia de potentes «baterías ocultas» en la bahía. Debieron verlas ellos, o suponerlas más bien, pues la realidad es que allí apenas había tres barquichuelos hispanos destinados a labores de vigilancia, y no a combatir contra una de las armadas más potentes de la época. Para desgracia de nuestro renqueante Imperio, en el que ya empezaba a ponerse el sol tras sublevaciones y revueltas, la falacia cuajó y, aunque no perdimos la contienda, sí dejamos de combatir por el recuerdo de aquellos compatriotas. Héroes a cuya cabeza se hallaba Montes.
Lo que no podemos negar es que tanto la batalla de Cárdenas como otros tantos acontecimientos históricos de nuestro pasado han sido asomados a la sociedad en los últimos tiempos gracias a la labor de reconocidos expertos. Así lo demuestra el artículo que el prolífico autor y el miembro de la Real Academia de la Historia Agustín Rodríguez publicó en «Espejo de Navegantes» sobre este suceso en 2014 y la narración del mismo que hace el historiador naval Víctor San Juan en su obra «Grandes batallas navales desconocidas» (Nowtilus, 2016). Gracias a ellos, y a otros tantos, hemos conseguido levantar el velo de mentiras que rodean a la actuación de la Armada española en uno de los años más dolorosos de nuestra era: el de la pérdida definitiva de las colonias.
Pero vayamos por partes. Entender por qué llegamos hasta aquel heroico 11 de mayo nos obliga a retrasar el calendario unos cuantos meses. Para ser más concretos, hasta el comienzo de 1898; el año en que las posesiones españolas al otro lado del Atlántico empezaron a suponer un auténtico quebradero de cabeza para el sobrepasado (y escaso de liquidez) gobierno peninsular. A las recurrentes revueltas locales pronto se sumaron las pretensiones de Estados Unidos, un país con menos de doscientos años de historia pero que, tras pasar su adolescencia expandiéndose hacia el Oeste a costa de los nativos, ahora ansiaba conseguir nuevos territorios fuera de sus fronteras.
¿Qué regiones tenía cerca y podía adquirir a la velocidad del rayo? Las mismas que, día sí y noche también, molestaban con revueltas a su metrópoli española. Tocaba mover ficha, y Estados Unidos lo hizo de la mejor forma que sabía: abriendo la billetera. Así, tanto el presidente James K. Polk como los sucesivos gobernantes (hasta llegar a William McKinley) ofrecieron suculentas sumas de dólares a los nuestros a cambio de territorios como Cuba. De esta forma se hizo patente la máxima que, años antes, había hecho James Monroe durante su etapa como líder del país: «Cuba y Puerto Rico son apéndices naturales de EE.UU.».
Con lo que no contaba ninguno de los presidentes es con que la respuesta sería una sonora negativa. Aunque tampoco les supuso un problema como tal. En 1897, después de que España declinara con recelo la ayuda envenenada que Estados Unidos le ofrecía para resolver el problema cubano (exigía el fin de la contienda y se ofrecía como mediadora entre los contendientes), McKinley intensificó su campaña de colaboración con las colonias revoltosas. Más dinero y más armas para el enemigo de su enemigo. Sistema, por cierto, que Washington aplicaba desde hacía años a sabiendas de que Cuba era el primer productor del mundo de azúcar y la llave para el dominio del Caribe.
La situación volvió a dar un vuelco el 15 de febrero de 1898 cuando, en mitad de la noche, el buque estadounidense «Maine» (el cual había llegado a las costas cubanas en misión de paz, aunque sin previo aviso y considerablemente armado) voló por los aires. Sin mediar palabra, los norteamericanos culparon de la explosión a los españoles. Nada más oportuno… Aunque no tardó en demostrarse que todo había sido un desafortunado accidente, a Estados Unidos le vino como anillo al dedo esta catástrofe, pues gracias a ella pudo iniciar las hostilidades y preparar a sus hombres para tomar las ansiadas posesiones españolas al otro lado del globo. El 25 de abril los norteamericanos, como ansiaban, firmaron la declaración de guerra.
Hacia Cárdenas
Esa infausta jornada comenzó de manera habitual para los españoles presentes en el puerto industrial de Cárdenas, ubicado no muy lejos de Matanzas, al norte de Cuba. A pesar de que corría el riesgo de ser uno de los primeros objetivos de la flota estadounidense, la Marina apenas contaba con recursos para ubicar en él «un destacamento de tres buques menores», en palabras de San Juan. Los dos primeros barquichuelos en cuestión eran sendas lanchas a vapor (la «Ligera» y la «Alerta»), de escasas 42 toneladas y equipadas, según Agustín Rodríguez, con un cañón en proa de 42 milímetros y una ametralladora en popa de 37 milímetros.
Su armamento era casi irrisorio si lo comparamos, por ejemplo, con los cuatro cañones de entre 57 y 75 milímetros, las dos ametralladoras Maxim y los cuatro tubos lanzatorpedos que portaba el destructor «Furor», también de la Armada española, en la batalla naval de Santiago de Cuba. Pero era lo que había y lo que tenían a su disposición los tenientes de navío Antonio Pérez Rendón (a los mandos de la «Ligera») y Luis Pasquín y Reinoso (otro tanto en la «Alerta»). Así lo corrobora Rodríguez (autor, entre otros títulos, de «Operaciones de la guerra de 1898»), quien añade que sumaban una dotación de unos veinte hombres cada uno. Menos de un tercio de la tripulación que necesitaba su mencionado hermano mayor para funcionar de forma adecuada.
La tercera pata de la defensa de la bahía de Cárdenas era el «Antonio López», un remolcador de 68 toneladas que, tras ser construido en Estados Unidos, había llegado a manos españolas en 1895 tras pasar por la compañía Trasatlántica. A pesar de su escaso armamento (un cañón Nordenfelt de 57 milímetros), este bajel era todo un veterano, pues había ayudado a acabar con varios intentos de insurrección en la isla y había colaborado en el ataque de otras tantas posiciones enemigas. Un currículum más que extenso, vaya.
Y otro tanto sucedía con su capitán, el versado (y olvidado) teniente de navío Domingo Montes Regüeiferos. Un marino experimentado cuya extensa hoja de servicios es narrada, de forma más que pormenorizada, por el investigador Alfonso Ceballos-Escalera y Gila en su biografía elaborada para la Real Academia de la Historia. En la misma se especifica tanto la ingente cantidad de destinos que había atesorado este marino (más de una decena de navíos desde que embarcara en la fragata «Asturias» una década antes) como su labor científica en tierra, durante un breve regreso a España. «Sirvió en el Observatorio de San Fernando y en el Arsenal de La Carraca […] antes de regresar a La Habana», añade.
Tres batallas
El 25 de abril, poco después de la declaración de guerra, la US Navy inició el esperado acoso contra el puerto de Cárdenas. Lo hizo con un pequeño sondeo para saber las fuerzas que atesoraba España en la bahía. Tras desplazarse hasta la región con un contingente de cuatro bajeles de considerable porte, el comodoro William T. Sampson envió hacia el puerto a un torpedero, el «Foote», con órdenes de dar algo de guerra. Contra este buque, un verdadero gigante si se compara con sus contrarios (sus 150 toneladas y tres piezas de artillería así lo atestiguan), salió la «Ligera». Y lo cierto es que el resultado fue un combate de película en el que Rendón, con una decena de disparos, puso en fuga a un enemigo que, de setenta tiros, tan solo acertó uno.
Pero aquello era tan solo un aperitivo de lo que se les venía encima. El 8 de mayo continuó la fiesta, aunque esta vez al son de otros dos barcos estadounidenses ávidos de expulsar de allí a nuestra escasa flota. San Juan explica en que el ataque corrió a cargo del torpedero «Ericsson» y su escolta, el crucero «Castine». Otra vez uno de los nuestros se enfrentó a ellos. Aunque en este caso fue el «Antonio López» de Montes. «Muy bien situado en el llamado Canalizo de Las Monas, donde tenía alcance y visión de toda la bahía, pero era difícil de localizar, el “Antonio López” se estrenó con su cañón Nordenfelt, batiendo también a este “explorador” estadounidense que se retiró al amparo del crucero», añade.
En vista de que la pequeña flota estaba resuelta a defender la zona, los estadounidenses se propusieron enviar algo más que un bajel para acabar con ella. Tanto Rodríguez como San Juan coinciden en que, el 11 de mayo, se presentaron ante Cárdenas cuatro navíos de porte muy superior a los españoles. Todos ellos, a las órdenes del capitán Chapman C. Tood. Estos eran los cruceros «Wilmington» y «Machias» (de más de diez mil toneladas cada uno y armados con diez piezas de artillería -ocho de las mismas de 102 mm-); el torpedero «Winslow T-B5» (gemelo del «Foote») y el remolcador «Hudson» (con dos cañones de 57 mm). Pocos, sí, pero muy bien armados.
Tood, que ondeaba su bandera en el «Wilmington», ordenó atacar a plena luz de ese mismo día por las bravas. Tan solo se quedó fuera de la bahía, cubriendo la retirada, el «Machias», y solo debido a su mayor calado. Ante aquella vista la «Ligera» y la «Alerta» se retiraron, con viento fresco, hacia una zona menos profunda. De esta forma, los bajeles estadounidenses no podrían atacarles. Pero no ocurrió lo mismo con el «Antonio López» de Montes, al que le era imposible por sus dimensiones. Así pues, el teniente de navío dispuso a sus hombres para hacer frente a todo aquello con la moral bien alta y un intachable valor. A apechugar tocaba.
A las 13:35 el «Winslow» se destacó sobre el resto de sus camaradas y quiso descerrajar una andanada a Montes. Pero la tripulación española estaba versada ya en una infinidad de combates y se adelantó con dos disparos antes de que el enemigo pudiera lanzar sus torpedos. Fue un desastre para los estadounidenses. El primero dio de lleno en la pierna del comandante Bernardou y el segundo inutilizó el sistema de gobierno. Al ver que la presa se revolvía, sus dos compañeros iniciaron un cañoneo incesante que, a pesar del tronar, apenas consiguió su objetivo. Al final, y a pesar del reguero de bombazos, tan solo impactaron once sobre el «Antonio López». Provocaron bajas, en efecto, y también un incendio, pero seguía a flote.
La situación debió ser extraña para ambas partes. Por un lado, Montes evacuó parte su bajel a sabiendas de que el enemigo no fallaría en la siguiente andanada. Por otra, los norteamericanos no entendían cómo era posible que un único navío pudiese hacerles frente. Horas después, cuando los disparos del «Antonio López» provocaron un incendio en el «Winslow», Todd, desconcertado, tocó a retirada. Quizá por miedo, quizá por desconocimiento «Montes produjo más bajas a la armada americana que la escuadra de Montojo en Cavite y la de Cervera en Santiago de Cuba, ocasionando la muerte del único oficial en el conflicto, Bagley», desvela San Juan.
Gran mentira
Lo más llamativo de esta derrota fue la versión que ofrecieron los estadounidenses para justificar su derrota. Todd afirmó que habían sido aplastados por unas «baterías ocultas» españolas escondidas en la bahía. Quizá lo creyeran de verdad, pues sus bajeles llegaron a disparar contra la población. En todo caso, su teoría se ha replicado cientos de veces en los libros de historia anglosajones. En «American naval héroes», editada en 1899, John Howard Brown escribió así que «el “Machias”, el “Wilmington”, el “Winslow” y el “Hudson” se encontraron en el puerto de Cárdenas […] con baterías ocultas y varios cañoneros españoles» que consiguieron ponerles en fuga.
Más reciente e igual de equivocada se halla «The Encyclopedia of the Spanish-American and Philippine-American Wars: A Political, Social, and Military History». En esta obra monumental editada en 2009 se especifica que, el 11 de mayo, «baterías españolas ocultas en Cárdenas atacaron de forma severa a los barcos estadounidenses, incluyendo al torpedero “Winslow”, causándoles severos daños». En todo caso, el susto les valió para no volver por allí en toda la contienda. Y, en el caso de Montes, le granjeó obtener la Cruz Laureada de San Fernando por su gesta.
Origen: La mentira con la que EE.UU. ocultó su derrota más humillante ante el Imperio español en 1898